Cuidado que viene el lobo

Políticamente, si de algo nos tenemos que sentir orgullosos los españoles es del poco (podríamos decir ningún) poder político que tiene la extrema derecha. No existe el nacionalismo español más allá de los nacionalismos periféricos. Eso no es nuevo; en las elecciones de 1933, mientras en Europa el fascismo crecía, en España la Falange únicamente conseguía un escaño de los 473 de los que constituían el Congreso.

 

A pesar de ello, desde la extrema izquierda y, sobre todo, desde los nacionalismos catalán y vasco, se manifestaba que el gobierno español tenía tintes monárquicos y fascistas. Como bien decía Cambó en sus artículos en la prensa inglesa, el fascismo español no existía, fascista era solamente cómo la extrema izquierda llamaba a sus enemigos.

 

Sin embargo, Companys intentó dar un golpe de Estado (los Mossos llegaron a disparar contra el Ejército) y lo justificó diciendo que el gobierno español tenía vertientes fascistas. Cuando los jueces de la República preguntaron a Companys dónde veía él el fascismo del gobierno español, el Presidente cesado de la Generalitat contestó, ni corto ni perezoso, que «en el tono de voz».

 

Los nacionalismos periféricos insistieron en el tema y, por su lado, la extrema izquierda (como ahora Podemos hace) también levantó la bandera y tachó a la CEDA y al Partido Republicano de fascistas. Todo ello, envuelto en protestas, manifestaciones violentas y conatos de rebelión contra la República por parte de los partidos y sindicatos de la extrema izquierda.

 

Esta táctica para deteriorar al Gobierno no sirvió para anular el nacionalismo español, sino para que creciese. De este modo, en 1936 los conservadores de la CEDA volvieron a ser la fuerza más votada pero, ante los ataques al Estado de separatistas y comunistas, la Falange creció hasta los 44 escaños. Lo que pasó después todo el mundo lo sabe; el Frente Popular gobernó gracias al pacto de la mayor parte de la izquierda y los partidos separatistas. Poco después, llegó el alzamiento y, seguidamente, la Guerra Civil.

 

Sin comparar los tiempos, hoy ocurre algo parecido. Los ataques de los separatistas contra el Estado y la complicidad de Podemos están llevando al resurgir del nacionalismo español, el cual, por más que nos quieran vender lo contrario, no lo representa el PP ni Ciudadanos ni, obviamente, tampoco el PSOE. Las encuestas indican que, muy probablemente, VOX tenga representación tras las futuras elecciones.

 

Hay quien piensa que es bueno que se sepa cuántas personas hay en la extrema derecha nacional pero, a mi entender, en una democracia representativa, lo que no está en el Congreso no existe. Obviamente, hay personas de extrema derecha que votaban al PP, sin embargo, en mi opinión, eso no llevaba a los Populares a estar cerca del fascismo, sino a los ultraderechistas a estarlo del conservadurismo moderado.

 

Personalmente, una de las pocas cosas que tenemos que agradecer a los Populares es, precisamente, eso, haber llevado a los más extremistas a la moderación. Ojalá el PSOE hubiese conseguido lo mismo con la extrema izquierda y, de esto modo, otro gallo nos cantaría. Lo curioso del caso es que Podemos y los separatistas estén deseando que VOX tenga éxito para, así, poder decir aquello de: «¿Veis cómo sí hay fascistas en España? ¿Veis cómo sí hay que luchar contra ello?».

 

A corto plazo, la sensación es de que Cs acabará con el PP. No obstante, yo apuesto por lo contrario; puede que Ciudadanos gane las elecciones, pero yo no me refiero a eso ya que quien puede acabar con la «necesidad» de que exista el PP puede ser VOX y, cuando eso ocurra, no quiero llantos. Más allá de nuestras creencias, de nuestra ideología, para la salud de un país es bueno que haya, a mi modo de ver, una derecha y una izquierda moderadas que no den lugar a los extremistas.

 

El gran problema de que el nacionalismo español entre en la lucha con el catalán y el vasco no es que vaya a haber un choque ideológico, pues el nacionalismo periférico es, del mismo modo, extrema derecha, por más que finjan ser otra cosa. Ya en los primeros años de franquismo, cuando el nacionalismo catalán católico comenzó a formar las bases de lo que más tarde sería Convergència, Jaume-Anton Aiguader aseguró en su articulo Una carta sucosa i un article totalitari que la diferencia entre el nazismo, el fascismo, el falangismo y el nacionalismo catalán recaía, precisamente, en que pertenecían a idiosincrasias diferentes por ser de países diferentes, pero nada más.

 

El problema real será, para los que, como yo, tenemos ideas cercanas a la social-democracia, ver cómo la balanza política gira, irremediablemente, hacia la derecha. Es decir, con VOX en juego, muchos entenderán mejor el conservadurismo moderado del PP y el liberalismo de centro de Ciudadanos, dejando poco espacio para la izquierda, lo que la llevará a tener que radicalizarse para poder obtener algún resultado, algo que no sólo será la tumba de un partido necesario como el PSOE, sino que también nos llevará a una lucha de extremos que la historia nos dice que nunca acaba bien.

 

Como dice el cuento, tantas veces se grita «que viene el lobo» que, cuando viene, nadie lo cree. Pero estemos atentos y, ya saben: Cuidado que viene el lobo

La huelga que hizo a los catalanes presos políticos de los separatistas

Estamos en una época en la que un meme, una fotografía, vale más que mil palabras, sobre todo en política y a la hora de presentar unas ideas. En estos días, ni a Kennedy ni Malcolm X o Jesucristo, por poner ejemplos variados, les valdría la oratoria o la pluma para hacer entender sus ideas. Estamos en la época de lo inmediato y de la poca reflexión y de eso se aprovecha quien tiene ganada la batalla de la superioridad moral. En España, obviamente, la izquierda tiene esa superioridad y, por más que yo me siento mucho más cómodo con las ideas de la izquierda, creo que es muy injusto.

Partir la sociedad entre buenos y malos es demasiado simple como para hacer un análisis serio. Por eso, me parecieron terribles aquellas palabras del líder de Podemos, Pablo Iglesias, en las que decía que quería cambiar el miedo de bando, cuando en una sociedad ideal no sólo no debería haber miedo, sino tampoco bandos. Sin respeto al contrario, no hay democracia y, sin respetar las ideas de los demás, siempre que éstas se ajusten a la Ley, a la democracia y la Constitución, nuestro país no podrá avanzar como nación. En Cataluña, la superioridad moral la tienen los nacionalistas, desde la victoria de Pujol en 1980 o quizá antes. El victimismo ha sido parte importante de la política catalana; fingir opresión, fingir rechazo les hace ganar votos a los nacionalistas y, de este modo, lo han convertido en bandera de su programa electoral.

