La Cosa Nostra

Decía Josep Pla, un catalán universal, que «el catalán tiende al estado agradabilísimo de ser víctima». El victimismo es el arma que ha llevado al separatismo catalán a conseguir todo lo que tiene a día de hoy. Hacer creer (y, sino creer, lograr que los independentistas repitan) que Catalunya es un pueblo oprimido, cuando la realidad es que esta tierra ha sido mimada desde tiempos inmemoriales por reyes y dictadores y lo sigue siendo todavía en democracia.

Una vez más, se ha apostado por la bandera del victimismo. Esta vez ha sido el expresidente y delfín de Jordi Pujol Artur Mas quien ha culpado a una estrategia del «Estat Espanyol» su implicación en los turbios asuntos del 3%. Sin embargo, la realidad es que todo este proceso comenzó tras una denuncia de una concejal de Esquerra Republicana de Catalunya.

Ahora ha sido un empresario, testigo protegido, el que ha mencionado directamente a Artur Mas en el caso del 3% y el que fuera President de la Generalitat se ha agarrado a la tradición catalana más popular, la del victimismo, para decir que hay un complot contra él y que es un juicio politizado.

Desde el Partit Demòcrata Català, se aprovecha todo movimiento judicial y policial que investiga el desfalco que los Pujol, Millet y demás miembros de Convergència han hecho en Catalunya y que han llevado a la situación actual, en la que la Sanidad y la Educación están tocadas de muerte, las camillas en los pasillos, las listas de espera eternas y los niños estudiando en barracones, para enfocar este victimismo.

Sobre la Sanidad y la Educación, los miembros del Govern tienen una frase hecha: «Creen que a nosotros no nos importan los problemas de los catalanes» y, claro, quién va a pensar que no. Pero la realidad es que, obviamente, la burguesía catalana no va a los hospitales y colegios públicos, de modo que esa es una realidad que les pilla muy de lejos.

La corrupción política en España es un gran problema y en Catalunya, más, o quizá debiera decir Mas. Los ciudadanos, ya hartos, protestaron hace ya algunos años en el 15 M. En aquella fecha, en Barcelona las protestas tomaron un cariz más violento que en cualquier punto de España, se atacó directamente a los políticos del Parlament, a los cuales se les roció de pintura, zarandeó y golpeó, siendo necesario que Artur Mas huyese en helicóptero.

Es a raíz de ese día que Mas, haciendo de trilero de las Ramblas, hace que el pueblo catalán fije la mirada en el independentismo. De este modo, consigue tanto su objetivo que muchas personas ya ni siquiera recuerdan ese suceso del Parlament. Desde entonces, cada acto de la sociedad civil, de los cuerpos y fuerzas de seguridad, de los jueces, etc. es defendido por el Govern como un acto contra el independentismo y, en su visión, por ende, a Catalunya.

La fotografía de esta entrada al blog es la mejor definición del patriotismo de los Pujol, Mas y Puigdemont, los cuales no creen ni en la Senyera o la Estelada, sino en el dinero y en el poder. Y, sí, sé que debería haber puesto un billete de quinientos Euros y no de veinte, pero yo no pertenezco a una de esas 400 familias burguesas que controlan Catalunya, ni siquiera pertenezco a las miles de familias de clase media alta que, por acción u omisión, han apoyado la mafia catalana porque prefieren que les robe un catalán a uno que no lo sea. Porque es la Cosa Nostra y la ley del silencio es en Catalunya, como en la Italia mafiosa, una ley sagrada, por más que mantengamos la esperanza de que algún día esos que se creen patriotas catalanes tengan que admitir que esas personas en las que han confiado, a las que han defendido, son las que han saqueado Catalunya y las causantes de que su vida y su economía hayan empeorado.

Puigdemont menosprecia a los catalanes que no votaron a Junts pel Sí

La tan pronunciada frase de «Quiero ser el alcalde o el Presidente o el Rey de todos» la mayoría de las veces nos suena ya hueca. Ninguno de nosotros nos acabamos de creer a esos políticos que quieren gobernar para todos, para los que les han votado y los que no. Pero eso no quita que ese debiera ser, dentro de lo posible, el propósito de los cargos públicos a los que los ciudadanos les dan su confianza.

Mariano Rajoy ha citado en el Senado a todos los presidentes autonómicos el próximo día 17 de enero, entre otras cosas para hablar de la financiación económica de las diferentes autonomías españolas. Obviamente, la financiación de las comunidades españolas es un caso difícil de resolver.

Sin embargo, en un acto de prepotencia más, ni el President de la Generalitat ni el Lehendakari vasco van a acudir a la cita. Puigdemont lleva meses pidiendo cita a Rajoy, quiere hablar de tú a tú, de presidente nacional a presidente nacional. Es decir, Puigdemont quiere que el Presidente del Gobierno forme parte de ese mundo imaginario que hay en la cabeza de los separatistas.

No entrando a valorar los fines políticos de Puigdemont y los suyos, no asistiendo a la cita de los Presidentes Autonómicos, el President de la Generalitat no falta el respeto a eso que ellos llaman «el Estado Español», sino que a quien lo hace es al resto de autonomías. El nacionalismo es eso, exclusión y supremacismo. En realidad, también es complejo, porque los separatistas catalanes y vascos no se sienten superiores a los españoles en sí, pero sí a la gran mayoría de autonomías y a estas son a las que desprecian no acudiendo a la cita.

Puigdemont también desprecia a los catalanes que no le han votado aunque, en realidad, deberíamos decir que lo hace con los catalanes que no votaron a Junts pel Sí, puesto que a él no lo votó nadie, dado que no era el candidato. Porque los catalanes tienen derecho a que su President esté en esa cita autonómica y que luche por una mejor financiación para su tierra, a lo que no tiene derecho Puigdemont es a menospreciar a los que no le votaron, por más que ya sepamos que, para los separatistas, los catalanes que no lo somos son considerados ciudadanos de segunda, a pesar de que sigamos siendo quienes le pagamos el sueldo para que represente a todos los catalanes. Dejar la silla de Catalunya vacía, que no es la de Puigdemont, ni la de Junts pel Sí, sino la de todos los catalanes, es vergonzoso.

