La izquierda, los moderados y los extremistas

La historia interminable de las batallas derecha-izquierda en España es, a mi opinión, uno de los grandes lastres de nuestro país. He vuelto a pensar en ello cuando, en estos días y ante los próximos Congresos Nacionales de los cuatro partidos grandes, se ha oído el debate de que, si como sucede en Francia, sería bueno que los simpatizantes pudieran elegir a los dirigentes de los partidos políticos tras previo pago de una pequeña cuota. La idea no tiene por qué ser mala, pero creo que, en el frontismo con el que vivimos en España, no serían pocos los que pagarían esa cuota solamente por votar al peor de los candidatos del rival.

Sé que esto es hacer una caricatura pero realmente creo que en este país, antes de ir a un método como el francés, necesitamos más años de experiencia democrática dado que, a día de hoy, la mayoría prefiere un mal rival y no, como sería más lógico desear, que los mejores candidatos de todas las ideologías compitieran por ser el Presidente del Gobierno.

Desde que con la Transición comenzaron las encuestas, hemos vivido la paradoja de que rara vez el candidato más valorado pertenece a la fuerza que lidera las encuestas. Es obvio que, en parte, eso se deba a que los clásicos rivales siempre puntúan bajo al líder del partido rival, favoreciendo a los que no molestan, ni a unos ni a otros. Eso llevó a que en la época del CDS de Suárez, el que fuera primer Presidente del Gobierno, puesto que era el político más valorado aunque pocos le pensaban votar, dijese aquello de: «Queredme menos y votadme más». Algo parecido le sucede ahora a Albert Rivera, al que los españoles consideran el mejor candidato posible, a pesar de que Ciudadanos sea la cuarta fuerza más votada.

Sobre ese panorama, los partidos tienen la opción de extremarse más, lo que les puede llevar a un éxito  inmediato o, por el contrario, tratar de que ese frontismo acabe, por más que los réditos electorales traten más tiempo en llegar. Imagino que, si el fin de los partidos, sobre todo de los nuevos, es cambiar la sociedad, deberían apostar por lo segundo a pesar de esa máxima que dice que, desde la oposición, no se pueden cambiar las cosas o al menos es muy difícil.

Tras las últimas elecciones, hemos visto que las distancias entre los pensamientos ideológicos de los españoles están cada vez más distantes y que los enfrentamientos derecha-izquierda están latentes, incluso dentro de los partidos. En el Partido Popular hay voces críticas que consideran que los Populares son el partido de derechas menos de derechas de Europa y apuestan por crear una formación (muchos sueñan que capitaneada por Aznar) de verdadera derecha. En el PSOE es donde la ruptura es mayor ya que muchos ven como una ofensa haber dejado gobernar a Rajoy, mientras otros creen que lo verdaderamente inadmisible hubiera sido llegar a un acuerdo con Podemos. En el partido morado, los errejonistas no acabaron de entender por qué no permitieron que gobernara Pedro Sánchez con el apoyo de Ciudadanos, permitiendo, de este modo, un nuevo gobierno de Mariano Rajoy y en C’s hay discusiones internas sobre si el partido debe seguir proyectándose desde el centro-izquierda o, contrariamente, dar un paso a la derecha para competir con el Partido Popular.

Lo más curioso es que exista esta batalla derecha-izquierda en todos los partidos, cuando las encuestas dicen que en una escala del 1 (extrema derecha) al 10 (extrema izquierda) la mayoría se sitúa en el 5, aunque no es menos cierto que en las calles es más fácil encontrar personas que se declaran de izquierdas que de derechas. Una vez, un compañero de partido me dijo que en España había personas de izquierdas y personas que votaban a la derecha, pero que no hay casi personas que digan ser de derechas y creo que está en lo cierto.

Imagino que esto se debe a que hay una irreal forma de ver las cosas. Flota en el ambiente que la izquierda encarna la generosidad, la justicia, la cultura y la libertad y que la derecha representa el egoísmo, la avaricia, el despotismo y la opresión, lo que lleva a la izquierda a una superioridad moral que, incluso, hace que, para los extremistas de izquierda, una izquierda moderada sea en realidad derecha, es decir, a sus ojos son egoístas, avaros, déspotas y opresores. Sin embargo, en la extrema izquierda, en el lado más radical de Podemos, por no hablar ya de en la izquierda nacionalista, hay comportamientos que se acercan más a esos adjetivos que los que se pueden encontrar en la izquierda y en la derecha moderada.

Buscar el equilibrio debería ser el objetivo de la mayoría de partidos. Ciudadanos es, sin duda, quien está más cerca de ello, a pesar de que muchos, incluido yo, somos de la opinión que el nuevo ideario y algunas de las apuestas de futuro podrían hacer que lo perdiéramos. Esto se ve también como una lucha  entre el sector Liberal y el Social-Demócrata, cuando yo creo que no se trata de etiquetas, sino de no coger el camino equivocado.

Yo soy cercano a  la izquierda moderada, entendiéndola como una corriente que pretende reconstruir la sociedad sobre unos postulados racionales; una lucha por tener una sociedad mejor que la que hay, con más igualdad, más justa, teniendo en cuenta que, como izquierda, entiendo también los primeros movimientos de los liberales y su intento de sentar las bases de un Estado, secuestrado en aquel momento por la invasión francesa, pero que también lo estaba con los reyes absolutistas. Todo ello, aceptando que hay unas instituciones existentes a las que respetar, pero observándolas desde postulados racionales y siendo conocedores de la imperfecta naturaleza humana.

Sin embargo me siento muy lejos de la izquierda sectaria, dogmática y muchas veces anti-española, que fue responsable de que la Restauración no cuajara, que apoyó la dictadura de Primo de Rivera, que llevó al traste las posibilidades de la República en cuestiones como la Revolución del 34 y que fue muy responsable de que en este país hubiera una Guerra Civil, en la que el bando republicano acabó en manos del dominio soviético de Stalin y sacando del país gran parte de su patrimonio;  lejos también de la izquierda que no hizo dura oposición a Franco, que trató de llevar al traste la Transición y que ya en democracia utilizó el terrorismo de Estado, asesinando a españoles sin juicio de por medio; y, por supuesto,  lejos también de la izquierda vendida al nacionalismo, que no defiende la igualdad entre todos los españoles y que, en ciertas autonomías, apuesta porque haya ciudadanos de primera (los nacionalistas) y de segunda.

Portada: El abrazo de Juan Genovés.