Quizá esto sea poco ético pero, electoralmente, es un arma muy buena, letal durante mucho tiempo. En la salvaje, violenta y terrorífica huelga del pasado día ocho, la Policía apenas actuó, ni la autonómica ni la nacional, ni la Guardia Civil, y a todos nos parece obvio que no lo hizo porque nadie quería unas imágenes como las del día 1 de octubre durante el referéndum ilegal. Como noticia, como imagen, en este mundo de inmediatez y, perdónenme la expresión, de «pichas frías», la no actuación policial ha servido para reparar la del día uno. Ahora, quienes se han mostrado como violentos, como intolerables y faltos de razón, son los separatistas que quemaron neumáticos para cortar carreteras, que pusieron rocas en las vías del tren y secuestraron a las personas que querían ir a trabajar en las autopistas y los trenes.

De este modo, quizá el separatismo ha perdido algo de superioridad moral pero, ¿vale la pena? Es decir, realmente para ganar la batalla de las imágenes, de la prensa o, incluso, de la repercusión internacional de este mundo de inmediatez, ¿se puede y se debe tolerar que los jueces y los cargos policiales no ordenen a los agentes que cumplan y hagan cumplir la Ley? ¿Se puede y se debe tolerar que miles de jóvenes delincan a la vista de todos sin que la Policía actúe? Y, lo que es peor, ¿puede un Estado, sus jueces y Policía, dejar de perseguir asociaciones y partidos políticos que organizan estas acciones por el qué dirán ? ¿Se puede permitir que los obreros, que van a sus puestos de trabajos, sean durante horas, en los trenes y autopistas, presos políticos del separatismo?

El soberanismo que soñó ser Escocia y despertó siendo el Ulster

Con el proceso separatista catalán ya en marcha, viento en popa a toda vela, desde las islas británicas llegaba lo que parecía un soplo de aire fresco. El gobierno británico pactaba un referéndum para la independencia de Escocia. Aquello era aprovechado por los líderes de pensamiento único separatista para hacer popular la idea de que en las “democracias modernas” es normal votar, contrariamente a España, que desde el mundo independentista catalán es mostrada como un Estado chapado a la antigua, por más que la realidad es que nuestro país es una de las únicas diecinueve democracias plenas y que, políticamente hablando, es también uno de los países más modernos del mundo.

Lo cierto es que el caso de Escocia y el de Catalunya se parecen tanto como un huevo a una castaña. Pero como el separatismo catalán es un estado mental, la maquinaria se pone manos a la obra para que los suyos crean que lo que está pasando en el Reino Unido va a ayudar al proceso catalán.

La “nacionalidad” escocesa es algo muy aceptado en el mundo, tanto que todos tenemos claro que actores, cantantes o personajes populares en general son escoceses y no ingleses. Sin embargo, y finalmente, los escoceses votaron No a la independencia en cuanto supieron de los problemas que les llevaría no formar parte de un Estado tan potente como el británico.

En aquellos días, en Catalunya se soñaba con ser Escocia, pero ahora tres años después se ha despertado siendo Irlanda del Norte, con los problemas del Ulster, en los que la sociedad está partida en dos, los que se sienten británicos y los que se sienten irlandeses, y en la que prácticamente una parte no interactúa con la otra. Catalunya se está convirtiendo en eso y todo porque una parte, la separatista, ha tratado de buscar una y otra vez las diferencias entre “ells i nosaltres”, si bien es cierto que la épica del Ulster no aparece en ningún lado en Catalunya. El separatismo hizo de unas elecciones autonómicas un plebiscito separatista; el independentismo consiguió el 47% de los votos e,  incluso, el señor Baños de la CUP salió ante los medios de comunicación para decir que habían perdido el referéndum. No obstante, días después continuaron con la hoja de ruta y hablando en nombre del pueblo catalán, aún a sabiendas que no tenían ni tan siquiera la mayoría del electorado de su lado.

El proceso siguió de un modo lamentable, con la policía autonómica desobedeciendo a los Jueces y poniéndose a las órdenes de los políticos. Primero, el independentismo que se autodefine como no violento atacó a la Guardia Civil, que registraba la Consejería de Economía teniendo que huir por los tejados. Aquellos días hubo imágenes lamentables, como el destrozo de un coche de la Guardia Civil, en el cual no sólo robaron las armas que había en su interior, sino que los líderes de aquel movimiento, los famosos Jordis, en señal de conquista, se subían a aquel vehículo curiosamente fingiendo un discurso de paz y diciendo a las masas con la boca pequeña que se fueran a casa. Más tarde, un reportero de TV3 saltaría sobre ese mismo coche en directo y todo sin que los Mossos hiciesen nada.

El 1 de octubre, la actitud de los Mossos ante el referéndum ilegal fue del mismo modo lamentable, pero el gobierno catalán buscaba y encontró la imagen del enfrentamiento entre civiles y policía “española”, creyendo que esa imagen le valdría para que alguien en el mundo se pusiera del lado del golpismo catalán. Lo que ocurrió después lo sabemos todos, la sí pero no declaración de independencia, la sí pero no convocatoria de elecciones y al final, creyendo que es lo que más les va a beneficiar electoralmente, la sí pero no declaración de independencia tras la aplicación del artículo 155 de la Constitución y la convocatoria de elecciones para el 21 de diciembre.

En el Reino Unido, que tanto utilizaron como ejemplo los separatistas, cuando la celebración del referéndum escocés, el gobierno británico suspendió la autonomía del Ulster hasta cuatro veces, la última durante cinco años. Catalunya soñó ser Escocia y despertó siendo el Ulster, si bien el gobierno español ha sido mucho menos duro que el británico, sobre todo debido a la violencia que había en Irlanda del Norte y que en esta tierra de momento sólo ha habido en ocasiones muy puntuales.

La Puta y la Ramoneta

Fue triste ver a los separatistas del Parlament darse golpes en el pecho cual gorila en demostración de fuerza. A la cabeza de ellos, un Presidente al que nadie votó y que sueña en estar en la memoria popular catalanista junto al «Avi» Macià y el «mártir» Companys y cuya realidad solamente es que, como ellos, va a fracasar en su intento golpista.

He escrito muchas veces que a mí la independencia no es algo que me preocupe en exceso, porque Catalunya no va a ser independiente y eso lo sé yo y también lo saben los separatistas. Sin embargo, sí me preocupa la ruptura que hay en el pueblo catalán y que cada vez es más notable en el día a día de la vida en esta tierra.

La ruptura fue escenificada en el Parlament. Por un lado, los de los golpes en el pecho y, por otro, el vacío. Los miembros de Ciudadanos, PSC y Partido Popular abandonaron la sala para no tener que asistir a una votación que pretendía saltarse la Ley, la Constitución y el Estatuto de Catalunya.