Por último, Puigdemont quiere demostrar a los suyos que Catalunya ya no está en la fase de tratar ser una autonomía mejor, sino que, verdaderamente, va camino de ser un estado independiente, por más que para ello no tenga más plan que volver al día de la marmota, regresar al 9N para realizar un referéndum ilegal en el que solamente acudirán los separatistas y que no tendría más valor que el enfrentar a la gente. Un enfrentamiento que, por cierto, llevó el pasado día 5 de enero al asesinato de un defensor del separatismo a otro que no lo era en Ciutat Vella, cuestión que los medios del régimen han tratado de silenciar, quitar importancia y tergiversar.

El 9N fue, de algún modo, un nuevo episodio de los pactos entre el PP y Convergència, un «tú no me lo prohíbes y yo hago un referéndum light». Esta vez, el Gobierno no debería permitir que el Govern vuelva a saltarse la Ley y, para ello, no debe esperar a que se acerque el momento de la cita. Nada les gustaría más a los separatistas que observar cómo la Policía retira las cajas de cartón y las papeletas de la infamia. Sin embargo, lo que se debería hacer es hacer cumplir la Ley a los funcionarios del Estado que, al fin y al cabo, son quienes deben abrir los colegios electorales.

Además, como siempre digo, por más que parezca difícil, hay que hacer ver a los separatistas que Puigdemont se equivoca, que los que apuestan por el separatismo vuelven a equivocarse una vez más para que, cuando sean las próximas autonómicas catalanas (que no tardará mucho), apuesten por un cambio, que no voten a partidos separatistas creyendo que son los únicos que aman Catalunya, porque a nuestra tierra la amamos todos.

Mejor una España… ¿Roja? ¿Rota? ¿O azul?

A José Calvo Sotelo se le asocia la frase: «Es mejor una España roja que una España rota». Al parecer, la frase la dijo siendo Diputado en el Congreso, aunque hay una versión más larga de la misma cita que podría haber sido pronunciada por Calvo Sotelo en un mitín en Urumea, San Sebastián, y que dice: «Entre una España roja y una España rota, prefiero la primera, que sería una fase pasajera, mientras que la segunda seguiría rota a perpetuidad».

Algo así pensé yo mismo cuando, en Barcelona, Barcelona en Comú sacaba del Ayuntamiento a Convergència i Unió. Ada Colau era para mí algo así como un mal menor ante un ayuntamiento separatista. Meses después, tuve que reírme, aunque no tenga gracia, cuando oí a la propia Colau y a miembros de su partido decir que en Catalunya hacía falta un partido de izquierdas catalanista, más allá de que un socialista o un comunista no puedan ser nacionalistas por ideología propia, cosa que da la impresión de que las personas de izquierdas parecen olvidarse.

¿Acaso se habla de nacionalidades en la internacional socialista? «El mundo va a cambiar de base.
Los nada de hoy todo han de ser»(…) «Agrupémonos todos, en la lucha final.El género humano es la internacional». Mundo, género humano… ¿dónde hay lugar para el nacionalismo en la izquierda?

Lo importante es que en Catalunya todos los partidos de izquierda son o catalanistas o nacionalistas o independentistas. De modo que, en todo caso, en Catalunya lo que se necesita es un partido de izquierda no catalanista, no nacionalista, no separatista. Para lo demás, ya está la CUP, ERC, Podemos, PSC, etc. etc. etc.

Más preocupante es que los partidos de izquierdas nacionales, por cierto complejo histórico, apoyen el nacionalismo. Por muchas vueltas que le queramos dar, la libertad no está en dejar que una ley la pueda votar el pueblo si esa misma ley quita libertad al pueblo. El archifamoso referéndum catalán no es más que aceptar que la soberanía no está en los ciudadanos sino en los territorios, en las expansiones de tierra, tal y como ocurría en la época feudal.

Si en alguna zona de Andalucía, Castilla o Extremadura la familia de los Duques de Alba dijeran de hacer un referendúm para que en sus tierras hubiera leyes propias, Podemos y PSOE pondrían, con razón, el grito en el cielo. Pues no es muy distinto lo que quieren hacer en Catalunya. Sin embargo, la izquierda no es capaz de quitarse el complejo. Durante 40 años Franco secuestró España, sus símbolos, sus instituciones… pero no eran suyas. ¿Entonces? ¿Por qué la izquierda no se sacude el complejo y comienza a sentir España con naturalidad? ¿Por qué le avergüenza su propio país?

Ese sentimiento de la izquierda es el que hace que se asocie al nacionalismo. Como si defender la unidad de España fuese cuestión de «fachas» y no de constitucionalistas. ¿Todavía seguimos con los traumas de la Guerra Civil? Entonces, si Podemos o algún otro partido de izquierdas se presenta como nuevo, me pregunto yo, ¿se puede ser nuevo teniendo la cabeza en la Guerra Civil? ¿Prefiere la nueva izquierda una España rota para siempre que una España azul por un tiempo?

Porque ni siquiera se puede entender que ni PSOE ni Podemos se acerquen al nacionalismo por reeditos electorales puesto que ni en Catalunya ni en el País Vasco ni en Galicia gana Podemos ni PSOE, ni siquiera entre los dos juntos pueden gobernar. ¿Por qué la izquierda puede aceptar la independencia de tres regiones españolas donde eternamente gobierna la derecha con fuerzas conservadoras como Convergència, PNV y PP? ¿Verdaderamente no se dan cuenta de que España quedaría rota y que Galicia, el País Vasco y Catalunya son azules y no rojas?

¿Por qué tratamos de ver la independencia como algo progresista y de izquierdas y que, en las llamadas «naciones históricas», ganen una y otra vez fuerzas conservadoras? ¿Por qué personajes como Iceta, líder del PSC, dice que prefiere pactar con independentistas de derechas y no con el Partido Popular? ¿Para un constitucionalista de izquierdas no es menos mala una España azul temporalmente que una España rota para siempre? ¿Por qué Iceta no tiene narices a decir eso ante unas elecciones catalanas? Y es que, antes de las autonómicas, calcó el discurso de Ciudadanos, de hecho, hasta Podemos en Catalunya calcó dicho discurso, motivo por el cual Colau y los suyos no apoyaron a Iglesias en su momento. ¿Es lícito que Podemos quiera recoger en las autonómicas catalanas el voto de los constitucionalistas y en las generales el de los independentistas?

Yo no quiero una España azul, ni una España roja. Mi deseo es que haya una España naranja o una España de mezcla de colores. Lo que sí sé es que no quiero una España rota, que no quiero un país de pueblos enfrentados, de vecinos y de familias que no se miran a la cara y, desgraciadamente, en ese camino vamos. Lo que sí sé es que prefiero una España azul o roja temporalmente que una España rota para siempre.

