Conversos y renegados. La historia del nacionalismo catalán (XX) El complejo socialista frente al nacionalismo catalán

En 1977 se celebraban las primeras elecciones Generales en España desde antes de la Guerra Civil. En un país sin tradición democrática, muchos no acababan de entender la gran cantidad de siglas de los nuevos partidos políticos. En Catalunya, los comicios se enfocaron también bajo la idea de quién podría defender mejor los intereses catalanes en el Congreso. En estas tierras, una amplía mayoría demandaba la autonomía y un estatuto para Catalunya. Así que, bajo esa consigna, se formó una coalición llamada Pacte Democràtic per Catalunya, liderada por Jordi Pujol, y en la que, además de Convergència, Esquerra Democràtica y el Front Nacional, participaba también el PSC-Reagrupament.

Aquel pacto no duró mucho, el PSC-Reagrupament se disolvió y formó parte del PSC-PSOE, un Partido con dos almas ya que, mientras el PSC tenía fuertes inclinaciones catalanistas, el PSOE contaba en Cataluña con una Federación que basaba su fuerza, sobre todo, en los trabajadores de la zona metropolitana, la mayoría de origen de otros puntos de España. En 1978 las distintas fuerzas socialistas llegaron a un acuerdo que cristalizó en el Congreso de la Unidad Socialista. En este Congreso, se fundó el Partit dels Socialistes de Catalunya, un nuevo partido que aglutinaba a todo el espectro socialista catalán y tenía una relación federal con el PSOE, a pesar de que formalmente era un partido diferente, por más que, incluso hoy, muchos creen que PSC y PSOE son el mismo partido pero con distintas siglas.

Lo cierto es que, en aquel momento, el lado catalanista del PSC no dominaba el partido como lo haría después y si la unión con los socialistas de España se llevó a cabo fue porque la Federación Catalana del PSOE tenía gran implantación social. Sin embargo, ésta no era nacionalista, mientras que el PSC sí lo era pero no tenía apoyo social. De este modo, Joan Reventós entiende que la única salida es aliarse con el PSOE pues, así, conseguía los votos de las personas que votaban a Felipe González y se los llevaba a una formación en realidad nacionalista. Contaba Oriol Bohigas en Entusiasmos compartidos y batallas sin cuartel que Joan Reventós lo advirtió del “peligro de un triunfo en solitario del PSOE en Catalunya”.

El PSC-PSOE fue el ganador en Catalunya en Generales y Municipales. Sin embargo, en las primeras autonómicas Convergència i Unió resultó la fuerza más votada, entre otras cuestiones, gracias a que la derecha española de Alianza Popular no se presentó para no perjudicar a Pujol. No obstante, el socialismo pudo gobernar. Un pacto entre PSC-PSUC-ERC hubiera dado la mayoría parlamentaria, pero esta opción apenas se intentó. ¿El porqué? Se podría contestar a dicha pregunta con declaraciones del propio líder socialista Joan Reventós que escribiría en sus memorias inacabadas Tal com ho vaig viure (Tal y como lo viví) que “Nos hubieran partido (a los catalanes) en dos mitades. Y preferí la hegemonía de Pujol”.

Si Catalunya fue y es mayoritariamente de izquierdas, ¿por qué prácticamente nunca ha gobernado el socialismo Catalunya? La respuesta recae en el hecho de que la izquierda catalanista no pretendiese gobernar hasta que Pujol tuviese ya construidas las estructuras de un estado nacional catalán y la política se hiciese bajo el catalanismo, gobernara quién gobernara. 

El PSOE fue la fuerza más votada en Catalunya en las Elecciones Generales de 1982 y las Municipales de 1983. Sin embargo, en las elecciones  de 1984, con el ambiente enrarecido debido al caso de Banca Catalana, Pujol hace de aquellas autonómicas un referéndum entre buenos y malos catalanes, situando su partido en el lado del Bien. Convergència vence  y el PSC acaba con la fuerza del PSUC. Para entonces, los socialistas catalanes ya están completamente dirigidos por una parte de la burguesía catalana, que ha tratado de hacer equilibrios entre sus dirigentes catalanistas, a menudo nacionalistas catalanes y alguna vez hasta independentistas, y sus votantes, mayoritariamente venidos desde otros puntos de España, que están totalmente en contra del nacionalismo catalán y votan al PSC creyendo que estos y el PSOE son el mismo partido y pensando que tienen la misma ideología y fines. 

El desencanto con la políticas de izquierdas en Catalunya es tan grande que en 1988 la participación en las Autonómicas baja hasta el 59%. Y es que ya por aquel entonces los nacionalistas están organizados y unidos, mientras que los constitucionalistas no. Además, existe una gran decepción en la izquierda, dado que tanto PSC como Iniciativa per Catalunya son demasiado cercanos al catalanismo. El catedrático Francesc de Carreras definiría esto como el PUC (Partido Unificado de Catalunya), que constaría de CiU, ERC, PSC e Iniciativa, dejando fuera al Partido Popular, que colaboraba mostrándose como partido de derecha rancia, mientras que el partido de Pujol lo hacía de derecha moderna, por más que el olor a neftalina fuese el mismo entre ambas formaciones.

Una parte del voto de izquierdas no nacionalista se siente huérfano y no acude a las urnas en Autonómicas, aunque sí en Generales, donde en 1989 la participación sube hasta el 67%. En dichas elecciones, el PSOE sube 400.000 votos y es la fuerza más votada, una vez más, en Catalunya. En el famoso año olímpico de 1992, la participación de las Autonómicas baja hasta el 54%, lo que beneficia a Pujol, quien vuelve a ganar por mayoría y el PSC pierde dos diputados más. Otra vez se apreciará lo importante de la participación ya que en 1993 para las Generales sube hasta el 75% y el PSOE vuelve a ser la fuerza más votada superando a Convergència que, a pesar de que participaran un 21% más de electores, prácticamente calcó los resultados de las Autonómicas.

Aquel era el mejor momento, no sólo de Convergència, sino también del catalanismo, que consigue el 55% de los votos. Además, CiU permitió la gobernabilidad de Felipe González y se convirtió en necesaria en el Congreso de los Diputados, cuestión que aprovechó para ampliar sus dominios.   

En aquellos años, el nacionalismo empieza a hacerse asfixiante. Se comienzan a multar a los locales que no rotulan en catalán, en los colegios el castellano comienza a hacerse residual y en los medios de comunicación el ataque al disidente comienza a hacerse muy fuerte. Todo ello, unido al run-run de la corrupción de Convergència, hace que la Catalunya no nacionalista comience a moverse. Así, sube la participación un 15% y Pujol pierde la mayoría absoluta. De este modo, se ponía la primera piedra para que la izquierda pudiera destronar a Convergència y en 1999, de la mano de Pasqual Maragall, el PSC conseguía ser la fuerza más votada. No obstante, la caprichosa ley electoral hacía que Pujol tuviera más diputados y el PP permitiría la gobernabilidad.

El PSC sigue siendo la alternativa al nacionalismo, si bien es cierto que los socialistas, como diría Albert Boadella, «de estar tan cerca de la epidemia (nacionalista), no han podido (o no han querido, añado yo) evitarla

El socialismo catalán se comporta durante años como el Caballo de Troya para que el nacionalismo llegue a las zonas obreras. ¿Y qué mejor manera para convencer a éstas que acusar a todo lo español de fascismo o de derechas para que los obreros y sus hijos abracen el catalanismo, que finge ser bandera de la modernidad? Si en el resto de España la superioridad moral es de la izquierda contra la derecha, en Catalunya ésta corresponde a los nacionalistas frente a los constitucionalistas.

