Acabó el bipartidismo

Hace un par de años, todo el mundo parecía que estaba de acuerdo en que tenía que acabar el bipartidismo. Sin embargo, después nos hemos dado cuenta de que muchos de esas personas no sabían qué significaba eso. Acabar con el bipartidismo no significaba que PP o PSOE dejaran de ser la fuerza más votada, sino que, para gobernar, no pudieran hacerlo en mayoría, que España no funcionase de Real Decreto en Real Decreto y que más de una fuerza política fuese determinante para el gobierno de nuestro país.

Quienes querían que Podemos y Ciudadanos ocuparan el lugar de PP y de PSOE no querían un fin del bipartidismo, sino que hubiera otro bipartidismo. Es más, a la vista de las declaraciones, muchos de los que no querían bipartidismo no querían tampoco pactos. Obviamente, esos no saben ni lo que quieren, pues el fin del bipartidismo son los pactos, el fin de este dominio de populares y socialistas se consigue cuando otras fuerzas políticas son protagonistas de las decisiones.

La aparición de Ciudadanos y Podemos debía conseguir eso. Ese iba a ser el cambio de esta época. De hecho, hubo la posibilidad de un gran cambio ya que también hubo la ocasión de que pasáramos de un gobierno conservador en mayoría a la opción de que se diera un pacto de centro izquierda entre socialdemócratas y socioliberales. Pero no pudo ser y todos sabemos que aquello no se consiguió, única y exclusivamente, porque Podemos había hecho las cuentas de la vieja y creía que, sumando los votos de Izquierda Unida, daría el «sorpasso» a los socialistas en unas nuevas elecciones.

Pero Pablo Iglesias y los suyos se equivocaron. En política, 2+2 no siempre son 4 y las nuevas elecciones supusieron una pérdida de 3,6 puntos para Unidos Podemos y, en porcentaje, el PSOE alzó el vuelo. Finalmente, esas segundas elecciones beneficiaron al Partido Popular y dejó a España sin alternativa ninguna a que gobernara Mariano Rajoy.

Cualquiera que esté puesto en política nacional entendía que había que dejar gobernar a los populares porque, de haber unas nuevas elecciones, el partido de Mariano Rajoy aún ganaría por más. El PSOE, sin embargo, pareció no entender eso, al menos Pedro Sánchez no lo entendió y tardó mucho en darse cuenta de que había que permitir que el país arrancara. Esa tardanza y no otra cosa es lo que ha llevado a los socialistas a una crisis interna que ya veremos cómo acaba.

La mayor diferencia en este periodo entre Ciudadanos y Podemos es que Ciudadanos ha llegado a la política nacional a acabar con el bipartidismo, mientras que Podemos ha querido formar parte de él. Podemos ha querido ocupar el lugar del PSOE y eso no es ni bueno ni sano. En países con más tradición demócrata, como es el caso de Dinamarca, rara vez el partido ganador consigue más del 25% de los sufragios y, a menudo, para formar gobierno, tienen que realizar pactos de tres o cuatro partidos. En España estamos lejos de que esto pueda ocurrir pero, aunque no lo parezca, es lo ideal. No obstante, hay una diferencia enorme entre ambos países, pues en España existe el guerracivilismo, votamos a uno para que no gane el otro, mientras que ellos tienen claro que hay que votar a quien te va a representar bien, gane o no.

Lógicamente, en España estamos aprendiendo. Nuestra democracia es joven, pero ya hemos podido ver que Ciudadanos, con 32 diputados, está siendo más importante que Podemos con 71. Los de Pablo Iglesias puede que sean los mejores en Twitter o en propaganda pero, una vez en las instituciones, no saben qué hacer. Podemos ha dedicado todos estos meses a crear un clima que llevara a las terceras elecciones, a esas terceras elecciones que supondrían superar al PSOE. Ese y sólo ese ha sido su objetivo, aunque ni siquiera lo han conseguido.

Los españoles deben comprender que Podemos no quiere lo mejor para España. ¿Cómo va a querer lo mejor para un país quien quiere pactar con quien desea romperlo? ¿Cómo vamos a tomar en serio a un partido de extrema izquierda que quiere pactar con PNV y Convergència, dos partidos de derechas? ¿Cómo vamos a confiar en alguien que va de la mano con Bildu, que dice que Otegi es un hombre de paz y que los empresarios son terroristas?

Cuando el próximo Gobierno eche a rodar, tenemos una gran oportunidad para dar un paso adelante como país. Los partidos de la oposición, PSOE, Ciudadanos y Podemos, tienen la obligación de controlar al Gobierno, de ser constructivos y de hacer país teniendo algo claro: que, aunque el presidente siga siendo Rajoy, ya ha comenzado el cambio y el bipartidismo se ha acabado.

Llega a España la moda del payaso diabólico

Estaba hablando con una amiga mientras, de reojo, observaba los discursos de la finalmente No investidura de Mariano Rajoy. Mi amiga, que había cumplido 26 años el día anterior, decía que «Ya es hora de ir sentando la cabeza». Yo le respondía que, a mi modo de ver, la madurez total es un proceso que va desde los 28 a los 35 años. En ese momento, sube al estrado Pablo Iglesias y tira toda mi teoría por los suelos. Después pienso y… claro, una persona con 38 años que no tiene hijos ni hipoteca, que no ha tenido nunca un trabajo de mancharse las manos (ni su padre, ni su abuelo) y que nunca ha salido de la universidad, ¿puede saber lo que es la vida? Seguramente, no. Quizá no sepa que fuera de los muros de la Universidad y de los bares de Vallecas sigue habiendo «gente» como él dice.

Pasar de alumno a profesor de universidad, no haber abandonado ese ambiente estudiantil jamás debe de ser clave para que a la cúpula de Podemos «no se le haya quitado aún la tontería», que diría mi madre. Iglesias cree que el Congreso de los Diputados es un aula de instituto y, cansado ya de ser los primeros de la clase, de los estudiantes repipis, ahora, junto a sus compañeros, se han cogido el papel de repetidores malotes y graciosillos. No veo del todo mal que se quite cierto aire de solemnidad en el Congreso pero siempre sin olvidar que esa cámara representa a la soberanía nacional y que eso es algo muy serio.

Viendo al líder polemista y podemista, pensé cómo una persona tan inmadura puede pretender ser Presidente del Gobierno de un país tan importante como España. Aunque estoy seguro de que eso es parte de la táctica, que es parte de la propaganda, a nadie se le escapa que en esos temas son muy buenos los de Podemos. Iglesias casi calcó en su día una frase de Adolf Hitler cuando dijo que no tenía que convencer a los mayores porque sus hijos ya estaban con él. Imagino que por ahí van los tiros, portarse como gamberrillos de instituto, que esos siempre son más populares que los que se dedican a estudiar, como bien pudo observar durante años Iglesias en su pupitre mientras observaba con envidia a los que gozaban de popularidad. En el fondo, imagino que Iglesias hubiera cambiado alguno de sus excelentes por ser un poquito más popular en el instituto.

Como en el fondo Iglesias no era de los malotes, sino de los estudiosos, hay veces que los chascarrillos no le salen del todo bien. Además, como todos sabemos, hay cosas que memorizamos para los exámenes pero que, una vez aprobados, se nos olvidan, nos suenan pero se nos olvidan. Algo así debió de pasar con la Cruz de Borgoña (que suena casi igual que «Vergonya», que es como decimos «vergüenza» en Catalunya y, sí, «vergonya» es lo que sentí al oír a Iglesias) o cuando Pablo confundió a los Carlistas con los Gudaris, algo que es casi lo de menos, pues lo de más  fue que intentase ridiculizar a Albert Rivera en un momento del discurso que absolutamente nada tenía que ver ni con Albert ni con Ciudadanos.

Cada vez que Pablo Iglesias, sin venir a cuento, habla de Albert Rivera, tengo más claro que ve en él al que le quitaba el bocadillo en el cole o al que las chicas hacían caso mientras al pobre Pablo, no. Cada vez tengo más claro que es un trauma infantil, un trauma que no ha resuelto cuando Podemos sumó a mil y un partidos para sacar más votos que Ciudadanos y lo entiendo ya que, con sólo 32 diputados, Albert Rivera está consiguiendo más cosas que Pablo con los 71 de Unidos Podemos, las Mareas y demás.

No fue el único gag de El Club de la Comedia de Pablo Iglesias: «Hay más delincuentes potenciales en esta cámara que allí fuera» 

¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú.

Pablito, tápate un poquito (sigo con la poesía), que entre los tuyos están Pedro de Palacio, condenado en 2002 por abusar sexualmente de una niña de cinco años; Alberto Rodríguez, detenido en varias ocasiones por agresión a policías en revueltas estudiantiles; Jorge Luis Bail, detenido en 2012 por agresión a la Guardia Civil; Enrique López, detenido por agredir a un policía; Antonio Gómez Varela, quien apoyó al etarra Iñaki de Juana Chaos, condenado por 25 asesinatos como jefe del comando Madrid; Josetxu Arrieta, detenido como “responsable político de ETA en la zona de Rentería” y condenado a seis años de cárcel; José Ramón Galindo, detenido en 2008 por tráfico de drogas; Andrés Bódalo, condenado a tres años y medio de prisión por agresión al ex teniente de alcalde del municipio de Jódar en el año 2012 y, quién sabe, quizá en la grada estaban hasta los padres de las criaturitas.¿Estaría el padre del diputado Ramón Espinar, encausado en la trama de las Tarjetas Black? ¿Y el padre de Iglesias, quien estuvo detenido como miembro de la banda terrorista FRAP?

Cuando pude volver a mirar cómo iba el debate en al televisión, estaban dando las noticias y la presentadora dijo: «Llega a España la moda del payaso diabólico». Por un momento, creí que seguían hablando de la intervención de Pablo Iglesias pero, no, era otro tema.

Los separatistas catalanes piden apoyo a los neonazis finlandeses

Desde el siglo XV y durante 400 años, Finlandia estuvo unida a Suecia. Fue ocupada por Rusia en 1808 y anexionada en 1809. El Zar fue designado Gran Duque de Finlandia, sin embargo, gozaba de un estatuto autónomo con su propia constitución, su parlamento, aduanas, religión y ejército.