Recuperar el sentido común en Cataluña

No hace tanto, el Partido Popular y Convergència i Unió eran algo así como hermanos siameses. En Catalunya muchos votantes del PP votaban a CiU y, en cambio, muchos votantes de CiU en las Elecciones Generales votaban a los Populares pues, al fin y al cabo, representan cosas similares, siendo ambos el partido que quería conservar en España los poderes que tenían desde tiempos muy lejanos. Con la deriva separatista, Convergència ha variado su ruta, pero el que fuera el partido de Pujol no dejaba de representar a esas familias que eran franquistas con Franco y monárquicas con el Rey, con tal de estar con el poder.

En realidad, la crisis política española es en gran parte a causa del divorcio del PP con CiU, dos partidos que en algunos asuntos han actuado como mafias sicilianas que tenían un pacto de no agresión, un pacto que a mí como catalán me duele especialmente ya que con él han tenido a mi tierra como campo de juego. La catalanofobia ha sido parte central del gran plan pues que los catalanes fueran mal vistos daba votos la PP en el resto de España y creaba una actitud hostil hacia Catalunya que beneficiaba a Convergència en mi tierra.

Sin embargo, el Partido Popular no cuidó a Jordi Pujol y la lucha de los medios de comunicación y de Ciudadanos en el Parlament, además de la inestimable ayuda de la ex del hijo de Pujol, Maria Victoria Álvarez, ha destapado muchos de los asuntos de la familia que durante años ha actuado (y sigue haciéndolo) en Catalunya como si de una familia real se tratara.

El independentismo de Convergència no es más que una cortina de humo, un tirar para adelante, con tal de salvar la cabeza de Jordi Pujol y los demás implicados en el saqueo que se ha hecho en Catalunya por parte de estos caraduras que se han vendido como padres de esta. Fingir que el dinero no ha «trincado» Convergència y decir que España nos roba han sido el truco de magia para que en todos estos años en mi tierra no se haya hablado del mayor caso de corrupción de Europa perpetrado por Pujol y los suyos. La independencia lo ha tapado todo.

El problema es que lo de la Independencia, que era un objetivo y para eso llevan treinta años comiendo la cabeza a los niños en los colegios y la televisión catalana, se tuvo que adelantar y, claro, nos topamos con el problema de que en Catalunya la mayoría de las personas no son independentistas y éste es en el himpas donde nos encontramos ahora, tratando de hacer tiempo hasta que los separatistas sean el 50% +1.

Para que eso ocurra, se dan todas las posibilidades: hacer votar a los menores de 18, a los extranjeros, incluso la ANC ya ha dicho que no votarán los ciudadanos de Catalunya sino el pueblo catalán, es decir, sólo votarían los nacidos en Catalunya.

Hay que reconocer que en Convergència listos son. Artur Mas se ha quitado de en medio y, como Presidenta del Parlament (que es quien verdaderamente está cometiendo irregularidades), han puesto a Carme Forcadell quien, en realidad, no es del partido.

Los que sí son de Convergència, Homs, Mas y demás personas que han tenido que ir a declarar por el butifarréndum del 9 de noviembre, tratan de hacerse los fuertes pero lo cierto es que, tras el último 11 de septiembre en el que acudieron un millón de personas menos que el año anterior, se empiezan a oír muchas voces que reculan. Desde Convergència se comienza a dudar, ya se descarta realizar el referéndum unilateral y hablan de cómo hacer uno vinculante.

La CUP, que son conscientes de que no habrá independencia y de que, probablemente, vayamos a nuevas elecciones, tratan de no romper el pacto con Junts pel Sí para que la sociedad tenga claro que ellos son los verdaderos independentistas.

Lo triste de la Catalunya que viene es que en ella quizá Podemos o el nuevo partido que creen Colau y los suyos pueden verse beneficiados cuando los que han votado independentismo en el futuro abandonen esa opción. Los partidos que apuestan por un referéndum sin decir si quieren el Sí o el No son aún más dañinos para esta tierra que los propios independentistas.

Catalunya debe volver al «seny», al sentido común y no dejar de defender sus posturas, no dejar de defender su cultura y su lengua, pero siempre teniendo en cuenta que la cultura y la lengua castellanas son tan catalanas como el catalán. En realidad, es ese el punto de unión que los catalanes tenemos y por el cual deberíamos resolver las diferencias. No necesitamos que el PP machaque a Catalunya, no sólo porque crea independentistas, que sí los crea, sino porque quien está desinchado el globo separatista es el propio pueblo catalán.

Espero que llegue el día en el que los que están más cerca del idioma y la cultura catalanes defiendan la catalanidad de las costumbres y el idioma castellanos, así como los que estamos más cerca del idioma y la cultura castellanos tenemos que defender también la españolidad de las costumbres y el idioma catalanes. Ese es el verdadero punto de unión y no enfrentar a la sociedad como quieren hacer los separatistas y Podemos.

Roma no paga a traidores

Convergència, antes de ser un partido de nacionalismo extremo, es decir, un partido de la extrema derecha, se vendía como un partido de corte liberal que formaba parte del grupo europeo ALDE (Asociación de Liberales y Demócratas de Europa). Ciudadanos, un partido liberal progresista, constitucionalista y europeísta entendía que el ALDE era su lógico lugar en Europa. Sin embargo, Convergència hizo todo lo que pudo para que C’s no compartiera grupo europeo. Obviamente, los liberales y demócratas europeos dieron la espalda a Convergència y se pusieron de parte de Ciudadanos.

Éste fue el último enfrentamiento político entre el partido del 3% y el partido naranja pero, obviamente, no el primero. Como he escrito otras muchas veces, la expansión nacional de Ciudadanos tiene como primer objetivo que los nacionalistas no puedan volver a ser decisivos para formar gobierno, cosa que, obviamente, no hacen por amor a la patria, sino a cambio de discutidas concesiones que podríamos denominar como chantajes. PSOE y PP tuvieron en su día que apoyarse en la CiU de Pujol y de aquellos polvos vienen los lodos del 3%.

Y de la corrupción del 3% viene el separatismo, que no es más que un tirar para adelante con tal de salvar al Rey Pujol y su descendencia y, cómo no, de mantenerse en el poder pues no hay que olvidar que la oligarquía burguesa, las familias que dominan Barcelona y Catalunya y que ahora están en Convergència fueron antes franquistas y antes monárquicas, es decir, que tienen un especial don para estar con los poderosos.