¿Formará Aznar un nuevo partido de derechas?

La neutralidad en política no existe, es inevitable que nuestra ideología, nuestra corriente de pensamiento haga que nuestro enfoque no pueda hacerse de modo neutro. Sin embargo, creo también que es un ejercicio interesante tratar de acercarse a esa tan difícil neutralidad.

En estos últimos tiempos, la actualidad política, tanto nacional como internacional, comienza a ser preocupante. Los populismos, esa forma fina de llamar a la extrema izquierda y derecha, comienzan a avanzar y Europa, y en realidad todo el mundo, comienza a hacer un claro retroceso en la mentalidad democrática que, desde el fin de la II Guerra Mundial, había ido siempre en aumento.

Dependiendo de la idiosincrasia del país, están creciendo los extremismos, tanto por el lado derecho como el izquierdo, pero la historia nos dice que estos polos opuestos se atraen y que, muy probablemente, donde hay extrema derecha, como sucede en Austria, por poner un ejemplo, acabará naciendo una extrema izquierda y, del mismo modo, donde hay extrema izquierda, como en el caso de España, nacerá una extrema derecha.

¿Por qué en España no hay extrema derecha fuerte a día de hoy? En mi opinión, por dos grandes cuestiones: una, que el recuerdo del franquismo hace difícil que pueda nacer una extrema derecha de un modo moderno (dentro de lo antiguo que es este pensamiento) y, dos, porque el sitio de la extrema derecha en España lo ocupan los nacionalistas. Bildu, ERC, BNG, CUP, etc. son la extrema derecha española, por más que se coloquen la camiseta de antifascistas ya que, en su perversión del pensamiento, el fascismo sólo es español y, por eso, cuando se dicen antifascistas, en realidad quieren decir antiespañoles.

Sin embargo, por más que desde la muerte de Franco se haya intentado crear una extrema derecha en España, hasta ahora ha sido imposible que esta tenga respaldo, salvo el escaño que consiguió Blas Piñar. Desde el lado más izquierdista, se achaca eso a que el sector de la extrema derecha lo controla el Partido Popular. Sobre este tema ya hemos hablado alguna vez y, repito, a mi entender, lo único a lo que creo que tengo que estar agradecido al PP es en haber centrado sus pensamientos y en haber conseguido que los que estaban en la extrema derecha voten a un partido de centro derecha acabando, de este modo, con ella, cuestión que ojalá hubiese conseguido el PSOE con la extrema izquierda y no tendríamos que lidiar, a día de hoy, con partidos que rozan lo anticonstitucional y lo antidemocrático, como Podemos.

La falta de neutralidad es lo que crea los extremos. Me hace gracia que muchas personas acepten como verdad que el PP sea un partido de extrema derecha, del mismo modo que aceptan que el PSOE no es verdaderamente de izquierda. Ese pensamiento es el que ha conseguido que nazca la extrema izquierda en España y el que, con el tiempo, conseguirá que nazca una extrema derecha real, como está ocurriendo ya en muchos países de Europa. Una extrema derecha que, como en el caso de Alemania, culpa directamente a Merkel de ser la culpable de los atentados de Berlín.

En nuestro país, hay un sector del Partido Popular que está contrario a su partido (José María Aznar, entre ellos) por haber dejado de hacer políticas de derecha. En mi opinión, el gobierno de Rajoy no hace políticas ni de derechas ni de izquierdas, hace políticas de gobierno por encima de las ideologías, algo que molesta al lado democristiano de los azules. ¿Será éste el comienzo de una nueva formación situada a la derecha del Partido Popular? El tiempo lo dirá, pero cuesta trabajo pensar que España vaya a quedar libre de esta corriente de pensamiento que está naciendo en toda Europa y, por supuesto, también en los Estados Unidos.

El hecho de que Aznar haya abandonado la presidencia de honor del PP ha creado la expectativa a muchos de que en España pueda nacer un partido más a la derecha del PP. No sé si a corto plazo esto es posible, pero quizá no estaría mal pues podría ser que esto nos pudiera acercar al estilo de otros países como Dinamarca, en los que hay hasta 9 partidos medianos y donde ninguno de ellos llega al 25% de los votos, lo que obliga a realizar gobiernos de coalición. En este caso, también tengo otra pregunta: ante el paso al extremo centro de Ciudadanos, ¿hay en España sitio para un partido de centro izquierda moderno?

De indepes y constitucionalistas

La nación no es una esencia por encima del individuo, sino un pacto de individuos que se convierten en ciudadanos por mor del pacto. La nación española, tal y como la conocemos a día de hoy, proviene de cuando las ideas liberales se oponen a la España tradicional en la que los españoles eran súbditos de un rey. La Constitución de la Pepa de 1812 nace con la idea de legitimar un estado de ciudadanos libres e iguales.

Los liberales españoles, influenciados por los pensamientos de la Revolución Francesa y la Ilustración, tratan de redactar una constitución que acababa con el conservadurismo de la sociedad española. A día de hoy, muchos dirán que esa Constitución no era justa porque no la votaron personas elegidas por el pueblo, sino una serie de burgueses e, incluso, aristócratas. En efecto, fue así, pero eso no quita que para su época fuese revolucionaria.

Lo que también nació en aquella época, sobre todo durante las luchas contra el ejército de Napoleón, fue el nacionalismo español, que por entonces tuvo especial aceptación en Catalunya y Euskadi, debido a que esas tierras se convirtieron en campos de batalla dada su posición fronteriza. El nacionalismo español nace el día en el que los españoles que siempre habían querido un buen rey bueno y les daba igual que fuese español o no, ante el secuestro de Carlos IV y Fernando VII en Bayona, defienden al Infante por español y, obviamente, no por buen rey ya que era sólo un niño.

Desde entonces, los conservadores lucharon por mantener los privilegios de los Reyes, Iglesia y Ejército frente a los liberales que mantenían que los soberanos del país debían ser los ciudadanos. Cuando la monarquía comenzó a aceptar las ideas liberales, los nacionalistas del bando carlista quisieron conservar el poder de monarca e Iglesia con el lema de «Dios Patria y Rey». Sin embargo, en la II Guerra Carlista unieron a ese lema la palabra «Fueros», es decir, que los impuestos se quedaran en las tierras. De ahí nace el nacionalismo catalán del cual es heredero el de hoy en día.

