¿Hay sitio para la izquierda cívica en España?

Si nos centramos en España, la izquierda tiene un pasado al menos tan negro como la derecha. Intentonas golpistas, república sectaria, terrorismo contra y desde el estado, corrupción, paro, clientelismo, guerracivilismo… y ahora, incluso, apoyo al separatismo, que no es en realidad más que promover la desigualdad entre los españoles.

A mi modo de ver, en la actualidad nos encontramos en un marco en el que la mayoría de los ciudadanos creemos estar en una posición centrada en cuanto a ideología. Ahora parece que muchos no quieren ser ni de derechas ni de izquierdas, por más que también la mayoría asegura que el centro no existe.

En lo que a la izquierda a nivel nacional se refiere, es obvio que hay un resurgir del extremismo, representado, mayormente, por Podemos, partido que ha aprovechado para apropiarse del espíritu del 15-M, llegando a incoherencias tales como proclamarse líderes de aquel movimiento que nació contra la incompetencia de Zapatero a la vez que miembros como Pablo Iglesias afirman que el propio Zapatero es el mejor Presidente de la democracia. A mi modo de ver, el éxito de Podemos no se halla en sus buenos resultados, sino en que hayan conseguido «podemizar» la política, es decir, en que todos los partidos vayan a una lucha dialéctica, en el Congreso, los platós y las redes sociales, que sólo nos lleva al enfrentamiento, a una lucha de bandos que, además de cansina, es muy peligrosa.

Lo peor de este tema es observar cómo el PSOE, en lugar de defender sus políticas, socialdemócratas, de izquierda modera y cívicas, se está radicalizando como en la época de Largo Caballero. Pero es que los socialistas no saben bien lo que quieren, son un partido de partidos, por eso quizá apuestan por esa nación de naciones que la mayoría no entendemos qué significa. En mi opinión, en la izquierda no hay lugar para los nacionalismos, ni para los periféricos ni para el español. La defensa de la unidad de España debe ser como Estado y no como Nación. Sin embargo, en estos tiempos que corren parece que no hay representación para las personas de izquierdas que no tienen complejos con el nacionalismo.

Como catalán, he sentido aún más hondo el vacío político de los que somos de izquierda moderada, de los que nos sentimos alejados tanto de la derecha conservadora como de la izquierda revolucionaria y, por supuesto, de los nacionalismos. Históricamente, en el Partido Socialista Catalán encontramos votantes mayormente de clase obrera y constitucionalistas; sus élites, sin embargo, son burguesas y nacionalistas. En la Transición, ya contaba Oriol Bohigas en Entusiasmos compartidos y batallas sin cuartel que Joan Reventós, presidente de Convergència socialista, le advirtió del “peligro de un triunfo en solitario del PSOE en Catalunya”. En aquella época, la Federación Catalana del PSOE tenía gran implantación social, pero no era nacionalista, mientras que Reagrupament era nacionalista pero no tenía apoyo social. De este modo, Joan Reventós entendió que la única salida era aliarse con el PSOE pues, así, conseguía los votos de las personas que votaban a Felipe González, llevándoselas a una formación en realidad nacionalista. El propio Reventós escribiría en sus memorias inacabadas, Tal com ho vaig viure (Tal y como lo viví), que “los socialistas nos hubieran partido en dos mitades. Y preferí la hegemonía de Pujol”. Reventós escribió también en sus memorias las siguientes palabras en las cuales decía defender “la igualdad del género humano; la consciencia de la persona como sujeto de derechos y deberes; la identidad nacional de mi pueblo y mi país, Cataluña; la democracia, basada en las libertades individuales y nacionales, como mejor sistema político“. ¿La igualdad del género humano tratando a los que vinieron desde otros puntos de España como ciudadanos de segunda? ¿Socialismo y nacionalismo a la vez?