Creo que el Procés no era más que un órdago de Artur Mas para asustar al Gobierno y que éste cediera nuevamente al chantaje pero que, sin embargo, también es algo que se les ha ido de las manos y que les ha llevado a pactar con los antisistemas de la CUP, esos chicos tan simpáticos, primos hermanos de la izquierda abertzale vasca, que están llamando estos días a la lucha armada si el Gobierno inhabilita a Carme Forcadell, Presidenta del Parlament y conocida xenófoba y racista antiespañola.

¿De verdad creen que se pueden saltar la Ley, el Estatuto y la Constitución sin repercusión alguna? ¿Verdaderamente creen que están por encima del bien y del mal? ¿De verdad van a hacerse las víctimas por el simple hecho de que la justicia está tras quien se salta la Ley?

El Catadisney de los separatistas cada día está más disparatado. Quieren romper el país y ahora acusan a los partidos constitucionalistas de dejarles sin grupo propio en el Parlament como represalia por el sainete separatista del otro día. Parece que se olviden de que Convergència no cumple los requisitos para tener grupo propio y, sí, otras veces se ha hecho una excepción pero, obviamente, éste es un caso excepcional, al menos para Ciudadanos ya que a PP, PSOE o Podemos parece no importarles la donación de 3 millones a Convergència para que con ese dinero sigan atentando contra el Estado.

Obviamente, PP y PSOE han sido cómplices de la corruptelas, ya sea por acción u omisión, y no pueden estar contra Pujol, que es la mano que mece la cuna. Podemos no vota en contra de los nacionalistas catalanes porque espera tenerlos como socios en el futuro, aunque a mí me tienen que explicar muy despacio por qué Podemos considera un partido de derechas a Ciudadanos, pero no a PNV y a Convergència.

Por suerte, Ciudadanos hasta ahora está utilizando mejor sus 32 diputados que otros que tienen más del doble y su participación en la mesa está siendo clave pues, gracias al partido naranja, los que quieren romper el país no están teniendo ningún beneficio. ¿Y se preguntan si tiene que ver el desafío soberanista para está decisión? Por supuesto que sí, quizá a otro partido se le podría haber hecho un favor, pero a los que quieren dividir los catalanes en buenos y malos, a los que quieren que haya ciudadanos de primera y segunda, a esos, no se les puede conceder ni un solo privilegio.

Hace muchos siglos, allá por el año 150 antes de Cristo, cuando los romanos se extendían por una parte importante del mundo conocido, ocurrió que en Lusitania un cónsul llamado Escipio debió afrontar los embates de un movimiento independentista. Como la tarea de represión era muy dificultosa, decidió aniquilar al líder de los rebeldes, de nombre Viriato. Para concretar tal fin, pactó con tres nativos cercanos a Viriato para que hiciesen el trabajo sucio a cambio de una suculenta recompensa. Perpetrado el crimen, los sujetos se presentaron ante Escipio reclamando el pago de la deuda. Sin inmutarse, el político romano les dijo: “Roma no paga traidores”. De esta forma, les hizo sentir el rigor por haber actuado en contra de la ética imperante, aún cuando él mismo había sido el gestor del acto. Desde entonces, resulta útil para reprender a personas que obran de manera traicionera, aunque uno sea el autor intelectual del hecho.

Así que, ya saben… Roma no paga a traidores.

 

Fuente de la fotografía de portada: lavanguardia.com

Catalunya año cero

Sin la separación de poderes, los gobiernos no se podrían llamar democráticos, es decir, serían, digámoslo así y para que todos me entiendan, dictaduras elegidas democráticamente, pero dictaduras al fin y al cabo. Yo creo que nadie, absolutamente nadie, tiene a día de hoy ninguna duda de que, por ejemplo, Adolf Hitler fue un dictador más allá de que ganara unas elecciones.

El Tribunal Constitucional es independiente en su función como intérprete supremo de la Constitución y está sometido sólo a la Constitución y a dicha Ley. Sin embargo, ayer el gobierno de la Generalitat hizo algo inédito en nuestro país, desobedecer al Tribunal Constitucional, desobedecer la Ley y el orden porque, según ellos, sólo obedecen al pueblo catalán. ¿Cómo se puede ser tan impresentable, tan malintencionado y tan sinvergüenza para hablar en nombre de los catalanes, en nombre de Catalunya, en una moción que los representantes del 53% de la población se ha negado a votar por ilegal?

Si Junts pel Sí y la CUP no gobiernan para todos los catalanes, sino que solamente lo hacen para una parte, y desoyen al resto de la población, que además es mayoría, significa que en mi tierra no hay democracia. Para los separatistas, quienes no les votan no merecen representación, no son ciudadanos de pleno derecho, no son personas, no son humanos. El gobierno xenófobo y racista de Catalunya está haciendo algo muy peligroso, separar a todo un pueblo, poner un muro sin alambradas ni hormigón pero, en definitiva, un muro que separa a los para ellos buenos y malos catalanes.

El gobierno de la Generalitat ha desobedecido al Tribunal, ha desobedecido la Ley y el Estado de Derecho, con lo cual el gobierno catalán se ha convertido en ilegítimo. Sabemos lo que pasará ahora, PP, PSOE y C’s llevarán la resolución al propio Tribunal y seguiremos jugando al ratón y al gato. Es lo que ocurre cuando, en lugar de tener a un presidente serio, tienes al hombre del plasma. En cualquier país serio, la Presidenta del Parlament, la racista y xenófoba Carme Forcadell, sería detenida por golpista, pero con el gobierno del PP ya sabemos que nunca ocurre nada.

Para más inri, el golpe de estado ha sido televisado por la televisión pública catalana, esa televisión que los infrahumanos, los que no tenemos derecho a hablar, los colonos y botiflers, también pagamos y en la que tenemos que aguantar cómo se nos insulta, cómo se nos menosprecia. El No-Do del régimen nacional-catalanista hoy daba paso a la publicidad o el presentador hablaba encima cada vez que la líder de la oposición, Inés Arrimadas, iba a comenzar su turno de palabra. Finalmente, Podemos votó en contra, PSC se negó a votar, Ciudadanos y PP abandonaron el Parlament.

Toda esta pantomima tiene sólo un motivo: Carles Puigdemont necesita el Sí de la CUP en el voto de confianza y ahora ya lo tiene. E, insisto en algo: yo no temo por la independencia de Catalunya, porque no llegará nunca, porque el pueblo no la quiere, pero la ruptura en dos bandos de la sociedad civil en Catalunya sí es algo peligroso, muy peligroso, es algo que ya hemos vivido en este país y sabemos las consecuencias que tiene.