Durante la Primera Guerra Mundial, Finlandia se mantiene al margen del conflicto, pero en 1917, cuando estalla la revolución bolchevique, Finlandia ve la oportunidad de ganar su independencia de Rusia. El 18 de diciembre de 1917, el Comité de Comisarios del Pueblo Soviético reconoce la independencia de la República de Finlandia mediante un manifiesto.

En 1920 se firmó el Tratado de Dorpat mediante el cual se fijaban las fronteras entre ambos países. El 21 de enero de 1932, Finlandia y la URSS firmaron un pacto de no-agresión que se mantuvo vigente hasta que estalló la Segunda Guerra Mundial.

Alemania y la Unión Soviética firman su pacto de no agresión en el cual Alemania reconoce que Finlandia se encuentra dentro de la esfera de intereses de la Unión Soviética y, con ello, los soviéticos se ven con las manos libres para actuar, exigiéndole al gobierno de Finlandia la devolución de territorios que, según los soviéticos, les pertenecen.  Finlandia se niega rotundamente.

El 13 de noviembre, una delegación finesa regresa de Moscú sin haber llegado a un acuerdo. El 28, Moscú rompe relaciones con Helsinki y el 4 de diciembre la URSS termina la guerra de palabras y señala el comienzo de las hostilidades de la llamada Guerra de Invierno.

Antes de la invasión de Rusia por Alemania, Mannerheim envía oficiales a Alemania para coordinar posibles operaciones conjuntas en contra de la URSS y, cuando se inicia la Operación Barbarossa, Finlandia ve llegado el momento de recuperar los territorios perdidos y declara la guerra a la Unión Soviética. Con ayuda de Alemania, las tropas finesas cruzan la frontera y ocupan los territorios del Frente Norte.

Para entonces, el Mariscal Mannerheim ha sido nombrado Presidente de la República y en junio, viendo que la marea se revierte, decide pactar con los soviéticos, quienes avanzaban ya inexorablemente en dirección a Alemania. El 19 de septiembre de 1944, se firmaba la Tregua de Moscú la cual obligaba a Finlandia a entregar los territorios recuperados y, además, Petsamo. Mannerheim logra firmar un Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua con Stalin y sienta las bases para la Finlandia del futuro, a pesar de las serias restricciones impuestas por los Aliados.

El antisovietismo y, por ende, el anticomunismo han hecho que en Finlandia, desde la Guerra Mundial, haya habido un movimiento de ultraderecha, si bien es cierto que en los últimos años este movimiento ha ido a más tanto en Finlandia como en el resto de países nórdicos. El éxito de la extrema derecha en los países nórdicos se encuentra principalmente en la destrucción del antiguo Estado del Bienestar. En Finlandia, los Verdaderos Finlandeses han reunido en un mismo grupo a los ciudadanos que se sienten olvidados por el sistema gracias a un discurso populista.

El partido se ha visto envuelto en numerosas polémicas con respecto a sus ideas sobre la inmigración, de modo similar que lo ha hecho el Jobbik en Hungría o Amanecer Dorado en Grecia, con declaraciones muy desafortunadas sobre los musulmanes, los judíos y los inmigrantes en general.

Ahora, los Verdaderos Finlandeses tienen un nuevo aliado, Junts pel Sí, que se llaman así porque les faltaron atributos (entre las piernas, para que nos entendamos) para llamarse los Verdaderos Catalanes. Raül Romeva (sí, hombre, ese señor que sufre de alopecia y lleva gafas, ¿no les suena? Sí, hombre, aquel que iba de número 1 en la lista de los Verdaderos Catalanes) acudió el pasado miércoles de la mano de los Verdaderos Finlandeses al Parlamento del país nórdico para explicar el proyecto de lo que será Catadisney.

Simon Elo, autor de frases tan inteligentes (ironía) como «En Finlandia la inmigración ha llegado más tarde que a otros países, así que tenemos más tiempo para hacer las cosas bien» y diputado del Partido Finlandés, formación de extrema derecha, hizo de cicerone de Raül Romeva, es decir, al representante del independentismo catalán no le importó en absoluto ir de la mano de una fuerza populista, islamófoba, ultranacionalista y euroescéptica.

En realidad, no tiene nada de raro que los Verdaderos Finlandeses y los Verdaderos Catalanes se entiendan. Realmente, es más lo que les une que lo que les separa. El racismo, la xenofobia y defender a los adinerados es su libro de ruta. Las palabras que desde los Verdaderos Finlandeses se tienen hacia los emigrantes, hacia los europeos del sur o los africanos son las mismas que desde Junts pel Sí o los Verdaderos Catalanes hacia el resto de españoles. Joan Tardá decía hace unos días que «no tengo que ser solidario con los españoles», esa frase pasó desapercibida pero, cambien España por cualquier otra nación o raza, «No tengo que ser solidario con los judíos», «No tengo que ser solidario con las árabes», «No tengo que ser solidario con los somalís», «No tengo que ser solidario con los saharauis», «No tengo que ser solidario con… los españoles».

Como ya he dicho, es normal que los Verdaderos Finalandeses y los Verdaderos Catalanes se entiendan, lo que más me gusta de todo esto es que Raül Romeva sepa quiénes son los suyos, que no se esconda, que una lazos con los demás racistas y xenófobos de Europa. Sin embargo, lo que no entiendo es que no se le dé importancia a esto. ¿Se imaginan qué hubiera pasado si alguien del Partido Popular hubiera ido de la mano de un Partido Neonazi? ¡Tendrían en La Sexta para un mes de programas monotemáticos!

Fuente de la fotografía de portada: Libertad Digital

Conversos y renegados. La historia del nacionalismo catalán (IX) El Catalanismo Monárquico y el Catalanismo Hispanista

En la última entrada al blog de Conversos y Renegados, «El nacionalismo catalán es hijo del patriotismo español», tratábamos de explicar cómo el patriotismo español nacía en las batallas ante la ocupación napoleónica, así como también cómo que el País Vasco y Catalunya se convirtieran en campos de batalla supuso que el nacionalismo español fuese más fuerte allí que en otros lugares, motivo por el cual en la Guerra Carlista fuesen mayoritariamente vascos y catalanes los que defendían lo que llamaban la España pura, en la que las mujeres no podían gobernar, el Rey tenía poder absoluto, la Iglesia era parte indispensable de la imagen nacional y debía volver la Inquisición.

«Dios, Patria y Rey», reclamaban vascos y catalanes. Como también indicamos, a ese lema se unió «y fueros»; esos derechos regionales fueron los que transformaron a nacionalistas monárquicos españoles en cómo se llamó entonces, regionalistas.

Siempre he tenido la sensación de que las Guerras Carlistas son generalmente desconocidas en España y que no se les da la importancia que tuvieron, no ya porque fueron dos guerras civiles españolas en un margen de 16 años, sino porque su trascendencia llega incluso hasta nuestros días pues, de algún modo, en ese periodo fue cuando la nación se rompió en lo que solemos llamar las dos España. Tras la I Guerra, importantes nombres del bando carlista creyeron que lo ideal para limar asperezas era que Isabel II contrajera matrimonio con el pretendiente carlista Carlos Luis de Borbón. Sin embargo, Isabel II acabó casándose con Francisco de Asís de Borbón y eso realzó a los carlistas.

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Isabel II de Borbón

Centrándonos en Catalunya, que es lo que nos pertoca, hay que recordar que la Segunda Guerra Carlista sucedió casi íntegramente en tierras catalanas. Muchos de los carlistas catalanes de la I Guerra, al acabar esta, se «echaron» al monte actuando como bandoleros para no ser ajusticiados. Una gran crisis en 1846 afectó mucho a las tierras catalanas: las comarcas más pobres y dependientes de la agricultura tenían dificultades de suministro de alimentos, lo que obligó al gobierno a enviar ayudas económicas. La introducción del sistema de reclutamiento de quintas, que privaba a las familias de manos útiles en momentos especialmente difíciles, fue la gota que rebasó el vaso, motivo por el cual los carlistas se unieron.

Los catalanes volvieron a luchar por «Dios, Patria, Rey y Fueros», pero los carlistas volvieron a salir derrotados. Esas dos guerras sirven para que surja el germen del catalanismo que, como hemos indicado en anteriores entradas, no era más que un regionalismo que defendía sus derechos, su cultura y que también tenía la idea de dirigir España.

Sobre las Guerras Carlistas el filósofo y teólogo Francesc Canals afirmó que «No sé si habrá algún pueblo ibérico o europeo que pueda decir de sí mismo lo que podemos decir nosotros los catalanes. En poco más de medio siglo, en los cincuenta y cuatro años que van de 1822 a 1876, nuestra tierra vivió quince años de guerras populares contra el liberalismo».

Es decir, ninguna tierra como Catalunya luchó tanto por el conservadurismo, la monarquía y la Iglesia como Catalunya, por más que, a día de hoy, los separatistas acusen de lo mismo al resto de España, sobre todo a la zona sur del país. De hecho, es constante la crítica al conservadurismo del resto de España cuando lo cierto es que el Partido Popular únicamente ha gobernado 13 años en la historia de la democracia, mientras que en Catalunya, a excepción de los 8 años del Tripartito, siempre ha habido un President de la Generalitat de derechas.

Que la mayoría del pueblo catalán apoyara el bando carlista no quiere decir que no hubiera catalanes que estuvieran del bando Liberal-Isabelino. De hecho, intelectuales como Pere Felip y Pere Mata decidieron exiliarse en Madrid

Dando un salto en el tiempo, recordaremos que los gobiernos de los catalanes Estanislau Figueras y, sobre todo, de Francesc Pi i Margall fueron la primera oportunidad de los catalanes para dirigir España. Pero aquello no salió bien y Catalunya, que en ese momento había sido republicana, pasaba paulatinamente a ser regionalista.