Los miembros de Catalunya Sí que es Pot (En Comú, Podemos o como les queramos llamar) hicieron su trabajo, el de la «hacer la Puta y la Ramoneta». Para quien no entienda está expresión, la referencia más antigua de esta frase data de 1812 y, textualmente, decía: «Hacer la puta Ramoneta».  La Puta y la Ramoneta eran, pues, la misma persona, una persona que «engaña alguien con halagos y adulaciones».

No quedan tan lejos las Elecciones Autonómicas Catalanas en las que los miembros de Catalunya Sí que es Pot pedían el voto de los obreros con origen entre aquellos que llegaron desde otros puntos de España y con la acusación desde Junts pel Sí de hacer el mismo discurso que hacía el partido de Ciudadanos.

El problema de la sección catalana de Podemos es eterno en Catalunya. El PSC e Iniciativa en su momento ya vivieron el drama de tener dos almas, el cual se resume de un modo sencillo: los líderes son nacionalistas catalanes y los votantes constitucionalistas, de modo que en campaña dicen lo que quieren oír los votantes y, una vez en el Parlament, todo cambia.

El comunismo llamaba a los trabajadores del mundo a unirse, a la internacionalidad del pensamiento, sin embargo, en Catalunya y también en el resto de España se cree que el comunismo debe ser antiespañol porque asocian España a Franco, sabe Dios por qué, como si no hubieran sido suficientes los 40 años de secuestro del dictador para que continúe el secuestro 42 años más después de su muerte.

Esa asociación de una bandera que comenzó a utilizarse en 1785 con el dictador ha sido la excusa que utilizó la podemista Àngels Martínez para, de malos modos, sacar del Parlament las banderas constitucionales que habían dejado los miembros del Partido Popular. No creo que el republicanismo sea una escusa para hacer lo que hizo, creo que es el interminable juego de la Puta y la Ramoneta.

Una Diputada del Parlament no puede ser tan ignorante como para no saber que, precisamente en la época de la República, se pararon tres intentos de sedición por parte del gobierno catalán; no puede ser tan ignorante para no saber que en 1934 la República fue quien suspendió la autonomía catalana.

Quizá éste sea un país de malos hermanos en el que sólo se pueden resolver las cosas a tiros, eso nos dice nuestra historia. Sin embargo, creo que aún somos muchos los que queremos un Estado de personas diversas pero unidas.

El independentismo, o al menos este independentismo, no va a poder acabar con la democracia y eso yo creo que los sabemos todos, pero sí va a dejar plantada una semilla de cizaña que, tarde o temprano, brotará y, para entonces, más nos valdrá haber comenzado a entendernos.

¿Hay sitio para la izquierda cívica en España?

Si nos centramos en España, la izquierda tiene un pasado al menos tan negro como la derecha. Intentonas golpistas, república sectaria, terrorismo contra y desde el estado, corrupción, paro, clientelismo, guerracivilismo… y ahora, incluso, apoyo al separatismo, que no es en realidad más que promover la desigualdad entre los españoles.

A mi modo de ver, en la actualidad nos encontramos en un marco en el que la mayoría de los ciudadanos creemos estar en una posición centrada en cuanto a ideología. Ahora parece que muchos no quieren ser ni de derechas ni de izquierdas, por más que también la mayoría asegura que el centro no existe.

En lo que a la izquierda a nivel nacional se refiere, es obvio que hay un resurgir del extremismo, representado, mayormente, por Podemos, partido que ha aprovechado para apropiarse del espíritu del 15-M, llegando a incoherencias tales como proclamarse líderes de aquel movimiento que nació contra la incompetencia de Zapatero a la vez que miembros como Pablo Iglesias afirman que el propio Zapatero es el mejor Presidente de la democracia. A mi modo de ver, el éxito de Podemos no se halla en sus buenos resultados, sino en que hayan conseguido «podemizar» la política, es decir, en que todos los partidos vayan a una lucha dialéctica, en el Congreso, los platós y las redes sociales, que sólo nos lleva al enfrentamiento, a una lucha de bandos que, además de cansina, es muy peligrosa.

Lo peor de este tema es observar cómo el PSOE, en lugar de defender sus políticas, socialdemócratas, de izquierda modera y cívicas, se está radicalizando como en la época de Largo Caballero. Pero es que los socialistas no saben bien lo que quieren, son un partido de partidos, por eso quizá apuestan por esa nación de naciones que la mayoría no entendemos qué significa. En mi opinión, en la izquierda no hay lugar para los nacionalismos, ni para los periféricos ni para el español. La defensa de la unidad de España debe ser como Estado y no como Nación. Sin embargo, en estos tiempos que corren parece que no hay representación para las personas de izquierdas que no tienen complejos con el nacionalismo.

Como catalán, he sentido aún más hondo el vacío político de los que somos de izquierda moderada, de los que nos sentimos alejados tanto de la derecha conservadora como de la izquierda revolucionaria y, por supuesto, de los nacionalismos. Históricamente, en el Partido Socialista Catalán encontramos votantes mayormente de clase obrera y constitucionalistas; sus élites, sin embargo, son burguesas y nacionalistas. En la Transición, ya contaba Oriol Bohigas en Entusiasmos compartidos y batallas sin cuartel que Joan Reventós, presidente de Convergència socialista, le advirtió del “peligro de un triunfo en solitario del PSOE en Catalunya”. En aquella época, la Federación Catalana del PSOE tenía gran implantación social, pero no era nacionalista, mientras que Reagrupament era nacionalista pero no tenía apoyo social. De este modo, Joan Reventós entendió que la única salida era aliarse con el PSOE pues, así, conseguía los votos de las personas que votaban a Felipe González, llevándoselas a una formación en realidad nacionalista. El propio Reventós escribiría en sus memorias inacabadas, Tal com ho vaig viure (Tal y como lo viví), que “los socialistas nos hubieran partido en dos mitades. Y preferí la hegemonía de Pujol”. Reventós escribió también en sus memorias las siguientes palabras en las cuales decía defender “la igualdad del género humano; la consciencia de la persona como sujeto de derechos y deberes; la identidad nacional de mi pueblo y mi país, Cataluña; la democracia, basada en las libertades individuales y nacionales, como mejor sistema político“. ¿La igualdad del género humano tratando a los que vinieron desde otros puntos de España como ciudadanos de segunda? ¿Socialismo y nacionalismo a la vez?

En 2006, Ciudadanos nacía, teóricamente, para representar a las personas que habían dejado de votar tanto a los socialistas como a Iniciativa por sus políticas cercanas al nacionalismo. El partido naranja nació con vocación nacional y, en sus comienzos, defendía postulados de centro izquierda. Sin embargo, cuando su expansión nacional renunció a su lado social demócrata, por más que en Catalunya tanto sus votantes como sus afiliados estaban más cerca del centro izquierda, como se demostró en el IV Congreso del partido, en el cual sus afiliados catalanes votaron mayoritariamente a los representantes de «Mejor Unidos», que apostaban por defender los valores iniciales del partido y su posición de centro izquierda, la formación de Albert Rivera apostó por luchar por conseguir los votantes de centro o centro derecha que hasta ahora votaban al Partido Popular, llevando, así, a la formación naranja a la paradoja de que en Catalunya le votan los obreros, mientras que en Madrid obtenía más sufragios en las zonas acomodadas.

