La huelga que hizo a los catalanes presos políticos de los separatistas

Estamos en una época en la que un meme, una fotografía, vale más que mil palabras, sobre todo en política y a la hora de presentar unas ideas. En estos días, ni a Kennedy ni Malcolm X o Jesucristo, por poner ejemplos variados, les valdría la oratoria o la pluma para hacer entender sus ideas. Estamos en la época de lo inmediato y de la poca reflexión y de eso se aprovecha quien tiene ganada la batalla de la superioridad moral. En España, obviamente, la izquierda tiene esa superioridad y, por más que yo me siento mucho más cómodo con las ideas de la izquierda, creo que es muy injusto.

Partir la sociedad entre buenos y malos es demasiado simple como para hacer un análisis serio. Por eso, me parecieron terribles aquellas palabras del líder de Podemos, Pablo Iglesias, en las que decía que quería cambiar el miedo de bando, cuando en una sociedad ideal no sólo no debería haber miedo, sino tampoco bandos. Sin respeto al contrario, no hay democracia y, sin respetar las ideas de los demás, siempre que éstas se ajusten a la Ley, a la democracia y la Constitución, nuestro país no podrá avanzar como nación. En Cataluña, la superioridad moral la tienen los nacionalistas, desde la victoria de Pujol en 1980 o quizá antes. El victimismo ha sido parte importante de la política catalana; fingir opresión, fingir rechazo les hace ganar votos a los nacionalistas y, de este modo, lo han convertido en bandera de su programa electoral.

Quizá esto sea poco ético pero, electoralmente, es un arma muy buena, letal durante mucho tiempo. En la salvaje, violenta y terrorífica huelga del pasado día ocho, la Policía apenas actuó, ni la autonómica ni la nacional, ni la Guardia Civil, y a todos nos parece obvio que no lo hizo porque nadie quería unas imágenes como las del día 1 de octubre durante el referéndum ilegal. Como noticia, como imagen, en este mundo de inmediatez y, perdónenme la expresión, de «pichas frías», la no actuación policial ha servido para reparar la del día uno. Ahora, quienes se han mostrado como violentos, como intolerables y faltos de razón, son los separatistas que quemaron neumáticos para cortar carreteras, que pusieron rocas en las vías del tren y secuestraron a las personas que querían ir a trabajar en las autopistas y los trenes.

De este modo, quizá el separatismo ha perdido algo de superioridad moral pero, ¿vale la pena? Es decir, realmente para ganar la batalla de las imágenes, de la prensa o, incluso, de la repercusión internacional de este mundo de inmediatez, ¿se puede y se debe tolerar que los jueces y los cargos policiales no ordenen a los agentes que cumplan y hagan cumplir la Ley? ¿Se puede y se debe tolerar que miles de jóvenes delincan a la vista de todos sin que la Policía actúe? Y, lo que es peor, ¿puede un Estado, sus jueces y Policía, dejar de perseguir asociaciones y partidos políticos que organizan estas acciones por el qué dirán ? ¿Se puede permitir que los obreros, que van a sus puestos de trabajos, sean durante horas, en los trenes y autopistas, presos políticos del separatismo?

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