Acusar de españolismo a toda lucha obrera es algo común en la historia de esta tierra. Sucedió con Lerroux en la Semana Trágica y ocurrió con los anarquistas durante la República y la Guerra Civil. De hecho, el propio Joan Reventos, líder socialista de los inicios de la democracia, cuando se refería a la posibilidad de que hubiese habido una opción socialista no nacionalista, dijo en la presentación de sus memorias que «no quería que se instaurara con fuerza una opción lerrouxista y preferí la hegemonía de CiU.«

El complejo del socialismo con el nacionalismo catalán podía haber terminado en 1999 cuando Josep Borell, un socialista catalán sin miedo a decir que se siente español, pudo ser secretario general del PSOE y candidato a la presidencia española. Sin embargo, una denuncia de corrupción sobre dos de sus colaboradores le hizo renunciar y truncar una brillante carrera política. Curiosamente, y según relata Antonio Robles en su libro Del fraude histórico del PSC al síndrome de Cataluña, aquella denuncia llegó desde el propio círculo dirigente de los socialistas catalanes.  

En ese mismo año, por primera vez la victoria en las Autonómicas por parte de Pujol no era clara y el que había sido alcalde de Barcelona en la época de los Juegos Olímpicos, Pasqual Maragall, salía a hacerle frente. Los socialistas de Catalunya parece que creían en un proyecto y consiguen ser la fuerza más votada. No obstante, da la victoria en diputados a Convergència que, gracias al voto favorable del Partido Popular, gobernará en Catalunya, «devolviendo el favor» del voto de Convergència en la investidura de Aznar como presidente del Gobierno.

Aquellos pactos harán que, por primera vez, las elecciones catalanas comiencen a mirarse desde la perspectiva derecha-izquierda, por encima de nacionalismo-constitucionalismo. En 2003 Maragall vuelve a ganar en votos pero no en diputados, sin embargo, esta vez ERC pasa a ser clave para la gobernabilidad y los independentistas de izquierdas prefieren pactar con el PSC (junto a Iniciativa) antes que con CiU, a la que empiezan a salpicar casos de corrupción.

Por primera vez, la izquierda logra gobernar Catalunya, siendo muy crítica con Convergència. Maragall insinúa las mordidas del 3% que CiU cobraba por las obras públicas, por más que después pediría perdón. El PSC continúa las políticas nacionalistas de Pujol y el desencanto vuelve a la izquierda no nacionalista, sobre todo a raíz del nuevo Estatuto, que es votado en 2006, por más que no fuera una demanda de los catalanes y que sólo votara un 46% de la población. El nuevo referéndum contaba con el apoyo de PSC, ICV y CiU y, en él, se situaba a los castellanohablantes como ciudadanos de segunda categoría en Cataluña, lo que llevó a que muchos abandonaran el PSC y que, tras la plataforma Ciutadans de Catalunya, acabara naciendo el partido Ciudadanos.

A raíz de ahí, los no nacionalistas perdieron la esperanza de que el PSC fuese quién les librara del nacionalismo catalán, suponiendo la pérdida de 5 diputados en 2006 (aunque repitió el Tripartit), 9 más en 2010, 8 en 2012 y 4 más en 2015, a pesar de que en este último año ya había reculado (en parte por estrategia electoral) su apoyo al nacionalismo catalán. Si en 1999 la izquierda teóricamente no nacionalista, PSC e Iniciativa, tenía 51 diputados, en 2015 sumaba 26 entre PSC y Catalunya sí que es pot. Es decir, perdía 25 diputados, justo el número que conseguía Ciudadanos en las últimas elecciones y que les colocaba como líderes de la oposición.

Ciudadanos, Podemos y las historias del pasado

Durante la dictadura, el activismo antifranquista de izquierdas fue protagonizado por el Partido Comunista, mientras que los socialistas, con la cúpula fuera de nuestras fronteras y liderados  por Rodolfo Llopís, al que el tiempo y la distancia le habían hecho perder la realidad de la política nacional, poco habían hecho por derrocar al Caudillo. Tras el asesinato a manos de ETA del Presidente franquista Carrero Blanco, en todo el mundo había la sensación de que el franquismo no sobreviviría a Franco y que, con la muerte del dictador, la democracia se implantaría en España. Es entonces cuando suenan las alarmas y, observando también lo que acontecía en Portugal, donde estuvo a punto de que hubiera una guerra civil tras la Revolución de los Claveles, se teme que la democracia sea una nueva batalla entre fascistas y comunistas y que vuelva el fantasma de las dos España, que «una de ellas ha de helarte el corazón», que decía  Antonio Machado.

Mientras que Adolfo Suárez es el elegido por el Rey para que  «elevara a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal», en la izquierda se trata de tutelar un partido moderado que no cree un conflicto y complique la transición democrática española. Sobre quién tuteló al PSOE se han escrito ríos de tinta. Algunos señalan que el propio franquismo introdujo a varias personas (Gónzalez incluido) para moderar a la izquierda; otros al Gobierno de los Estados Unidos, a la social-democracia europea con Willy Brandt a la cabeza. Quizá hubiera un poco de todo, lo que sí es cierto es que en los primeros años de democracia el PSOE tenía poco más de cinco mil afiliados y poco bagaje en la lucha contra Franco y que, sin embargo, en un visto y no visto, pasaba a ser la alternativa de izquierdas para gobernar.

El PSOE había sido desde su fundación y hasta la Guerra Civil un partido de lucha obrera, muchas veces causante de acciones violentas, incluso de asesinatos, y protagonista del fracaso de la II República, a la que traicionó, así como también responsable del inicio del conflicto bélico que asoló a España desde 1936 hasta 1939. Sin embargo, el franquismo había señalado al Partido Comunista como enemigo durante cuarenta años y los crímenes y malas artes del PSOE quedaron en el olvido, quedando sus siglas limpias para la opinión popular. Por esa cuestión, fuerzas y agentes poderosos de dentro y fuera de España quisieron convertir las históricas siglas en la versión española de la respetable Social-Democracia europea.

En 1973 el avispado Alfonso Guerra registró las siglas ITE-PSOE. Teóricamente, ese PSOE significaba Proyectos Sociológicos de Organización y Estudios. Realmente, sin embargo, era un embrión para crear un nuevo partido que nada tuviera que ver con el clásico PSOE, pero que aprovechara sus históricas siglas como valor estratégico. En aquel momento, dentro y fuera de España creían que era clave dotar a España de una potente formación de izquierda moderada, con altos grados de patriotismo y que no agitara la creación de brechas territoriales debido a los nacionalismos periféricos. En plena Guerra Fría y con el mundo dualizado entre el capitalismo y el comunismo, si el PSOE pretendía ser un partido de gobierno, debía huir de los postulados marxistas, cuestión que, en principio, no gustaba a las bases, de ahí que decidieran cambiar la estructura del partido. Hasta 1976 la unidad del partido se lograba por medio de la Agrupación Local que elegía a los delegados provinciales y regionales que les representarían en los Congresos y elegían a los cargos.