Como ya hemos comentado anteriormente, los regionalistas eran en principio monárquicos y más lo fueron con el fracaso de la Primera República. La monarquía era sinónimo de orden para ellos y, como ya dijimos en anteriores entradas, la burguesía catalana fue la gran promotora de la vuelta de Alfonso XII. De hecho, en gratitud al pueblo barcelonés, el monarca decidió entrar en España por Barcelona.

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Alfonso XII de Borbón

Como ya hemos ido comprobando, durante siglos hay que diferenciar mucho los pensamientos de la burguesía de Barcelona con los de los campesinos de la Catalunya profunda, que en aquel momento representaba prácticamente todo el resto .

Ya en tiempos de Alfonso XII, nació en Barcelona la Fundación de la Producción Nacional, dirigida por el industrial Josep Güell i Ferrer, así como también la Fundación Fomento de la Producción Española de Pere Bosch i Labrús, autor del manifiesto A Luchar que acababa con la frase «Pensemos en España: que ha de ser rica y fuerte y considerada para que sus habitantes sean instruidos, disfruten del bienestar y gocen de los beneficios de una buena administración. Todo por España, ¡Viva España!».

En ese momento, y aunque no hubo un movimiento oficial, los regionalistas monárquicos, de algún modo, lucharon por que Barcelona fuera la capital de España. De hecho, ese había sido un antiguo sueño de la burguesía barcelonesa. Ya en el siglo XVI, Felipe II le dijo a su hijo antes de morir que, si quería que el Imperio durara dos siglos, pusiera la capital en Madrid y si, contrariamente, quería que el Imperio durara siempre, la pusiera en Barcelona.

A finales del siglo XIX, ese sueño fue retomado, al menos querían que Barcelona fuese la capital ultramarina, es decir, si no era capital de España, al menos que lo fuera del mercado hispano, de ahí que muchos regionalistas defendieran el Hispanismo. En esa época fue cuando se construyó la estatua de Colón para presidir el Puerto de Barcelona y en Las Ramblas se situaron los edificios de la Compañía General de Tabacos de Filipinas y el Banco Hispano-Colonial. Desde Pla de Palau hasta el Eixample, son muchos los relatos que se pueden contar sobre las riquezas de ultramar y el crecimiento de la capital catalana.

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Fachada del Banco Hispano-Colonial en Barcelona

También se había fundado el Casino Hispano Ultramarino. De ahí que, como explicamos en la entrada «Más se perdió en Cuba»desde Barcelona se promovieron muchísimas acciones contra el separatismo cubano, llegando al punto de que en Barcelona se fundara la Liga Nacional, una liga antiabolicionista que deseaba mantener la esclavitud en Cuba. De hecho, aún a día de hoy, hay en Barcelona monumentos y calles dedicadas a esclavistas cubanos. El separatismo de la actualidad, sobre todo por parte de ERC y con más ahínco en la CUP, trata de hacer desaparecer de Barcelona todo rastro del esclavismo catalán. Los que lo observen con buena fe creerán que es de recibo no homenajear a estas personas, pero lo cierto es que el objetivo real es desvincular a la sociedad catalana de la leyenda negra española.

Pero la historia esta ahí y que el catalanismo fue el impulsor del Hispanismo es un hecho. En 1892 Barcelona fue la ciudad que puso más empeño en celebrar el IV Centenario del Descubrimiento de América y acogió el Congreso Mercantil. En 1900, con motivo del Congreso Hispanoamericano, ya perdidas las colonias, la burguesía trató de reorientar las relaciones comerciales con Hispanoamérica, se fundó la revista Mercurio. Revista Comercial Hispanoamericana y en 1911 fundó la Casa de América, donde ese 12 de octubre se celebró por primera vez en España el Día de la Hispanidad. Esta iniciativa fue difundida por el periodista José María González, iniciando una campaña para que se proclamara como Fiesta Nacional. Sí, ver para creer, el Día de la Hispanidad es también una idea catalana y catalanista.

Sobre el Hispanismo, Joan Esterlich diría en su obra Catalunya endins: «El catalanismo, en la forma dominante desde su resurgimiento hasta ahora, es una manifestación de hispanismo».

En ese clima, Montaner i Simón publicaba el Diccionario enciclopédico hispano-americano de literatura, ciencias y artes y nace la empresa Espasa y Salvat, que obtuvieron éxito con la publicación en fascículos coleccionables que podían ser adquiridos por personas que económicamente no podían comprar un libro entero. La pareja fue a vivir a la misma casa donde estaba la imprenta, en la calle Robador. Pablo Espasa se retiró de la empresa y Josep Espasa llegó a un acuerdo con su cuñado Manuel Salvat para constituir Espasa y Compañía. Más tarde, Salvat dejó la empresa y creó Salvat. En sus orígenes, la editorial Salvat publicó obras como Hojas selectas, en la que colaboraron escritores de España y América. La empresa creó una distribuidora en Buenos Aires, donde abrió la primera sucursal americana. Barcelona se convertía, de ese modo, en la ciudad por autonomasia de la literatura Hispano-americana en el mundo.

Conversos y renegados. La historia del nacionalismo catalán (VIII) El nacionalismo catalán es hijo del patriotismo español

En el repaso que hemos hecho hasta ahora entorno a la historia del nacionalismo catalán, muchos habrán visto con sorpresa algunos de los temas tratados desde la «Oda a la Patria«, donde descubrimos cómo el inicio del catalanismo fue escrito entre españolistas y borbónicos, hasta el último episodio en el que explicamos cómo los burgueses catalanes fueron instigadores del Golpe de Estado de Primo de Rivera, pasando por cómo «El catalanismo se escribió en Castellano» y cómo alguno de los que ahora consideran «Padres del nacionalismo tenían a España como su nación«. En este primer repaso, prácticamente hemos descrito lo ocurrido en 100 años, tratando de hacer entender cómo la Renaixença es un lícito despertar de las tradiciones catalanas que, al ir politizándose, inventa un pasado para Catalunya.

En lo explicado sobre estos casi cien años, nos hemos ceñido a algunos de los hechos más trascendentales acontecidos pero, para entender bien la compleja sociedad de la época, barcelonesa sobre todo, pero también catalana, se han de comentar algunos datos y curiosidades que pasaron por aquellos entonces y, de ese modo, poder observar los cambios del día a día desde el poema de Aribau en 1833 al fin de la Dictadura de Primo de Rivera en 1930.

Un día, hablando con una amiga no nacionalista pero bastante neutral, me decía que las cosas cambiaban y que, fuera bueno o malo, quizá un día Catalunya tendría que afrontar una nueva realidad y que, quién sabe si esta sería la independencia. Decía que, si esta llegara por naturalidad, quizá no sería nada traumática pero que, a día de hoy, eso no podía ser porqué era imposible que Catalunya pudiera tener un buen futuro con una independencia basada en el odio y en una tradición inventada.

Decía Joaquin Samaruc que «nada más nacer el catalanismo político, moría el catalanismo puro e ideal de los inicios que no había salido, ni querido salir, del ámbito literario y cultural». Sin embargo, aún a día de hoy, hay muchas personas que, por tradición o por que asocian la política con el amor a Catalunya, votan a partidos nacionalistas sin querer la independencia, incluso sin querer que Catalunya sea una nación, sino solamente porque creen que «los de aquí» lucharán más por la cultura catalana, cuando en realidad, a mi parecer, la cultura catalana será fuerte cuando los catalanes sepamos mostrarla sin frontismo al resto de los españoles.

Cien años de Catalanismo La Mancomunidad de Cataluña (Joaquin Samaruc)

Sin embargo, en los principios del catalanismo político, con la Lliga Regionalista se fomentó una política anti-española, si bien es cierto que en ese momento no era por odio o menosprecio, sino por una calculada estrategia política que ha llevado a que el catalanismo odie España sin saber realmente el porqué.

La Lliga intentó recoger todos los sentimientos catalanistas y en 1901 consiguió ser la primera fuerza en Barcelona, aunque por un extrecho margen y no logrando que el catalanismo cuajara ya que, solamente dos años más tarde, la primera fuerza en Catalunya fue el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux, claramente españolista y anticlerical.

Alejandro Lerroux

El catalanismo poco había avanzado en setenta años y es que la cuestión no era fácil. Poemas, leyendas y una historia inventada eran una buena táctica, pero no para la mayoría de catalanes que, como ocurría en toda España, eran también analfabetos  y, por tanto, difícilmente convencencibles de la importancia de la patria, al ser personas a las cuales lo único que les importaba era sobrevivir en su día a día. De modo que, en términos de política, la mayoría de los catalanes sólo conocían lo que habían vivido en sus tiempos y lo que los más viejos del lugar podían contar. Por ese motivo, los acontecimientos vividos en el siglo XIX eran importantes para comprender lo que pensaban los catalanes de finales del XIX y principios del XX.

Vamos atrás en el tiempo, porque es importante entender los hechos previos a La Renaixença; porque, si hemos contado que el nacionalismo catalán tenía a España por nación al principio, ¿de dónde nació? Pues, como en el resto del país, sobre todo de a raíz de las Guerras Napoleónicas, de la Guerra de Independencia, que es cuando los españoles comienzan a tener sentido de Estado. Ahí y no antes comienzan los nacionalismos, cuando toda España defiende a su rey por español y no por buen rey para, una vez recuperado, entender que debe acabar el absolutismo. Tras la expulsión del ejército de Napoleón y la ola de patriotismo española, que se estableció en Catalunya y también en el resto de España, se quiso acabar con el absolutismo. El patriotismo español se vivió especialmente en Catalunya por su situación geográfica cercana a Francia y por toda su historia de conflictos con estos.

Sin embargo, en Catalunya poco o nada se habla o se sabe de la Guerra de Independencia, verdadero inicio del nacionalismo español y, por ende, del catalán. Estos hechos, más allá de la historia/leyenda del Tamborilero del Bruc (cuenta la leyenda que la reverberación del sonido del tambor, al chocar con las paredes de Montserrat, hizo creer que el número de soldados españoles era muy superior al que realmente había. La identidad real del tamborilero se atribuye a Isidre Lluçà i Casanoves, nacido en Sampedor (Barcelona) en 1791 y muerto en 1809), en la que, obviamente, siempre se dice que luchó por Catalunya y no por España. Todo lo que debería significar para Catalunya la Guerra de Independencia se traslada a la Guerra de Sucesión para mostrar algo falso: que nunca hubo patriotismo español en Catalunya.