Aún es pronto para saber en qué modo afectará a Cs el cambio en el ideario; lo que sí es cierto es que hay cargos y militantes que, no sintiéndose cómodos en la nueva etapa del partido de Rivera, han decidido marchar (entre ellos quien escribe) al volver a sentirse huérfanos en su posición de izquierda moderada y cívica. En estos últimos tiempos, son muchas las plataformas y partidos que parece que quieren ocupar ese espacio. Mañana en Madrid se presenta dCIDE, aproximadamente un año después de conocer que el que fuera uno de los fundadores de Ciutadans, Antonio Robles, iniciaba una nueva aventura en CINC, Centro Izquierda Nacional, que ha pasado a ser Centro Izquierda de España.

El cambio de nombre, aunque parezca algo simbólico, creo que es positivo para acabar con el trauma de la izquierda y la identidad española. Ojalá sea el principio del fin del complejo de la socialdemocracia con el término España que, lógicamente, no pertenece a ningún partido ni a ninguna ideología. Pero, ¿hay sitio para la izquierda cívica en España? Esa es una pregunta que solamente el tiempo nos la podrá contestar pero,  a mi parecer, es necesaria porque, no nos engañemos, la radicalización de la sociedad es el mayor peligro al que los ciudadanos vamos a enfrentarnos en el futuro.

El país necesita una alternativa reformista, que se muestre contundente con los adversarios políticos pero que, a su vez, sea dialogante por el bien del interés general. Alejada de los nacionalistas y los populistas, que más allá de vivir contra el PP, pueda ofrecer una alternativa sensata y fiable, ¿logrará dCIDE  todas esas cuestiones? ¿Logrará abrirse hueco? Tiene su oportunidad, siempre y cuando entiendan que, aún siendo ambiciosos, es preferible tener pocos diputados y que representen bien los valores que ganar unas elecciones a cambio de ir mutando la ideología. Por otro lado, también considero necesario cuidarse de que entren en sus filas «derechones» y españolistas sin ideología, puesto que entiendo que la lucha de dCIDE será contra los nacionalismos, contra el gallego, el vasco, el catalán y también contra el nacionalismo español.

Crear un partido desde cero tiene que ser tarea muy difícil, pero Antonio Robles y los suyos tienen cercana la historia de Ciudadanos y ahí la guía de lo que debe y no debe hacerse. Les deseo mucha suerte, como no puede ser de otra manera, y aunque sea un partido nacional, no puedo dejar de pensar en mi tierra, Catalunya, y lo bonito que sería que los constitucionalistas de izquierda tuviesen un partido que no les fuese a traicionar, como hicieron antes el PSC e Iniciativa, y que tenga la idea del lugar que debe ocupar mucho más clara de lo que la tiene Ciudadanos.

No van a conseguir que odie mi propia tierra

Escribía Jordi Juan en La Vanguardia, en su artículo titulado ¿Y si el referéndum sólo fuera un MacGuffin para despistar?, que «el objetivo final de los soberanistas catalanes no es la consulta en sí misma, sino la independencia de Catalunya. El referéndum es el instrumento para llegar a ella y lo que necesitan es cargarse de razones para convencer a una parte de la opinión pública catalana que es reticente a dar este paso. Hace ya mucho tiempo que Puigdemont y Junqueras saben que no iban a poder convocar un referéndum legal y con todas las garantías jurídicas si el Gobierno no lo autorizaba, pero han ido construyendo el relato para poder acusar al Ejecutivo de ser un sujeto pasivo y antidemocrático. Así, si el Estado español no quiere poner las urnas, contradice a buena parte de la ciudadanía catalana (siempre según todas las encuestas) y le da al soberanismo vía libre para tratar de ganar más adeptos a su causa».

Y creo que tiene mucha razón pues, a mi parecer, el objetivo de este proceso no es conseguir la independencia, sino fingir y hacer creer a una gran parte del pueblo catalán que la lucha separatista es legítima. Para ello, necesita una España mala malísima, «malvada y opresora», que diría el entrenador multimillonario Pep Guardiola. En ese proceso está ahora; ya lo dijo Francesc Homs, que esto era una guerra y lo es, por ahora una guerra fría que consta de batallas de dimes y diretes, de titulares y de tweets que rozan el simplismo. La revolución de las sonrisas cada vez enseña más los dientes, quizá perdiendo los papeles por primera vez, acusando, no ya a Ciudadanos y al Partido Popular de fascistas, algo que ya habíamos oído antes (de hecho, la Presidenta del Parlament los calificó de «enemigos»), sino ahora también a PSC y al Podemos catalán, por el simple hecho de que no aceptan un referéndum ilegal para escoger algo tan poco democrático como que una parte de España decida por todo el país.

A los separatistas se les está agriando el carácter y, a falta de testículos y ovarios en Puigdemont, Junqueras y compañía, mandaron a un entrenador de fútbol a dar el discurso del odio. A sabiendas de que cada vez les cuesta más mover a las personas que, poco a poco, se van dando cuenta de que la independencia no es más que una farsa, intentaron ofrecer un tono más solemne y menos festivo. Sin embargo, la realidad es que sólo 30.000 personas acudieron a Montjuïc. Se sentaron dando la espalda a la Plaza de España (qué buenos son en cuanto a simbolismo, desde la Alemania nazi no se veía una cosa igual) y, lo dicho, a falta de políticos con testiculina, intelectuales, líderes mundiales o premios nobel que apoyen la causa, fue un futbolista, que dejó el fútbol por dopaje, el encargado de dar el discurso. Josep Guardiola, que jugó con España por dinero y que fue después a jugar a una monarquía autoritaria y salpicada por el terrorismo, como es Qatar, nos habló de opresores y oprimidos.

Catalunya es un sitio peculiar; en ese sentido, sí que puede ser, verdaderamente, una tierra única y especial, pues aquí los ricos son los oprimidos y los pobres los opresores, la burguesía los colonizados y los obreros los colonizadores. En definitiva, «per pixar i no treure ni gota» que decimos por aquí.

Así, el bueno de Pep dejó atrás la revolución de las sonrisas y comenzó a atacar, a faltar el respeto, a insultar… y lo hizo como él sabe, de forma hipócrita y fingiendo ser un señor. Fue, una vez más, la vuelta al día de la marmota, ese día que se repite y del que nunca podemos salir; volvieron a utilizar los mismos argumentos para hacernos creer que un golpe de Estado puede ser democrático. «Queremos votar», «queremos poner las urnas»… y es que es utilizando simplismos tales, como que los catalanes quieren votar porque son demócratas o que los españoles quieren impedirlo con el ejército porque la democracia española es la herencia de la dictadura de Franco, los famosos tanques con los que los separatistas sueñan con que un día entrarán por la Diagonal, que se acercan al pueblo.