El nacionalismo no es ni bueno ni malo. El nacionalismo es excluyente o, sencillamente, ¡no es! No se puede ser nacionalista y decir que se quiere la armonía con los demás pueblos pues el nacionalista piensa única y exclusivamente en su pueblo o en los que considera su pueblo. El nacionalismo no es sinónimo de patriotismo: los patriotas aman a su pueblo, los nacionalistas odian el de los demás. Obviamente, eso no podemos hacérselo entender a un nacionalista, hablar con un nacionalista es chocar contra una pared ya que un nacionalista es incapaz de pensar que tú no lo eres también. Si no eres nacionalista catalán, eres nacionalista español, no hay más.

En Catalunya se está educando a los jóvenes, no ya para que detesten lo español, sino para que llamen español a todo cuanto detestan. En la lógica separatista, si no eres nacionalista catalán, eres nacionalista español y eso te hace, por ende, un aficionado a los toros, al flamenco y a comer jamón (puede que en eso tengan razón). De modo que el no ser nacionalista catalán es señal de que te gusta ver sufrir a los toros, porque eres nacionalista español y a los nacionalistas españoles le gustan los toros… Así es la lógica indepe.

La misma lógica que dice que si no hablas en catalán es porque te gusta hablar en castellano y hablas en castellano porque es el idioma en el que Franco hablaba, de modo que no hablas catalán porque eres nacionalista español que hablas castellano como Franco. Porque, claro, Franco es español y La Pasionaria, Carrillo… «¿Eran españoles?», te preguntas.¡No! Ellos eran comunistas y los comunistas no son españoles, por más que nazcan en España, españoles son sólo los fascistas y, si defiendes la Constitución, eres un franquista, por más que la Constitución fuese el poner la losa definitiva en la tumba de Franco.

No importa ni siquiera que los procuradores en Cortes del búnker franquista dijesen en el Congreso que, con la reforma política de la que nacería la Constitución, se mataba a Franco otra vez.  ¿Eres constitucionalsita? Eso es lo mismo que ser franquista. Hoy en día todos son fascistas, todos, los del PSOE, los de Ciudadanos, los del Partido Popular… Un hombre andaluz de izquierdas que huyendo de los caciques acabó en Catalunya es a día de hoy sospechoso de ser un fascista. Sin embargo, un hombre catalán que salía a aplaudir a Franco en los desfiles de Barcelona no. Esa es la paradoja.

¿Qué es el populismo catalanista? Pasarse el día entero hablando de Catalunya, pero no hablar nunca de los catalanes. ¿Y por qué no se habla de los catalanes? Porque a los separatistas sólo les preocupan los catalanes que siguen el Procés, y no los que, como dijo Forcadell, no son el pueblo catalán, sino el enemigo.

Y quemar la Constitución se convierte en un acto patriótico; esa Constitución que permite a los que la queman que la puedan quemar, esa Constitución que permite a los anticonstitucionalistas tratar de amedrentar a los que libremente celebran una festividad.

Lo que pasa en Cataluña

Hace unas semanas, criticaban a Inés Arrimadas por decir que llevaba escolta porque todo el mundo sabe «lo que pasa en Catalunya». ¿Qué pasa en Catalunya? Si bien es cierto que en Catalunya no te pegan por hablar en castellano por la calle ni por todas esas chorradas típicas que en ocasiones se dicen… la verdad es que en Catalunya sí hay unos nacionalistas que  hablan mucho de libertad pero que, cuando una ciudad como Rubí libremente decide celebrar el Día de la Constitución, planean un escrache, un acto intimidatorio… Después dicen que por qué los constitucionalistas no protestan, que por qué no nos manifestamos, que por qué no decimos lo que pensamos… pues, por eso, porque en Catalunya mucha gente tiene miedo y lo tiene porque hay quien trata de que tengas miedo. Eso es a lo que se refería Inés Arrimadas cuando dijo que todo el mundo sabe «lo que pasa en Catalunya». 

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No voy a volver a escribir sobre lo que es para mí la Constitución, pero sí sobre lo que significa la democracia y la libertad, porque la tan machacada libertad de Catalunya en realidad significa libertad para que las familias de siempre, para que los burgueses nacionalistas, hagan y deshagan como hicieron siempre; para que los independentistas que antes fueron catalanistas, antes franquistas, antes monárquicos y antes regionalistas sigan teniendo el poder.

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Pedir hacer un referéndum, a la vez que se trata de intimidar a una de las dos opciones de voto, quita toda pequeña posibilidad de defender que una votación ilegal y anticonstitucional pueda ser justa y lo peor es que no se trata de la primera vez que ocurre en Catalunya. En 2006 se linchaba (literalmente) a los que, sin medios y sin partidos políticos que les apoyaran, pedían el No a un estatuto que, entre otras cuestiones, dejaba a los castellanohablantes como ciudadanos de segunda.

¿Qué pensarían ustedes si la Constitución dijese “La raza de los españoles es la blanca, pero también hay españoles de otras razas”? Yo pensaría que sitúa a las otras razas como de segunda categoría, ¿no es cierto? ¿O qué pensarían si el Estatuto dijese “La orientación sexual de los catalanes es la heterosexualidad, pero también hay catalanes homosexuales, bisexuales o transexuales”? Yo pensaría que sitúa a estas últimas tendencias sexuales como de segunda categoría o minoritarias. ¿Y si cualquier constitución europea dijese que la religión de la nación es la católica, aunque también hay europeos que tienen otra religión? Yo pensaría que se coloca como ciudadanos de segunda a los no católicos. Pues, bien, el Estatuto de Catalunya de 2006, en el artículo 3 apartado 2º, dice que: El idioma catalán es el oficial de Cataluña, así como también lo es el castellano. Lo que, obviamente, sitúa a los castellanohablantes como catalanes de segunda categoría.

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Se celebró el referéndum del Estatut, el cual se aprobó por amplia mayoría, pero menos de la mitad de los catalanes fueron a votar. Políticamente, era una victoria legítima pero la realidad era que solamente uno de cada tres ciudadanos había votado a favor del nuevo Estatut. Esa situación de secuestro del Parlament, en la cual no se representaban los pensamientos del pueblo, dio alas en aquel momento a la formación de Ciutadans.

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Desde entonces hasta hoy, desde el nacionalcatalanismo se intenta intimidar a Ciudadanos, al Partido Popular, a Societat Civil Catalana, a la Plataforma Pro Selección Española y a tantas y tantas formaciones constitucionalistas que defienden el seguir siendo lo que siempre fueron, catalanes y españoles por igual.