Estatua del Timbaler del Bruc

Los liberales aplicaban en 1812 la Constitución de Cádiz, una de las constituciones de cariz liberal más modernas del mundo pues, con dicha Constitución, el Rey pasaba a tener una presencia casi testimonial, recayendo la soberanía en el pueblo y pasando los españoles de ser siervos a ser ciudadanos. En esa época, Catalunya aún estaba ocupada por los franceses y fueron muchos los catalanes que estuvieron en las Cortes de Cádiz. Catalunya contó con 22 diputados, siendo, por tanto, una de las circunscripciones, junto con Galicia, con representación parlamentaria más numerosa.

Se distinguieron desde el primer momento por su moderantismo y la ausencia de cualquier extremismo intransigente, mostrando una especial preocupación por las cuestiones hacendísticas y económicas respecto al Plan de Hacienda elaborado por el Gobierno que, no sólo debía de acatarse, sino que también hacía una llamada para que se socorriera «con prontos y abundantes caudales… a todas las plazas fuertes que restaban del Principado». En cuestiones religiosas, cuando propusieron retardar el debate sobre la abolición de la Inquisición, alegando que tenían que consultar con el Principado, esta actitud fue interpretada por las Cortes como una prueba de favoritismo hacia este tribunal.

No dejaron de reconocer las ventajas políticas que resultarían de uniformar la legislación y los derechos de todos los españoles. Dicha exposición también hizo especial hincapié en que Catalunya que, a toda costa, debería conservar los privilegios y fueros de los cuales gozaba, sin perjuicio, incluso, de recobrar los que disfrutó durante la monarquía de los Reyes de la Casa de Austria. Por tanto, no mostraron demasiado entusiasmo ante el proyecto centralista que se implantó en España con la Constitución de 1812. En cambio, pusieron mucho hincapié en el esfuerzo bélico, es decir, querían una España unida, fuerte, bélica, pero no centralizada.

El catalán Antonio Capmany i Montpalau, secretario de la Real Academia de la Historia, era un reformista que propuso que, a partir del 19 de marzo de 1812, todas las plazas mayores de los pueblos y ciudades de España cambiaran sus nombres por el de Plaza de la Constitución. Por cierto, destacar también que dicho diputado se mostró un gran y entusiasta partidario de las corridas de toros, ganando por muy pocos votos de diferencia el único debate que, en tal sentido, tuvo lugar en las Cortes.

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Antoni de Capmany i Montpalau

Pero pronto,  en 1814, la monarquía autoritaria volvió a las manos de Fernando VII, al que, además de fuerzas extranjeras, ayudaron los campesinos españoles, sobre todo los de Castilla y el Sur. Este hecho suele ser mostrado como prueba y leyenda negra de los nacionalistas catalanes de que el resto de España es una sociedad cerrada y orgullosa, que repudia las ideas modernas, pero la realidad es que la necesidad económica del momento es la clave del fracaso liberal. España pasaría, en poco más de un siglo, de ser la primera potencia europea a ser la vigésima y la subida de impuestos al campo de la época liberal hizo que los campesinos desearan la vuelta del absolutismo.

Este hecho sería aprovechado siempre por el nacionalismo catalán de finales de siglo, como prueba de que el pensamiento castellano no permitió crecer a Catalunya y a España como era menester.

Sin embargo, se habla menos de la Guerra de los Agraviados o dels Malcontents, que se desarrolló mayoritariamente en Catalunya y que comenzó en 1827. En estas batallas, voluntarios catalanes pedían leyes absolutistas, la vuelta de la Inquisición, el poder de la Iglesia y la muerte de los Liberales y sus ideas. 30.000 hombres se movilizaron en Catalunya para defender el poder absoluto del Rey de España.

Tampoco hablan mucho los nacionalistas catalanes de lo que sucedió tras la muerte de Fernando VII y la deriva que llevó a la Guerra Carlista, una guerra civil entre los partidarios de que el trono estuviese en manos de la reina Isabel II y los partidarios del infante Carlos María Isidro de Borbón. Este último defendía el absolutismo, la España más rancia, en la que la nobleza y la Iglesia estaban por encima del resto de la población y en la cual había siervos y lacayos. La guerra comenzó en 1833, en el mismo año que Aribau escribió «Oda a la Patria«, momento en el que nos quieren vender que comenzó el nacionalismo catalán. Sin embargo, en ese mismo año, la mayoría de catalanes se posicionaron al lado del Carlismo.

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Bandera de España con el lema carlista «Dios, Patria, Rey»

Es decir, de los que estaban en contra del liberalismo, de las ideas progresistas, de una España de ciudadanos iguales, la mayoría de los catalanes, les guste o no a los independentistas hoy en día, defendían la monarquía tradicional, resumida en su lema «Dios, Patria, Rey», al que más tarde se le añadió «Fueros». Precisamente la lucha por los fueros, por las leyes y tradiciones propias de las tierras de lo que muchos catalanes consideraban la España real es el principio de la lucha nacionalista catalana hija del patriotismo español.  

Cataluña VI (de 1511 a 1640) Lo que el nacionalismo nunca te contará

Tras la última publicación, la Cataluña de 1454 a 1510, proseguimos este viaje por la historia de Cataluña mediante este ciclo denominado «Lo que el nacionalismo nunca te contará«.

Con la muerte del Rey Fernando de Aragón, se dejaron en legado todas sus posesiones a favor de su hija y, en el puesto que ella debía asumir, el gobierno y la regencia de los reinos de Castilla y Aragón. Hasta la llegada de su nieto Carlos, se nombró a su hijo (bastardo) Alonso de Aragón regente de los reinos de la Corona de Aragón y al Cardenal Cisneros, regente de Castilla. De este modo, Carlos I es considerado el primer Rey de la España unida.

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Territorios gobernados por Carlos I

En la época de este monarca, la economía y la población de Catalunya tendrán una gran subida, debido a la no existencia de conflictos bélicos, motivo por el cual desciende la mortalidad, y a la llegada a tierras catalanas de una gran cantidad de franceses (muchos de los descendientes de estos franceses son los que se creen actualmente catalanes «de toda la vida»), dada la bonanza que en ese momento supone que España sea la primera potencia mundial. En 1521 Carlos I nombró Virrey de Catalunya al Arzobispo de Tarragona, Don Pedro Folch de Cardona, uniendo Besalú, Vallespir, Perelada, Osona, Ampurias, Urgel y Cerdanya al resto de condados, siendo gobernados juntos por primera vez como región histórica unificada. Es decir, por primera vez en la historia, se puede hablar de Catalunya como región (y que no se me enfaden los separatistas por el término), de una Catalunya más o menos tal y como la conocemos ahora. En ese 1521 es cuando el Principado de Catalunya y el Reino de Aragón son dos realidades distintas aunque, obviamente, mantienen lazos comunes.

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Carlos I de España

Es en esta época cuando los catalanes ya comienzan a comerciar por toda España, motivo por el cual empieza a crecer su economía. Es en este tiempo también cuando los catalanes comienzan a «castellanizarse» en costumbres y en idioma, pero no por imposición, no porque Castilla dominara a Aragón, sino por algo tan simple como que, para poder negociar con la gran mayoría del país, se había que aprender castellano. La mejora económica de Catalunya en estos tiempos se hace visible en que, mientras en el resto de la nación hay revueltas de comuneros debido a los impuestos, en tierras catalanas reina la paz, en parte por pagar unos impuestos mucho más bajos y por no enviar tropas al ejército.

De esta época procede otro de los grandes mitos del nacionalismo. Se trata de la exclusión de los catalanes de los negocios en América. Ya comentamos hace unos capítulos que, en la repartición de las conquistas y los tratados firmados, América pertenecía en su origen a Castilla y no a Aragón, del mismo modo que Nápoles o Sicilia no pertenecían a Castilla. Sí es cierto que Sevilla y su navegable Guadalquivir tenían el monopolio y que el comercio en el Mediterráneo se había complicado a causa de los piratas turcos, pero no había ninguna ley que prohibiera a los aragoneses y, por ende, a los catalanes comerciar a modo personal en América.

Durante mucho tiempo, en Catalunya se presumió de lo que habían hecho muchos catalanes en América y eran vistos como héroes por ello. Sin embargo, después hay un especial interés en fingir que ni un catalán pisó América. ¿Cuándo y por qué? Cuando la conquista deja de verse como una hazaña y se empieza a sentir como un holocausto al pueblo indígena. Es en ese momento cuando, desde Catalunya, se pone empeño en decir que «nosotros no estuvimos allí».

Sin embargo, las tres primeras iglesias en tierras americanas se dedicaron a Montserrat (Patrona de Catalunya), a Santa Tecla (patrona de Tarragona) y a Santa Eulàlia (patrona de Barcelona). ¿De dónde creen ustedes que eran los sacerdotes? ¡Efectivamente! Lo han adivinado. El Padre Boil, aragonés que había recibido los votos en Lleida, y doce monjes de Montserrat fueron los primeros evangelizadores de América. En ese viaje también estaba Pere Margarit, Jefe Militar que acabaría siendo Gobernador de la Española y que, en su honor, reciben el nombre las Islas Margaritas en el Caribe. Por otro lado, encontramos Jaume Ferrer de Blanes, uno de los cosmógrafos más reconocidos y autor del primer mapa mundi en el que se incluyó América. Todos ellos eran catalanes, como también lo eran personas como el tarraconense Miquel de Ballester, al que Cristóbal Colón nombró Alcaide de la Fortaleza de la Concepción en La Española (por cierto, que Colón le llamara en su desembarque «La Española» y no «La Castellana» hace obvio que la conquista era de toda España y no sólo del Reino de Castilla). Durante el siglo XVI, hubo misioneros como Josep Alemany i Cunill que evangelizaron Nevada o Miquel Domènech Veciana que fue misionero en Missouri. Curiosamente, el Decreto de Nueva Planta de 1716, tan odiado por los separatistas, fue quien acabó con las aduanas dentro de las fronteras de España y ya los súbditos de la Corona de Aragón y, por ende, de Catalunya pudieron negociar sin problemas en todos los territorios españoles incluyendo América.

