¿Tercera vía, señor Mas? No, gracias.

Fue en el final de un acto de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid. El hombre que ha metido a la Catalunya política en un lío y que ha dividido a la sociedad civil abría una puerta hacia la posibilidad de una alternativa al proceso soberanista. Eso sí, dejó claro que debía ser el Estado, y no el gobierno catalán, el que moviera ficha. En realidad, todos sabemos que una gran parte de los miembros de Convergència siempre han visto el tema de la independencia como una excentricidad y que, para muchos, no era más que un «órdago a la grande», que diría un jugador de Mus, pedir la luna para conseguir algo más terrenal.

La cuestión es que, llegado el momento de repetir el referéndum, el Govern tendrá que dar la cara, dado que el resultado del mismo ya lo conocemos: los separatistas irán a votar y los que respetan la Ley, la Constitución y el Estatuto de Catalunya, no. De este modo, ganará el Sí, con un total cercano menor a dos millones, cuando hay cinco millones y medio de catalanes con derecho a voto en las autonómicas. Llegado ese punto, ¿va a atreverse el Govern de Catalunya a declarar la independencia? Obviamente, no, porque la autodeterminación no es para el quien la quiere, sino para a quien se la reconocen y, seamos serios, ¿cuántos países van a reconocer un país que salga de un referéndum ilegal, donde la mayoría no vaya a votar y donde, además, todo eso ocurra en un país democrático y ejemplo de libertades como es España?

Obviamente, por más que en Catalunya cada vez haya más personas que reclaman que hay que llegar a un acuerdo, no es el Señor Puigdemont quién tiene la sartén por el mango, todo lo contrario. Aunque, por otra parte, después de todo el circo montado y de todas las «performances», difícil sería la papeleta de tener que decir a su «público» que hay que olvidarse de la independencia y conformarse con una mayor inversión del Estado o un mejor sistema de financiación, el cual, por otra parte, a mi modo de ver, tampoco debería llegar ya que la política española no se puede mover a base de amenazas efectuadas por parte de los nacionalismos.

Si el Gobierno central hace un guiño a los nacionalismos, debería ser discreto, muy discreto, porque los que en Catalunya sufren el separatismo saben que a esta situación se ha llegado a causa de ir cediendo desde los comienzos de la democracia hasta ahora. Convergència y el PNV han sido durante años piezas esenciales en el espectro político, pero el multipartidismo les ha relegado al ostracismo y Podemos se ha quedado solo a la hora de defender a los nacionalistas con cierto poder, de ahí que en Catalunya y Euskadi se votase masivamente al partido morado. A pesar de ello, el panorama es el que es y con Podemos no va a pactar ningún partido fiel a la Constitución. Esa pérdida de poder por parte de los partidos nacionalistas en el Congreso de los Diputados es lo que les tiene nerviosos y es la causa de que, sobre todo en Catalunya, el Gobierno autonómico se esté apropiando indebidamente de cuestiones que, por Ley, no le pertocan.

¿Tercera vía, señor Mas? No, gracias. Lo que tiene que hacer el Govern de la Generalitat es cumplir y hacer cumplir la Ley. Una vez todo vuelva a la normalidad democrática y los señores del Junts pel Sí y la CUP acaben con el secuestro del Parlament y de los ciudadanos de Catalunya, luchen ustedes por los catalanes, por todos, también por los que no les han votado. No discriminen a nadie por la lengua que hablan, por la ciudad donde viven o por a quien votan y, a raíz de ahí, como ocurrió en la Transición, todos los catalanes se unirán para defender las necesidades de los ciudadanos de Catalunya.

Mi 1992 fue muy distinto

En una amigable charla sobre lo que acontece en Ciudadanos, alguien dijo que el partido corría el riesgo de ser una Convergència (en alusión al partido catalán) española. No voy a volver a retroceder en el tiempo y contar historias del pasado pero sí es cierto que, el nacionalismo catalán nació siendo muy españolista. Resumiendo en una frase, el catalanismo era el anhelo de los catalanes de dirigir la nación, creyendo que lo harían mejor que desde Castilla. En la I República, hubo algo de eso y Francesc Pi i Margall fracasó. Después, hubo una separación entre el catalanismo clásico y otro que, sistemáticamente, culpaba a Madrid de todos sus males, buscando hechos diferenciales lingüísticos, culturales e, incluso, raciales.

