Cuidado que viene el lobo

Políticamente, si de algo nos tenemos que sentir orgullosos los españoles es del poco (podríamos decir ningún) poder político que tiene la extrema derecha. No existe el nacionalismo español más allá de los nacionalismos periféricos. Eso no es nuevo; en las elecciones de 1933, mientras en Europa el fascismo crecía, en España la Falange únicamente conseguía un escaño de los 473 de los que constituían el Congreso.

 

A pesar de ello, desde la extrema izquierda y, sobre todo, desde los nacionalismos catalán y vasco, se manifestaba que el gobierno español tenía tintes monárquicos y fascistas. Como bien decía Cambó en sus artículos en la prensa inglesa, el fascismo español no existía, fascista era solamente cómo la extrema izquierda llamaba a sus enemigos.

 

Sin embargo, Companys intentó dar un golpe de Estado (los Mossos llegaron a disparar contra el Ejército) y lo justificó diciendo que el gobierno español tenía vertientes fascistas. Cuando los jueces de la República preguntaron a Companys dónde veía él el fascismo del gobierno español, el Presidente cesado de la Generalitat contestó, ni corto ni perezoso, que «en el tono de voz».

 

Los nacionalismos periféricos insistieron en el tema y, por su lado, la extrema izquierda (como ahora Podemos hace) también levantó la bandera y tachó a la CEDA y al Partido Republicano de fascistas. Todo ello, envuelto en protestas, manifestaciones violentas y conatos de rebelión contra la República por parte de los partidos y sindicatos de la extrema izquierda.

 

Esta táctica para deteriorar al Gobierno no sirvió para anular el nacionalismo español, sino para que creciese. De este modo, en 1936 los conservadores de la CEDA volvieron a ser la fuerza más votada pero, ante los ataques al Estado de separatistas y comunistas, la Falange creció hasta los 44 escaños. Lo que pasó después todo el mundo lo sabe; el Frente Popular gobernó gracias al pacto de la mayor parte de la izquierda y los partidos separatistas. Poco después, llegó el alzamiento y, seguidamente, la Guerra Civil.

 

Sin comparar los tiempos, hoy ocurre algo parecido. Los ataques de los separatistas contra el Estado y la complicidad de Podemos están llevando al resurgir del nacionalismo español, el cual, por más que nos quieran vender lo contrario, no lo representa el PP ni Ciudadanos ni, obviamente, tampoco el PSOE. Las encuestas indican que, muy probablemente, VOX tenga representación tras las futuras elecciones.

 

Hay quien piensa que es bueno que se sepa cuántas personas hay en la extrema derecha nacional pero, a mi entender, en una democracia representativa, lo que no está en el Congreso no existe. Obviamente, hay personas de extrema derecha que votaban al PP, sin embargo, en mi opinión, eso no llevaba a los Populares a estar cerca del fascismo, sino a los ultraderechistas a estarlo del conservadurismo moderado.

 

Personalmente, una de las pocas cosas que tenemos que agradecer a los Populares es, precisamente, eso, haber llevado a los más extremistas a la moderación. Ojalá el PSOE hubiese conseguido lo mismo con la extrema izquierda y, de esto modo, otro gallo nos cantaría. Lo curioso del caso es que Podemos y los separatistas estén deseando que VOX tenga éxito para, así, poder decir aquello de: «¿Veis cómo sí hay fascistas en España? ¿Veis cómo sí hay que luchar contra ello?».

 

A corto plazo, la sensación es de que Cs acabará con el PP. No obstante, yo apuesto por lo contrario; puede que Ciudadanos gane las elecciones, pero yo no me refiero a eso ya que quien puede acabar con la «necesidad» de que exista el PP puede ser VOX y, cuando eso ocurra, no quiero llantos. Más allá de nuestras creencias, de nuestra ideología, para la salud de un país es bueno que haya, a mi modo de ver, una derecha y una izquierda moderadas que no den lugar a los extremistas.