Ayer Junts pel Sí y la CUP votaron iniciar el proceso constituyente de Catalunya como nación independiente de España. Obviamente, no es más que un brindis al sol, simplemente es otra provocación de estos fanáticos nacionalistas que hablan de la independencia como el futuro pero que, sin embargo, vuelven a la época feudal tanto en pensamiento, ya que son de la opinión de la que la soberanía está en los territorios y no en los ciudadanos, como en la práctica, dado que incluso tienen como mapa político organizar Catalunya en veguerías, como en el siglo XII.

Un día triste para Catalunya, un día triste para la democracia ya que en Catalunya no hay corrupción parece, no hay problemas sociales parece, ni de sanidad, ni de educación… en Catalunya sólo existe la independencia y, con eso, se arreglará todo. Ayer el Parlament secundó que «las leyes que se aprueben no son susceptibles de control, suspensión o impugnación por cualquier otro control por parte de ningún otro poder, juzgado o tribunal».

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Un partido nuevo, una mentalidad vieja

El anuncio de que Artur Mas será el Presidente del Partit Demòcrata Català, es decir, la antigua Convergència, hace buena la expresión popular de «ser los mismos perros pero con diferente collar». Los electores catalanes pondrán en su sitio la operación de estética de la antigua Convergència pero, sinceramente, me extrañaría mucho que esta «performance» le pueda salir bien a Artur Mas.

Al que fuera President de la Generalitat, igual que ocurre con Mariano Rajoy, hay que alabarle cómo consigue sobrevivir una y otra vez cuando lo dan por muerto. Realmente, si Mas no se hubiera inventado el Procés, no se hubiera inventado a Junts pel Sí y, a día de hoy, él y los suyos estarían en la oposición desde 2014. Sin embargo, vamos a llegar como mínimo a 2017 con Carles Puigdemont, es decir, con Artur Mas en el poder.

Lo que ocurra en el futuro de la política catalana va a depender mucho de ERC pues tendrán que elegir entre desmembrar Junts pel Sí y, probablemente, ganar las elecciones (eso sí, dejando la independencia para más adelante) o permanecer en la coalición con el objetivo de la independencia pero liderado por los de siempre, por la burguesía barcelonesa que ahora son independentistas, antes catalanistas, antes franquistas y antes monárquicos, todo para estar siempre en el poder.

Estratégicamente, si entendemos que el objetivo de Mas, Pujol y todos los demás es mantener el poder, obviamente, lo están haciendo bien aunque, sin embargo, no dejan de estar en manos de Esquerra, que ha superado a los Convergentes en las dos últimas elecciones generales. Ahora, con el nuevo nombre, como ya dije en una entrada anterior, creo que podría ser un buen momento para que muchos votantes de CDC, que votaban dicho partido casi como una más de las tradiciones catalanas, den la espalda a PDC y se unan a otras fuerzas sin sonrojarse.

Insisto en este tema porque, viviendo el día a día de la extraña Catalunya en la que vivo, estoy completamente seguro de que los votantes de Convergència no aprueban esta metamorfosis de Mas y los suyos. Obviamente, no son solamente sensaciones, los datos son claros en las autonómicas catalanas de 2015 donde Junts pel Sí consiguió el 39,65 de los votos, mientras que por separado en 2012 tenían el 44,4% y en 2010 antes de que comenzara la locura soberanista el 45,5%. Precisamente en ese 2010, sólo CiU tenía el mismo porcentaje que ahora tiene Junts pel Sí.

El independentismo ha sido la salvación de Convergència, pero también puede ser su defunción. Curiosamente, entre los jóvenes, el nacionalismo catalán es visto como un fenómeno progresista y de izquierdas, imagino que por el simple hecho de que ven al Partido Popular como el enemigo, pero el nacionalismo siempre es de derechas, de extrema derecha, ultra conservador, porque el nacionalismo nos lleva a la época feudal en la que todo, incluido los ciudadanos, pertenecían a la nación, al reino o al condado.

El progresismo es todo lo contrario, es dar la soberanía al pueblo, es que todos esos ciudadanos sean iguales y gocen de los mismos derechos. Por eso, en los próximos años, cuando muchos jóvenes y no tan jóvenes catalanes vean cómo acaba el hechizo y el carruaje vuelva a convertirse en una calabaza, tendrán que elegir qué camino tomar. Y, cuando pase esto, entre los independentistas convencidos (una minoría), ¿cuántos de ellos iban a ver más cercanos a sus pensamientos los del Partit Demòcrata que los de Esquerra Republicana?

El Partit Demòcrata Català es un partido nuevo pero con una mentalidad vieja. Ciertamente, me sorprendería que en los próximos meses, cuando las encuestas sigan dando datos a la baja de los partidos secesionistas, no surgiese una tendencia, digámoslo así, «regionalista» de la antigua Convergència, un partido que defienda la cultura, la lengua catalana sin olvidar los temas sociales y que todo eso lo pueda hacer desde la Constitución, la Ley y con el objetivo de unir a los catalanes y no dividirlos.

En mi opinión y como ya dije en otra ocasión, los catalanistas moderados no tendrían que hacer un nuevo partido pues creo que ya tienen su sitio en Ciudadanos ya que no hay un lugar mejor donde defender el verdadero catalanismo, el cual realmente no es más que el anhelo catalán de ser importante en España. Pero ese paso lo veo difícil porque el nacionalismo catalán y el nacionalismo castellano del PP tratan de enfrentar de tal modo a la sociedad civil catalana que están alineando a personas en frentes muy marcados, tanto que los clichés que tiene Ciudadanos son montañas a subir.

¿Cómo se convence a un catalanista moderado que es machacado a diario por medios de comunicación, políticos, amigos y familiares que C’s no es un partido anticatalán? ¿Que no es un partido de derechas? ¿Que no es un partido colonizador? ¿Que no es, como dijo la misma Carme Forcadell, un partido de no catalanes? Y a la vez, ¿cómo se convence a los castellanoparlantes que no les dejan hablar su idioma en los colegios o en las instituciones públicas de que hay que estar orgulloso de ser catalanes? ¿De que tenemos que defender nuestra tierra más allá de los Mas, Pujol, etc.?