Ante la imposibilidad de que González-Guerra pudieran controlar las agrupaciones, dan un golpe. González dimite (de forma pactada) y una junta gestora, controlada por los dos políticos sevillanos, dirige el partido y comienza a sancionar y expedientar a numerosos militantes y dirigentes críticos o adversarios de la cúpula. Una vez depurado el partido, González vuelve a liderar el partido que ahora se controla de arriba a abajo y no de abajo a arriba, los socialistas dejan de lado el marxismo y en 1982, solamente siete años después de la muerte del dictador, los socialistas gobiernan  España y lo harán durante más de una década. El éxito electoral de Felipe González  ha hecho que, desde entonces, la táctica a la hora de controlar las formaciones políticas de todos los partidos (quizá UPyD no lo hizo y así le fue) sea a imitación de los que el PSOE hizo en la Transición.

En los últimos tiempos, muchos españoles han apostado por otra forma de hacer políticas que han llevado al éxito de Ciudadanos y Podemos. Recientemente, ambas formaciones han celebrado sus Asambleas Nacionales, las cuales han sido muy distintas pero han tenido un punto común, centralizar el poder dentro del partido. En mi opinión, esa cuestión no tiene que ser buena ni mala, lo importante es lo que se va a hacer con dicho poder, que los líderes no busquen perpetuarse en los cargos ni que el bien del partido esté por delante  del país y de sus ciudadanos. Y eso no se puede hacer sin corrientes críticas (constructivas) y no creo que el ejemplo del PSOE y que tan buen resultado electoral le dio a González-Guerra sea útil en nuestros tiempos. La Transición fue un momento histórico puntual que nada tiene que ver con la España actual, en la que las personas de a pie estamos disgustados con las formas de actuar de los partidos clásicos.

El PSOE defiende el castellano en USA pero no en Cataluña

Saltan las alarmas del orgullo patrio porque Donald Trump ha retirado el castellano de la web de la Casa Blanca y yo me quedo perplejo. Obviamente, no seré yo quién defienda al nuevo Presidente de los Estados Unidos, pero las lenguas son para que las personas se entiendan, hablando o escribiendo en un idioma según quién se quiera que escuche o lea. ¿Estaría bien que dicha web estuviera en castellano? Desde luego, y en francés, en árabe, en chino mandarín, catalán o eslovaco. Pero, ¿es algo noticiable? Yo creo que no. El único idioma oficial de los Estados Unidos es el inglés (si bien no depende del gobierno federal, 31 de sus 52 estados lo tienen como oficial y en todos es la lengua de uso en la administración). La noticia sería si no estuviera en un idioma oficial.

Susana Díaz, líder de los socialistas andaluces y quién sabe si pronto Secretaria General del PSOE, escribió un tweet que se ha hecho viral. En él, criticaba la exclusión del castellano por parte del gobierno de los Estados Unidos. Entiendo la postura de Díaz pues, cuando Trump en campaña ha menospreciado a los hispanos y ha asegurado que construirá un muro entre México y EE.UU, imagino que Susana ha visto la exclusión del castellano como un síntoma  de que los hispanos se van a convertir en ciudadanos de segunda y eso le preocupa.

Realmente, sin embargo, no es completamente así. Como hemos dicho ya, la única lengua oficial de los Estados Unidos de América es el inglés y esa es también la lengua de los hispanos que viven en ese país. Todos sabemos que el castellano es la segunda lengua allí pero, lógicamente, eso no la convierte en lengua oficial ni la hace tener un trato diferencial. Todos los ciudadanos deben ser iguales y no se debe discriminar a nadie por su procedencia, así como tampoco se debe dar un trato especial a nadie porque pertenezcan a un número mayor. Pero, más allá de eso, la noticia para mí es que parezca alarmante lo que ocurre en otro país y que, sin embargo, a pocos les preocupe que en España haya páginas web de ayuntamientos en los que también se excluye el castellano.

La gracia está en que, precisamente desde el PSOE, se critique lo mismo que el PSC promueve en Catalunya, donde el castellano sí es oficial y los castellanoparlantes sí son ciudadanos de segunda desde que se aprobara el Estatut de 2006. Desde entonces, el catalán actúa como lengua oficial (y legítima) de los catalanes y el castellano no es más que otra lengua que se puede hablar porque en Catalunya hay muchos castellanoparlantes. Quizá el problema venga de lo que para mí es un error: asociar lengua y patria. El catalán no es la lengua de los catalanes y el castellano de los que vinieron de fuera y sus descendientes, sino que el catalán y el castellano son las lenguas de todos los catalanes, se exprese cada uno en la que se exprese.

¿Por qué al PSOE no le importa que se discrimine a los castellanoparlantes? Volvemos a lo de siempre: el PSC, con Joan Reventós a la cabeza, creó un partido dirigido por burgueses catalanistas, al que votaban obreros constitucionalsitas que creían que estaban votando al mismo partido que lideraba Felipe González en Madrid. Además, el PSC se aprovechó de ser la única alternativa al gobierno corrupto del pujolismo. Con el Tripartit nacionalsocialista o socialistanacional, por fin todos los catalanes supieron que aquello era una farsa y el PSC comenzó a perder votos, que fueron a parar al PP y, sobre todo, a Ciudadanos.

A día de hoy, observando que el nacionalismo del PSC les ha hecho perder votos, se está tratando de virar el rumbo (más de cara a la galería que otra cosa). Por eso, planean la posibilidad de que el PSOE y el PSC se separen y, por eso también, se está tratando de implantar el partido liderado por Antonio Robles, CINC.

Para concluir, ¿los que hablan en castellano están discriminados en los Estados Unidos de América? Muchos pensarán que sí, a pesar de que se les permita hablar en castellano en sus casas y calles y que en las tiendas muchos te atiendan en castellano, es decir, lo mismo que ese concejal del PP andaluz dijo que le había pasado en Catalunya. Sin embargo, se puede rotular los negocios en castellano en USA, pero en Catalunya no y si se hace, se multa, con la diferencia de que en Catalunya el castellano (teóricamente) es oficial.

La izquierda, los moderados y los extremistas

La historia interminable de las batallas derecha-izquierda en España es, a mi opinión, uno de los grandes lastres de nuestro país. He vuelto a pensar en ello cuando, en estos días y ante los próximos Congresos Nacionales de los cuatro partidos grandes, se ha oído el debate de que, si como sucede en Francia, sería bueno que los simpatizantes pudieran elegir a los dirigentes de los partidos políticos tras previo pago de una pequeña cuota. La idea no tiene por qué ser mala, pero creo que, en el frontismo con el que vivimos en España, no serían pocos los que pagarían esa cuota solamente por votar al peor de los candidatos del rival.

Sé que esto es hacer una caricatura pero realmente creo que en este país, antes de ir a un método como el francés, necesitamos más años de experiencia democrática dado que, a día de hoy, la mayoría prefiere un mal rival y no, como sería más lógico desear, que los mejores candidatos de todas las ideologías compitieran por ser el Presidente del Gobierno.