Hacer un escrache a un acto de celebrar la Constitución, que es madre no ya sólo del Estatut, sino también de todas las libertades de las que se aprovechan los que tratan de intimidar a los constitucionalistas, es un acto totalmente lamentable. Un acto que se realiza con el objetivo de intimidar a los que, libremente, quieren celebrar por primera vez en Catalunya el Día de la Constitución.

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Lógicamente, ni yo ni supongo que la mayoría nos vamos a amedrentar. Lo siento mucho por esta gente, pero yo vengo de familias valientes. Mi bisabuelo se dejó fusilar por los nacionales para que no mataran a su hijo, mi tío se jugó la vida llevando propaganda comunista de Francia a España y mi padre estuvo en las luchas obreras colaborando con UGT y el PSOE, aún en plena dictadura. De modo que yo, en democracia, no me voy a esconder ante los que hacen un dibujito dando un puñetazo a la Constitución (a los constitucionalistas, como clara metáfora).

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Es muy triste lo que pasa en Catalunya, pero más triste es que los que nos sentimos catalanes y españoles, los que defendemos la legalidad, los que defendemos la Constitución y el Estatuto nos escondamos y menos que lo hagamos porque un grupito quiere causar terror. A mí no me dan miedo, ya subieron a mi balcón para quitarme las banderas catalana y española que tenía puestas y, por eso, estaré allí en el ayuntamiento de Rubí, para celebrar que mi ciudad es valiente, que hemos dado un paso adelante, porque la resistencia, la Catalunya constitucionalista, está perdiendo el miedo.

A vueltas con el Día de la Constitución en Rubí

En mi entrada de hace unos días, aplaudía como constitucionalista que mi ciudad Rubí celebrara el Día de la Constitución. Entre otras cosas, indiqué que el PSC de Rubí, mostrando su constitucionalidad, se acercaba más al pensamiento de sus votantes, constitucionalistas en su mayoría.

A mí no se me caen los anillos a la hora de alabar las cuestiones buenas que hacen formaciones a las que yo no he votado. De hecho, en lo que al tema constitucionalista se refiere, también he de alabar al PP, el único partido en el que, junto a Euzkadiko Ezkerra, algunos de sus miembros votaron en contra de esa Constitución y que ahora ha moderado su discurso.

Sin embargo, todas las fuerzas que se han mostrado anticonstitucionalistas han tratado de señalar la celebración como algo que realmente no es. Los partidos nacionalistas enfocan dicha celebración como una suerte de fiesta «españolista» que, obviamente, no es, pues el 6 de diciembre es un día de ciudadanía que poco tiene que ver con la mirada que otros quieren dan.

La Constitución fue redactada y votada por miembros de la mayoría de partidos, entre ellos socialistas, comunistas y nacionalistas vascos y catalanes. Se hizo por consenso y obvio es que todas las partes tuvieron que ceder. La Constitución no es perfecta para ninguno de nosotros y ese es su gran valor, pues no está hecha para que nadie se la apropie, es de todos con sus virtudes y sus defectos.

La Constitución, a mi modo de ver, fue dar un portazo a cuarenta años de dictadura franquista en los que las libertades de los españoles quedaron secuestradas. Sin embargo, otros han opinado que la Transición, que la democracia, que la Constitución… no devolvieron a España a dónde debía, a la República, sino a una monarquía que el dictador había dejado en su testamento.

¿Ese es todo el problema? ¿Que España no es republicana? Si ese es todo el problema, todo podría tener fácil solución. Yo entiendo que en la mayoría de las personas que vota fuerzas constitucionalistas como PP, PSOE, C’s tiene claro que, en una sociedad ideal, no debería haber monarca. Ese debate llevaría a un cambio constitucional pero, antes de plantearnos abrir el melón constitucional, deberíamos preguntarnos si vamos a respetar la Constitución que quede tras los cambios o los partidos que ahora plantean estos cambios seguirán quejándose hasta que tengan una a su imagen y semejanza.

Cuando observas que las personas que más se quejan de la celebración del Día de la Constitución en Rubí, a la vez, alaban la figura del dictador cubano Fidel Castro, te da que pensar sobre si verdaderamente vale la pena reformar la Constitución a petición de esas formaciones políticas, en las que se defienden dictadores si son de su ideología. Franklin Delano Roosevelt, en una referencia al dictador nicaragüense Anastasio Somoza, dijo: «Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta«. Eso piensan muchos de Fidel. Cuando se acabe el sectarismo, se podrá empezar a pensar en tener un mundo mejor

España es el único país donde se asocia república a izquierda y es el único país también en el que los comunistas acusan de fascista a todo aquel que no es comunista, como si en el mundo no hubiera más que blanco y negro y no toda una gama de colores. Durante el franquismo, se creía que todo aquel que no era franquista era comunista; ahora creen que todo el que no es comunista es franquista… ese y no otro es el drama de España.

¿Pero de verdad todo se centra en una España Republicana? ¿Eso es todo para los miembros de ICV? Hacia una república es fácil ir, muchos podríamos encontrarnos en ese camino, eso sí, hacía una república del siglo XXI, no a una reedición de la II República porque aquella, no sólo no fue ejemplar, sino que, desde las fuerzas más a la izquierda, fue  traicionada por la idea de una dictadura comunista, así como también por la extrema derecha y el bando nacional de Franco.

A mí no me disgusta cuando el miembro de AUP (coalición que entre otros está la CUP) dice aquello de que «Ustedes mismos, es su país no es el mío» porque el señor Àitor Sánchez y su partido dicen lo que piensan y son coherentes en campaña, en el consistorio y fuera de él, pero los que votan a ICV y, repito, los que lo votan, no digo sus afiliados, deben saber qué es lo que defiende su partido, por qué ese ataque feroz a una constitución que es de todos y que, incluso, el PC y el PSUC votaron positivamente está a mí parecer fuera de lugar.

Y no hagan demagogia, no vuelvan a hablar de la Constitución como si fuese un apéndice del franquismo; no vuelvan a hablar de que los militares la condicionaron, mientras se olvidan de que los terroristas también la condicionaron. No olviden que la extrema derecha y la extrema izquierda se unieron contra la Constitución; no olviden que, tristemente, la izquierda fue atacada, pero también sufrieron ataques miembros de partidos como la UCD.