Difícil batalla es esta, pero es una lucha en la que no hay que desfallecer. Primero, porque debemos cuidarnos mucho del nacionalismo catalán, porque por más que lo vendan como algo moderno, como una moda juvenil, el nacionalismo es lo que es y la historia está ahí para no volver a caer en los mismos errores, más cuando el nacionalismo catalán cuenta con asociaciones como la ANC (que significa Assemblea Nacional Catalana y no Algunos Nazis Catalanes, como alguno podría pensar) que declaran, sin cortarse, el odio a España, a los españoles, incluidos los catalanes que nos sentimos españoles.

 

Fuente de la fotografía de portada: www.expansion.com

Hablando catalán en la intimidad

Todo el mundo conoce la historia de cómo los votantes del Partido Popular pasaron de gritar el «Pujol, enano, habla en castellano» para que, poco después, tras el llamado «Pacto del Majestic», según el cual CiU daba apoyo a la investidura de José María Aznar como presidente del Gobierno a cambio de darle más competencias a Catalunya y del apoyo del PP a CiU, aquí en mi tierra, acabaran cantando aquello del «Pujol, guaperas, habla como quieras». Meses después, el ya presidente Aznar rozaba lo trágicomico cuando aseguraba aquello de que «Hablo catalán en la intimidad».

El pacto entre los conservadores catalanes y los del resto de España acabó con un PP rendido a Pujol hasta el punto de que acabaría sirviéndole en bandeja de plata la cabeza de Aleix Vidal-Quadras, el hombre que mejores resultados ha dado a los populares en Catalunya. Pronto Jordi Pujol pasó de ser un ogro nacionalista catalán a ser el español del año, un ejemplo de hombre de Estado que anteponía el bien del país a sus ideas nacionalistas catalanas.

Ahora sabemos que Jordi Pujol tuviese cogido por las partes blandas a Aznar y a Felipe González ha servido para que todos mirasen para otro lado mientras el líder nacionalista se llenaba los bolsillos (y los de sus hijos) con las mordidas del famosos 3%. Desde entonces, los gobiernos de la Generalitat y de España están en una  pelea en la cual, sobre todo, el PP finge luchar contra el nacionalismo catalán cuando, en realidad, siempre que lo necesita acaba encontrándose con él, como ha ocurrido en el reciente caso de los 10 votos fantasma.

Este caso ha hecho sonar las alarmas. ¿Conseguirá el PP el apoyo de los nacionalistas? No lo creo. «¿Con qué cara mirarían a sus votantes?» se preguntan muchos. Pero, seamos realistas, las cosas desde Catalunya se ven diferentes que desde el resto de España y, a mi parecer, a los votantes de Convergència (y cuando hablo de los votantes me refiero a los que a chorros han dejado de votarles) probablemente no les parezca mal el apoyo de Convergència al PP. Aún así, considero que es imposible el voto positivo porque eso, probablemente, significaría el fin de Junts pel Sí o al menos el apoyo de la CUP a Carles Puigdemont, lo que nos llevaría a unas elecciones que, a día de hoy, Convergència o el Partit Demòcrata de Catalunya, como se hacen llamar ahora, no podría ganar.

Pero, ¿realmente Mariano Rajoy está comenzando a hablar en catalán en la intimidad? No lo creo, porque un Sí y quizá hasta una abstención de Convergència podrían hacer que Ciudadanos votase No en la investidura de Mariano. Intuyo que la táctica del PP será pretender que, ante la posibilidad de que los nacionalistas puedan ser decisivos, C’s, que nació precisamente para eso, para acabar con el poder de los nacionalistas en el Congreso, acabe votando Sí para, de ese modo y contando el diputado de Coalición Canaria, el PP se presente con 170 votos afirmativos y con la investidura muy, muy cerca.

Pero Ciudadanos no puede hacer Presidente a Mariano Rajoy. Primero, porque es preferible que España tenga un gobierno de la fuerza más votada pero que, a su vez, deba pactar las propuestas con las demás formaciones pues, tras 4 años de reales decretos y ordeno y mando, necesitamos una legislatura consensuada y en la que los partidos tengan que llegar a acuerdos. Segundo, porque un Sí a Rajoy, por más que después no hubiera pacto de gobierno, haría que cada lunes Albert Rivera o los demás diputados de C’s tuvieran que salir a dar explicaciones de por qué apoyaron a un partido que practica la corrupción institucional y en el que no puedes quitar las manzanas podridas porque estos puedan tirar de la manta.

El PSOE debería aceptar su responsabilidad con su abstención. Así, pondría a funcionar el gobierno y, como he dicho, con 137 diputados, los populares nada podrían hacer sin llegar a acuerdos con las demás formaciones. Si eso no ocurre y Rajoy pacta con los nacionalistas, C’s debería votar en contra, pero no por rechazo al pensamiento nacionalista, de hecho, yo creo que, bien entendido, es bueno que exista ese catalanismo pero, lo dicho, siempre bien entendido. En España jamás habrá un buen entendimiento mientras los nacionalismos estén tan presentes y, cuando hablo de nacionalismo, meto también en la saca al nacionalismo castellano del PP. Sé que mucha gente no me entiende cuando escribo este mensaje, pero no se puede ser español, odiando a una parte de España; no puede ser patriota español quien rechaza, denigra o insulta o las culturas catalanas, gallegas o vascas.

El nacionalismo castellano, por encima de las realidades históricas de las autonomías, es quizá la única herencia del franquismo que sigue latente. Pero no hay más verdad que considerar un pueblo fronterizo de Girona tan España como la puerta del Sol de Madrid, que la muñeira sea tan española como las sevillanas o que el Euskera sea una lengua tan española como el castellano. Y, precisamente en no hacer ver eso, en no luchar por eso, es en lo que han traicionado los nacionalismos periféricos a sus pueblos. Jordi Pujol no intentó que se entendiera la realidad catalana, sino que buscó el enfrentamiento, ficticio o no, para ganar votos y llenarse los bolsillos. Por eso, yo siempre pongo el ejemplo que una vez puso el líder de la Lliga Regionalista Catalana en el Congreso de los Diputados. Francesc Cambó (se me enfadarán los nacionalistas catalanes por nombrarle) dijo que, si por uno de aquellos avatares de la historia, la Corte se hubiese situado en Lisboa y el portugués hubiese acabado siendo la lengua de la realeza y de sus súbditos, hoy los madrileños y los catalanes trabajarían juntos por pedir los derechos para sus lenguas.