 

El gran problema de que el nacionalismo español entre en la lucha con el catalán y el vasco no es que vaya a haber un choque ideológico, pues el nacionalismo periférico es, del mismo modo, extrema derecha, por más que finjan ser otra cosa. Ya en los primeros años de franquismo, cuando el nacionalismo catalán católico comenzó a formar las bases de lo que más tarde sería Convergència, Jaume-Anton Aiguader aseguró en su articulo Una carta sucosa i un article totalitari que la diferencia entre el nazismo, el fascismo, el falangismo y el nacionalismo catalán recaía, precisamente, en que pertenecían a idiosincrasias diferentes por ser de países diferentes, pero nada más.

 

El problema real será, para los que, como yo, tenemos ideas cercanas a la social-democracia, ver cómo la balanza política gira, irremediablemente, hacia la derecha. Es decir, con VOX en juego, muchos entenderán mejor el conservadurismo moderado del PP y el liberalismo de centro de Ciudadanos, dejando poco espacio para la izquierda, lo que la llevará a tener que radicalizarse para poder obtener algún resultado, algo que no sólo será la tumba de un partido necesario como el PSOE, sino que también nos llevará a una lucha de extremos que la historia nos dice que nunca acaba bien.

 

Como dice el cuento, tantas veces se grita «que viene el lobo» que, cuando viene, nadie lo cree. Pero estemos atentos y, ya saben: Cuidado que viene el lobo

La huelga que hizo a los catalanes presos políticos de los separatistas

Estamos en una época en la que un meme, una fotografía, vale más que mil palabras, sobre todo en política y a la hora de presentar unas ideas. En estos días, ni a Kennedy ni Malcolm X o Jesucristo, por poner ejemplos variados, les valdría la oratoria o la pluma para hacer entender sus ideas. Estamos en la época de lo inmediato y de la poca reflexión y de eso se aprovecha quien tiene ganada la batalla de la superioridad moral. En España, obviamente, la izquierda tiene esa superioridad y, por más que yo me siento mucho más cómodo con las ideas de la izquierda, creo que es muy injusto.

Partir la sociedad entre buenos y malos es demasiado simple como para hacer un análisis serio. Por eso, me parecieron terribles aquellas palabras del líder de Podemos, Pablo Iglesias, en las que decía que quería cambiar el miedo de bando, cuando en una sociedad ideal no sólo no debería haber miedo, sino tampoco bandos. Sin respeto al contrario, no hay democracia y, sin respetar las ideas de los demás, siempre que éstas se ajusten a la Ley, a la democracia y la Constitución, nuestro país no podrá avanzar como nación. En Cataluña, la superioridad moral la tienen los nacionalistas, desde la victoria de Pujol en 1980 o quizá antes. El victimismo ha sido parte importante de la política catalana; fingir opresión, fingir rechazo les hace ganar votos a los nacionalistas y, de este modo, lo han convertido en bandera de su programa electoral.

Quizá esto sea poco ético pero, electoralmente, es un arma muy buena, letal durante mucho tiempo. En la salvaje, violenta y terrorífica huelga del pasado día ocho, la Policía apenas actuó, ni la autonómica ni la nacional, ni la Guardia Civil, y a todos nos parece obvio que no lo hizo porque nadie quería unas imágenes como las del día 1 de octubre durante el referéndum ilegal. Como noticia, como imagen, en este mundo de inmediatez y, perdónenme la expresión, de «pichas frías», la no actuación policial ha servido para reparar la del día uno. Ahora, quienes se han mostrado como violentos, como intolerables y faltos de razón, son los separatistas que quemaron neumáticos para cortar carreteras, que pusieron rocas en las vías del tren y secuestraron a las personas que querían ir a trabajar en las autopistas y los trenes.