Desde que con la Transición comenzaron las encuestas, hemos vivido la paradoja de que rara vez el candidato más valorado pertenece a la fuerza que lidera las encuestas. Es obvio que, en parte, eso se deba a que los clásicos rivales siempre puntúan bajo al líder del partido rival, favoreciendo a los que no molestan, ni a unos ni a otros. Eso llevó a que en la época del CDS de Suárez, el que fuera primer Presidente del Gobierno, puesto que era el político más valorado aunque pocos le pensaban votar, dijese aquello de: «Queredme menos y votadme más». Algo parecido le sucede ahora a Albert Rivera, al que los españoles consideran el mejor candidato posible, a pesar de que Ciudadanos sea la cuarta fuerza más votada.

Sobre ese panorama, los partidos tienen la opción de extremarse más, lo que les puede llevar a un éxito  inmediato o, por el contrario, tratar de que ese frontismo acabe, por más que los réditos electorales traten más tiempo en llegar. Imagino que, si el fin de los partidos, sobre todo de los nuevos, es cambiar la sociedad, deberían apostar por lo segundo a pesar de esa máxima que dice que, desde la oposición, no se pueden cambiar las cosas o al menos es muy difícil.

Tras las últimas elecciones, hemos visto que las distancias entre los pensamientos ideológicos de los españoles están cada vez más distantes y que los enfrentamientos derecha-izquierda están latentes, incluso dentro de los partidos. En el Partido Popular hay voces críticas que consideran que los Populares son el partido de derechas menos de derechas de Europa y apuestan por crear una formación (muchos sueñan que capitaneada por Aznar) de verdadera derecha. En el PSOE es donde la ruptura es mayor ya que muchos ven como una ofensa haber dejado gobernar a Rajoy, mientras otros creen que lo verdaderamente inadmisible hubiera sido llegar a un acuerdo con Podemos. En el partido morado, los errejonistas no acabaron de entender por qué no permitieron que gobernara Pedro Sánchez con el apoyo de Ciudadanos, permitiendo, de este modo, un nuevo gobierno de Mariano Rajoy y en C’s hay discusiones internas sobre si el partido debe seguir proyectándose desde el centro-izquierda o, contrariamente, dar un paso a la derecha para competir con el Partido Popular.

Lo más curioso es que exista esta batalla derecha-izquierda en todos los partidos, cuando las encuestas dicen que en una escala del 1 (extrema derecha) al 10 (extrema izquierda) la mayoría se sitúa en el 5, aunque no es menos cierto que en las calles es más fácil encontrar personas que se declaran de izquierdas que de derechas. Una vez, un compañero de partido me dijo que en España había personas de izquierdas y personas que votaban a la derecha, pero que no hay casi personas que digan ser de derechas y creo que está en lo cierto.

Imagino que esto se debe a que hay una irreal forma de ver las cosas. Flota en el ambiente que la izquierda encarna la generosidad, la justicia, la cultura y la libertad y que la derecha representa el egoísmo, la avaricia, el despotismo y la opresión, lo que lleva a la izquierda a una superioridad moral que, incluso, hace que, para los extremistas de izquierda, una izquierda moderada sea en realidad derecha, es decir, a sus ojos son egoístas, avaros, déspotas y opresores. Sin embargo, en la extrema izquierda, en el lado más radical de Podemos, por no hablar ya de en la izquierda nacionalista, hay comportamientos que se acercan más a esos adjetivos que los que se pueden encontrar en la izquierda y en la derecha moderada.

Buscar el equilibrio debería ser el objetivo de la mayoría de partidos. Ciudadanos es, sin duda, quien está más cerca de ello, a pesar de que muchos, incluido yo, somos de la opinión que el nuevo ideario y algunas de las apuestas de futuro podrían hacer que lo perdiéramos. Esto se ve también como una lucha  entre el sector Liberal y el Social-Demócrata, cuando yo creo que no se trata de etiquetas, sino de no coger el camino equivocado.

Yo soy cercano a  la izquierda moderada, entendiéndola como una corriente que pretende reconstruir la sociedad sobre unos postulados racionales; una lucha por tener una sociedad mejor que la que hay, con más igualdad, más justa, teniendo en cuenta que, como izquierda, entiendo también los primeros movimientos de los liberales y su intento de sentar las bases de un Estado, secuestrado en aquel momento por la invasión francesa, pero que también lo estaba con los reyes absolutistas. Todo ello, aceptando que hay unas instituciones existentes a las que respetar, pero observándolas desde postulados racionales y siendo conocedores de la imperfecta naturaleza humana.

Sin embargo me siento muy lejos de la izquierda sectaria, dogmática y muchas veces anti-española, que fue responsable de que la Restauración no cuajara, que apoyó la dictadura de Primo de Rivera, que llevó al traste las posibilidades de la República en cuestiones como la Revolución del 34 y que fue muy responsable de que en este país hubiera una Guerra Civil, en la que el bando republicano acabó en manos del dominio soviético de Stalin y sacando del país gran parte de su patrimonio;  lejos también de la izquierda que no hizo dura oposición a Franco, que trató de llevar al traste la Transición y que ya en democracia utilizó el terrorismo de Estado, asesinando a españoles sin juicio de por medio; y, por supuesto,  lejos también de la izquierda vendida al nacionalismo, que no defiende la igualdad entre todos los españoles y que, en ciertas autonomías, apuesta porque haya ciudadanos de primera (los nacionalistas) y de segunda.

Portada: El abrazo de Juan Genovés.

Rubí la primera ciudad catalana que celebrará el día de la Constitución

En 1992 la ciudad de Rubí, mi ciudad, fue objeto de un gran estudio sociológico. Se debía al hecho de que la abstención electoral en Catalunya era sistemáticamente mayor en las elecciones autonómicas que en las generales. Exactamente, un 12,3%. Esa abstención afectaba, sobre todo, al PSC, que llegaba a perder medio millón de votos, lo que llevaba a que, mientras el PSC-PSOE ganaba en Catalunya todas las generales, el PSC perdía todas las autonómicas o, dicho de otro modo, cuando los votantes votaban bajo la tutela del PSOE, no había dudas; pero cuando lo hacían al PSC, dado su nacionalismo catalán, muchos socialistas preferían quedarse en casa.

En aquel 1992, en las elecciones autonómicas de Catalunya, en Rubí únicamente fueron a votar el 57% de la población y el PSC consiguió 6,030 votos. Sin embargo, sólo un año después, para las generales acudieron a las urnas un 72,4% y el PSC consiguió 12.950 votos, es decir, más del doble.

Sobre por qué el PSC insistía en su catalanismo, a pesar de restarle votos, ya hemos hablado muchas veces en este blog. En el Partido de los Socialistas de Catalunya, sus votantes son de clase obrera y constitucionalistas, sus élites son burguesas y nacionalistas. Vuelvo a escribir las palabras del líder socialista Joan Reventós, quien destacaría en sus memorias inacabadas, Tal com ho vaig viure (Tal y como lo viví), que “Los socialistas nos hubieran partido en dos mitades. Y preferí la hegemonía de Pujol”.

Según pude leer en el libro de Antonio Robles, Del fraude histórico del PSC al síndrome de Catalunya, los resultados de las elecciones de Rubí llevaron a un equipo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de la Universidad Autónoma de Barcelona, dirigido por Josep María Colomer, a realizar el estudio antes referido y cuyo resultado fue incontestable: la abstención afectaba a los partidos de izquierda y nada a CiU.