Con la deriva separatista catalana, es muy difícil explicar a las personas que leen estas líneas fuera de Catalunya que, aunque muy minoritario, aún existe ese catalanismo-españolista que opina que Catalunya, por su situación geográfica y su historia moderna, puede y debe ser la locomotora de España y que, desde estas tierras, se deben tomar las riendas para que nuestro país sea más parecido a otras naciones de Europa que admiramos. En algunos miembros de Ciudadanos, hay ese espíritu y no me parece que sea algo malo, todo lo contrario, del mismo modo que me parece algo muy positivo que se promueva la normalidad de todas las lenguas y todas las culturas, siempre que eso no se haga como signo de un hecho diferencial y siempre y cuando no sirva para crear desigualdad entre los ciudadanos de los distintos pueblos de España.

Entre los votantes de Convergència, también hay, o al menos había, personas que eran partícipes de ese catalanismo-españolista.  digo había porque el Procés separatista del 3% ha logrado que muchos hayan tenido que elegir entre lo uno y lo otro, haciéndose casi imposible lo que debería ser normal, que el amor a Catalunya y a España sea el mismo, porque Catalunya y España es lo mismo. A la Convergència de Pujol le votaban personas que no eran nacionalistas catalanes y que creían que el President de la Generalitat era un gran gestor que defendía como nadie Catalunya. Eran tiempos en los que, incluso, el ABC consideró a Jordi Pujol «Español del año» y fuera de Catalunya muchas autonomías reclamaban para sí tener un Jordi Pujol que defendiera su tierra como creían que éste hacía en Catalunya.

Al parecer, ese es el caso de Inés Arrimadas, tal y como describió en su artículo «El espíritu del 92», publicado en el diario El Mundo (os lo añado aquí), donde dice  «Corría el año 1992. Yo tenía 11 años y vivía en Jerez de la Frontera, donde nací y crecí. Por aquel entonces, España tenía ante sí el reto de organizar los Juegos Olímpicos de Barcelona 92(…). Hace 25 años de aquello y reconozco que entonces era inimaginable que se pudiera llegar a la situación política actual en la que la Generalitat nos ha metido a todos los catalanes. Estoy convencida de que muchas personas del resto de España, que siempre han mirado a Cataluña con admiración, hoy la miran con cierta preocupación».

Supongo que, cuando Inés dice que era inimaginable que se pudiera llegar a la situación actual, se está refiriendo a que era inimaginable para ella, una niña de once años que vivía fuera de Catalunya. Porque esa visión que hay en el resto de España de que Pujol y su Convergència eran modélicos hasta que una mañana se volvieron locos es totalmente equivocada. El Procés nació desde el primer día de la democracia, de hecho, antes ya en el franquismo bajo el lema de «Hoy paciencia, mañana independencia».

En 1992, cuando yo tenía doce años, en mi colegio nos explicaban la Guerra de Sucesión como si fuera de Secesión, me contaron la Guerra Civil como si hubiese sido una guerra contra Catalunya (por supuesto, no me explicaron que Lluís Companys fue un golpista ni que firmó sentencias de muerte), me hablaban de países imaginarios como los Països Catalans como si de verdad existieran y, tal y como ocurría en la novela «1984» de George Orwell, en los libros de la escuela nos cambiaban el pasado y nos hablaban de la Corona Catalano-Aragonesa, incluso un profesor me dijo que yo no era un buen catalán porque simpatizaba con el Real Madrid. A mi hermano menor, que vivió un catalanismo 2.0 de mayor intensidad , le dijeron que ya no se llamaba Javier y que, a partir de ahora, se llamaba Xavi y trataron de cambiar su identidad para catalanizar su pensamiento.