De este modo, quizá el separatismo ha perdido algo de superioridad moral pero, ¿vale la pena? Es decir, realmente para ganar la batalla de las imágenes, de la prensa o, incluso, de la repercusión internacional de este mundo de inmediatez, ¿se puede y se debe tolerar que los jueces y los cargos policiales no ordenen a los agentes que cumplan y hagan cumplir la Ley? ¿Se puede y se debe tolerar que miles de jóvenes delincan a la vista de todos sin que la Policía actúe? Y, lo que es peor, ¿puede un Estado, sus jueces y Policía, dejar de perseguir asociaciones y partidos políticos que organizan estas acciones por el qué dirán ? ¿Se puede permitir que los obreros, que van a sus puestos de trabajos, sean durante horas, en los trenes y autopistas, presos políticos del separatismo?

Conversos y renegados. La historia del nacionalismo catalán (XXI) El Pujolismo: Hoy paciencia y mañana independencia

En la Transición, el separatismo catalán estaba prácticamente anulado. Dentro de los catalanistas, la idea de la independencia era vista como algo desfasado, antiguo, rancio, no porque los cuarenta años de dictadura hubiesen anulado el sentimiento, pues es obvio que la represión lleva a la insurrección, sino porque en un mundo cada vez más global, al que Europa trataba también de unirse, volver a las luchas regionales parecía una posibilidad poco seria. Eso no quita que las élites catalanistas quisieran mantener el poder, cosa que sabían que sólo se conseguiría creando Estructuras de Estado.

El presidente en el exilio y representante de la Generalitat, la única institución republicana restaurada, Josep Tarradellas, habla de unión y asume que el separatismo es una idea equivocada. En 1980, cuando Jordi Pujol se «coronó» como President de la Generalitat sin que ni la izquierda ni la derecha españolas hiciesen nada por impedirlo, el separatismo no era algo de lo que se hablara, pero sí que ya se comenzó a plantar la semilla de lo que vendría después. «Hoy paciencia y mañana independencia» era el eslogan, por más que para muchos no fuese la independencia de Catalunya lo que buscaban, sino la independencia de las instituciones catalanas.

Jordi Pujol usaría en aquella primera legislatura, y también en las siguientes, para sus propósitos dos estructuras muy importantes, la escuela y la televisión pública. Para ello, aprovecharía en primera instancia la lengua catalana. En aquel momento, castellano y catalanoparlantes estaban de acuerdo en la inmersión lingüística. En la calle y en las casas el castellano era más usado, sobre todo en Barcelona, motivo por el cual todo el mundo entendió que era bueno que en las escuelas se aprendiese el catalán y, si era necesario, que se reforzara. De aquella buena fe se acabaría aprovechando el separatismo. 

Ya en 1981, profesores e intelectuales se percataron de que la lengua catalana era utilizada como medio de adoctrinamiento. El Manifiesto por los Derechos Lingüísticos de Catalunya, más conocido como el Manifiesto de los dos mil trescientos, era la primera respuesta social de una parte del pueblo catalán ante la imposición total de que en Catalunya hubiese una lengua única. La reacción a aquel manifiesto fue terrible, tanto desde la Generalitat como los medios de comunicación, que no se dedicaron a informar sobre el manifiesto sino a tomar partido y a atacar a los firmantes. La asociación «La Crida a la Solidaritat» surge como réplica a esta asociación y logra reunir a 100.000 personas en el Camp Nou. De esta asociación, surgirían Àngel Colom, que sería después candidato de ERC, y Jordi Sànchez, futuro líder de la ANC. La Crida defendería en muchos casos acciones de Terra Lliure y ETA e, incluso, pidió el voto en unas elecciones europeas para Herri Batasuna.  

A los disidentes se les acusa de fascistas, españolistas, y se les trata de situar en la extrema derecha, por más que la mayoría de los que están involucrados en política pertenezca al PSC o formen parte del sindicato de la UGT. Quien peor parado salió de todo aquello fue el firmante Jiménez Losantos, que fue secuestrado por la banda terrorista Terra Lliure, llegando a dispararle en una pierna. ¿Las consecuencias de aquel manifiesto? 14.000 maestros abandonaron Catalunya y, poco a poco, las plazas se van llenando con adeptos al régimen. El movimiento contrario al nacionalismo es aplastado.