En 2006, Ciudadanos nacía, teóricamente, para representar a las personas que habían dejado de votar tanto a los socialistas como a Iniciativa por sus políticas cercanas al nacionalismo. El partido naranja nació con vocación nacional y, en sus comienzos, defendía postulados de centro izquierda. Sin embargo, cuando su expansión nacional renunció a su lado social demócrata, por más que en Catalunya tanto sus votantes como sus afiliados estaban más cerca del centro izquierda, como se demostró en el IV Congreso del partido, en el cual sus afiliados catalanes votaron mayoritariamente a los representantes de «Mejor Unidos», que apostaban por defender los valores iniciales del partido y su posición de centro izquierda, la formación de Albert Rivera apostó por luchar por conseguir los votantes de centro o centro derecha que hasta ahora votaban al Partido Popular, llevando, así, a la formación naranja a la paradoja de que en Catalunya le votan los obreros, mientras que en Madrid obtenía más sufragios en las zonas acomodadas.

Aún es pronto para saber en qué modo afectará a Cs el cambio en el ideario; lo que sí es cierto es que hay cargos y militantes que, no sintiéndose cómodos en la nueva etapa del partido de Rivera, han decidido marchar (entre ellos quien escribe) al volver a sentirse huérfanos en su posición de izquierda moderada y cívica. En estos últimos tiempos, son muchas las plataformas y partidos que parece que quieren ocupar ese espacio. Mañana en Madrid se presenta dCIDE, aproximadamente un año después de conocer que el que fuera uno de los fundadores de Ciutadans, Antonio Robles, iniciaba una nueva aventura en CINC, Centro Izquierda Nacional, que ha pasado a ser Centro Izquierda de España.

El cambio de nombre, aunque parezca algo simbólico, creo que es positivo para acabar con el trauma de la izquierda y la identidad española. Ojalá sea el principio del fin del complejo de la socialdemocracia con el término España que, lógicamente, no pertenece a ningún partido ni a ninguna ideología. Pero, ¿hay sitio para la izquierda cívica en España? Esa es una pregunta que solamente el tiempo nos la podrá contestar pero,  a mi parecer, es necesaria porque, no nos engañemos, la radicalización de la sociedad es el mayor peligro al que los ciudadanos vamos a enfrentarnos en el futuro.

El país necesita una alternativa reformista, que se muestre contundente con los adversarios políticos pero que, a su vez, sea dialogante por el bien del interés general. Alejada de los nacionalistas y los populistas, que más allá de vivir contra el PP, pueda ofrecer una alternativa sensata y fiable, ¿logrará dCIDE  todas esas cuestiones? ¿Logrará abrirse hueco? Tiene su oportunidad, siempre y cuando entiendan que, aún siendo ambiciosos, es preferible tener pocos diputados y que representen bien los valores que ganar unas elecciones a cambio de ir mutando la ideología. Por otro lado, también considero necesario cuidarse de que entren en sus filas «derechones» y españolistas sin ideología, puesto que entiendo que la lucha de dCIDE será contra los nacionalismos, contra el gallego, el vasco, el catalán y también contra el nacionalismo español.

Crear un partido desde cero tiene que ser tarea muy difícil, pero Antonio Robles y los suyos tienen cercana la historia de Ciudadanos y ahí la guía de lo que debe y no debe hacerse. Les deseo mucha suerte, como no puede ser de otra manera, y aunque sea un partido nacional, no puedo dejar de pensar en mi tierra, Catalunya, y lo bonito que sería que los constitucionalistas de izquierda tuviesen un partido que no les fuese a traicionar, como hicieron antes el PSC e Iniciativa, y que tenga la idea del lugar que debe ocupar mucho más clara de lo que la tiene Ciudadanos.