Fuera de las aulas, la Policía hizo todo lo posible por acabar con la banda terrorista Terra Lliure, precisamente por la cercanía de los Juegos Olímpicos y el miedo a que pudieran cometer algún acto terrorista. En aquellos tiempos, la Generalitat ya amenazaba con multar los establecimientos que rotularan en castellano y  los jóvenes de Esquerra señalaban dichos locales con un cartel que ponía «en catalán, por favor», que no era otra cosa que señalar los comercios como se hizo en Alemania en un tiempo ya lejano.

De modo que, de Catalunya, ese  lugar maravilloso en el que yo nací y en el que pienso vivir toda mi vida, a pesar de la presión y los intentos de meter miedo de los separatistas, hay miles de cosas buenas que contar, ¡miles!, pero la gestión de Convergència no es una de ellas, ni lo es ahora, ni lo era antes, pues la visión de ese admirado Jordi Pujol era falsa. De modo que no analicemos las cosas desde una perspectiva equivocada. El Capo del clan jamás fue un patriota catalán, quién sabe si andorrano o suizo, pero catalán seguro que no. Porque un patriota jamás robaría a su pueblo, jamás defendió a Catalunya en Madrid, jamás hizo nada por ningún catalán que no fuera de las familias burguesas que controlan la zona.

En esta tierra llevamos casi cuarenta años de adoctrinamiento promovido por el nacionalismo catalán y tolerado por el PSC e ICV, incluso por el PP, que pactaba con Convergència en Madrid y en Barcelona. De ahí nació la Plataforma Ciutadans de Catalunya con el fin de representar a los que el Estatuto de Catalunya de 2006 colocaba como ciudadanos de segunda categoría y de ahí también pensábamos que había nacido Ciudadanos hasta que nos hemos enterado de que, en realidad, nació de los liberales de Cádiz en 1812.

Inés Arrimadas tiene que tratar de ser la Presidenta de la Generalitat y le apoyaremos para que lo consiga, no hay mejor herramienta que Ciudadanos para conseguir que en Catalunya todos los que aquí vivimos lo hagamos en igualdad. Si un día lo conseguimos, deberá ser la Presidenta de todos los catalanes, de los que le han votado y de los que no, también de los separatistas pero, no tenemos que acercar posturas con quien defiende la ilegalidad.

Yo viví un 1992 muy diferente que el de Inés Arrimadas, pero coincido en que, en ese momento, todos estuvimos orgullosos de Barcelona, de Catalunya y de España; coincido en que la idiosincrasia catalana fue clave para que todo saliera bien, coincido en que Catalunya ha sido tradicionalmente un referente para el conjunto de España y en que aquellos catalanes y los de ahora son dignos de admirar. Pero no hagamos distinciones entre aquellos políticos y estos, no hablemos de este gobierno y de la situación actual como algo nuevo, porque el separatismo ha sido una carrera de fondo que ya estaba en marcha en aquellos tiempos y Jordi Pujol engañó a los de allí y traicionó a los de aquí. Seguramente en ese engaño a muchos le pareció un gran gestor y un gran defensor de Catalunya, pero ni una cosa ni otra son ciertas.

Ciudadanos, Podemos y las historias del pasado

Durante la dictadura, el activismo antifranquista de izquierdas fue protagonizado por el Partido Comunista, mientras que los socialistas, con la cúpula fuera de nuestras fronteras y liderados  por Rodolfo Llopís, al que el tiempo y la distancia le habían hecho perder la realidad de la política nacional, poco habían hecho por derrocar al Caudillo. Tras el asesinato a manos de ETA del Presidente franquista Carrero Blanco, en todo el mundo había la sensación de que el franquismo no sobreviviría a Franco y que, con la muerte del dictador, la democracia se implantaría en España. Es entonces cuando suenan las alarmas y, observando también lo que acontecía en Portugal, donde estuvo a punto de que hubiera una guerra civil tras la Revolución de los Claveles, se teme que la democracia sea una nueva batalla entre fascistas y comunistas y que vuelva el fantasma de las dos España, que «una de ellas ha de helarte el corazón», que decía  Antonio Machado.