Piensen en por qué personas como yo, (que somos miles en Rubí) hemos dejado de votar a fuerzas como PSC e ICV porque han hecho políticas cercanas al nacionalismo catalán y, sobre todo, dejen de hacer de todo una lucha de bandos, dejen de recordar la Guerra Civil, dejen descansar a los muertos, porque yo, que tengo que aguantar que  valoren si soy o no nacionalista español, que si soy o no franquista, que si soy o no monárquico, también tengo familiares en alguna cuneta, hay personas de mi sangre enterradas sin honra tras ser fusiladas por el bando nacional. De modo que, por más que en política se pueda discutir casi todo, hay una cosa que no voy a discutir, mis muertos son míos, así que, señores de ICV, ERC, AUP, con todo el respeto, no se apropien de mis muertos y menos con fines políticos.

Rubí la primera ciudad catalana que celebrará el día de la Constitución

En 1992 la ciudad de Rubí, mi ciudad, fue objeto de un gran estudio sociológico. Se debía al hecho de que la abstención electoral en Catalunya era sistemáticamente mayor en las elecciones autonómicas que en las generales. Exactamente, un 12,3%. Esa abstención afectaba, sobre todo, al PSC, que llegaba a perder medio millón de votos, lo que llevaba a que, mientras el PSC-PSOE ganaba en Catalunya todas las generales, el PSC perdía todas las autonómicas o, dicho de otro modo, cuando los votantes votaban bajo la tutela del PSOE, no había dudas; pero cuando lo hacían al PSC, dado su nacionalismo catalán, muchos socialistas preferían quedarse en casa.

En aquel 1992, en las elecciones autonómicas de Catalunya, en Rubí únicamente fueron a votar el 57% de la población y el PSC consiguió 6,030 votos. Sin embargo, sólo un año después, para las generales acudieron a las urnas un 72,4% y el PSC consiguió 12.950 votos, es decir, más del doble.

Sobre por qué el PSC insistía en su catalanismo, a pesar de restarle votos, ya hemos hablado muchas veces en este blog. En el Partido de los Socialistas de Catalunya, sus votantes son de clase obrera y constitucionalistas, sus élites son burguesas y nacionalistas. Vuelvo a escribir las palabras del líder socialista Joan Reventós, quien destacaría en sus memorias inacabadas, Tal com ho vaig viure (Tal y como lo viví), que “Los socialistas nos hubieran partido en dos mitades. Y preferí la hegemonía de Pujol”.

Según pude leer en el libro de Antonio Robles, Del fraude histórico del PSC al síndrome de Catalunya, los resultados de las elecciones de Rubí llevaron a un equipo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de la Universidad Autónoma de Barcelona, dirigido por Josep María Colomer, a realizar el estudio antes referido y cuyo resultado fue incontestable: la abstención afectaba a los partidos de izquierda y nada a CiU.

Sin embargo, sabemos lo que ha ocurrido después, el PSC ha tendido la mano siempre a los partidos nacionalistas, mientras que los socialistas iban desangrándose electoralmente. Si en el 2007 en Rubí el PSC tenía 12 concejales, el último pacto del Tripartit en el Parlament, en el que los socialistas catalanes definitivamente abrazaron el nacionalismo catalán, llevó a que en 2011 consiguiera sólo 8 y en 2015 únicamente seis. Resumiendo, desde los «coqueteos» del PSC, primero al nacionalismo y después al independentismo, el PSC de Rubí pasó del 40% de los sufragios al 20%.

Ahora, tras un intento de moción de censura de los nacionalistas (en su derecho están) y de Iniciativa por Catalunya y Vecinos por Rubí (traicionando a sus votantes), el Partido de los Socialistas en Rubí ha comenzado a variar su discurso y sus hechos. Rubí se convertía el pasado jueves en la primera ciudad de Catalunya en aprobar una moción para celebrar un día tan importante como el de la Constitución, fecha que ponía fin a los 40 años de dictadura franquista en los que las libertades de los españoles estaban secuestradas.

Más allá de las diferencias ideológicas, PSC, C’s y PP están obligados a entenderse en Catalunya, más allá de izquierda, centro y derecha, más allá de socialdemócratas, socioliberales y conservadores. La unión de los constitucionalistas es importantísima en un momento como éste, en el que los nacionalistas están tratando de dividir al pueblo catalán.

Ahí, entre los constitucionalistas, también debería estar ICV, pero estos están esperando a que el primo de Zumosol, Podemos, les salve de la desaparición. Al parecer, el partido que es heredero del PSUC y que gobernó Rubí durante muchos años aún no se ha preguntado el porqué han pasado de ser una fuerza a la que votaban prácticamente dos tercios de la ciudad a acabar siendo una fuerza mínima con solamente dos concejales. Si se lo preguntan, la respuesta es fácil: sus votantes son constitucionalistas y no nacionalistas catalanes y, si a una moción de celebrar la Constitución el líder de ICV dice textualmente «Un No como una casa», mal futuro tienen si no les salva el primo de Zumosol.

El Sí a la Constitución en Rubí por parte del grupo de gobierno de PSC, a más de C’s y PP no debería ser noticiable, pero tristemente en mi tierra, Catalunya, sí lo es. Ojalá esto sea el comienzo de algo grande en estas tierras pues nada desearía más que una unión entre constitucionalistas para conseguir aquello que dijo Suárez de conseguir, que en las instituciones sea normal lo que a nivel de calle es simplemente normal. Que Rubí es constitucionalista lo sabemos todos, que Catalunya es constitucionalista lo sabemos todos, pero eso no es visible a nuestros ojos porque, históricamente, PSC e ICV han traicionado sistemáticamente a sus votantes. Ahora da la sensación de que el PSC de Rubí quiere dejar de hacerlo, que van a ser lo que sus votantes quieren, es decir, la representación del PSOE en esta ciudad.

El futuro dirá cómo avanzan los acontecimientos, pero que Rubí, la decimosexta ciudad más grande de Catalunya, pierda los complejos y decida celebrar el Día de la Constitución es histórico y, quién sabe, quizá en unos años como rubinense me pueda sentir orgulloso de que en Rubí comenzase todo y poder decir aquello de que en Rubí nació la Catalunya que, sin complejos, se declara constitucionalista.

La fiebre regionalista llega al PP de Madrid

La xenofobia, el racismo, el clasismo, ya sea regionalista, autonomista, nacionalista o como queramos llamarlo, se están convirtiendo en una plaga en nuestro país. Si ayer hablábamos de los podemistas Echenique y Teresa Rodríguez, que defienden que Aragón y Andalucía son también naciones, ahora llega el turno de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, que entonó aquello del «Espanya ens roba» de los nacionalistas catalanes, sólo que lo hizo «en madrileño» diciendo aquello que Madrid está pagando la Sanidad y la Educación de Andalucía.