No van a conseguir que odie mi propia tierra

Escribía Jordi Juan en La Vanguardia, en su artículo titulado ¿Y si el referéndum sólo fuera un MacGuffin para despistar?, que «el objetivo final de los soberanistas catalanes no es la consulta en sí misma, sino la independencia de Catalunya. El referéndum es el instrumento para llegar a ella y lo que necesitan es cargarse de razones para convencer a una parte de la opinión pública catalana que es reticente a dar este paso. Hace ya mucho tiempo que Puigdemont y Junqueras saben que no iban a poder convocar un referéndum legal y con todas las garantías jurídicas si el Gobierno no lo autorizaba, pero han ido construyendo el relato para poder acusar al Ejecutivo de ser un sujeto pasivo y antidemocrático. Así, si el Estado español no quiere poner las urnas, contradice a buena parte de la ciudadanía catalana (siempre según todas las encuestas) y le da al soberanismo vía libre para tratar de ganar más adeptos a su causa».

Y creo que tiene mucha razón pues, a mi parecer, el objetivo de este proceso no es conseguir la independencia, sino fingir y hacer creer a una gran parte del pueblo catalán que la lucha separatista es legítima. Para ello, necesita una España mala malísima, «malvada y opresora», que diría el entrenador multimillonario Pep Guardiola. En ese proceso está ahora; ya lo dijo Francesc Homs, que esto era una guerra y lo es, por ahora una guerra fría que consta de batallas de dimes y diretes, de titulares y de tweets que rozan el simplismo. La revolución de las sonrisas cada vez enseña más los dientes, quizá perdiendo los papeles por primera vez, acusando, no ya a Ciudadanos y al Partido Popular de fascistas, algo que ya habíamos oído antes (de hecho, la Presidenta del Parlament los calificó de «enemigos»), sino ahora también a PSC y al Podemos catalán, por el simple hecho de que no aceptan un referéndum ilegal para escoger algo tan poco democrático como que una parte de España decida por todo el país.

A los separatistas se les está agriando el carácter y, a falta de testículos y ovarios en Puigdemont, Junqueras y compañía, mandaron a un entrenador de fútbol a dar el discurso del odio. A sabiendas de que cada vez les cuesta más mover a las personas que, poco a poco, se van dando cuenta de que la independencia no es más que una farsa, intentaron ofrecer un tono más solemne y menos festivo. Sin embargo, la realidad es que sólo 30.000 personas acudieron a Montjuïc. Se sentaron dando la espalda a la Plaza de España (qué buenos son en cuanto a simbolismo, desde la Alemania nazi no se veía una cosa igual) y, lo dicho, a falta de políticos con testiculina, intelectuales, líderes mundiales o premios nobel que apoyen la causa, fue un futbolista, que dejó el fútbol por dopaje, el encargado de dar el discurso. Josep Guardiola, que jugó con España por dinero y que fue después a jugar a una monarquía autoritaria y salpicada por el terrorismo, como es Qatar, nos habló de opresores y oprimidos.

Catalunya es un sitio peculiar; en ese sentido, sí que puede ser, verdaderamente, una tierra única y especial, pues aquí los ricos son los oprimidos y los pobres los opresores, la burguesía los colonizados y los obreros los colonizadores. En definitiva, «per pixar i no treure ni gota» que decimos por aquí.

Así, el bueno de Pep dejó atrás la revolución de las sonrisas y comenzó a atacar, a faltar el respeto, a insultar… y lo hizo como él sabe, de forma hipócrita y fingiendo ser un señor. Fue, una vez más, la vuelta al día de la marmota, ese día que se repite y del que nunca podemos salir; volvieron a utilizar los mismos argumentos para hacernos creer que un golpe de Estado puede ser democrático. «Queremos votar», «queremos poner las urnas»… y es que es utilizando simplismos tales, como que los catalanes quieren votar porque son demócratas o que los españoles quieren impedirlo con el ejército porque la democracia española es la herencia de la dictadura de Franco, los famosos tanques con los que los separatistas sueñan con que un día entrarán por la Diagonal, que se acercan al pueblo.