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Detalles del monumento a Colón en Barcelona con las estatuas de los catalanes antes referidos que viajaron a América.

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Realmente, no hay un documente en el que se prohíba a los aragoneses ir a América, lo que sí existe, tal y como ya comentamos en entradas pasadas, es un acuerdo entre Castilla y Aragón para que todas las tierras del Oeste sean para Castilla y las del Este para Aragón, cuestión que la Reina Isabel la Católica recuerda en su testamento y que, originalmente, proviene de un tratado de 1291 entre Sancho IV y Jaime II (cuando se desconocía la existencia de América y, de ese modo, el pacto era favorable a Aragón).

De lo acontecido en América hay mucho que contar, así que retomaremos más adelante el tema, pero ahora volvemos a centrarnos en la historia de Catalunya y su relación con el resto de España. Obviamente, con la ya definitiva unión de la nación y con Carlos I como el primer oficial Rey de España, no iremos repasando rey a rey lo acontecido, sino que nos ceñiremos a los episodios que crearán controversia en el nacionalismo. Sí hemos de decir que Carlos I es un monarca del que se habla bien en Catalunya, más que nada por poner a los Austrias mejor que a los Trastámara y los Borbones, por más que en esa época y durante varias generaciones Catalunya perdiera importancia ante el gran poder de Castilla, además de que las guerras posteriores contra Francia afectaran por claras razones geográficas a Catalunya, que se convertía en frecuente campo de batalla.

El reinado de Felipe II marcaría el inicio de un proceso de deterioro. La crisis económica que comienza en Castilla en 1580 lleva a que en la economía de Catalunya nazca el bandolerismo. Con Felipe III, en 1618 se inicia la Guerra de los Treinta Años. Inicialmente, se trataba de un conflicto político entre estados partidarios de la Reforma y la Contrarreforma dentro del propio Sacro Imperio Romano Germánico. La intervención paulatina de las distintas potencias europeas convirtió gradualmente el conflicto en una guerra general por toda Europa. Francia se convertiría en potencia de primer nivel, rompiendo la hegemonía del Imperio Otomano y el Español. En 1648, al final de la guerra, tras la Paz de Westfalia, se abre un nuevo mundo de equilibrios de poder.

En 1640, ya con Felipe IV como monarca, ocurre otro de los grandes mitos del nacionalismo catalán y que forma parte de la antes referida Guerra de los Treinta Años, la Sublevación de Catalunya, a la que en el siglo XIX durante la Renaixença se rebautizó con el nombre de Guerra dels Segadors (Guerra de los Segadores). La sublevación comienza con el Corpus de Sangre del 7 de junio de 1640, explosión de violencia en Barcelona, cuyo hecho más trascendente es el asesinato del Conde de Santa Coloma, noble catalán y Virrey de Catalunya, protagonizada por campesinos que se sublevaron debido a los abusos cometidos por el ejército real, desplegado en el Principado a causa de la guerra con la monarquía de Francia.

Para ponernos en antecedentes, hemos de explicar que Felipe IV nunca fue un rey bien visto en Catalunya, pues tardó cinco años en jurar las Leyes Catalanas y se fue de allí sin que las Cortes de Catalunya hubiesen concluido. Los problemas derivados de la Guerra de los Treinta Años habían llevado a la crisis y eso supuso una subida de impuestos y de soldados en todas las zonas de España, de modo que todos esos gastos no recaían ya únicamente en Castilla, que según algunos estudios pagaba un 400% más de impuestos que los demás reinos, condados o principados de España. La Unión de Armas (1626) obliga a que todos los reinos, estados y señoríos contribuyan en soldados y dinero en proporción a población y hacienda. Con ello, a Catalunya le tocará poner 16.000 soldados. Las instituciones catalanas rechazan la propuesta amparándose en su Constitución y privilegios. Obviamente, no eran privilegios de Catalunya como nación o como pueblo ni nada parecido, lo que defendían eran los privilegios de los señores feudales y de sus campesinos, es decir, no es que las autoridades catalanas no quisieran que su pueblo luchase con España, sino que, mirándolo en el contexto histórico, los señores feudales no querían ceder a los campesinos porque eran suyos (los pageses de remensa eran semiesclavos y la oligarquía catalana no quería entregarlos gratis al ejército de la nación). Les parecen derechos anticuados y retrógrados supongo. Pues esos privilegios medievales y no otros son los que el separatismo reclama como «diferencias históricas» y de ahí proviene la tan demandada por ellos como «Libertad de Catalunya».

Cuando en 1635, y dentro de la Guerra de los Trenta Años, Francia y España entran en guerra, Catalunya vuelve a convertirse en campo de batalla ya que la idea francesa es quedarse con el Rosellón y la Cerdanya. Desde Barcelona, no salen tropas para defender las tierras catalanas de más allá de los Pirineos y, así, son tropas procedentes de Nápoles, de Balonia, alemanes y castellanos las que lo hacen. El ejército se debe alojar entre la población catalana en ese momento y el Conde Duque de Olivares reclama a las instituciones catalanas los soldados para ir a la batalla. Pero la oligarquía, los señores feudales siguen negándose y los campesinos, hartos de alimentar y dar cobijo, se rebelan. El 7 de junio de 1640, fiesta de Corpus, los campesinos entran en Barcelona y estalla la rebelión. Los insurrectos se ensañan contra los funcionarios reales, sacan a los presos de las cárceles y hay motines y un grito que se asocia al nacionalismo catalán, el «Viva la Terra» al que muchos asocian a un «Viva Catalunya», aunque lo cierto es que en todas las revueltas de campesinos, sea en la provincia de España o en el siglo que sea, se utiliza el término «Viva la Tierra» en señal de que se trata de la tierra y no de los gobiernos quienes les dan de comer. Según los historiadores y a pesar de que el nombre del «Corpus de Sangre» parezca que hubo una masacre, solamente murieron alrededor de 12 personas.

La leyenda del Segadors, tal y como la narra el separatismo a día de hoy, es producto de Manel Angelón i Broquetas que durante La Renaixença escribió en 1857 la novela Un Corpus de Sangre o los fueros de Cataluña. De aquí viene mucha parte de la leyenda, dado que los famosos segadores en realidad, según las crónicas, no llevaban hoces sino mosquetones, navajas y pistolas. La historia de las hoces se la debemos, cómo no, a la Renaixença y más concretamente a Antoni de Bofarull i Brocá y a los cuadros que se pintaron a raíz de ahí, llevando la leyenda de los segadores al tétrico y violento himno de Catalunya que proviene de un poema de Milà i Fontanals en su romancerillo catalán. 

Cataluña V (de 1454 a 1510) Lo que el nacionalismo nunca te contará

Proseguimos con este ciclo de entradas sobre la historia de Catalunya, «Lo que el nacionalismo nunca te contará«, tras su última entrada, en la cual nos centramos en el periodo comprendido entre los años 1306 y 1453.

En 1454 Juan II fue nombrado por su hermano Alfonso V lugarteniente de Aragón y Catalunya, mientras éste gobernaba el Reino desde el sur de Italia y Sicilia. Cuatro años más tarde, se produjo la muerte de Alfonso, quien carecía de herederos directos, motivo por el cual Juan le sucedió en el trono de la Corona de Aragón. Con Juan II es donde ocurre otro hecho que es muchas veces tergiversado por los separatistas para dar una explicación y un origen antiguo al nacionalismo y posterior independentismo catalán.

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Escudo de Juan II de Aragón, en el que, por enésima vez, se mezclan  los símbolos de Castilla y los de Aragón antes de la unión de los reinos.

Con Juan II, habría una guerra civil en Catalunya (1462-1472) entre el Rey de Aragón y Conde de Barcelona y el Consejo del General, es decir, contra la Generalitat de Catalunya. Eso, sin entrar en un contexto, sin dar una explicación y dicho así, parece una prueba evidente de que Catalunya luchó contra Aragón una vez más, combatiendo por la (y vuelve la palabra mágica) independencia.

La realidad es que, obviamente, la Generalitat no representaba entonces el gobierno de Catalunya como ahora sino que, simplemente, recaudaba impuestos. Pero eso no es lo más importante, sino que en esa guerra no había separación entre Catalunya y Aragón, además de que quien lideraba la Generalitat era el propio hijo de Juan II, Carlos de Viana, es decir, un Trastámara, motivo por el cual ver cualquier tipo de nacionalismo en este hecho es cuanto menos rocambolesco ya que el líder catalán que luchaba por la Generalitat era familia del Rey de Castilla y nacido en Peñafiel, Valladolid.

La guerra real tuvo lugar entre la monarquía, con el apoyo de los campesinos y la pequeña burguesía con la llamada La Busca (o «La Astilla», el partido de los mercaderes y artesanos que aspiraban controlar el poder municipal para hacer cumplir los privilegios, libertades y costumbres otorgados al pueblo de Barcelona), y la oligarquía catalana, a la que defendía Carlos de Viana, y que contó con el apoyo de La Biga (representantes de la alta burguesía, los llamados «Ciutadans honrats» -Ciudadanos Honrados-, grandes mercaderes y terratenientes) y de las Coronas de Portugal y, en cierto modo, de Castilla (o al menos la parte que defendía a Enrique IV que, paralelamente, estaba enfrascado en una guerra civil en Castilla contra los que defendían a su hermana Isabel como monarca).