Bonita cantinela esta que se está expandiendo por todo el territorio nacional que dice que unas autonomías dan de comer a otras. Hay que insistir en que es MENTIRA que en unas autonomías se paguen más impuestos que en otras a la Hacienda Pública. Un madrileño, un catalán y un andaluz que ganen 30.000 euros al año pagan los mismos impuestos, lo que ocurre es que en Madrid y Catalunya hay más personas que ganan 30.000 euros al año que en Andalucía.

A mí, que no creo en los frontismos ni en los bandos, me entristece pensar que estas palabras salgan de la boca de un miembro del PP, de aquellos que se supone que están más al centro. Si el Partido Popular, que desde la Transición hasta hoy ha ido abandonando sus posiciones conservadoras, comienza ahora a dar marcha atrás, se quedará aún más aislado.

Cifuentes ha reaccionado rápido, ha dicho que no era eso lo que quería decir; pero no es verdad, sí era eso lo que quería decir, lo que ocurre es que quizá no expresó lo que quería expresar. Su menosprecio quizá no fue por el hecho de ser andaluces, sino porque a los andaluces muchas veces se les ve desde otros puntos de España como aférrimos al socialismo, es decir, lo de Cifuentes no era una lucha de autonomías, sino de partidos, pero en el fondo recurriendo a los viejos tópicos que dicen que el PP es el de los ricos y el PSOE el de los pobres.

La lucha de clases es algo que nos llevaría a un debate eterno. Pero mal camino es ese de que las luchas no sean ya por sectores o por oficios, sino que, además, también sean por autonomías, y peor camino es el de señalar con el dedo a otras zonas de España. Porque muchos de esos que pagan impuestos, que según Cifuentes son para Andalucía, también son andaluces, que no se olvide de eso la Presidenta de Madrid.

Si el problema del paro es mayor en unas regiones que otras, quizá parte de culpa sea de esta absurda lucha entre  regiones  y con esto volvemos al tema de la entrada de ayer: si los gobiernos autonómicos buscaran el bien global y no ensalzaran el autonomismo, regionalismo o nacionalismo, por más que dé votos, otro gallo cantaría.

No querría acabar esta entrada sin dejar mi opinión en otro tema relacionado con las declaraciones de Cifuentes. No siendo yo sospechoso sobre el nacionalismo catalán, pregunta, ¿cuántas portadas, horas de televisión y radio se hubieran dado sobre estas declaraciones si en lugar de hacerlas Cifuentes las hubiese hecho Puigdemont?

Sí, ya sé que me dirán que nadie teme por el secesionismo madrileño, pero no creo que ese sea el tema. La cuestión es que hay que desaprobar todo este tipo de regionalismo y menosprecio a algunas zonas de este país, porque esto es una pescadilla que se muerde la cola. Cuando Antonio Sanz dijo que no quería que en Andalucía ganase las elecciones un partido catalán (refiriéndose a C’s), los votantes del PP sonreían. Pues ese regionalismo, autonomismo o nacionalismo, como lo queramos llamar, es el que como un boomerang ha vuelto a los andaluces del PP en palabras de Cifuentes.

Entre Donald Trump y Belén Esteban

Siempre me han sorprendido esas personas que, cuando van al cine, hablan de una película diciendo que se trata de un filme de Bruce Willis o de Julia Roberts o del actor que sea, por el simple hecho de que las películas no son de los actores, son de los directores. Yo voy a ver películas de Woody Allen o de Danny Boyle, pero nunca he ido a ver una película por un actor porque, como es obvio, el estilo lo pone el director o el guionista y la película la hace todo un equipo, un equipo en el que, nos gusté o no, la mayoría de las veces los actores son lo de menos. Sin embargo, cuando la gente va a ver las películas de Mario Casas o de Adriana Ugarte es porque, probablemente, desde el propio mundillo del cine se vende que el cine es de los actores y no de los directores, por más que, si reflexionamos, es obvio que no es así.

En el mundo de la política, pasa algo parecido, muchos son de este o aquel actor, es decir, de tal o cual político cuando lo que deberíamos es tratar de ser de unos ideales, de una ideología, mucho más que de un partido o de un político. Así ocurre que son más importantes los actores que, incluso, el personaje; la actuación que el contenido. Los avatares políticos de los últimos tiempos han hecho que, para muchos, la política se haya convertido en una película sencilla, de buenos y malos, de indios y vaqueros. No obstante, no nos damos cuenta de que, en esas películas, que son vistas desde el lado de los vaqueros, nos parece que los vaqueros son los buenos y ni siquiera nos hemos planteado que no pueda ser así. Nunca hemos visto el lado de los indios y, como lo desconocemos, no son los nuestros sino los otros, los de ellos.

Hay un  gran número de personas, unos por edad y otros por desgana, que nunca habían prestado atención a la política y que, sin embargo, ahora parecen ser grandes especialistas. A pesar de ello, si les preguntases qué es la socialdemocracia, el liberalconservadurismo, el socioliberalismo o cualquier otro pensamiento político, no sabrían decirte ni la historia de esos movimientos ni qué significan, ni siquiera qué partidos se asocian a esas corrientes de pensamiento. Todo es una peli de vaqueros, de buenos y malos, una peli enfocada desde un solo punto de vista. Y eso hace que haya miles de personas que, verdaderamente, se crean que el Congreso se divide entre «La Gente» y «Los Fascistas».

Ha cuajado la idea de que, porque no todo haya salido bien, porque haya habido casos de corrupción política y judicial, la democracia no es real y esa irrealidad se achaca a ser una herencia del franquismo, por eso, todos los que piden respeto a la democracia y a la Constitución son fascistas. Pero lo cierto es que es completamente al revés. Primero, y como es obvio, porque los corruptos son los que no han respetado la Constitución y, segundo, porque esa corrupción judicial que todo el mundo achaca a que los jueces, en parte, son elegidos por los partidos políticos, en realidad muestra el desconocimiento de que, en realidad, eso fue un punto exigido por la izquierda para firmar la Constitución y que, precisamente, Alianza Popular y la UCD de Adolfo Suárez estaban en contra de ello.