Decía Rufián, quien ha conseguido ser diputado por ser el representante de los «barrigas contentas» y los «charnegos agradecidos», que «¿dónde se ha visto que los demócratas pongan los tanques y los exaltados las urnas?». Parece que el bueno de Rufián desconoce esos episodios en los que, a través de las urnas, Hitler llegó al poder, Austria se unió al Reich y que, gracias a los tanques de los aliados, se salvaron las democracias europeas del nazismo.

Pero no hay de qué preocuparse, en Catalunya no va a llegar la sangre al río porque no va a haber referéndum ni declaración de independencia; no va a haber soldados, ni guerra, ni tanques, pero sí va a haber muchas cosas graves.  La idea de los separatistas, lo que verdaderamente pretenden, es que cale el pensamiento de que España es un estado opresor, que rechaza la democracia catalana y que, de aquí a unos años, quién sabe, quizá se pueda volver a tensar la cuerda.

El problema es que los ataques ya no van contra el gobierno del PP ni contra esa España que no tiene cara ni ojos; los insultos ya no van a algo difuso, sino contra todos los españoles, también contra los catalanes que no somos independentistas y esas son cosas más difíciles de resolver. En ese sentido, la lucha independentista también sabe dónde está la victoria, quieren que llegue el día en el que los que no somos independentistas acabemos diciendo que ya no queremos ser catalanes. Pero Catalunya es mucho más que sus políticos separatistas y, no, no van a conseguir que odie mi propia tierra. Porque, por más que lleven décadas tratando de que no nos sintamos en casa en el lugar en el cual nacimos, los que somos hijos de obreros, que dejaron atrás sus ciudades cansados de intentar labrar una tierra que no daba frutos, no vamos a renunciar a Catalunya, así como tampoco permitir que se cuente como verdad esa leyenda que dice que en esos pisos feos del cinturón industrial de Catalunya, en los que viven personas humildes, los padres enseñaron a sus hijos a odiar a Catalunya y a amar la tierra de sus padres más que la propia. Porque eso es mentira, igual que no es verdad que esas personas no quisieran aprender catalán. La mayoría de esos padres, los míos incluidos, venían de familias que habían perdido la guerra y lucharon contra el franquismo y que salieron a la calle a reclamar el Estatut, la Autonomía de Catalunya y restablecer la Generalitat. Esos son los ciudadanos de Catalunya a los que Tarradellas agradeció su esfuerzo.

Hay que ser un necio para pensar que un catalán como yo ama más otro lugar de España que la Catalunya en la cual nació, donde se crió, donde ha vivido siempre. No han conseguido que odie mi propia tierra, pero sí han conseguido que me sienta incómodo en ella, sí han conseguido entristecerme, sí que me han hecho pensar si vale la pena estar en un lugar donde una parte de la población se cree superior racialmente a la otra. Porque a mí me gustaría seguir viviendo donde siempre lo he hecho, así como también que mis futuros hijos vivieran aquí. Pero, claro, hasta ahora, cuando me imaginaba educando a mis hijos, pensaba en hacerles ver que todas las personas somos iguales, que las banderas de los países sólo sirven para diferenciarnos en las competiciones deportivas; me veía recomendándoles leer sobre Gandhi, Mandela o Martin Luther King, a una edad más temprana de lo que lo hice yo, para que entendieran pronto que la lucha por la igualdad de las personas es muy importante. Sin embargo, cuando pienso en que si algún día tengo un hijo tendrá que ser criado en el nacionalcatalanismo de las escuelas que tratarán de adoctrinarle siento cierto agobio.

¿Tendré que decirle a mis hijos en el futuro que tengan cuidado para que el colegio no les vuelva contra su propio padre? ¿Tendré que enseñar a mis hijos una bandera española para que no olviden quiénes son y de dónde vienen? No es lo que yo querría, pues creo que la libertad es lo más preciado que tienen los seres humanos, ¿pero se puede ser libre en un lugar en el cual el odio está instaurado en los políticos, en la prensa, en la televisión, y en el que, si no eres separatista, quedas excluido?

Poca gloria para «el mal catalán» Eduardo Mendoza

Lógicamente, no esperaba yo que, por el hecho de que el catalán Eduardo Mendoza ganara el Premio Cervantes en Barcelona, la gente saliera a la calle a celebrarlo, así como tampoco que alguien fuese a Canaletas como cuando el Barça gana un título. Sin embargo, sí esperaba que los medios de comunicación catalanes alardearan algo más de ello. El catalanismo significa el amor a la identidad, a la cultura y a las costumbres catalanas, ¿no? Pues me parece muy extraño que no se le dé bombo a que un catalán se le entregue tan importante premio.

Pero, claro, ¿es Eduardo Mendoza un bon català? Pues, miren, en esta Catalunya mentalmente enferma, que diría Boadella, no. Eduardo Mendoza no es un buen catalán. Primero, porque si fuese un buen catalán, se llamaría Eduard. ¡¿Qué es eso de ponerle una «o» de más al nombre?! ¡¿Se habrá visto semejante sometimiento al imperio invasor?! Pero eso es un detalle sin importancia, comparado con el pecado mortal de este genial escritor. ¿Sabéis cuál es su pecado? En las obras de Mendoza, no se muestra la Catalunya nacionalista, es decir, no fa país.

Escribe sobre una Barcelona pluricultural, bilingüe, en la cual los personajes mezclan sin darse cuenta castellano y catalán y, para más inri, en su obra Sin noticias de Gurb tiene la osadía de escribir la historia de un extraterrestre que ve desde fuera que los catalanes estamos mentalmente enfermos.

La prensa catalana no celebra como debe el triunfo de Eduardo Mendoza porque el nacionalismo no celebra ese triunfo y no lo hace, no ya porque Eduardo sea un «charnego» (que también, además «charnego» de los peores, de los que tienen un apellido de origen castellano y otro de origen catalán), sino porque el escritor se ha mostrado siempre crítico y contrario a los nacionalismos y eso en Catalunya se paga.

Además, escribe en castellano, esa lengua colonial que hablan esos extraños colonos que viven en los barrios pobres, mientras los colonizados viven en los barrios ricos. Con lo que a Mendoza no se le considera parte de la literatura catalana porque sólo lo nacionalista es catalán. Eduardo Mendoza no es part del poble català, que diría Forcadell, sino que es part dels enemics de la nostra terra.

Cuando en los primeros años de la democracia las encuestas empezaron a decir que, la mayoría de los catalanes tenía como lengua materna el castellano, el nacionalismo comenzó la dura batalla de la inmersión lingüística que, con el pretexto de que los catalanes conocieran por igual ambas lenguas, trataba en realidad de exterminar el castellano como lengua oficial de Catalunya.