Sin embargo, sabemos lo que ha ocurrido después, el PSC ha tendido la mano siempre a los partidos nacionalistas, mientras que los socialistas iban desangrándose electoralmente. Si en el 2007 en Rubí el PSC tenía 12 concejales, el último pacto del Tripartit en el Parlament, en el que los socialistas catalanes definitivamente abrazaron el nacionalismo catalán, llevó a que en 2011 consiguiera sólo 8 y en 2015 únicamente seis. Resumiendo, desde los «coqueteos» del PSC, primero al nacionalismo y después al independentismo, el PSC de Rubí pasó del 40% de los sufragios al 20%.

Ahora, tras un intento de moción de censura de los nacionalistas (en su derecho están) y de Iniciativa por Catalunya y Vecinos por Rubí (traicionando a sus votantes), el Partido de los Socialistas en Rubí ha comenzado a variar su discurso y sus hechos. Rubí se convertía el pasado jueves en la primera ciudad de Catalunya en aprobar una moción para celebrar un día tan importante como el de la Constitución, fecha que ponía fin a los 40 años de dictadura franquista en los que las libertades de los españoles estaban secuestradas.

Más allá de las diferencias ideológicas, PSC, C’s y PP están obligados a entenderse en Catalunya, más allá de izquierda, centro y derecha, más allá de socialdemócratas, socioliberales y conservadores. La unión de los constitucionalistas es importantísima en un momento como éste, en el que los nacionalistas están tratando de dividir al pueblo catalán.

Ahí, entre los constitucionalistas, también debería estar ICV, pero estos están esperando a que el primo de Zumosol, Podemos, les salve de la desaparición. Al parecer, el partido que es heredero del PSUC y que gobernó Rubí durante muchos años aún no se ha preguntado el porqué han pasado de ser una fuerza a la que votaban prácticamente dos tercios de la ciudad a acabar siendo una fuerza mínima con solamente dos concejales. Si se lo preguntan, la respuesta es fácil: sus votantes son constitucionalistas y no nacionalistas catalanes y, si a una moción de celebrar la Constitución el líder de ICV dice textualmente «Un No como una casa», mal futuro tienen si no les salva el primo de Zumosol.

El Sí a la Constitución en Rubí por parte del grupo de gobierno de PSC, a más de C’s y PP no debería ser noticiable, pero tristemente en mi tierra, Catalunya, sí lo es. Ojalá esto sea el comienzo de algo grande en estas tierras pues nada desearía más que una unión entre constitucionalistas para conseguir aquello que dijo Suárez de conseguir, que en las instituciones sea normal lo que a nivel de calle es simplemente normal. Que Rubí es constitucionalista lo sabemos todos, que Catalunya es constitucionalista lo sabemos todos, pero eso no es visible a nuestros ojos porque, históricamente, PSC e ICV han traicionado sistemáticamente a sus votantes. Ahora da la sensación de que el PSC de Rubí quiere dejar de hacerlo, que van a ser lo que sus votantes quieren, es decir, la representación del PSOE en esta ciudad.

El futuro dirá cómo avanzan los acontecimientos, pero que Rubí, la decimosexta ciudad más grande de Catalunya, pierda los complejos y decida celebrar el Día de la Constitución es histórico y, quién sabe, quizá en unos años como rubinense me pueda sentir orgulloso de que en Rubí comenzase todo y poder decir aquello de que en Rubí nació la Catalunya que, sin complejos, se declara constitucionalista.

PNV-PSOE, ¿el menos malo de los pactos?

Me decían el otro día que cómo podía ver Ciudadanos con buenos ojos el pacto de PNV con PSOE y que si esa unión no era algo parecido al Tripartit que hubo en Catalunya, el cual prendió la mecha del separatismo radical en mi tierra. Me lo decían con el trasfondo que existe en Catalunya de que quizá C’s, con su expansión nacional, esté perdiendo en parte su esencia.

Los partidos políticos, como el clima, son cambiantes por naturaleza por el simple hecho de que el decorado por el paso del tiempo no es siempre el mismo. Sin embargo, y como dijo Winston Churchill, «Hay políticos que cambian de partido por sus ideologías y otros que cambian de ideología por su partido«. Los primeros son los buenos políticos, los segundos son políticos profesionales.

Yo, personalmente, opino que hay que ser comprensivo con los cambios, siempre que estos no traicionen su esencia y siempre y cuando no haya una nueva formación que esté más cerca de ti de lo que estaba la anterior. Porque la democracia debería ser eso, personas votando a quienes les van a representar y no representantes variando según su electorado.

Pero, respondiendo a la pregunta «¿Es este caso como el del Tripartit de Catalunya?», respondemos que no del todo, porque aquí se han quedado fuera los más radicales a diferencia de lo que ocurrió en Catalunya. La posibilidad de un pacto Bildu-Podemos hacía tiritar y no de frío, precisamente, al más pintado.

A veces la aritmética es así de compleja, no queda más remedio que elegir entre susto o muerte. Ahora lo que toca es esperar que el PSE sea sensato y lleve al PNV a su terreno y no al contrario. Si no ocurriera así, obviamente, el problema lo tendrían principalmente los socialistas y lo cierto es que no están para muchos sustos más.

Sobre el PNV, estoy seguro de que se puede luchar por el idioma, la cultura, el folclore y las tradiciones vascas y, a su misma vez, trabajar por el bien del común de los españoles. Es más, es una oportunidad única para que los nacionalistas muestren su sensatez y expliquen al resto de España las peculiaridades de Euskadi sin amenazas de por medio.

A tantos  kilómetros de distancia, no voy yo a opinar sobre el camino que el PNV va a tomar. Desde el resto de España, todos ven al PNV y a Convergència como hermanos siameses pero, sin vivir el día a día de las tierras vascas, no me atrevo yo a decir que sea así. Hace poco más de una década, aquí en Catalunya no pensábamos que Convergència iba a acabar así; sí es cierto que habíamos oído eso del «avui paciència i demà indepèndencia» pero, sinceramente, la mayoría no pensábamos que llegarían tan lejos y tan pronto.

Imagino que tendremos que ir fijándonos en los síntomas que vayan apareciendo, siempre teniendo en cuenta que el pacto de nacionalistas y socialistas es un mal menor, que verdaderamente peor sería un pacto entre los que fueron ETA y los que a nivel nacional se comportan como el brazo político de ETA .

En Barcelona, ya me ocurrió a mí que sonreí con la victoria de Colau sobre Convergència en las municipales, hice mía esa frase acuñada a Calvo Sotelo «mejor una España roja que una España rota» pero, sinceramente, hoy creo que la nación puede romperse más por Podemos que por los nacionalistas.

¿Es el País Vasco una nación? A preguntas como estas no valen medianías, no se permiten respuestas como la de sí a nivel cultural. Porque el sí de Bildu y de Podemos no sería a nivel cultural, no hemos de engañarnos. Si Euskadi es una nación a nivel cultural, da igual llamarle nación que región que provincia, pues el término nación en España tristemente siempre se ha usado para dividir a las personas.

No debería seguir ese debate estéril entre la España grande y libre y la España estado de naciones. La mejor España posible es la diversa pero unida, la que se enriquece de todos los idiomas y todas las culturas que habitan en nuestro país. Pero, para luchar por eso, no debemos perder el tiempo en batallas regionalistas que no llevan a ninguna parte. Y me da igual que sea la Convergència de Catalunya, el PNV del País Vasco, el PP de Madrid o el PSOE de Andalucía. Quien ataca a una región de España nos ataca a todos.