Sin embargo, ahora leemos el presente como si el partido que está en el Gobierno fuese quien ha redactado esa norma. La creencia de que quien gobierna hace y deshace sin tener que rendir cuentas es muy común en nuestro país cuando, en realidad, no es así, entre otras cosas gracias a la Constitución. De este modo, en esta eterna campaña electoral que hemos vivido y que ha durado más de un año, cada vez que la policía o los medios de comunicación han sacado a la luz un caso de corrupción del PSOE, de Podemos o de un partido nacionalista, se ha achacado a que estos están dirigidos por el partido que gobierna. No obstante, si repasamos la hemeroteca, el 80% de los casos de corrupción que han salido en este tiempo pertenecían al Partido Popular.¿Entonces? ¿Hay un gobierno fascista que controla todo o vivimos en una democracia donde la policía y la prensa tienen su calendario propio y no miran, si hay elecciones o no, para destapar un caso de corrupción?

¿Entonces por qué muchos tienen la sensación de que el Gobierno dirige los jueces, la policía y la prensa? ¿Por qué ven la película sólo desde el lado del vaquero y no del indio? Por qué, sino, los de más a la izquierda y los nacionalistas no protestan cuando hay personas que rodean el Congreso de los Diputados el día en el que, democráticamente, los representantes del pueblo están invistiendo al Presidente del Gobierno, nos guste o no, sea quien sea ese Presidente que, por cierto, a mi tampoco me gusta

A partir de la investidura es cuando comienza la verdadera película. Pero muchos no quieren verla por el director que somos los españoles, los de derecha, los de izquierda, los de centro, los andaluces, los madrileños, los vascos, los conservadores, los socioliberales, los comunistas… sino que quieren ver los actores, a sus actores preferidos, aunque hagan de villanos, como fue el caso de Pablo Iglesias o de Gabriel Rufián. Eso sí, Rufián tiene una excusa, él quiere que la película sea mala, quiere que España fracase, de hecho, está en Madrid y no en el Parlament de Catalunya porque es un político mediocre. Por este motivo no está en el gobierno de Catalunya y está en el Congreso de los Diputados, pues saben que allí puede hacer perfectamente el papel de Tardà, un bufón burlesco e irrespetuoso, con la tranquilidad de que en el Congreso no tiene nada que hacer, no tiene trabajo, no ha de hacer que el país vaya a mejor, sino que solamente debe entorpecer del mismo modo que estos años ha hecho Tardà. Pero al estilo charnego, para que en Madrid vean que los hijos de los que vinieron desde otros puntos de España ya están bajo el abrazo del independentismo.

Peor es el caso de Iglesias cuando parafraseó a Primo de Rivera al decir que el Congreso no representaba al pueblo, sino que el pueblo estaba fuera. Aplaudió a Oskar Matute de Bildu y se quedó quieto cuando PP, PSOE, Ciudadanos y PNV aplaudieron a las víctimas de ETA. Eso sí, Pablo Iglesias perdió el protagonismo, no fue el malo de la peli, Rufián le ganó, consiguió dividir el Congreso entre los que para él son la gente y los fascistas, pero que en realidad son constitucionalistas y guerracivilistas. Que Rufián fuese el protagonista es lo de menos, lo peor es el estilo, entre Donald Trump y Belén Esteban, y sobre todo que haya una parte de la población que lo defienda porque ha visto la película desde el lado de los vaqueros.

Lo importante es buscar el bien de España y España no es el Rey, ni el Presidente, ni siquiera el Himno o la bandera; España son los ciudadanos que vivimos en este país y, por mucho que haya quien no le guste España, no se sienta cómodo con su historia, con su presente o con lo que sea, deben dejar de engañarse, no se puede querer el bien de los ciudadanos sin que el país vaya bien. Si a España le va bien, a nosotros nos irá bien y eso solamente se consigue uniendo fuerzas y no poniendo palos en las ruedas, como hacen Iglesias, Rufián y compañía.

Fuente de la fotografía de portada: elperiodico.com

Acabó el bipartidismo

Hace un par de años, todo el mundo parecía que estaba de acuerdo en que tenía que acabar el bipartidismo. Sin embargo, después nos hemos dado cuenta de que muchos de esas personas no sabían qué significaba eso. Acabar con el bipartidismo no significaba que PP o PSOE dejaran de ser la fuerza más votada, sino que, para gobernar, no pudieran hacerlo en mayoría, que España no funcionase de Real Decreto en Real Decreto y que más de una fuerza política fuese determinante para el gobierno de nuestro país.

Quienes querían que Podemos y Ciudadanos ocuparan el lugar de PP y de PSOE no querían un fin del bipartidismo, sino que hubiera otro bipartidismo. Es más, a la vista de las declaraciones, muchos de los que no querían bipartidismo no querían tampoco pactos. Obviamente, esos no saben ni lo que quieren, pues el fin del bipartidismo son los pactos, el fin de este dominio de populares y socialistas se consigue cuando otras fuerzas políticas son protagonistas de las decisiones.

La aparición de Ciudadanos y Podemos debía conseguir eso. Ese iba a ser el cambio de esta época. De hecho, hubo la posibilidad de un gran cambio ya que también hubo la ocasión de que pasáramos de un gobierno conservador en mayoría a la opción de que se diera un pacto de centro izquierda entre socialdemócratas y socioliberales. Pero no pudo ser y todos sabemos que aquello no se consiguió, única y exclusivamente, porque Podemos había hecho las cuentas de la vieja y creía que, sumando los votos de Izquierda Unida, daría el «sorpasso» a los socialistas en unas nuevas elecciones.

Pero Pablo Iglesias y los suyos se equivocaron. En política, 2+2 no siempre son 4 y las nuevas elecciones supusieron una pérdida de 3,6 puntos para Unidos Podemos y, en porcentaje, el PSOE alzó el vuelo. Finalmente, esas segundas elecciones beneficiaron al Partido Popular y dejó a España sin alternativa ninguna a que gobernara Mariano Rajoy.

Cualquiera que esté puesto en política nacional entendía que había que dejar gobernar a los populares porque, de haber unas nuevas elecciones, el partido de Mariano Rajoy aún ganaría por más. El PSOE, sin embargo, pareció no entender eso, al menos Pedro Sánchez no lo entendió y tardó mucho en darse cuenta de que había que permitir que el país arrancara. Esa tardanza y no otra cosa es lo que ha llevado a los socialistas a una crisis interna que ya veremos cómo acaba.