En enero de 1979 apareció en la revista Els Marges un manifiesto cuyos autores consideraban que, cuatro años después de la dictadura, la situación de la lengua catalana era peor que en la época del franquismo, así como también que era «urgente la necesidad de restituir a la lengua catalana su inalienable condición de lengua nacional de Catalunya”, como si verdaderamente hubiera lenguas propias de las extensiones de tierra y no lenguas maternas y oficiales.

En el primer discurso de investidura del Príncipe de los Ladrones, Jordi Pujol, éste anunció que actuaría firmemente para que el catalán «fuese la lengua propia de Catalunya», mientras que al castellano lo calificó como «propia de una buena parte de los ciudadanos de Catalunya», es decir, propia de algunos catalanes pero no de Catalunya, lo que es lo mismo que asimilarlo al nivel del Árabe, el Chino o el Alemán.

Desde entonces y hasta ahora, distintos manifiestos han clamado por la igualdad entre ambas lenguas e identidades, desde los 2.300 al Foro Babel, pasando por partidos políticos o plataformas como Sociedad Civil Catalana. Eduardo Mendoza ha cometido el «delito» de estar ahí siempre que se lo han pedido y, por eso, no es un Bon Català. 

En una tierra en la que a los valientes se les atemoriza y en la que la mayoría de personas se pone de perfil ante los asuntos del nacionalismo, catalanes ilustres, como el premiado escritor o muchos otros, no han tenido miedo y, por eso, la Catalunya nacionalista les silencia. ¿Cómo puede vender el nacionalismo el odio del resto de España a Catalunya cuando, de los últimos cinco españoles que han conseguido tan prestigioso galardón, cuatro de ellos eran catalanes? Fácil respuesta, estos no son catalanes o al menos no buenos catalanes.

Fuente de la fotografía de portada: La Vanguardia

El separatismo subconsciente

Hoy voy a escribir uno de esos artículos de los que recibo críticas de un lado y del otro pero que, de vez en cuando, sigo haciendo dado que creo que, en un mundo cada vez más extremista, es importante buscar soluciones a los problemas que existen en nuestro país, por más que muchos líderes políticos, con el Presidente Rajoy entre ellos, hayan optado por la táctica de esconder la cabeza bajo del ala y esperar a que los problemas se solucionen solos.

Muchos se hacen la pregunta «¿Qué ha llevado a catalanes que no eran independentistas a comenzar a serlo?». Muchas veces, caemos en el error de intentar responderlo con una sola frase y, en mi opinión, simplificar tanto las cuestiones es cuanto menos difícil.

Es una obviedad que, para la opinión de muchos, Catalunya no acaba de encajar en España y que eso ha llevado a algunos a pensar en la posibilidad de crear una nueva nación. Más allá de lo legal e ilegal de esta cuestión, lo cierto es que, para arreglar los problemas de los catalanes, aquellos que de verdad importan, los del día a día, y que haya una convivencia normal entre los que piensan diferente en esta tierra, hay que encontrar una solución y hallarla de veras, si bien es cierto que no debe de ser fácil cuando, desde hace más de un siglo, existe a mayor o menor medida eso que llamamos «el problema catalán».

El separatismo creció en los últimos tiempos (de esto ya hemos hablado muchas veces), gracias a que el gobierno autonómico utilizó la lengua, la cultura y la historia de Catalunya, aprovechando altavoces tan importantes como la prensa y la escuela, para crear una guardia pretoriana preparada para ese momento en el que salieran a la luz sus actos de corrupción. Hace ya más de treinta años que Pujol dijo aquello de «atacarme a mí es atacar a Catalunya».

Sin embargo, hay otro foco de separatismo catalán, el que muchas veces se resume de forma inexacta en la frase «El PP es una máquina de crear independentistas«.

Obviamente, eso no es así del todo, aunque sí tiene algo de realidad. En el resto de España, hay muchas personas que son separatistas en el subsconciente, es decir, que creyendo que muestran «españolidad», tratan a los ciudadanos de Catalunya como si, verdaderamente, esta tierra fuera otro país. Los políticos lo hacen y podemos recordar ejemplos claros, como cuando Esperanza Aguirre, preguntada por las consecuencias que podía tener la OPA de Gas Natural sobre Endesa, dijo aquello de que «es una mala noticia para la Comunidad de Madrid que la sede de una empresa eléctrica, que es multinacional y que es una de las grandes empresas españolas, se traslade fuera del territorio nacional», cuando lo cierto es que la sede iba a ir a Barcelona. Entonces, ¿Catalunya no es España? Otro ejemplo de ello es cuando el Ministro Wert aseguró qu «hay que españolizar a los niños catalanes», como si una persona pudiera estar más o menos españolizada.

El problema catalán tiene dos soluciones reales: el encaje en España o la independencia. Después, existe la opción de eternizar el problema, que es aquello de «Eres español porque lo pone en el DNI» o «Catalunya pertenece a España». Esta última frase refleja, claramente, ese separatismo subsconsciente del que hablo, dado que, obviamente, Catalunya no pertenece a España, sino que forma parte de España. Y es que, si pertenecieras significaría que Catalunya es una colonia y, si es una colonia, según la resolución de la ONU, sí tendría derecho al referéndum de independencia.

De modo que centrémonos en las soluciones verdaderamente posibles y descartemos, lógicamente, la independencia, ya no sólo por ilegal y por ir en contra de las resoluciones de la ONU, además de ir contra la Constitución Española y el Estatuto, sino también porque la mayoría de los catalanes no la quiere. Asimismo, pensemos en por qué no encaja, en por qué a españoles de Catalunya les cuesta sentir España como su nación, en quién tiene la responsabilidad de que eso ocurra y, lo más importante, en cómo se puede solucionar.

Ya he escrito otras veces que, a mi modo de ver, la catalanofobia existe en la España democrática porque hay quien lo promueve y a quien le conviene políticamente. La catalonofobia se ha alimentado desde Catalunya y desde el resto de España porque, tanto primero a Convergència como después al Partido Popular, les ha dado votos. De modo que, a mi entender, es algo así como un pacto no escrito entre ambas formaciones que a los Convergents les ha dado votos en esta tierra y al Partido Popular en el resto de la geografía española.

No obstante, en lo que, en mi opinión, se equivocan los nacionalistas catalanes es en culpar a los populares y a los nacionalistas castellanos de esa falta de encaje en España, porque a quien deben responsabilizar ellos es a su gobierno, a sus dirigentes, los cuales nunca han hecho porque ese encaje ocurra.

Ya desde la redacción de la Constitución, los políticos catalanes hicieron por no encajar y lo hicieron de un modo inteligente para sus propósitos, de un modo con el que poder culpar a Madrid siempre de todos sus males y mirando por su bien y la de sus corruptelas y no por de Catalunya ni el de España. En los tiempos que se redactaba, ya nos avisaba Josep Tarradellas que tuviéramos cuidado con Jordi Pujol y sus planes a largo plazo.