Sin embargo, los nacionalistas catalanes, desde la Transición hasta nuestros días, no han hecho nada para normalizar las costumbres de mi tierra, sino que han hecho evidente una guerra con el PP que ha beneficiado a ambos electoralmente pero que también ha dañado la imagen de los catalanes, además de llevar a los ciudadanos de Catalunya a tensiones absurdas cuando los independentistas han hecho con el castellano lo mismo que Franco hizo con el catalán, apartarlo de las instituciones. Y, todo esto, con el beneplácito del PP, que ha decidido perder Catalunya, no pintar nada en esta autonomía para ganar votos catalanofóbicos en el resto de la nación.

Como el perro del hortelano

Gracias a Lope de Vega, que en su obra «El Perro del Hortelano» usaba el símil del perro del hortelano en un amor escondido entre Diana, condesa de Belflor, y su secretario, Teodoro, este hecho se ha extendido a esas situaciones en las que una persona ni hace una cosa ni deja que los demás la hagan tampoco. Los perros normalmente no son vegetarianos, de modo que son un buen guardián para un huerto: no se comerá los productos ni tampoco dejará que nadie se acerque.

El perro del hortelano (permítanme la metáfora) de la política española es Podemos. Él no comer ni dejar comer, lo lleva haciendo desde el día siguiente de las elecciones del pasado 20 de diciembre. Es aburrido hablar de números, pero debo hacerlo para que nos entendamos bien. Pablo Iglesias pedía una unión de PSOE con su partido, que sumaba 159 apoyos, es decir, faltaban 17 para la mayoría absoluta. Para más inri, Iglesias, el líder podemita, más allá de pedir sillones, vicepresidencias, controlar los espías, los cuerpos de seguridad, televisión etc., exigía saber de dónde debían salir esos 17. Más allá de los 2 de Izquierda Unida, los otros 15 debía buscarlos en fuerzas nacionalistas o independentistas.

Todo eso, aliñado con que Podemos tenía como línea roja el derecho a la autodeterminación de los pueblos. Es decir, Pablo Iglesias y los suyos exigían que el futuro gobierno español reconociera a Euskadi y Catalunya como colonia o pueblo oprimido para hacer un referéndum de independencia y hacer de España la Yugoslavia del siglo XXI. Con eso, ya no sólo obligaba al PSOE a decir no, sino que hacía imposible cualquier tipo de acuerdo entre estos y Ciudadanos, partido que lleva diez años contra una guerra civil entre catalanes.

El PSOE y C’s actuaron con sensatez y con miras de Estado y, ante el No al Rey de Mariano Rajoy, llegaron a un acuerdo que hacía desbloquear la situación. El pacto de los 200 puntos hubiera sido aceptado por la gran mayoría de votantes de los populares y de los podemitas pero, para entonces, las encuestas ya decían que PP y Podemos iban a ser los más beneficiados de haber unas nuevas elecciones  y ambas formaciones hicieron pinza para que no hubiese posibilidad de que hubiera gobierno.

De modo que ya sabemos lo que ocurrió: nuevas elecciones y, ante ellas, nos encontrábamos con una novedad notable, Garzón e Iglesias unían fuerzas, es decir, Izquierda Unida y Podemos irían juntos, lo que suponía que, si hacíamos las cuentas de la vieja, habría sorpasso de Podemos a los socialistas ya que, uniendo los votos del 20 D, Podemos+IU tenían el 24,3% de los votos mientras que PSOE tenía el 22%. Sin embargo, en política 2+2 no son siempre 4, es más, rara vez lo son. De modo que el PP creció, el PSOE subió ligeramente en porcentaje, C’s bajó 0,9 décimas, mientras que Unidos Podemos se daba un batacazo de 3,6% de porcentaje de votos.

Las ansias de Podemos por asaltar los cielos habían ayudado al Partido Popular a conseguir más apoyo. Con 14 diputados más, era una obviedad que solamente los populares iban a poder gobernar ya que una unión de PSOE y Podemos volvía a requerir a los independentistas y la unión de PSOE con C’s no superaba los diputados de los Populares. La lógica, mirando lo mejor por España y cuando todas las fuerzas han dicho por activa y por pasiva que no va a haber nuevas elecciones, era que Ciudadanos y PSOE se abstuvieran para que el PP gobernara pero no pudiera sacar para adelante ni una sola moción sin el apoyo de dos de las otras tres fuerzas con mayor representación. Sin embargo, el PSOE y Podemos se unieron en el No. Es más, exigían a los Populares que llegaran a acuerdos con partidos de su misma ideología. Obviamente, a día de hoy, los partidos similares en políticas conservadoras al PP son PNV y Convergència, pero con la deriba nacionalista que pudieran pactar estaba entre lo improbable y lo imposible.

Ciudadanos decide hacer una abstención técnica dejando en las manos del PSOE y Podemos que eligieran entre gobierno en minoría de Rajoy o terceras elecciones. Con esas, llegamos al día de la constitución de la Cámara y ahí el perro del hortelano vuelve a aparecer. Sabiendo Pablo Iglesias y los suyos que Albert Rivera prefiere que el Presidente del Congreso sea de distinto color que el Presidente del Gobierno, se podría haber acordado que Patxi López del PSOE continuara en el cargo. Sin embargo, ni comiendo ni dejando comer, Iglesias elige a Xavier Domènech, un independentista catalán disfrazado de comunista.

Ante esta posibilidad, Ciudadanos decide pactar con el PP el Presidente. Los naranjas intentan que sea Nacho Prendes de C’s y cabe la posibilidad de que así sea. Con casi un acuerdo conseguido, el PP cae en la cuenta de que una de las funciones del Presidente del Congreso es definir las fechas de, entre otras cosas, la votación de investidura. De modo que el Partido Popular negocia con C’s obtener sus votos para que Ana Pastor sea Presidenta de la Cámara, ofreciendo dos miembros de la mesa a los naranja.

Para que esa mesa, que, por cierto, más plural no puede ser con 3 de PP, 2 de PSOE, 2 de Podemos y 2 de Ciudadanos, se formara el Partido Popular necesitaba 10 votos más y Mariano Rajoy, supuestamente, ha hecho caso a las recomendaciones de PSOE y Podemos y ha conseguido 10 votos de los conservadores vascos y catalanes. Sin embargo, los podemitas, en su mal perder, aseguran que el PP ha comprado los votos a cambio de favores pero, claro, si Podemos hubiera llegado a un acuerdo con ellos, se hubiera debido al buen hacer de las negociaciones, ¿no?