La mayor diferencia en este periodo entre Ciudadanos y Podemos es que Ciudadanos ha llegado a la política nacional a acabar con el bipartidismo, mientras que Podemos ha querido formar parte de él. Podemos ha querido ocupar el lugar del PSOE y eso no es ni bueno ni sano. En países con más tradición demócrata, como es el caso de Dinamarca, rara vez el partido ganador consigue más del 25% de los sufragios y, a menudo, para formar gobierno, tienen que realizar pactos de tres o cuatro partidos. En España estamos lejos de que esto pueda ocurrir pero, aunque no lo parezca, es lo ideal. No obstante, hay una diferencia enorme entre ambos países, pues en España existe el guerracivilismo, votamos a uno para que no gane el otro, mientras que ellos tienen claro que hay que votar a quien te va a representar bien, gane o no.

Lógicamente, en España estamos aprendiendo. Nuestra democracia es joven, pero ya hemos podido ver que Ciudadanos, con 32 diputados, está siendo más importante que Podemos con 71. Los de Pablo Iglesias puede que sean los mejores en Twitter o en propaganda pero, una vez en las instituciones, no saben qué hacer. Podemos ha dedicado todos estos meses a crear un clima que llevara a las terceras elecciones, a esas terceras elecciones que supondrían superar al PSOE. Ese y sólo ese ha sido su objetivo, aunque ni siquiera lo han conseguido.

Los españoles deben comprender que Podemos no quiere lo mejor para España. ¿Cómo va a querer lo mejor para un país quien quiere pactar con quien desea romperlo? ¿Cómo vamos a tomar en serio a un partido de extrema izquierda que quiere pactar con PNV y Convergència, dos partidos de derechas? ¿Cómo vamos a confiar en alguien que va de la mano con Bildu, que dice que Otegi es un hombre de paz y que los empresarios son terroristas?

Cuando el próximo Gobierno eche a rodar, tenemos una gran oportunidad para dar un paso adelante como país. Los partidos de la oposición, PSOE, Ciudadanos y Podemos, tienen la obligación de controlar al Gobierno, de ser constructivos y de hacer país teniendo algo claro: que, aunque el presidente siga siendo Rajoy, ya ha comenzado el cambio y el bipartidismo se ha acabado.

El PSC la eterna amenaza fantasma

Cuando veo a miembros del Partido de los Socialistas de Catalunya hablar con cierto orgullo de que estarían barajando la posibilidad de que, en el caso de un nuevo intento de investidura de Mariano Rajoy, no aceptar la posible abstención del PSOE y votar en contra de la misma, me planteo muchas preguntas. La primera es si votarán No a Rajoy o darán libertad de voto a sus miembros dado que, si dan libertad a sus miembros, podrán decir aquello de que han dado libertad también a sus diputados pero si, contrariamente, han de votar NO por obligación, tendremos que recordar cuando lleguen las autonómicas que el PSC y el PSOE no son lo mismo.

Todos tenemos claro que absolutamente nadie en el Partido Socialista quiere que ni Mariano Rajoy ni nadie del Partido Popular sean presidentes del gobierno y que, si llegara el caso de que los socialistas se abstuviesen para permitir la gobernabilidad, no sería por simpatías a los populares sino por considerarlo un mal menor, porque son conscientes de que en unas nuevas Elecciones Generales, probablemente, Rajoy y los suyos rocen la mayoría absoluta. Lógicamente, un socialista debe creer que es mejor un gobierno del PP en minoría que uno en mayoría, de modo que se abstendrían por el bien de España. Entonces, ¿qué ocurre con el PSC? ¿Para ellos no es lo más importante el bien de España?

Los socialistas catalanes viven históricamente dentro de una encrucijada: la bicefalia histórica entre los que son cercanos al PSOE y los que, por el contrario, creen que el PSC es un partido regionalista o nacionalista catalán. Obviamente, los de arriba, los mandatarios del PSC siempre han sido cercanos al nacionalismo catalán pero han tenido que tragar sapos y culebras porque sus votantes no lo son. El PSC ha sido ese apuesto Conde Drácula de las películas que consigue románticamente que sus votantes se dejen morder el cuello, no sabiendo que eso les haría convertirse en nacionalistas. Y eso ha llevado que, en mi tierra, mayoritariamente con el voto de andaluces y extremeños, se aprobaran Estatutos que trataban de colocarles a ellos mismos como ciudadanos de segunda.

Lógicamente, el PSC engaña a pocos ya en Catalunya y todo por no hablar claro. Si son nacionalistas catalanes, pero no al punto de ser independentistas, que lo digan; si verdaderamente son federalistas, que expliquen qué es eso y qué diferencias hay entre eso y las actuales autonomías; si se trata sólo de que los impuestos se queden en Catalunya, que se lean bien los ideales del socialismo donde la generosidad y la solidaridad son aspectos muy importantes.

El PSC sabe que fue mayoría cuando todos los votantes de izquierdas, tanto los constitucionalistas como los nacionalistas, les votaron y ahí sigue tratando de encontrar cómo hacer que eso vuelva a ocurrir. Pero, a día de hoy, eso es imposible pues personas que antes les votaban ahora lo hacen a partidos tan diferentes como ERC y Ciudadanos. De modo que los socialistas catalanes deben dejar de recrearse en el pasado y pensar qué van a ser de mayores porque, como dice el refrán, no se puede estar en el coro y repicando.

La amenaza fantasma de votar contrario al PSOE es eso, fantasma. Primero, porque a la práctica no serviría de nada ya que Mariano Rajoy sería elegido Presidente de igual modo y la crisis dentro de los socialistas se haría aún más grande. Ahora bien, me hubiera gustado a mí saber qué hubieran dicho ciertas personas del socialismo catalán si en la investidura fallida de Rajoy, por poner un ejemplo, los socialistas andaluces se hubieran abstenido dando, así, la gobernabilidad al PP. De hecho, todos sabemos lo que habría ocurrido: que les hubieran puesto de fachas para arriba. Sin embargo, cuando el PSC permite gobernar a Convergència, debemos verlo con normalidad, a pesar de que el partido nacionalista sea de derechas.

1. Reconocimiento de Cataluña como Nación.
2. Carácter Plurinacional del Estado.
3. Nacion de naciones.
4. Constitucio federal del Estado.
5. Ciudadania catalana.
6. Relación de igual bilateralidad de Cataluña con el Estado.
7. Supresión de las cláusulas de prevalencia y supletoriedad.
8. El Tribunal Superior de Justicia de los entes federados agotará los recursos judiciales.
9. Consideración del Estatuto como Constitución de entes federados.
10. Hacienda propia.

Estos son diez puntos que ha presentado Eva Granados Galiano portavoz del Grupo Socialista en el Parlament de Catalunya.