La guerra cruzó las fronteras hispanas, dado que Juan II buscó el apoyo de Luis XI de Francia (ofreciéndole en garantía el Rosellón y la Cerdaña) y Gastón de Foix. El Consejo General, por su parte, buscará apoyos interiores y la desarticulación de las fuerzas opositoras: el partido de la Busca y los Remensas. Al no obtener los resultados deseados, la Generalitat empieza a ofrecer el Condado a candidatos que, 50 años después del tratado de Caspe, posean, aunque sea indirectamente, algún derecho a reinar en el llamado Principado de Catalunya. En 1462 ocurre un hecho que tira por los suelos toda teoría de que la guerra catalana se debía a nacionalismo o patriotismo y no a intereses económicos de la oligarquía catalana ya que a quien se le ofrece el Titulo de Conde de Barcelona es al Rey Enrique IV de Castilla, quien irá con sus tropas a Catalunya, tras aceptar, en principio, el ofrecimiento ante la división de la nobleza. Las tropas castellanas, dirigidas por Juan de Beamonte, obligan a levantar el asedio de Barcelona pero Juan II utiliza las divisiones de la nobleza castellana, que acabará forzando a Enrique, por el tratado de Bayona, a renunciar. Después de ofrecer el título a Pedro de Portugal, pues se volvería a hacer a quien fuese con tal de que la oligarquía catalana pudiese, con sus impuestos y leyes feudales, ahogar a los campesinos y a los sufridos pageses de remensa, es decir, a la mayoría del pueblo catalán, finalmente, se hizo a Renato de Anjou, elegido Príncipe de Catalunya en 1466. Con Renato como pretendiente a liderar Catalunya, Luis XI de Francia, quien apoyaba a Juan II, cambia de bando ya que Renato era de su propia familia.

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Guerra Civil Catalana

Juan II buscaría el apoyo de los partidarios de Isabel como reina de Castilla y, tras la firma del Tratado de los Toros de Guisando, en el que Enrique IV declara heredera a su hermana Isabel, deciden que la heredera al trono de Castilla y Fernando, heredero al trono de Aragón, contraigan matrimonio. En 1472, con la capitulación de Pedralbes, acababa la guerra con medidas de clemencia y una preferencia a la Diputación rebelde ante la monárquica, permitiendo seguir en el cargo a diputados que habían sido opositores. La Generalitat quedó desprestigiada ya que los pactistas la acusaban de haber mantenido las revueltas agrarias y de la reorientación de los mercados hacia otras latitudes; las clases bajas, empobrecidas por la guerra, acusaban las medidas fiscales necesarias para recuperar la hacienda. Económicamente, la Generalitat estaba exhausta y no pudo devolver los préstamos que le habían concedido. Catalunya y, sobre todo, Barcelona no se recuperarían en dos siglos de aquella crisis económica.

Llegamos a la famosa boda de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, en lo que se entiende prácticamente como el inicio de la España actual y donde los separatistas dicen que es uno de los puntos donde Catalunya comienza a perder poder propio y a pasar éste a manos de Castilla, a la postre, de España. Sin emabrgo, y como hemos podido ver, eso a lo que los independentistas llaman Catalunya no es realmente más que señores feudales de la oligarquía catalana. Vimos también que tanto los reyes como los pueblos de Castilla y Aragón estaban mezclados desde hacía siglos y, sobre todo, lo que es más importante, que no había ninguna reivindicación nacionalista por parte de los catalanes ya que, como en el último caso que hemos tratado, la Generalitat estaba dirigida por un Trastámara e, incluso, el Condado de Barcelona fue ofrecido al Rey de Castilla, con lo cual podemos comprobar que en el siglo XV, aunque fuese por intereses económicos, Catalunya pudo querer separarse de Aragón, pero nunca de los pueblos de España.

Muchas veces esta boda es vista como la unión de dos reinos totalmente independientes y, como habéis podido ver, no es así en absoluto. De hecho, el matrimonio de los que más tarde serían conocidos como Reyes Católicos no fue reconocido por la Iglesia en un principio ya que su consanguinidad era demasiado fuerte. No hay que olvidar que compartían bisabuelos, que sus abuelos eras hermanos y sus padres primos.

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Escudo de Isabel y Fernando (1491)

Catalunya entró en el siglo XVI en muy malas condiciones. La Oligarquía quiso recuperar su economía a base de esclavizar a los Pageses. Con Fernando II (le llamaremos de aquí en adelante el Católico para que nos entendamos, a pesar de que aún no tenía dicho título), hubo una pequeña recuperación en Catalunya. En 1493 Isabel y Fernando reciben a Colón en Barcelona a la vuelta del primer viaje a América, ciudad donde, precisamente, es donde se preparó el segundo viaje a «las Indias». En 1494 se crea el Consejo de Aragón, la función del cual era asesorar al monarca en los asuntos que afectaban a aquella corona cuando él estaba en Castilla, donde pasó la mayor parte de su reinado. Es decir, Fernando dejaba un gobierno en Aragón para que «reinara» por él.

La unión de las dos coronas es tranquila hasta la muerte de Isabel de Castilla en 1504. Tras la muerte de sus hermanos Juan e Isabel y de su sobrino Miguel, Juana quedó como heredera de Castilla. Esta se había casado con Felipe, el Archiduque de Austria, y viajaron desde Flandes a jurar el cargo de Reyes de Castilla. Una vez se coronaron como reyes en la ciudad de Toledo, Felipe volvió mientras que Juana I de Castilla quedó en tierras españolas. Tal y como decía el testamento de la reina Isabel,  Juana reinaría junto a su marido pero bajo la supervisión de Fernando. El momento en el que Felipe no acepta estas condiciones y ansía el poder de reinar Castilla es cuando el Rey de Aragón decide casarse con la sobrina del Rey de Francia, Germana de Foix, con la idea de tener un hijo varón que gobierne en Aragón para que, de este modo, Felipe no tenga un excesivo poder y las Españas no queden súbditas a otras naciones. Fernando tendría un hijo, Juan, pero moriría a las pocas horas de nacer. Si no fuera porque es la muerte de un niño, diría que éste es uno de los puntos históricos más «graciosos» a los que se agarra el separatismo, al creer estos que esa prematura muerte fue la culpable de que Castilla y Aragón estuvieran juntas y, por ende, de que Catalunya esté en España.

¿Podemistas de Cristo Rey?

De niño, era bastante curioso y me gustaba ver las noticias. Nací en 1979, soy hijo de la Transición, lo que me lleva a no haber vivido el Franquismo pero sí el cambio de la España de la Dictadura a la democrática.

En uno de esos recuerdos infantiles que se quedan grabados en la mente, tengo el de cuando en la televisión hablaron, a principios de los ochenta, de los Guerrilleros de Cristo Rey, un grupo parapolicial de extrema derecha que ya apenas cometía actos vandálicos y terroristas, pero del que aún se hablaba en reportajes y documentales.

Lo cierto es que daba miedo pensar que uno podía estar en cualquier sitio y que estas personas apareciesen para lincharle. No volví a oír a hablar de los Guerrilleros de Cristo Rey hasta años más tarde, cuando estando jugando en el parque, llegaron unas personas a poner un atril y hablar de política. Eran de Iniciativa per Catalunya, nos dieron unos globos y pegatinas y aceptamos acabar el partido de fútbol y dejarles hacer el mitin.

Los mayores que había por ahí decían «estos son los del PSUC». Yo pregunté por qué ponía Iniciativa entonces y me respondieron que eran los mismos que se habían cambiado el nombre. Al PSUC yo no lo conocía tanto por la televisión sino porque había pintadas de ellos hechas a plantilla por todo el barrio.

Entre los que llegaron, había varios vecinos que conocía; uno de ellos dijo que ahora era más fácil dar discursos porque «ya no les llamaban rojos, ya todo el mundo sabía que no tenían cuernos y rabo», y porque «ya sabían que no iban a aparecer los guerrilleros de Cristo Rey».

Cuando volví a casa, pregunté a mi padre sobre todo aquello: Inciativa, el PSUC, los rojos, los cuernos y el rabo y los Guerrilleros de Cristo Rey.

Mi padre me contó que todo eso significaba que la Democracia se hacía grande, que ya todo el mundo entendía que había que oír a todos y que las discusiones se debatían en las urnas votando. No entendí del todo aquello, pero ahora sí que entiendo que mi padre tenía razón, que esas palabras significaban darle normalidad a todo.

A veces he pensado que los que nacimos más o menos en ese tiempo tuvimos la sensación de que lo hicimos en el mejor momento. Siendo pequeños, asfaltaron las calles del barrio, se normalizó la política, ya no había luchas entre fachas y rojos, no había guerra y, como decía mi padre, los problemas se resolvían en las urnas.

A día de hoy, creo que estamos yendo para atrás a marchas forzadas. El adulto que soy hoy no entiende que un grupo de extrema izquierda tratara de coartar un derecho tan fundamental como es la libertad de expresión al Presidente Felipe González y mucho menos que a alguien que estuvo en la cárcel por su lucha contra la Dictadura se le acuse de facha.

España tiene que ser valiente, no puede ser un país timorato ante este auge de la extrema izquierda. Los periódicos no deberían hablar de protestas o actos vandálicos cuando ocurren estas cosas. No es la primera vez que esto sucede pues, en estos últimos años, Rosa Díez, Albert Rivera o Mariano Rajoy, quien llegó a ser agredido, han recibido ataques terroristas por parte de la extrema izquierda. Porque eso es lo que son ataques terroristas, así se debería hablar de ellos cada vez que alguien trata de causar terror a los que asisten a charlas, conferencias o ruedas de prensa de alguien que, ejerciendo la libertad de expresión, trata de convencer a los ciudadanos de que les den su apoyo y ejerzan su libertad de voto.

Ahora debatiremos quiénes eran estos jóvenes que han querido causar terror a Felipe González y a las personas que asistían a oírle en la Universidad. Pero todos sabemos quiénes son, así como también sabemos qué partidos son los que no dan especial interés a condenar estas actuaciones. Podemos, Izquierda Unida, Bildu, CUP, ERC, BNG etc. etc. La extrema izquierda que lucha contra un enemigo imaginario que ellos llaman fascismo.

Decir que en España hay fascismo es de risa, para troncharse y mondarse. Ojalá todos los países de Europa tuvieran un porcentaje tan bajo de personas de ultraderecha como tenemos en España. Sin embargo, la extrema izquierda aprovecha ese amigo imaginario para llevar a un enfrentamiento político que cada vez está más cerca de la calle.