Jordi Pujol aprovecharía el Caso Banca Catalana para mostrarlo como un ataque a Catalunya. A partir de ahí, cualquier ataque al gobierno de la Generalitat o a cualquier miembro o asociación cercana a la oligarquía sería mostrado como un ataque español contra Catalunya bajo la excusa de que a los catalanes los odian en el resto del Estado. A raíz de aquello, Pujol y los suyos comenzarían a hablar siempre de «nosotros y ellos» y comenzaría la construcción «mental» de la nación catalana, poco importaba si esa nación no existía, siempre y cuando la gente lo creyera. Desde los medios de comunicación, se empieza a utilizar un idioma desconsiderado de apariencia inocente, el Gobierno pasa a denominarse «Madrid» y  España, «L’Estat Espanyol». Denominar «Estado» a España es para diferenciarlo de los términos «Nación» o «País» que siempre se acuñarán a Catalunya.

La prensa es subvencionada (comprada hasta por 31 millones de Euros al año) por la Generalitat, la televisión de su propiedad y en las escuelas se ponen manos a la obra para que la Catalunya como nación sea parte del estado mental de los catalanes. Se habla de Catalunya y España como dos entidades diferentes y se clasifica, diferencia y penaliza a los que piensan diferente. Se acusa a PSOE y a PP primero, después a Ciudadanos (el PSC se libraría más tarde de las críticas por acercarse al nacionalismo), de no ser parte del pueblo catalán porque no forman parte de la supuesta homogeneidad del pueblo catalán, por más que no haya grupo social humano que sea homogéneo.

En 1993, cuando el nacionalismo catalán está en su mejor posición (55% de los votantes), un informe de TV3 (es decir, de la Generalitat), que llega a debatirse en el Parlament, muestra cómo para la televisión, radio y prensa catalanas no sólo se es importante la dicción, sino cómo se utilizan las palabras para diferenciar Catalunya y lo catalán de lo español y, lo más preocupante, la ideología política. A raíz de ahí y en los siguientes años, muchos periodistas son desterrados de Catalunya, tales como Àngels Barceló, Anna Grau, Susanna Griso, Javier Cárdenas o Carles Francino, entre otrospor no ser suficientemente cercanos al régimen, por más que, obviamente, en estas tierras no se venda como un destierro sino que sirve para indicar lo bueno que son los periodistas catalanes que las televisiones y radios españolas se los rifan. La prensa crítica dentro de la propia prensa es también eliminada.

En 1994 la Generalitat elimina el castellano de las escuelas entre los tres y los ochos años. El manifiesto por la tolerancia lingüística, bajo el lema «En Castellá també», protesta por ello y, una vez más, todo movimiento que defiende la igualdad entre las lenguas es acusado de extrema derecha, por más que entre los firmantes haya personas tan claramente de izquierdas como Julio Anguita, líder de Izquierda Unida. Desde el nacionalismo, se vuelve al tópico recurrente de que el catalán es la lengua minoritaria históricamente perseguida. Para entonces, el término «lengua materna», tan utilizado por los nacionalistas en la Transición, ha sido sustituido por «lengua propia» y, bajo la premisa de que el catalán es la lengua propia de los catalanes y el castellano es una «lengua impuesta», se trata de que sea de segunda categoría.

El problema es que el término «lengua propia» es inventado y que, en realidad, solamente existen la lengua materna y la lengua oficial. El castellano es tan oficial como el catalán en esta tierra y, además, es la lengua materna de la mayoría de los catalanes. Finalmente, el Tribunal Constitucional anulará esa ley. Antes de que eso ocurra, la vicepresidenta de Cadeca (Coordinadora de Afectados en Defensa del Castellano), María Asunción García Pérez, es raptada, molida a latigazos y, antes de abandonarla, le queman el coche. «Tú eres la causante de los problemas con el catalán» le dijo el agresor.