El aragonés Echenique y la andaluza Teresa Rodríguez también quieren que Aragón y Andalucía sean naciones

La extrema izquierda española, en su desesperado intento por balcanizar España, está llegando a actos tan hilarantes como que Pablo Echenique diga ahora que Aragón es una nación y que Teresa Rodríguez pida ahora en Andalucía algo así como su propio derecho a decidir.

Electoralmente, puedo entender dicha táctica: si a los nacionalistas les ha ido bien, ya no sólo en Catalunya y Euskadi, sino también en Valencia y Galicia y, de algún modo, el PSOE triunfa donde es visto casi como su partido autonómico, como es en el caso de Andalucía y Extremedura y el PP en ambas Castilla y en Madrid, ¿por qué no seguir buscando rédito del regionalismo o nacionalismo o como lo queramos llamar?

A la larga, eso no puede ser bueno; es normal que pongamos delante nuestra patria chica, a mi me preocupan más los problemas de Rubí que los de Barcelona, los de Barcelona que los de Catalunya, los de Catalunya que los de España, los de España que los de Europa y los de Europa que los del mundo, pero también me preocupa más la unidad del mundo que la de Europa, la de Europa que la de España, la de España que la de Catalunya…

Mirar las pequeñeces que nos separan de quien tenemos al lado es hoy un problema pequeño, pero con el tiempo será más grande y todo por el beneplácito de la extrema izquierda española cuyo complejo, por cierto, está destruyendo la nación, fingiendo reivindicar las autonomías.

Las Comunidades Autónomas no necesitan que Podemos ni ningún otro partido les defienda sus derechos porque, para ello, ya está nuestra Constitución que, desde su creación, ensalza las autonomías, para muchos quizá hasta demasiado.

Yo, personalmente, no creo que las autonomías tengan un poder excesivo. Lo que sí ocurre es que los nacionalistas han abusado de la buena fe con la que todos los españoles aprobaron la Carta Magna.

El rédito electoral no puede ser una excusa para romper una nación, porque este país ha pasado por guerras, muchas de ellas entre hermanos, se han asesinado muchos presidentes del gobierno y, sin embargo, ahora, por más que no todo sea perfecto, estamos viviendo el momento de más paz, igualdad y libertad de nuestra historia.

Ciertamente, para el bien de nuestra nación, es más peligroso Podemos que los nacionalistas, porque los morados han convencido a una buena parte de españoles de que ellos y sólo ellos representan al pueblo y que ellos y solamente ellos van a luchar por las personas de a pie.

El otro día, oí decir a Félix Ovejero que es triste que haya fronteras en este mundo, pero que más triste es que quieran poner fronteras donde no las hay. Pero ese pensamiento va calando, hay muchísimas personas hoy en día que defienden que las extensiones de tierra, que las culturas, que los idiomas… tienen derechos pero, no, no los tienen, solamente los ciudadanos tienen derechos y, una vez teniendo claro eso, me parece maravilloso que estos defiendan su tierra, su cultura y su lengua, pero no que ello les haga creer que esa tierra, esa cultura y esa lengua son suyas y sólo suyas.

El Partido Socialista trató de alejarse de todo eso. Pedro Sánchez salió con una bandera española enorme detrás tratando de que, de una vez por todas, la izquierda acabase con el complejo que tiene ante los símbolos nacionales, no dándose cuenta de que, no teniéndolos como propios, lo único que consiguen es perpetuar lo que el Dictador Franco trató de hacer y que no es otra cosa que hacer suyos esos símbolos.

Sin embargo, ahora Sánchez, quizá sólo por agarrarse a la silla, ha dicho aquello de que Catalunya es una nación, es decir, se apunta a aquellos que opinan que los que reconocen que España es un Estado de Naciones es de izquierdas y el que no, un fascista.

Triste destino espera a un país como España si después de todo lo vivido va a quedar reducida a un nuevo enfrentamiento entre rojos y azules, a las dos España enfrentadas eternamente.

¿Y saben qué es lo peor de todo? Que si la extrema izquierda, si Podemos y los que se «podemizan» consiguen su propósito, lo que seguramente ocurra no es que España se rompa, sino que, como en todas las autonomías, haya rojos y azules; seguramente, lo que se rompa sean las autonomías y eso sería muy triste. La grandeza de España debe ser que los andaluces sean andaluces, que los vascos sean vascos, que los murcianos sean murcianos y que los catalanes sean catalanes y que podamos mostrar nuestra cultura al resto de nuestros compatriotas de cualquier punto de España.

Tierra de traidores

Vaya por delante que, a mí, personalmente, la social democracia me parece una ideología muy respetable y que coincide, en bastantes cuestiones, con mis pensamientos. Sin embargo, a día de hoy, creo que no hay formación política que se sujete más con pinzas que la del caso del PSOE… Y qué decir ya del Partido de los Socialistas de Catalunya que, después de tantos años, aún no ha decidido qué va a ser de mayor.

Yo siempre he apostado (y en mi blog lo he reflejado en ciertas ocasiones) que el panorama político ideal para la buena marcha de una nación es aquel que incluye ocho o nueve formaciones cubriendo todo el universo de tendencias políticas, no teniendo, además, ninguno de ellos una gran masa social detrás, como ocurre en Dinamarca donde las diferentes formaciones están, así, obligadas a entenderse.

No obstante a ello,  opino que el PSC sobra en Catalunya. Eso no quiere decir que quiera su disolución, obvio que no, puesto que cuántas más formaciones políticas haya, mejor será nuestra salud democrática. Lo que ocurre es que pienso que el PSC no representa prácticamente a nadie en Catalunya.

No hace mucho que escribí, en mi artículo «Iceta y Parlón, dos caras de la misma moneda«, que el problema histórico del Partido de los Socialistas Catalanes es que las élites de la formación son burguesas y catalanistas y sus votantes, obreros y constitucionalistas. Entonces, ¿por qué existe un Partido que prácticamente no representa a nadie?

Más allá de que la base del socialismo sea (o fuese) llamar a los trabajadores del mundo a unirse, motivo por el cual los territorios no pueden estar por encima de las personas, lo que conlleva a que no se pueda ser socialista y nacionalista a la vez.

Entonces, ¿a quién representa el PSC? ¿Quizá a hijos de burgueses venidos a menos que ya no son conservadores porque cada vez tienen menos que conservar? ¿O a los hijos de familias adineradas que se sonrojan cuando su padre catalanista dice que con Franco se vivía mejor? Porque a quién, desde luego, no representa es a la clase trabajadora, a esas personas que les llevaron a gobernar en los ayuntamientos, la Generalitat y a la Moncloa.

El PSC jamás ha representado al prototipo de votante de la zona metropolitana que, desde luego, no es nacionalista, ni tan siquiera cuando colocaron el señuelo de Montilla, un cordobés que hizo las delicias del nacionalismo convirtiéndose en el Presidente que colocó a los castellanohablantes como ciudadanos de segunda en su propio país.

El despertar de estos votantes vino con el Tripartito y el gobierno junto a Iniciativa y Esquerra y, sobre todo, con el Estatut de 2006 que sirvió para dar alas al separatismo catalán que tan presente está a día de hoy. De ahí nació Ciudadanos y de ahí están surgiendo ahora plataformas que abogan por un PSOE catalán separado del PSC y otras formaciones como CINC (Centro Izquierda Nacional), promovida por Antonio Robles.