Mientras que Adolfo Suárez es el elegido por el Rey para que  «elevara a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal», en la izquierda se trata de tutelar un partido moderado que no cree un conflicto y complique la transición democrática española. Sobre quién tuteló al PSOE se han escrito ríos de tinta. Algunos señalan que el propio franquismo introdujo a varias personas (Gónzalez incluido) para moderar a la izquierda; otros al Gobierno de los Estados Unidos, a la social-democracia europea con Willy Brandt a la cabeza. Quizá hubiera un poco de todo, lo que sí es cierto es que en los primeros años de democracia el PSOE tenía poco más de cinco mil afiliados y poco bagaje en la lucha contra Franco y que, sin embargo, en un visto y no visto, pasaba a ser la alternativa de izquierdas para gobernar.

El PSOE había sido desde su fundación y hasta la Guerra Civil un partido de lucha obrera, muchas veces causante de acciones violentas, incluso de asesinatos, y protagonista del fracaso de la II República, a la que traicionó, así como también responsable del inicio del conflicto bélico que asoló a España desde 1936 hasta 1939. Sin embargo, el franquismo había señalado al Partido Comunista como enemigo durante cuarenta años y los crímenes y malas artes del PSOE quedaron en el olvido, quedando sus siglas limpias para la opinión popular. Por esa cuestión, fuerzas y agentes poderosos de dentro y fuera de España quisieron convertir las históricas siglas en la versión española de la respetable Social-Democracia europea.

En 1973 el avispado Alfonso Guerra registró las siglas ITE-PSOE. Teóricamente, ese PSOE significaba Proyectos Sociológicos de Organización y Estudios. Realmente, sin embargo, era un embrión para crear un nuevo partido que nada tuviera que ver con el clásico PSOE, pero que aprovechara sus históricas siglas como valor estratégico. En aquel momento, dentro y fuera de España creían que era clave dotar a España de una potente formación de izquierda moderada, con altos grados de patriotismo y que no agitara la creación de brechas territoriales debido a los nacionalismos periféricos. En plena Guerra Fría y con el mundo dualizado entre el capitalismo y el comunismo, si el PSOE pretendía ser un partido de gobierno, debía huir de los postulados marxistas, cuestión que, en principio, no gustaba a las bases, de ahí que decidieran cambiar la estructura del partido. Hasta 1976 la unidad del partido se lograba por medio de la Agrupación Local que elegía a los delegados provinciales y regionales que les representarían en los Congresos y elegían a los cargos.

Ante la imposibilidad de que González-Guerra pudieran controlar las agrupaciones, dan un golpe. González dimite (de forma pactada) y una junta gestora, controlada por los dos políticos sevillanos, dirige el partido y comienza a sancionar y expedientar a numerosos militantes y dirigentes críticos o adversarios de la cúpula. Una vez depurado el partido, González vuelve a liderar el partido que ahora se controla de arriba a abajo y no de abajo a arriba, los socialistas dejan de lado el marxismo y en 1982, solamente siete años después de la muerte del dictador, los socialistas gobiernan  España y lo harán durante más de una década. El éxito electoral de Felipe González  ha hecho que, desde entonces, la táctica a la hora de controlar las formaciones políticas de todos los partidos (quizá UPyD no lo hizo y así le fue) sea a imitación de los que el PSOE hizo en la Transición.

