La historia interminable de las batallas derecha-izquierda en España es, a mi opinión, uno de los grandes lastres de nuestro país. He vuelto a pensar en ello cuando, en estos días y ante los próximos Congresos Nacionales de los cuatro partidos grandes, se ha oído el debate de que, si como sucede en Francia, sería bueno que los simpatizantes pudieran elegir a los dirigentes de los partidos políticos tras previo pago de una pequeña cuota. La idea no tiene por qué ser mala, pero creo que, en el frontismo con el que vivimos en España, no serían pocos los que pagarían esa cuota solamente por votar al peor de los candidatos del rival.
Sé que esto es hacer una caricatura pero realmente creo que en este país, antes de ir a un método como el francés, necesitamos más años de experiencia democrática dado que, a día de hoy, la mayoría prefiere un mal rival y no, como sería más lógico desear, que los mejores candidatos de todas las ideologías compitieran por ser el Presidente del Gobierno.
Desde que con la Transición comenzaron las encuestas, hemos vivido la paradoja de que rara vez el candidato más valorado pertenece a la fuerza que lidera las encuestas. Es obvio que, en parte, eso se deba a que los clásicos rivales siempre puntúan bajo al líder del partido rival, favoreciendo a los que no molestan, ni a unos ni a otros. Eso llevó a que en la época del CDS de Suárez, el que fuera primer Presidente del Gobierno, puesto que era el político más valorado aunque pocos le pensaban votar, dijese aquello de: «Queredme menos y votadme más». Algo parecido le sucede ahora a Albert Rivera, al que los españoles consideran el mejor candidato posible, a pesar de que Ciudadanos sea la cuarta fuerza más votada.
Sobre ese panorama, los partidos tienen la opción de extremarse más, lo que les puede llevar a un éxito inmediato o, por el contrario, tratar de que ese frontismo acabe, por más que los réditos electorales traten más tiempo en llegar. Imagino que, si el fin de los partidos, sobre todo de los nuevos, es cambiar la sociedad, deberían apostar por lo segundo a pesar de esa máxima que dice que, desde la oposición, no se pueden cambiar las cosas o al menos es muy difícil.
Tras las últimas elecciones, hemos visto que las distancias entre los pensamientos ideológicos de los españoles están cada vez más distantes y que los enfrentamientos derecha-izquierda están latentes, incluso dentro de los partidos. En el Partido Popular hay voces críticas que consideran que los Populares son el partido de derechas menos de derechas de Europa y apuestan por crear una formación (muchos sueñan que capitaneada por Aznar) de verdadera derecha. En el PSOE es donde la ruptura es mayor ya que muchos ven como una ofensa haber dejado gobernar a Rajoy, mientras otros creen que lo verdaderamente inadmisible hubiera sido llegar a un acuerdo con Podemos. En el partido morado, los errejonistas no acabaron de entender por qué no permitieron que gobernara Pedro Sánchez con el apoyo de Ciudadanos, permitiendo, de este modo, un nuevo gobierno de Mariano Rajoy y en C’s hay discusiones internas sobre si el partido debe seguir proyectándose desde el centro-izquierda o, contrariamente, dar un paso a la derecha para competir con el Partido Popular.
Lo más curioso es que exista esta batalla derecha-izquierda en todos los partidos, cuando las encuestas dicen que en una escala del 1 (extrema derecha) al 10 (extrema izquierda) la mayoría se sitúa en el 5, aunque no es menos cierto que en las calles es más fácil encontrar personas que se declaran de izquierdas que de derechas. Una vez, un compañero de partido me dijo que en España había personas de izquierdas y personas que votaban a la derecha, pero que no hay casi personas que digan ser de derechas y creo que está en lo cierto.
Imagino que esto se debe a que hay una irreal forma de ver las cosas. Flota en el ambiente que la izquierda encarna la generosidad, la justicia, la cultura y la libertad y que la derecha representa el egoísmo, la avaricia, el despotismo y la opresión, lo que lleva a la izquierda a una superioridad moral que, incluso, hace que, para los extremistas de izquierda, una izquierda moderada sea en realidad derecha, es decir, a sus ojos son egoístas, avaros, déspotas y opresores. Sin embargo, en la extrema izquierda, en el lado más radical de Podemos, por no hablar ya de en la izquierda nacionalista, hay comportamientos que se acercan más a esos adjetivos que los que se pueden encontrar en la izquierda y en la derecha moderada.
Buscar el equilibrio debería ser el objetivo de la mayoría de partidos. Ciudadanos es, sin duda, quien está más cerca de ello, a pesar de que muchos, incluido yo, somos de la opinión que el nuevo ideario y algunas de las apuestas de futuro podrían hacer que lo perdiéramos. Esto se ve también como una lucha entre el sector Liberal y el Social-Demócrata, cuando yo creo que no se trata de etiquetas, sino de no coger el camino equivocado.
Yo soy cercano a la izquierda moderada, entendiéndola como una corriente que pretende reconstruir la sociedad sobre unos postulados racionales; una lucha por tener una sociedad mejor que la que hay, con más igualdad, más justa, teniendo en cuenta que, como izquierda, entiendo también los primeros movimientos de los liberales y su intento de sentar las bases de un Estado, secuestrado en aquel momento por la invasión francesa, pero que también lo estaba con los reyes absolutistas. Todo ello, aceptando que hay unas instituciones existentes a las que respetar, pero observándolas desde postulados racionales y siendo conocedores de la imperfecta naturaleza humana.
Sin embargo me siento muy lejos de la izquierda sectaria, dogmática y muchas veces anti-española, que fue responsable de que la Restauración no cuajara, que apoyó la dictadura de Primo de Rivera, que llevó al traste las posibilidades de la República en cuestiones como la Revolución del 34 y que fue muy responsable de que en este país hubiera una Guerra Civil, en la que el bando republicano acabó en manos del dominio soviético de Stalin y sacando del país gran parte de su patrimonio; lejos también de la izquierda que no hizo dura oposición a Franco, que trató de llevar al traste la Transición y que ya en democracia utilizó el terrorismo de Estado, asesinando a españoles sin juicio de por medio; y, por supuesto, lejos también de la izquierda vendida al nacionalismo, que no defiende la igualdad entre todos los españoles y que, en ciertas autonomías, apuesta porque haya ciudadanos de primera (los nacionalistas) y de segunda.
Portada: El abrazo de Juan Genovés.