Lo cierto es que, por más que CiU se ha mostrado como el partido que iba al Congreso de los Diputados y al Senado para defender los intereses de los catalanes, la realidad es que se ha aprovechado del respetable sentimiento catalanista para enfrentar a su pueblo.

Así, si Convergencia se fundó para defender la lengua y la cultura catalanas, ¿por qué no exigieron que el catalán fuera un idioma oficial en toda España? Sé que muchos pensarán que me he vuelto loco, que cómo va a ser el catalán oficial en lugares donde no se conoce la lengua. Sin embargo, no nos paramos a pensar que pertenecemos a la Unión Europea y que, por ejemplo, el finlandés es un idioma oficial en todo el territorio de la Unión, también en España, por más que, así a primeras, podríamos decir que ningún español sabe finlandés. Es decir, que sea oficial no quiere decir que todo el mundo deba conocerlo.

Pero no nos quedemos con el ejemplo de la Unión Europea, hablemos de naciones. ¿Por qué los idiomas españoles, aparte del castellano, no son idiomas oficiales de toda España? Hay casos como Suiza donde el alemán, el italiano y el francés son oficiales en todo el país, por más que, obviamente, no todas las personas que allí residen conozcan las tres lengua. El más utilizado es el alemán, pero nadie dirá jamás que el idioma oficial de Suiza es dicho idioma. ¿Por qué en España el castellano está por encima de las otras lenguas españolas? Espero que, a esta cuestión, nadie responda que eso ocurre porque ninguna de las lenguas que se hablan en Suiza son lenguas propias de la nación ya que, en ese caso, estarán haciendo otro ejercicio más de «separatismo subconsciente», puesto que los separatistas suelen decir que el catalán es la lengua propia de Catalunya, cuando eso no es verdad.

No existen las lenguas propias de los territorios, existen la lengua materna y las lenguas oficiales y, de este modo, el castellano es tan lengua propia de Catalunya como lo es el catalán. Porque, claro, si hablamos del territorio, antes de que los romanos introdujeran el latín y éste derivara al catalán, ¿qué hablaban los habitantes de la ahora Catalunya? ¿El íbero? ¿Es entonces el íbero la lengua propia de Catalunya?

Por poner un ejemplo, en Bélgica, el servicio público de correos tiene una triple denominación lingüística: «De post» (en neerlandés), «La Poste» (en francés) y «Die Post » (en alemán). La población belga que habla alemán es de, aproximadamente, 70.000 personas, es decir, representa el 1% de la población. ¿Es lógico que en España este tipo de cuestiones no estén escritas también en catalán, cuando lo hablan o lo entienden cerca de 14 millones de personas y el 28% de la población?

Sé que, en la situación actual, muchos dirán que no hay que ceder ante los separatistas, pero no hagamos otro ejercicio de «separatismo subconsciente» pues el catalán es un idioma español y es el idioma de todos los catalanes junto al castellano. También es el idioma de los que no lo usan. Y no voy a hablar del tan desgastado tema del bilingüismo porque, según los entendidos, solamente es bilingüe el que tiene dos lenguas maternas y no el que conoce dos idiomas. Aún así, sí voy a defender el enriquecimiento que significa conocer mientras más lenguas mejor.

Mi modo de ver no es que en Catalunya las personas deban ir cambiando de idioma según quién tengan delante, sino que ambos idiomas deben estudiarse por igual para que todos los conozcan y entiendan, de tal modo que, después, cada uno hable en la lengua que desee, dándole naturalidad, cosa que no ocurre, precisamente, porque los catalanistas no han querido encajar en España y porque, desde los tiempos de la Lliga Regionalista (con sus errores), en los que se acusaba en Catalunya a Cambó y los suyos de ser catalanistas en Madrid pero españolistas en Barcelona, no hay un regionalismo sensato que luche por mostrar al resto de España las virtudes de Catalunya y su colaboración con el resto del país.

Normalizar esta idea, que todas las culturas no castellanas sean tan españolas como cualquiera, debería ser labor de todos. En Catalunya, los que luchamos contra el separatismo sufrimos zancadillas de otros que, estando en contra del Proceso, pertenecen a ese «separatismo subconsciente» y señalan a todo lo catalán como no-nacional, unas veces sin pretenderlo y, otras, ejecutando ese nacionalismo castellano que es tan malo como cualquier otro nacionalismo. La cultura en general y el idioma en particular son usados por unos y otros como arma arrojadiza y eso hace que cuestiones tan normales, como que alguien use su lengua materna, en este caso el catalán, que es un idioma español, sean vistas como un ataque al propio país, algo en mi opinión ridículo. Les pongo un ejemplo: ¿No es Rafa Nadal y, permítanme el término, el deportista más «españolazo» que tenemos? ¿Son conscientes los españoles que Rafa Nadal es catalano hablante? ¿Y de que también lo es Pau Gasol?

Señor Romeva, tengo una pregunta para usted

Señor Romeva, en julio de 1936 y en el trascurso de unas horas, mi abuela materna perdió a su marido, a su padre y a su madre. Su marido fue montado en un camión por el ejército mal llamado nacional y nunca más se supo de él. Su padre, cuando el mismo ejército asaltó su casa, a la pregunta de quién eran unos libros sobre comunismo que se encontraron en el interior de la misma, respondió que suyos, cuando la realidad es que eran de su hijo. De este modo, fue fusilado por leer, cuando, verdaderamente, no sabía ni leer. Su madre, enferma en el hospital, fue sacada a rastras y fusilada en la misma tapia del nombrado hospital.

Mi abuela se quedó sola con sus hijos. Murió cuando yo tenía apenas seis años y, entre las cosas que recuerdo de ella, una me llama especialmente la atención: solía decir que ella «no quería sobrevivir a otra guerra», es decir, decía que, en el caso de haber guerra, era mejor morir que sobrevivir.

Mi abuelo paterno estaba haciendo el servicio militar cuando el levantamiento le cogió en zona nacional. Tuvo que luchar en contra de lo que creía, pues mi abuelo era socialista. Cuando volvió de «ganar» la guerra, fue a pedir trabajo y el señorito le dijo, literalmente, que «si se creía que era tonto» pues, por más que hubiera ido con los nacionales, no le daba trabajo porque sabía que, en realidad, era «un rojo». Cuando años después Franco fue a su pueblo, fue a recibirlo y, mientras el gentío gritaba «Franco, Franco», él y sus hijos cantaban «Cabrón, Cabrón». El día que murió el Dictador, abrió una copa de buen vino.