En los últimos tiempos, muchos españoles han apostado por otra forma de hacer políticas que han llevado al éxito de Ciudadanos y Podemos. Recientemente, ambas formaciones han celebrado sus Asambleas Nacionales, las cuales han sido muy distintas pero han tenido un punto común, centralizar el poder dentro del partido. En mi opinión, esa cuestión no tiene que ser buena ni mala, lo importante es lo que se va a hacer con dicho poder, que los líderes no busquen perpetuarse en los cargos ni que el bien del partido esté por delante  del país y de sus ciudadanos. Y eso no se puede hacer sin corrientes críticas (constructivas) y no creo que el ejemplo del PSOE y que tan buen resultado electoral le dio a González-Guerra sea útil en nuestros tiempos. La Transición fue un momento histórico puntual que nada tiene que ver con la España actual, en la que las personas de a pie estamos disgustados con las formas de actuar de los partidos clásicos.

¿Qué pasará ahora con Ciutadans?

Los diarios informan (a su manera) de lo acontecido en la Asamblea de Ciudadanos celebrada en Coslada y muchas personas afiliadas y simpatizantes del partido naranja se/me preguntan qué pasará ahora con Ciutadans, con aquel partido catalán que nació por algo muy concreto hace más de diez años. Los titulares hablan de giro al liberalismo y todos entienden que es un paso a la derecha, por más que esta no pueda ser nunca progresista.

Muchos de estos compañeros se/me preguntan si Ciudadanos sigue siendo «su» partido y quieren una buena respuesta. ¿Personas que provienen de la socialdemocracia deben votar a un partido liberal progresista, si finalmente hay elecciones en Catalunya este año? Si sigue siendo su partido, el partido de toda esas personas, el tiempo y la distancia nos lo dirá. Tendremos que tener fe ciega en el discurso de Albert Rivera en el cierre de la Asamblea, cuando prometía que no iba a olvidar dónde, para qué y por qué nació C’s.

¿Deben votarlo en unas supuestas elecciones catalanas próximas en el tiempo? Por supuesto que sí. Cuando en la televisión vemos la «performance» de Artur Mas y su escolta de jubiladas, llegadas en autocares, cual Francisco Franco, llegar al Juzgado a intentar reírse de los Jueces, del Estado de Derecho y de todos los ciudadanos de este país, ¿a quién vamos a votar los catalanes sino? En Catalunya el pueblo está secuestrado por un gobierno que representa a la minoría de los catalanes y que dice que va a saltarse las leyes democráticamente, cuando la realidad es que no hay nada más antidemocrático que no cumplir las leyes.

En algunas de mis entradas, he escrito a veces que, cuando el líder de Convergència Artur Mas se despertó una mañana siendo independentista, es imposible que a millones de votantes de CiU les hubiese ocurrido lo mismo a la vez y que, lógicamente, muchos de los votantes del partido del 3% siguen votando al partido porque no ven nada más cerca  de sus ideas que Convergència, a pesar de la corrupción y del volantazo de Artur Mas. En el caso del partido nacionalista catalán, también se suma la tradición familiar, que resta cierta libertad a los catalanes que no pueden elegir afiliación política, ni equipo de fútbol y a veces ni siquiera qué vida quieren tener si eres el heredero. Así mismo, un sector de C’s no puede acostarse socialdemócrata una noche y levantarse liberal progresista a la mañana siguiente.

Dice el refranero popular español que el hábito no hace al monje, pero ahora el tiempo nos dirá si Ciudadanos cambia de políticas o no; observaremos si, como hasta ahora, el partido naranja sigue siendo la formación que más propuestas sociales propone o si cambian sus prioridades. Si C’s presume que pueden hablar con todas las formaciones y no quiere crear bandos, seguro que también podrá hablar y entenderse con una parte del propio partido que, a día de hoy, está dudando qué camino seguir. Muchos estarán atentos a ello, yo mismo observaré con atención y veremos si lo hago con gafas de cerca o de lejos, porque en esa duda estoy a día de hoy.

Fuente de la fotografía de portada: Voz Populi

La locura separatista, los burgueses oprimidos y los obreros opresores

Boadella decía con atino que la sociedad catalana estaba mentalmente enferma y, claro, los separatistas se molestaron, porque en su cabeza sólo ellos son la sociedad catalana, los demás, como diría la Presidenta del Parlament Carme Forcadell, somos «el enemigo». Dentro del separatismo, hay un tipo de persona fanática que vive el Procés como un acto legítimo de lucha de un pueblo oprimido que pide libertad. Curiosamente, Catalunya es el único lugar del mundo donde los burgueses son los oprimidos y los obreros los opresores, pero casi cuarenta años de adoctrinamiento llevan a que cuestiones como esa puedan ocurrir.