Decía Rufián, quien ha conseguido ser diputado por ser el representante de los «barrigas contentas» y los «charnegos agradecidos», que «¿dónde se ha visto que los demócratas pongan los tanques y los exaltados las urnas?». Parece que el bueno de Rufián desconoce esos episodios en los que, a través de las urnas, Hitler llegó al poder, Austria se unió al Reich y que, gracias a los tanques de los aliados, se salvaron las democracias europeas del nazismo.

Pero no hay de qué preocuparse, en Catalunya no va a llegar la sangre al río porque no va a haber referéndum ni declaración de independencia; no va a haber soldados, ni guerra, ni tanques, pero sí va a haber muchas cosas graves.  La idea de los separatistas, lo que verdaderamente pretenden, es que cale el pensamiento de que España es un estado opresor, que rechaza la democracia catalana y que, de aquí a unos años, quién sabe, quizá se pueda volver a tensar la cuerda.

El problema es que los ataques ya no van contra el gobierno del PP ni contra esa España que no tiene cara ni ojos; los insultos ya no van a algo difuso, sino contra todos los españoles, también contra los catalanes que no somos independentistas y esas son cosas más difíciles de resolver. En ese sentido, la lucha independentista también sabe dónde está la victoria, quieren que llegue el día en el que los que no somos independentistas acabemos diciendo que ya no queremos ser catalanes. Pero Catalunya es mucho más que sus políticos separatistas y, no, no van a conseguir que odie mi propia tierra. Porque, por más que lleven décadas tratando de que no nos sintamos en casa en el lugar en el cual nacimos, los que somos hijos de obreros, que dejaron atrás sus ciudades cansados de intentar labrar una tierra que no daba frutos, no vamos a renunciar a Catalunya, así como tampoco permitir que se cuente como verdad esa leyenda que dice que en esos pisos feos del cinturón industrial de Catalunya, en los que viven personas humildes, los padres enseñaron a sus hijos a odiar a Catalunya y a amar la tierra de sus padres más que la propia. Porque eso es mentira, igual que no es verdad que esas personas no quisieran aprender catalán. La mayoría de esos padres, los míos incluidos, venían de familias que habían perdido la guerra y lucharon contra el franquismo y que salieron a la calle a reclamar el Estatut, la Autonomía de Catalunya y restablecer la Generalitat. Esos son los ciudadanos de Catalunya a los que Tarradellas agradeció su esfuerzo.

Hay que ser un necio para pensar que un catalán como yo ama más otro lugar de España que la Catalunya en la cual nació, donde se crió, donde ha vivido siempre. No han conseguido que odie mi propia tierra, pero sí han conseguido que me sienta incómodo en ella, sí han conseguido entristecerme, sí que me han hecho pensar si vale la pena estar en un lugar donde una parte de la población se cree superior racialmente a la otra. Porque a mí me gustaría seguir viviendo donde siempre lo he hecho, así como también que mis futuros hijos vivieran aquí. Pero, claro, hasta ahora, cuando me imaginaba educando a mis hijos, pensaba en hacerles ver que todas las personas somos iguales, que las banderas de los países sólo sirven para diferenciarnos en las competiciones deportivas; me veía recomendándoles leer sobre Gandhi, Mandela o Martin Luther King, a una edad más temprana de lo que lo hice yo, para que entendieran pronto que la lucha por la igualdad de las personas es muy importante. Sin embargo, cuando pienso en que si algún día tengo un hijo tendrá que ser criado en el nacionalcatalanismo de las escuelas que tratarán de adoctrinarle siento cierto agobio.

¿Tendré que decirle a mis hijos en el futuro que tengan cuidado para que el colegio no les vuelva contra su propio padre? ¿Tendré que enseñar a mis hijos una bandera española para que no olviden quiénes son y de dónde vienen? No es lo que yo querría, pues creo que la libertad es lo más preciado que tienen los seres humanos, ¿pero se puede ser libre en un lugar en el cual el odio está instaurado en los políticos, en la prensa, en la televisión, y en el que, si no eres separatista, quedas excluido?