Tal día como hoy, en 1977, los españoles eran conocedores de que en las elecciones celebradas dos días antes, el 15 de junio, la UCD de Adolfo Suárez había sido la fuerza más votada por los españoles. Muy al contrario de lo que la mayoría creía, lo cierto era que España no se dividía entre Rojos y Azules, sino que, en una prueba de madurez, nuestros compatriotas apostaban por ideologías moderadas.
El recuento duró dos interminables días. La nula experiencia y el gran número de listas ralentizó el escrutinio pero, en la tarde del día 16, ya estaba claro el ganador. La participación había sido casi del 79% y en España comenzaba a hacerse popular esa frase de que «si no votas, no puedes quejarte». El voto quedó muy repartido entre los centristas de Suárez y los socialista de Felipe González. La Unión de Centro Democrático obtenía el 34,4% de los votos, mientras que los socialistas obtenían el 29,3%.
Aquellas elecciones que parecían a cuatro acabaron siendo a dos. El Partido Comunista solamente obtuvo el 9,3% de los votos y la Alianza Popular del exministro franquista Manuel Fraga únicamente conseguía el respaldo del 8,2% de la población española.
En cuanto el Congreso de los Diputados votó a Suárez como Presidente del Gobierno, éste se puso en marcha en la creación de la Constitución que hacía que los españoles fueran reconocidos como los soberanos del país. El Presidente Suárez fue capaz de sentar alrededor de una mesa a personas que 40 años antes habían estado literalmente a tiros.
El 88,5% de los españoles votó sí a la Constitución, poniendo, de este modo, fin a la transición española que había llevado al país de un régimen absolutista a una democracia constitucional en la que, poco a poco, nuestro país se equiparaba a las grandes democracias europeas.
Una vez la Constitución era una realidad, el Presidente Suárez volvió a combocar elecciones. Muchos miembros de su partido no entendieron que el líder centrista siguiera siendo candidato a la presidencia y la UCD comenzó a romperse.
El Presidente Suárez sí había dicho a sus allegados que, una vez la democracia echara a andar, dejaría la presidencia pero, según sus propias palabras, cierta inestabilidad, el terrorismo de ETA y los ruidos de sables procedente de un Ejército que había jurado lealtad a Franco le hacían sentir demasiada responsabilidad con el futuro de la nación como para dejarlo en manos de otra persona.
En las elecciones de 1979, Suárez volvió a ser el más votado. La UCD subió 3 escaños pero no obtener la mayoría absoluta supuso una pequeña decepción para el líder centrista quien, solamente dos años después, debido a las presiones internas, a la tensión existente y a cierto desencanto, declinó su Presidencia a su compañero de Partido Calvo Sotelo.
Precisamente en la investidura de éste, fue cuando Antonio Tejero, acompañado de cientos de Guardia Civiles, asaltó el Congreso para dar un golpe de Estado. A los disparos de los asaltantes, los Diputados respondieron tirándose al suelo y escondiéndose tras sus escaños. Adolfo Suárez no se movió, no iba a esconderse, él era el Presidente del Gobierno, el representante del pueblo español, y no podía dejarse intimidar.
Tras el fracaso del golpe, Calvo Sotelo fue elegido Presidente y Suárez abandonó la UCD. El que fuera el Presidente de la Transición no abandonaría la política, creó el CDS y consiguió seguir siendo diputado hasta que, en 1991, dejó la política definitivamente. Una vez alejado de la vida pública, fue reconocido por su gran labor en unos tiempos difíciles para este país. Suárez fue un gran hombre de Estado que, no sólo ayudó a la prosperidad de España, sino que supo hacerse a un lado cuando intuyó que su presencia podía ser perjudicial para la presidencia. Como siempre digo, Suárez, siempre acusado de ser presumido y prepotente, tuvo el más humilde de los gestos cuando, habiendo sido Presidente del Gobierno y uno de los actores principales de la Transición, un día decidió olvidarse de todo lo que había hecho por este país, como no queriendo darle importancia.