De niño también oí muchas veces el cuento en el que, de tanto avisar que viene el lobo, acaban no creyéndole cuando vino de verdad. Yo no quiero convertirme en ese hombre que decía que viene el lobo, pero yo creo que todos sabemos que algo duro está por llegar. Ya se está hablando de que habrá una huelga general organizada por Podemos para diciembre si Mariano Rajoy es investido Presidente. Me da miedo esa huelga, de verdad lo digo, porque hoy hay algo que hace unos años no había: partidos políticos, como los que nombré antes, que tienen apoyo popular, y estos grupos vandálicos que tiene el apoyo de algunos partidos políticos que todos sabemos.

¿Eran los asaltantes podemistas de Cristo Rey? Respondan ustedes mismos.

Iceta y Parlon, dos caras de la misma moneda

La historia del PSC, desde el inicio de la democracia, es compleja. Esta formación, dirigida por una parte de la burguesía catalana, ha tratado de hacer equilibrios entre sus dirigentes catalanistas, a menudo nacionalistas catalanes y alguna vez hasta independentistas, y sus votantes, mayoritariamente catalanes venidos desde otros puntos de España, que están totalmente en contra del nacionalismo catalán y que votan al PSC creyendo que estos y el PSOE son el mismo partido, pensando que tienen la misma ideología y los mismos fines. Pero no es así.

Las élites del PSC, burguesas y catalanistas, y sus votantes, obreros y constitucionalistas, crean la gran división del PSC. Sin embargo, en estas primarias no había esas dos corrientes sino que tanto Iceta como Parlon representan el lado nacionalista, con la única diferencia de que Iceta y su equipo representan a la visión antigua de hacer política y Parlon a la nueva. Por decirlo de modo que se entienda, Iceta es de los socialistas que le han dorado la píldora a Convergència y al Pujolismo, mientras que Parlon representa al PSC que quiere hacer lo propio con Esquerra y Podemos. Es decir, no son lo mismo exactamente, pero sí tienen el mismo fin, complacer al nacionalismo catalán.

En el PSC, los nacionalistas son los menos, pero ocupan el poder. A veces, extratégicamente, colocan de cabeza de cartel a un «charnego», como es el caso de Montilla, pero quienes les dirigen son las mismas familias burguesas. La táctica de poner a un cordobés al frente del PSC fue un gran juego de trileros para una sociedad catalana que comenzaba a despertar ante las injusticias de los gobiernos de Pujol, que habían colocado a los castellanohablantes como ciudadanos de segunda. Sin embargo, el gobierno del Tripartit, liderado por Montilla, fue el que más daño hizo a este sector de la población en un Estatut que colocaba a los castellanohablantes como ciudadanos de segunda en su propia tierra.

¿Qué pensarían ustedes si la Constitución dijese «La raza de los españoles es la blanca, pero también hay españoles de otras razas»? Yo pensaría que situa a las otras razas como de segunda categoría, ¿no es cierto? ¿O qué pensarían si el Estatuto dijese «La orientación sexual de los catalanes es la heterosexualidad pero también hay catalanes homosexuales, bisexuales o transexuales»? Yo pensaría que sitúa a estas últimas tendencias sexuales como de segunda categoría o minoritarias. ¿Y si cualquier constitución europea dijese que la religión de la nación es la católica, aunque también hay europeos que tienen otra religión? Yo pensaría que se coloca como ciudadanos de segunda a los no católicos. Pues, bien, el Estatuto de Catalunya del PSC de 2006, en el artículo 3 apartado 2º, dice que: El idioma catalán es el oficial de Cataluña, así como también lo es el castellano.  Lo que, obviamente, sitúa a los castellanohablantes como catalanes de segunda categoría.

Ya contaba Oriol Bohigas en Entusiasmos compartidos y batallas sin cuartel, que Joan Reventós, presidente de Convergència socialista, le advirtió del «peligro de un triunfo en solitario del PSOE en Catalunya». En aquella época, la Federación Catalana del PSOE tenía gran implantación social, pero no era nacionalista, mientras Reagrupament era nacionalista pero no tenía apoyo social. De este modo, Joan Reventós entiende que la única salida es aliarse con el PSOE pues así conseguía los votos de las personas que votaban a Felipe González y se los llevaba a una formación en realidad nacionalista. El propio Reventós escribiría en sus memorias inacabadas Tal com ho vaig viure (Tal y como lo viví) que: «Los socialistas nos hubieran partido en dos mitades. Y preferí la hegemonía de Pujol».

Quizá habría que dedicar una entrada de blog únicamente a Reventós para entender del todo lo que sucedió a finales de los setenta y principios de los ochenta y cómo el PSC ha hecho funciones de centrifugadora para recoger votos de obreros constitucionalistas, venidos del resto de España, para utilizarlos para los nacionalistas catalanes y burgueses, con algo tan ilógico como el propio Reventós escribió también en sus memorias y donde decía defender «La igualdad del género humano; la consciencia de la persona como sujeto de derechos y deberes; la identidad nacional de mi pueblo y mi país, Cataluña; la democracia, basada en las libertades individuales y nacionales, como mejor sistema político«.

¿La igualdad del género humano tratando a los que vinieron desde otros puntos de España como ciudadanos de segunda? ¿Socialismo y nacionalismo a la vez?

El PSC unió sus siglas en los primeros años (PSOE-PSC) para, una vez todos pensaran que era lo mismo, hacer desaparecer las siglas del partido nacional y quedarse sólo con PSC, Partit dels Socialistes de Catalunya. ¡Ojo! No Partido Socialista Catalán, sino Partido de los Socialistas de Catalunya, suprimiendo, por supuesto, la O de Obrero porque en el PSC nunca hubo obreros hasta que los andaluces, murcianos y extremeños entraron en política, normalmente para atraer votos pero sin aspiraciones políticas, a no ser que se catalanizaran. Desde luego, ni Reventós, estudiante en el Colegio de los Jesuitas de Sarrià y con residencia en el barrio de clase alta de Sant Gervasi, ni ninguno de los suyos eran obreros. Además, cabe destacar que el símbolo escogido por el PSC resalta la C, siendo más gruesa que la P y la S, para dejar a las claras que es más importante Catalunya que ser el Partit dels Socialistes.

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El PSC ha estado en muchas de las intrigas palaciegas. En 1999, del mismo PSC, salieron las denuncias a dos colaboradores para que Josep Borrell no fuese secretario general del PSOE. De ese modo, como escribió Antonio Robles en su obra, Del fraude histórico del PSC al síndrome de Catalunya, «había que acabar con el líder socialista catalán que no se avergonzaba de ser español, de ser de izquierdas y de considerar el nacionalismo como un instrumento de la burguesía».

Curiosamente, este hecho se vendió al revés, como la muestra evidente de que las élites no querían que España fuese gobernada por un catalán.

El PSC comenzó su decadencia cuando los obreros de la zona metropolitana y de los de los pueblos costeros de Tarragona comenzaron a ver que Ciudadanos les representaba más y mejor. Desde entonces y observando la bajada de votos, han tratado de cambiar su ruta y separarse del nacionalismo catalán, pero es una pose, lo sabemos, pues ya nos han engañado con el mismo truco otras veces. Por eso, el PSC ha pasado de ser la primera fuerza en Catalunya a ser la cuarta, tras Convergència, Esquerra y Ciudadanos y, por este motivo también, personas que estaban en el PSC han formado una plataforma para hacer un Partido Socialista no nacionalista para Catalunya. De este modo, para estas primarias, han puesto como rival de Iceta a Parlon, que es aún mucho más nacionalsita que él, para que dé la sensación de que ha vencido el que no es nacionalista, pero que todos sabemos que sí lo es.

 

Fuente de la fotografía de portada: lavanguardia.com

Conversos y renegados. La historia del nacionalismo catalán (VII) El catalanismo político

Tras el fracaso de la I República, liderada, como hemos leído en anteriores entregas (podéis encontrar la última de ellas, titulada «Más se perdió en Cuba«, aquí), por muchos catalanes, la Restauración Borbónica, comandada por Alfonso XII, y la pérdida de las colonias, el nacionalismo catalán comenzó a tomar diversas formas. Como ya hemos dicho, Almirall, uno de los padres del catalanismo, finalizó sus días siendo contrario al separatismo e, incluso, al nacionalismo, aclarando que él era un simple regionalista. El despertar de la conciencia nacional abordaba diferentes formas de nación pues para Víctor Balaguer, por ejemplo, era la herencia de la Corona de Aragón la que renacía.

Sin embargo, volveremos al Almirall de la época (1874) para encontrar uno de los constantes «ticks» del catalanismo, el culpar de todo a Castilla (a Madrid, que se dice ahora). Curiosamente, los esfuerzos políticos de Almirall nunca culminaron en un gran movimiento y serían otros los que recogerían sus esfuerzos. Su testigo fue tomado por unos jóvenes conservadores, entre los que se encontraba Enric Prat de la Riba, quien supo organizarse y forjar el primer nacionalismo político consolidado en Catalunya.

Para observar claramente la evolución del catalanismo, hay que leer tres obras separadas por el tiempo: Lo Catalanisme de Almirall, que supondría sus cimientos; El Regionalismo de Mañé i Flaquer (1887), su construcción y La Nacionalitat Catalana de Prat de la Riba (1906), que sería la culminación del proyecto nacionalista catalán. Innegablemente, la obra de este último es revolucionaria ya que considera que España no es una nación sino un estado y que la nación de los catalanes es Catalunya. «El Estado es como una máquina, inorgánico, inanimado, como un conjunto de bancadas de hierro(…)dentro de esta concepción de Estado, la provincia no tiene substancia propia, no es nada, ni es sólo una parte; es un trozo, es un fragmento».(…)Cataluña no solamente tiene una lengua, un derecho, un espíritu y un carácter nacionales, sino que tiene también un pensamiento nacional”.(…)”Nosotros no dudábamos, no. Nosotros veíamos el espíritu nacional, el carácter nacional, el pensamiento nacional; veíamos el derecho, veíamos la lengua; y de lengua, derecho y organismo, de pensamiento, carácter y espíritu nacionales sacábamos la nación, es decir, una sociedad de gentes que hablan una lengua propia y tienen un mismo espíritu”(…) ”La sociedad que da a los hombres todos estos elementos de cultura, que los liga y forma con todos una unidad superior, un ser colectivo informado por un mismo espíritu, esta sociedad natural es la NACIONALIDAD”.