Sin embargo, la mayoría de las personas que votan a formaciones que han apostado por el separatismo tienen otro perfil más moderado. Sienten que a Catalunya se la trata con injusticia y que eso es algo que les hace, moralmente, tener el derecho al menos a un referéndum. El problema que hay en Catalunya se resume con una sencilla frase: hay personas que creen que los territorios, que las culturas, que los idiomas… tienen derechos y no es así, pues solamente tienen derechos las personas, los ciudadanos.

Ese concepto que parece fácil a muchos les cuesta entender y, si en una conversación dices que «Catalunya no tiene derechos», el sistema de autodefensa implantado por Pujol en la sociedad catalana se activa y hace que personas cultas y moderadas comiencen a hablar de la Corona Catalano-Aragonesa (cosa que no existe) y a decir que Catalunya ya existía antes que España. Pero el hecho de decir que Catalunya no tiene derechos no era un ataque, España tampoco tiene derechos, ya que los derechos son de los ciudadanos y no de las extensiones de tierra.

Todos entenderíamos mejor este tipo de cosas si en el colegio nos hubieran enseñado algo de leyes, la Constitución y este tipo de cuestiones. Así, nadie creería cosas como que Catalunya tiene derecho a un referéndum porque existía antes que España (lo cual además no es verdad) y se entendería fácilmente las diferencias entre los reinos medievales, las naciones y los estados.

Y, ojo, que en esto no estoy criticando a los separatistas, pues los que no  lo somos también deberíamos mejorar nuestra argumentación para hacernos entender. Por ejemplo, muchas veces he oído que hay que defender los derechos de la lengua castellana en Catalunya y, por supuesto, la lengua castellana no tiene derechos, tienen derecho los ciudadanos a expresarse en ella pero no, como dicen algunos, por ser mayoritaria o porque la hable una gran parte de la población. El derecho está porque es un idioma oficial y, aunque solamente una persona la hablara, tendría el mismo derecho que si la hablasen tres millones. El hecho de que la mayoría de personas la hablen no hace que sea un derecho en sí. Quizá algún día el castellano sea la lengua más hablada en New York y eso no la va a convertir per se en la lengua oficial del Estado.

Estos conceptos llevan a interpretaciones extrañas. Los separatistas tratan de hacer normal el hecho de ser nacionalista y tratan de hacernos creer que, antes de la era de las revoluciones, en Catalunya ya existía el nacionalismo, cuestión que es imposible. A otros, se les trata de confundir queriendo hacer ver que el nacionalismo es el sentimiento de pertenencia a un lugar, pero eso es patriotismo y no nacionalismo. El nacionalismo necesita identificarse con algo, con la cultura, con el folklore, con la lengua y, si es posible, con todo a la vez, y quien no esté dentro de los parámetros no es de la nación y quien no está dentro de la nación no tiene los derechos de un nacional.

En las tertulias de diario hay otro problema: si criticas las cosas de España, hay normalidad, ya que la leyenda negra española ha hecho que seamos nuestros máximos enemigos; pero si criticas algo de Catalunya, eres un mal catalán, del mismo modo que, si tu padre no ha nacido aquí, entonces ni siquiera eres catalán. Por eso, no se puede hablar de que las declaraciones de Puigdemont, Mas, Junqueras y Santiago Vidal demuestran que se está organizando un golpe de estado, de la misma manera que tampoco se puede decir que, mientras los salvadores de la patria estaban gastando dinero en hablar en Bruselas ante catalanes pagados por todos, una niña moría esperando una ambulancia que no llegaba porque el Govern recorta en Sanidad y la CUP aprueba una financiación para el Opus Dei.