El PSC perdió votos: los que eran nacionalistas más que socialistas abrazaron a ERC, los que eran constitucionalistas antes que catalanistas se fueron a Ciudadanos y, antes de las elecciones a la Generalitat del 27 de septiembre de 2015, temieron que los jóvenes y los situados más a la izquierda se fueran a Podemos. Por eso, ante el desastre, Iceta y los suyos entonaron un discurso españolista ante unas elecciones que se vendían como un plebiscito de independencia.

Ese cambio de registro hizo que salvaran los muebles, que Iceta pudiera bailar una vez más a las notas de Queen y que, a pesar de haber perdido desde el primer Tripartit medio millón de votantes y 26 diputados en el Parlament, se considerara un triunfo.

Aún así, para los burgueses que dirigen a los Socialistas de Catalunya debía de ser duro estar en el lado de lo que los separatistas mal llaman «unionistas». Me imagino la situación en las zonas altas de Barcelona: tener que bajar en el ascensor con su vecinos de Convergència y escuchar el carraspeo del convergente mientras que el socialista, avergonzado, mira el suelo y sólo se atreve a decir «Sembla que farà bon dia avui». (parece que hará buen día hoy)

Por eso, a Iceta y los suyos se les hizo la boca agua cuando observó que el PSOE permitía el gobierno de Mariano Rajoy. Era la excusa ideal para separarse de los suyos, abrazar de nuevo el catalanismo, poder mirar a sus vecinos en el ascensor y todo fingiendo un gran malestar por permitir gobernar a la derecha (esa memoria selectiva que no recuerda que el PSC dejó gobernar a Convergència)

Lógicamente, unirse a los separatistas sería ahora un cante y además perdería su electorado más fiel, el del llamado Cinturón Rojo. Por eso, los socialistas de Catalunya quieren volver a su espacio de siempre, al del sí pero no, en el que desde el constitucionalismo trabajan para el nacionalismo catalán. El problema es que ese espacio ahora también lo ocupa Podemos, Colau y compañía, eso que se empieza a llamar «Los Comunes». De modo que ya se empieza a hablar de que haya un frente de izquierda entre el PSC y Los Comunes para asaltar el trono de Junts pel Sí.

De este modo, cuando los separatistas caigan, el frente de izquierda tomará el relevo y seguirá trabajando (con disimulo) por el nacionalismo catalán y porque en Catalunya siga habiendo catalanes de primera y de segunda categoría. El PSC pretende volver a traicionar a sus votantes. Nada nuevo en el horizonte, estamos en tierras de traidores, ya sólo nos falta ver cómo acaba, si volverá a dejarse engañar la Catalunya obrera o si sólo les votarán los hijos de burgueses venidos a menos, que ya no son conservadores porque cada vez tienen menos que conservar, o los hijos de familias adineradas que se sonrojan cuando su padre catalanista dice que con Franco se vivía mejor.

Entre Donald Trump y Belén Esteban

Siempre me han sorprendido esas personas que, cuando van al cine, hablan de una película diciendo que se trata de un filme de Bruce Willis o de Julia Roberts o del actor que sea, por el simple hecho de que las películas no son de los actores, son de los directores. Yo voy a ver películas de Woody Allen o de Danny Boyle, pero nunca he ido a ver una película por un actor porque, como es obvio, el estilo lo pone el director o el guionista y la película la hace todo un equipo, un equipo en el que, nos gusté o no, la mayoría de las veces los actores son lo de menos. Sin embargo, cuando la gente va a ver las películas de Mario Casas o de Adriana Ugarte es porque, probablemente, desde el propio mundillo del cine se vende que el cine es de los actores y no de los directores, por más que, si reflexionamos, es obvio que no es así.

En el mundo de la política, pasa algo parecido, muchos son de este o aquel actor, es decir, de tal o cual político cuando lo que deberíamos es tratar de ser de unos ideales, de una ideología, mucho más que de un partido o de un político. Así ocurre que son más importantes los actores que, incluso, el personaje; la actuación que el contenido. Los avatares políticos de los últimos tiempos han hecho que, para muchos, la política se haya convertido en una película sencilla, de buenos y malos, de indios y vaqueros. No obstante, no nos damos cuenta de que, en esas películas, que son vistas desde el lado de los vaqueros, nos parece que los vaqueros son los buenos y ni siquiera nos hemos planteado que no pueda ser así. Nunca hemos visto el lado de los indios y, como lo desconocemos, no son los nuestros sino los otros, los de ellos.

Hay un  gran número de personas, unos por edad y otros por desgana, que nunca habían prestado atención a la política y que, sin embargo, ahora parecen ser grandes especialistas. A pesar de ello, si les preguntases qué es la socialdemocracia, el liberalconservadurismo, el socioliberalismo o cualquier otro pensamiento político, no sabrían decirte ni la historia de esos movimientos ni qué significan, ni siquiera qué partidos se asocian a esas corrientes de pensamiento. Todo es una peli de vaqueros, de buenos y malos, una peli enfocada desde un solo punto de vista. Y eso hace que haya miles de personas que, verdaderamente, se crean que el Congreso se divide entre «La Gente» y «Los Fascistas».

Ha cuajado la idea de que, porque no todo haya salido bien, porque haya habido casos de corrupción política y judicial, la democracia no es real y esa irrealidad se achaca a ser una herencia del franquismo, por eso, todos los que piden respeto a la democracia y a la Constitución son fascistas. Pero lo cierto es que es completamente al revés. Primero, y como es obvio, porque los corruptos son los que no han respetado la Constitución y, segundo, porque esa corrupción judicial que todo el mundo achaca a que los jueces, en parte, son elegidos por los partidos políticos, en realidad muestra el desconocimiento de que, en realidad, eso fue un punto exigido por la izquierda para firmar la Constitución y que, precisamente, Alianza Popular y la UCD de Adolfo Suárez estaban en contra de ello.

Sin embargo, ahora leemos el presente como si el partido que está en el Gobierno fuese quien ha redactado esa norma. La creencia de que quien gobierna hace y deshace sin tener que rendir cuentas es muy común en nuestro país cuando, en realidad, no es así, entre otras cosas gracias a la Constitución. De este modo, en esta eterna campaña electoral que hemos vivido y que ha durado más de un año, cada vez que la policía o los medios de comunicación han sacado a la luz un caso de corrupción del PSOE, de Podemos o de un partido nacionalista, se ha achacado a que estos están dirigidos por el partido que gobierna. No obstante, si repasamos la hemeroteca, el 80% de los casos de corrupción que han salido en este tiempo pertenecían al Partido Popular.¿Entonces? ¿Hay un gobierno fascista que controla todo o vivimos en una democracia donde la policía y la prensa tienen su calendario propio y no miran, si hay elecciones o no, para destapar un caso de corrupción?