Para Prat de la Riba, la naturaleza propia hace de Catalunya una nación. Desde este momento, los ciudadanos deben dejar de serlo, dejar de ser personas libres para pensar y actuar de forma nacional y quien no sea nacionalista no es catalán o no un buen catalán. ¿Les suena?

Una Cataluña libre podría ser uniformista, centralizadora, democrática, absolutista, librepensadora, unitaria, federal, individualista, estatista, autonomista, imperialista, sin dejar de ser catalana. Son problemas interiores que se resuelven en la conciencia y en la voluntad del pueblo, como sus equivalentes se resuelven en el alma del hombre, sin que hombre ni pueblo dejen de ser el mismo hombre y el mismo pueblo por el hecho de atravesar esos estados diferentes”.

Es decir, Catalunya debe decidir libremente y ser Catalunya por encima de lo que acontezca después. De hecho, Prat de la Riba, como hemos visto, no descarta una Catalunya absolutista pues no hay que olvidar que era muy de derechas, conservador y colonialista. Para de la Riba, lo importante es ser nacionalista catalán y cuestiones como la libertad y la diversidad son asuntos secundarios que los catalanes decidirán como mejor les convenga.

Una sociedad de gentes que hablan una lengua propia y tienen un mismo espíritu que se manifiesta uno y característico”, con estas palabras, obviamente, apuesta porque en esa Catalunya libre sólo serán catalanes los que, no sólo sean catalanistas, sino que también aporten la lengua y la raza catalanas. No es cuestión de buen gobierno ni de administración; no es cuestión de libertad ni de igualdad; no es cuestión de progreso ni de tradición: es cuestión de patria”(…)¿Quién decide en Cataluña? La nación catalana ¿Y quiénes la componen? Los que hablan catalán y comparten el espíritu nacional.(…)”La raza es, pues, otro elemento importantísimo. Ser de una raza quiere decir tanto como tener el cráneo más o menos largo o amplio, alto o achatado, poseer un ángulo encefálico más grande o más pequeño, ser de complexión orgánica fuerte débil, ágil o pesada, delicada o grosera, estar inclinado a tales pasiones o vicios o a tales cualidades o virtudes”.(…)Era menester acabar de una vez y para siempre con esta monstruosa bifurcación de nuestra alma; teníamos que saber que eramos catalanes y sólo catalanes. Esta obra, esta segunda fase del proceso de nacionalización no la hizo el amor, sino el odio».

Prat de la Riba, el mismo Prat de la Riba que tiene hoy calles y plazas en Catalunya, no sólo tenía inclinaciones racistas y xenófobas sino que, como todos los grandes nacionalistas, creía que su pueblo era el elegido y que había un toque mesiánico en todo su proceso. De este modo, asegura que » La transformación de la civilización latina en civilización catalana, es un hecho que por sí solo, sin necesidad de ningún otro, demuestra la existencia del espíritu nacional catalán» Y no hay que olvidar que llegó a decir que:«La religión catalanista tiene por Dios la Patria».

Lo que no consiguió Valentí Almirall, transformar todo el catalanismo en herramienta política (republicana y de izquierdas) lo conseguiría la Lliga Regionalista (burguesa y conservadora). La Lliga se creó de la fusión del Centre Nacional Català y la Unió Regionalista. En sus primeros pasos, el nuevo partido no manifestó ningún tipo de nacionalismo. De hecho, en las primeras reuniones, descartaron los términos nacionalista y catalanista por considerarlos demasiado extremistas. En el partido había intelectuales que aportaban las ideas e industriales que ponían el dinero. Los miembros de la Lliga provenían de herencia monárquica y, aún en aquellos entonces (1904), Ignacio Girona, uno de sus fundadores, cerró un discurso a  Alfonso XIII en una visita a Barcelona con las palabras: «¡Viva Alfonso XIII! ¡Viva el Conde de Barcelona! ¡Viva el Señor Rey de España!»

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Sello Lliga Regionalista

De hecho, los republicanos catalanes acusaban a la Lliga de ser «la sucursal en Catalunya del partido español conservador de centro». Lo cierto es que la ambigüedad del partido era una de sus señas de identidad. Lo que sí consiguió la Lliga y que ha llegado hasta nuestros días es crear el estado de conciencia de que Catalunya era un pueblo oprimido. El catalanismo creaba sentimientos de ofensa a los catalanes que luego servirían para reclamar beneficios políticos en Madrid. Sobre esto, Joaquín Samaruc escribía en su obra Cien años de Catalanismo. La Mancomunitat catalana «Era el aprovechamiento de los acontecimientos, por ellos provocados, para favorecer sus fines partidistas; astutamente, la Lliga Regionalista ha aprovechado siempre todas las coyunturas para hacer creer a los catalanes la fábula de la antipatía que sienten, por Catalunya, los demás españoles(…)Los triunfos que significaban tales concesiones, en vez de obrar como sedativos, producían en los regionalistas el efecto de enérgicos estimulantes».

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Cien años de Catalanismo (Joaquín Samaruc)

La Lliga aprovechó, primero entre 1901 y 1906, cuando era el único partido catalanista, y después, entre 1916 y 1919, cuando su dominio era abrumador, para convertirse en la única voz de Catalunya. Así que, en ese tiempo, hablaban como si ellos y solamente ellos pudieran hablar por y sobre Catalunya con derecho. Aunque tal afirmación no era real, en Catalunya, como en el resto de la nación, los problemas y rivalidades entre derecha e izquierda eran notables. Catalunya, que había sido históricamente muy católica, estaba en vías de desconfesionalización. Había catalanes que soñaban con la unión de los pensamientos catalanistas y otros, sin embargo, creían que era mejor mantener las distancias. De todos modos, la necesidad de unión hacía que las tendencias acostumbraran a ser centristas.

La unidad de los partidos catalanistas sí fue posible en la coalición que fue llamada Solidaridad Catalana y que barrió en 1907 a los partidos no regionalistas. También hubo unión en casos puntuales, como en la campaña a favor de La Mancomunidad (1911-1914), en la que se apostó por la unión de las Diputaciones de Barcelona, Girona, Lleida y Tarragona en un gobierno regional o autonómico. Lo mismo sucedió en el caso de la campaña pro Estatuto de Autonomía de 1919. Las izquierdas españolas no lucharon contra la hegemonía del catalanismo ya que lo veían como un colaborador para acabar con la monarquía. Sin embargo, el hecho de que muchas fuerzas izquierdistas catalanas no estuvieran del lado de la izquierda española favorecía en las elecciones generales a las fuerzas de derecha, además de que eran incapaces de controlar una cada vez más desbordada conflictividad social que llevó a casos como La Setmana Tràgica, una revuelta de las familias más humildes hacia algunas de las más pudientes de la que ya hablaremos en otras entradas.

La Lliga fue práctica, eran religiosos pero no se hablaba de cristianismo; su catalanismo nada tenía, en principio, nada que ver con la religión sino con la lengua. Eran monárquicos de hecho pero no excesivamente tradicionalistas y aprovecharon las deficiencias de los servicios públicos para tratar de unir en un mensaje las necesidades de Catalunya y el catalanismo en sí. Aspirar a escolarizar a los más humildes significaría también enseñarles la lengua, la cultura y, por qué no decirlo, las historias inventadas catalanas.

El federalismo catalán, popularizado por Rovira i Virgili en 1917 como autonomismo conservador de la Lliga, se distinguía por un proyecto para España adecuado al autogobierno de Catalunya y exigiendo un cambio constitucional. El fracaso de la gran campaña autonomista de finales de 1919, en el contexto de la independencia de muchas nacionalidades europeas, dominadas antes del final de la Primera Guerra Mundial, demostró que era inviable la estrategia de Francesc Cambó. La lucha de clases acentuada entre 1919 y 1923 redujo el reformismo catalanista y dejó a partidos y sindicatos de izquierda, incluida la CNT, fuera del catalanismo.

El peligro que para la Lliga suponían las revueltas de izquierdas, el socialismo proveniente de las ideas de la Revolución Rusa de 1917 y la reciente creación del Partido Comunista Español en 1920 hizo que la burguesía catalana y la Lliga regionalista buscaran un salvador para sus intereses y eligieran para ello al capitán general de Catalunya Miguel Primo de Rivera. «Una sociedad en la cual la avalancha demagógica sindicalista pone en grave peligro ideales e intereses se resignará a todo con tal de sentirse amparada» diría Francesc Cambó. Las clases altas catalanas recibieron el golpe con gran alegría. La Cámara de Comercio e Industria de Catalunya, así como también demás organizaciones patronales, apoyó al Dictador. Josep Puig i Cadafalch,  presidente del gobierno catalán, escribió una nota que saldría en la prensa: «entre un hecho extralegal y la corrupción del sistema, la Lliga opta por lo primero» .

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Miguel Primo de Rivera

La Lliga no fue el único partido catalán que apoyó el golpe de Estado de Primo de Rivera, sino que también lo hizo la Unión Monárquica Nacional, liderada por Alfons Sala i Argemí.

Las primeras medidas que tomó el Directorio Militar estuvieron encaminadas a intentar controlar los Sindicatos Únicos de la CNT. Éste declaró el Estado de Guerra, primero en Catalunya y luego en el resto del país, aprovechando la oportunidad que le brindó el asesinato del verdugo de Barcelona. Los Sindicatos Únicos fueron prohibidos, lo que supuso el hundimiento de la CNT, que estaba muy debilitada por la intransigencia patronal. Sin embargo, Primo de Rivera comenzó a ejecutar medidas anticatalanistas y acabó perdiendo el apoyo de los partidos catalanes.