Mis padres cometieron el pecado de nacer en una de esas familias que perdieron la guerra, que se dedicaban a arar una tierra que daba poco fruto y que, por ello, emigraron. Mi padre fue a Colonia y mi madre a Madrid. Una casualidad hizo que decidieran encontrarse de nuevo en Barcelona, lugar en el que decidieron quedarse, a pesar de que tuviesen trabajo en Madrid. Eso sucedió en los años sesenta.

Aún en dictadura, mi padre estuvo en las luchas sindicales y tuvo que correr delante de los grises. Más tarde, colaboró con el PSC, se manifestó por el Estatuto de Autonomía de Catalunya y, según siempre cuenta, en aquellas manifestaciones había más andaluces que catalanes. Cuando yo nací, ya en democracia, mi padre y mi madre, andaluces, me inscribieron en el colegio indicando que mi primera lengua era la catalana.

Yo estuve en la manifestación del domingo en Barcelona junto a muchas personas que podrían contar una historia similar a la mía. Usted, señor Romeva, me ha llamado falangista. Y yo le pregunto, ¿es capaz usted de entender lo que significa para mí y para los míos que nos insulte de esa manera? Es una pregunta retórica, por supuesto, porque usted no lo entiende y no lo hace porque los fanáticos como usted no entienden de más verdades que la suya.

Señor Romeva, usted pertenecía a un partido de ideología comunista, ¿ha oído usted alguna vez aquello de la Internacional? ¿De verdad no sabe usted que ser nacionalista y ser de izquierdas es algo totalmente incompatible? ¿O es que quizá le da igual? A usted le han dado un carguito, una paga y tiene suficiente con eso. Señor Romeva, usted dice que yo soy un falangista, pues le pido que lo repita, que diga mi nombre y apellidos y diga que soy un falangista o, sino, si le queda algo de dignidad, pida perdón y dimita.

 

Fuente de la fotografía de portada: eldiario.es

Los Liberales de Cádiz y los valientes de Barcelona

A los políticos, a los que tienen cargo y a los que no, a los que ganan cantidades respetables y también a los que hacen política de forma altruista, hay que exigirles varias cosas. Una de ellas, coherencia. Es difícil creer en políticos incoherentes, por más que estén bien formados y dominen de forma considerable los secretos de la telegenia.

Cuando Ciudadanos decidió dar el paso y convertir en una realidad la expansión nacional, muchos se preguntaron quién podía sustituir Albert Rivera, el cual intuíamos que dejaría la lucha en Catalunya para emprender su batalla por La Moncloa. Con un Jordi Cañas apartado (esperemos que temporalmente) de la política, muchos se preguntaban si C’s iba a quedar huérfano en la tierra donde y para la que nació.

Entonces, muchos ojos miraron hacia Inés Arrimadas, esa política joven que, como Mohamed Ali, volaba como una mariposa y picaba como una avispa. Ciertamente, Inés era uno de los grandes valores de Ciudadanos y muchos pensamos que podía relevar perfectamente el trabajo como líder de C’s en Catalunya.

Lo cierto es que Arrimadas consiguió unos resultados que Albert Rivera nunca había soñado, pero no es menos cierto que, desde entonces, la lucha contra el nacionalismo se ha ido diluyendo en el Parlament de Catalunya. La lucha contra algo tan injusto como es separar catalanes por el idioma que hablan, por donde han nacido o, lo que es peor, por donde han nacido sus padres debía ser la prioridad de la formación naranja. Sin embargo, un año de locura electoral ha hecho que ese tema sea secundario para C’s y para sus líderes.

En el partido que preside Albert Rivera, que también es mi partido, nos hemos convertido en la versión política de aquel estilo de música de finales de los ochenta y principios de los noventa, el «Shoegaze», que recibía dicho nombre porque los vocalistas de aquellas bandas se pasaban los conciertos mirando hacia abajo, hacia los pies. Eso es lo que hacemos nosotros ahora, no mirar de frente y mirarnos los zapatos. Curiosamente, a aquellas bandas también se les llamaba «La escena que se celebra a sí misma» y en eso también se parece a C’s, cuya política de hacer actos, a los que acudimos personas del propio partido, para celebrar lo listos y guapos que somos.

Ayer, Ciudadanos tenía un acto «importante», celebrar el aniversario de la Constitución de Cádiz, porque, como ya saben, resulta que C’s viene de ahí, no de la lucha por la igualdad en Catalunya, no de aquellas gentes que primero lucharon contra el fascismo de Franco y después contra el fascismo de Pujol y Mas, sino del 19 de abril de 1812. Es decir, los mismos que criticamos que los nacionalistas recurran a épocas remotas, como el 1640, el 1714 o, incluso, el 1939, para explicar la actualidad nos convertimos en los herederos de los liberales de Cádiz.

Y que no digo yo que, para aquel tiempo, aquella fuera una Constitución muy moderna, pero eso es, para aquella época, por no hablar de que fue un fracaso y que fue sustituida solamente dos años después. Pero, bueno, que la historia no nos quite un buen relato y no hablaremos de aquellos artículos en los que los desempleados perdían la ciudadanía, o de aquellos en los que se prohibía ejercer una religión que no fuera la católica, o en el que las mujeres no podían ser diputadas.

Pues, como aquella «escena que se celebra a sí misma» del Indie Británico, ayer todos los pesos pesados de Ciudadanos, Inés Arrimadas incluida, estaban celebrando la Constitución de 1812, mientras que en Barcelona miles de valientes se manifestaban para parar el Golpe de Estado de los nacionalistas del 3%, la cual, probablemente, fue la mejor manifestación de este tipo que se ha hecho en tierras catalanas. El mensaje era bueno, integrador, lucían juntas banderas españolas, de la república, catalanas, europeas, además de que cada vez más personas populares se unían en la lucha contra el nacionalismo. Sin embargo, allí ni estaba ni se esperaba a la Jefa de la Oposición en el Parlament.

¿Piensan los líderes de Ciudadanos más en el partido que en los catalanes y en el resto de españoles? A veces parece que sí, y lo cierto es que ya llueve sobre mojado. En mi tierra, tristemente, el tema del proceso soberanista tiene enfrentados los catalanes, creando problemas entre amigos y familiares, y éste es el problema catalán, no la independencia. Porque independencia, como ya he dicho cientos de veces, no va a haber y lo sabemos todos, los nacionalistas también lo saben.

El gran problema es ese enfrentamiento que hay en la calle, ese «ellos contra nosotros», los buenos y los malos catalanes, y eso lleva a que la lucha de los que no somos nacionalistas sea para que la normalidad vuelva a las calles de Catalunya, para que esta tierra sea integradora y que no haga distinciones por lugar de nacimiento, por idioma, ni por ideología política. ¿Debemos luchar por ello? Seguro que sí, pero si nuestros líderes políticos no están allí, pasará una de dos: o que dejaremos de luchar o que estos dejarán de ser nuestros líderes políticos.

Fuente de la fotografía de portada: La Vanguardia