Seamos un poco serios: que los podemitas entiendan que ya ha acabado la campaña electoral, que ahora llega el tiempo de pactos y acuerdos y que sean sensatos porque en la España de hoy solamente hay dos posibilidades, un gobierno en minoría del PP, con la obligación de llegar a acuerdos con uno o dos de los tres partidos grandes, o bien unas terceras elecciones, que probablemente supondrían la mayoría absoluta de Mariano Rajoy.

 

Fuente de la fotografía de portada: periodistadigital.com

¿A dónde vas Convergència?

Convergència pudo llamarse en su día PNC, es decir, Partido Nacionalista Catalán, muy al estilo del Partido Nacionalista Vasco. Sin embargo, fue el propio Jordi Pujol quien se negó a ese nombre ya que, a su parecer, no había que dar la posibilidad de que se les viese como un partido nacionalista dado que Convergència no debía ser un partido nacionalista, sino el partido nacionalista catalán, el único.

No fue una mala táctica para el partido pues, durante décadas, todo catalanista sintió la obligación de apoyar al partido, sobre todo mientras Jordi Pujol fue su líder. A Convergència no solamente lo apoyaban los burgueses y empresarios de Catalunya, sino también prácticamente toda persona que se sintiera catalanista en cualquiera de sus términos, los que querían la independencia, los que querían más autonomía, los que querían que Catalunyha fuese el motor de España e, incluso, personas «españolistas» que veían más peligroso el catalanismo de izquierdas, que ese sí tenía como una aspiración la independencia y podía llegar al poder, como así acabaría siendo, con el apoyo de PSC e Iniciativa.

Así, Jordi Pujol se convirtió en algo más que un político o un líder; era algo así como el «Rey de Catalunya», la persona que hacía y deshacía. Así mismo, consiguió que toda crítica contra él o contra el partido fuese vista, por gran parte del pueblo, como un ataque a Catalunya y al catalanismo en cualquiera de sus formas de verlo. Para Pujol, no era difícil lograr eso pues, al fin y al cabo, la base de su electorado provenía de familias que habían sido franquistas y antes monárquicos, con que la idea de un líder único que gobernase los destinos del pueblo por el bien de la nación la tenían en el ADN.

Ya he dicho en otras entradas que, aquí en mi tierra, era muy normal que las personas que confiaban en el Partido Popular en las elecciones Generales votaran a CiU en autonómicas y viceversa, más aún cuando, ante la posibilidad de un empate técnico, se apelaba al voto útil. De modo que al partido de Pujol en algunas épocas le votaban conservadores, cristianos, catalanistas y españolistas de derecha. Los dos bloques de intención de voto se rompieron cuando, para destronar a CiU, los socialistas catalanes se unieron a ICV y, sobre todo, a Esquerra, que había sido visto siempre como un partido radical y peligroso que no tenía reparos en cuestiones como integrar en sus filas a miembros de la banda terrorista Terra Lliure. Para que me entiendan los más jóvenes, la ERC de los 80 y 90 era vista, probablemente y para la época, como un partido más radical de lo que es la CUP ahora.

El gobierno del Tripartit fue quien cambió la historia de la Catalunya reciente. Un partido como el socialista jamás debería haber pactado un gobierno autonómico con un partido de Esquerra y lo pagó muy caro. Por un lado, porque una vez que estaban juntos, muchas personas que hasta entonces habían votado socialista creían ahora que el voto de izquierda más útil era el de ERC y, por el otro, porque muchos votantes, no entendiendo esa unión, decidieron apoyar a Ciudadanos, partido que acababa de formarse y que suponía una formación claramente contraria al nacionalismo.

Desde ese día, comenzamos a darnos cuenta de que la Catalunya abierta a las personas que habían venido de otros lados de España no había sido más que una mentira, que la Catalunya integradora y cosmopolita no había sido más que una táctica electoral y que en el gobierno de CiU había claros prejuicios racistas y xenófobos contra los catalanes de origen español. En ese momento y a causa de que se descubren multitud de casos de corrupción por parte de Convergència, los cuales afectan al mismísimo Jordi Pujol y familia, al tener un dinero en varios paraísos fiscales, al parecer procedente de mordidas de los contratos efectuados por la Generalitat de Catalunya, Convergència decide pasarse al separatismo catalán creyendo que treinta años de adoctrinamiento catalanista en las escuelas y medios de comunicación han debido de ser suficientes para que una mayoría les siga en el camino al precipicio.

Ya sabemos lo que ocurrió: Artur Mas quiso hacer de unas autonómicas un referéndum en el que, por cierto, perdieron los separatistas, aunque eso no fue lo más destacable ya que ERC y la CUP se pusieron del lado de Convergència, manchándose de sus tramas, de su corrupción y de su independentismo xenófobo. Mientras todo eso ocurre, Convergència se desangra tanto y tiene tan sucia su marca que, en estos días, trata de refundarse, de encontrar otro nombre, otras siglas, para que, como hizo hace ya casi 40 años, siga viéndose como el único partido nacionalista catalán. Pero no es cuestión de un nombre, es cuestión de saber «¿A dónde vas Convergència?», cuando están perdiendo votos a chorros, cuando sus votantes son ya únicamente personas mayores que, a estas alturas, «no van a cambiarse de chaqueta» y jóvenes claramente clasistas que desprecian más a según qué parte de la población por su nivel económico que por de dónde provienen.

Se llame Democracia i Llibertat, Catalunya Estat o Junts per Catalunya, Convergència, la Convergència del 3%, no es un partido de futuro. Todo parece indicar que, dentro del soberanismo, muchos de sus votantes prefieren a ERC y que muchos catalanistas no independentistas han elegido a Ciudadanos y al Partido Popular en estas últimas elecciones. Por eso, soy de la opinión de que el cambio de nombre debe ser una forma tranquila para los que hasta ahora han votado a Convergència se cambien la chaqueta, simplemente porque ya se ha quedado pequeña; esta ya está en la basura y estoy completamente seguro de que la mayoría de catalanistas no son independentistas y de que quizá ha llegado el momento de que el catalanismo vuelva a ser lo que siempre fue, el anhelo de los catalanes de llevar las riendas de la economía y la política española. Estoy seguro de que esto acabará siendo así y de que Ciudadanos es el único partido que puede tender puentes entre los catalanes y el resto de españoles. Ahora sólo falta ver cuánto tiempo pasaremos en este proceso. Mientras más tarde, más tensión habrá en Catalunya, más amistades se perderán, más familias acabarán divididas. Por eso espero que ese cambio ocurra pronto pues los ciudadanos de Catalunya necesitamos trabajar unidos desde ya.

 

Fuente de la fotografía de portada: voxpopuli.com