¿Entonces por qué muchos tienen la sensación de que el Gobierno dirige los jueces, la policía y la prensa? ¿Por qué ven la película sólo desde el lado del vaquero y no del indio? Por qué, sino, los de más a la izquierda y los nacionalistas no protestan cuando hay personas que rodean el Congreso de los Diputados el día en el que, democráticamente, los representantes del pueblo están invistiendo al Presidente del Gobierno, nos guste o no, sea quien sea ese Presidente que, por cierto, a mi tampoco me gusta

A partir de la investidura es cuando comienza la verdadera película. Pero muchos no quieren verla por el director que somos los españoles, los de derecha, los de izquierda, los de centro, los andaluces, los madrileños, los vascos, los conservadores, los socioliberales, los comunistas… sino que quieren ver los actores, a sus actores preferidos, aunque hagan de villanos, como fue el caso de Pablo Iglesias o de Gabriel Rufián. Eso sí, Rufián tiene una excusa, él quiere que la película sea mala, quiere que España fracase, de hecho, está en Madrid y no en el Parlament de Catalunya porque es un político mediocre. Por este motivo no está en el gobierno de Catalunya y está en el Congreso de los Diputados, pues saben que allí puede hacer perfectamente el papel de Tardà, un bufón burlesco e irrespetuoso, con la tranquilidad de que en el Congreso no tiene nada que hacer, no tiene trabajo, no ha de hacer que el país vaya a mejor, sino que solamente debe entorpecer del mismo modo que estos años ha hecho Tardà. Pero al estilo charnego, para que en Madrid vean que los hijos de los que vinieron desde otros puntos de España ya están bajo el abrazo del independentismo.

Peor es el caso de Iglesias cuando parafraseó a Primo de Rivera al decir que el Congreso no representaba al pueblo, sino que el pueblo estaba fuera. Aplaudió a Oskar Matute de Bildu y se quedó quieto cuando PP, PSOE, Ciudadanos y PNV aplaudieron a las víctimas de ETA. Eso sí, Pablo Iglesias perdió el protagonismo, no fue el malo de la peli, Rufián le ganó, consiguió dividir el Congreso entre los que para él son la gente y los fascistas, pero que en realidad son constitucionalistas y guerracivilistas. Que Rufián fuese el protagonista es lo de menos, lo peor es el estilo, entre Donald Trump y Belén Esteban, y sobre todo que haya una parte de la población que lo defienda porque ha visto la película desde el lado de los vaqueros.

Lo importante es buscar el bien de España y España no es el Rey, ni el Presidente, ni siquiera el Himno o la bandera; España son los ciudadanos que vivimos en este país y, por mucho que haya quien no le guste España, no se sienta cómodo con su historia, con su presente o con lo que sea, deben dejar de engañarse, no se puede querer el bien de los ciudadanos sin que el país vaya bien. Si a España le va bien, a nosotros nos irá bien y eso solamente se consigue uniendo fuerzas y no poniendo palos en las ruedas, como hacen Iglesias, Rufián y compañía.

Fuente de la fotografía de portada: elperiodico.com

Acabó el bipartidismo

Hace un par de años, todo el mundo parecía que estaba de acuerdo en que tenía que acabar el bipartidismo. Sin embargo, después nos hemos dado cuenta de que muchos de esas personas no sabían qué significaba eso. Acabar con el bipartidismo no significaba que PP o PSOE dejaran de ser la fuerza más votada, sino que, para gobernar, no pudieran hacerlo en mayoría, que España no funcionase de Real Decreto en Real Decreto y que más de una fuerza política fuese determinante para el gobierno de nuestro país.

Quienes querían que Podemos y Ciudadanos ocuparan el lugar de PP y de PSOE no querían un fin del bipartidismo, sino que hubiera otro bipartidismo. Es más, a la vista de las declaraciones, muchos de los que no querían bipartidismo no querían tampoco pactos. Obviamente, esos no saben ni lo que quieren, pues el fin del bipartidismo son los pactos, el fin de este dominio de populares y socialistas se consigue cuando otras fuerzas políticas son protagonistas de las decisiones.

La aparición de Ciudadanos y Podemos debía conseguir eso. Ese iba a ser el cambio de esta época. De hecho, hubo la posibilidad de un gran cambio ya que también hubo la ocasión de que pasáramos de un gobierno conservador en mayoría a la opción de que se diera un pacto de centro izquierda entre socialdemócratas y socioliberales. Pero no pudo ser y todos sabemos que aquello no se consiguió, única y exclusivamente, porque Podemos había hecho las cuentas de la vieja y creía que, sumando los votos de Izquierda Unida, daría el «sorpasso» a los socialistas en unas nuevas elecciones.

Pero Pablo Iglesias y los suyos se equivocaron. En política, 2+2 no siempre son 4 y las nuevas elecciones supusieron una pérdida de 3,6 puntos para Unidos Podemos y, en porcentaje, el PSOE alzó el vuelo. Finalmente, esas segundas elecciones beneficiaron al Partido Popular y dejó a España sin alternativa ninguna a que gobernara Mariano Rajoy.

Cualquiera que esté puesto en política nacional entendía que había que dejar gobernar a los populares porque, de haber unas nuevas elecciones, el partido de Mariano Rajoy aún ganaría por más. El PSOE, sin embargo, pareció no entender eso, al menos Pedro Sánchez no lo entendió y tardó mucho en darse cuenta de que había que permitir que el país arrancara. Esa tardanza y no otra cosa es lo que ha llevado a los socialistas a una crisis interna que ya veremos cómo acaba.

La mayor diferencia en este periodo entre Ciudadanos y Podemos es que Ciudadanos ha llegado a la política nacional a acabar con el bipartidismo, mientras que Podemos ha querido formar parte de él. Podemos ha querido ocupar el lugar del PSOE y eso no es ni bueno ni sano. En países con más tradición demócrata, como es el caso de Dinamarca, rara vez el partido ganador consigue más del 25% de los sufragios y, a menudo, para formar gobierno, tienen que realizar pactos de tres o cuatro partidos. En España estamos lejos de que esto pueda ocurrir pero, aunque no lo parezca, es lo ideal. No obstante, hay una diferencia enorme entre ambos países, pues en España existe el guerracivilismo, votamos a uno para que no gane el otro, mientras que ellos tienen claro que hay que votar a quien te va a representar bien, gane o no.

Lógicamente, en España estamos aprendiendo. Nuestra democracia es joven, pero ya hemos podido ver que Ciudadanos, con 32 diputados, está siendo más importante que Podemos con 71. Los de Pablo Iglesias puede que sean los mejores en Twitter o en propaganda pero, una vez en las instituciones, no saben qué hacer. Podemos ha dedicado todos estos meses a crear un clima que llevara a las terceras elecciones, a esas terceras elecciones que supondrían superar al PSOE. Ese y sólo ese ha sido su objetivo, aunque ni siquiera lo han conseguido.

Los españoles deben comprender que Podemos no quiere lo mejor para España. ¿Cómo va a querer lo mejor para un país quien quiere pactar con quien desea romperlo? ¿Cómo vamos a tomar en serio a un partido de extrema izquierda que quiere pactar con PNV y Convergència, dos partidos de derechas? ¿Cómo vamos a confiar en alguien que va de la mano con Bildu, que dice que Otegi es un hombre de paz y que los empresarios son terroristas?

Cuando el próximo Gobierno eche a rodar, tenemos una gran oportunidad para dar un paso adelante como país. Los partidos de la oposición, PSOE, Ciudadanos y Podemos, tienen la obligación de controlar al Gobierno, de ser constructivos y de hacer país teniendo algo claro: que, aunque el presidente siga siendo Rajoy, ya ha comenzado el cambio y el bipartidismo se ha acabado.