En 1996 Foro Babel lanza una iniciativa cívica de intelectuales y artistas catalanes en defensa del bilingüismo. El manifiesto, claramente progresista y que podría servir de ejemplo para cualquier gobierno liderado por la izquierda, es tildado por el Govern y sus medios de comunicación como «reaccionario». Se acusa a los que piden igualdad entre las lenguas de querer provocar confrontación civil. ¿Cómo un derecho puede crear confrontación? En el Parlament, con la izquierda acomplejada por los nacionalistas, como hablamos en el anterior episodio, sólo el líder del PP catalán, Aleix Vidal-Quadras, defiende el bilingüismo en las escuelas. Sin embargo, ese mismo año, el Partido Popular y José María Aznar necesitarán del apoyo de CiU para poder gobernar. Tras las reuniones, Pujol anuncia en TV3 que «Se cumplirá el pacto, lo que está escrito y lo que no» y que «si el PP reemprende la campaña contra la política lingüística, retiraremos el apoyo en Madrid». Poco después, Vidal-Quadras es destituido y Aznar le ofrece su cabeza para contentar a Pujol. La oposición al nacionalismo catalán en el Parlament es eliminada.

Cuando en 2003 la ERC de Carod Rovira prefirió hacer President al socialista Pasqual Maragall antes que al convergent Artur Mas, muchos nacionalistas no entendieron aquella decisión, aunque lo cierto es que fue una jugada maestra para el independentismo. Con una mayoría social no nacionalista y un catalanismo más cercano al «regionalismo» que al «separatismo», Esquerra no quería dividir el Parlament entre Catalanistas y Constitucionalistas y no lo quería por dos motivos:

1) Porque el nacionalismo sería liderado por CiU y, además, en un momento en el que el entorno de CiU (Òmnium) comenzaba a ser más activista. Ejemplo de ello es la campaña que se llevó a cabo en 2002, cuando se llamó al boicot a los productos que no etiquetaran en catalán.

y 2) Porque, de este modo, evitaba que una de las armas del PSC para desgastar al gobierno fuese empatizar con los contrarios al nacionalismo. Así, lo que quedaba del PSOE español es también eliminado en Catalunya.

Con el tripartit de izquierdas PSC-ERC-ICV, se inicia el camino hacia el nuevo Estatuto y se aprovechan las estructuras de Estado de Pujol para hacer ver que es algo que demanda la población, por más que después sólo el 46% de los catalanes fuera a las urnas. El Estatut de 2006 no sólo era claramente nacionalista y situaba a los castellanoparlantes como ciudadanos de segunda, sino que abría también las puertas al movimiento separatista. La segunda gran jugada de Carod-Rovira llegaría cuando, casi al final de las negociaciones, ERC abandona el pacto por el Estatuto y en él entra CiU. ¿Por qué ERC no quiere firmar el Estatuto? No porque no esté de acuerdo con él, ya que en realidad ese Estatuto es más suyo que de nadie, sino porque, al no firmarlo, consigue que no dé la sensación de que ya ha cumplido su objetivo, sino que éste aún está por llegar. Ese objetivo tiene un nombre: Independencia. 

La Cataluña de los caciques

Tras el fracaso de la I República y el golpe militar de Martínez Campos el 29 de diciembre de 1874, adelantándose al proyecto del alfonsinismo civil de Cánovas del Castillo, se aceleró la restauración de la Monarquía en la figura de Alfonso XII, al que llamarían el pacificador, por ser el rey que traería la paz tras años convulsos que acabarían en las rebeliones cantonales.

El 30 de junio de 1876 fue promulgada la nueva Constitución. Sin embargo, no sería hasta 1890 que se modificaría la ley electoral para que pasase a ser de sufragio universal masculino. Que la elección de las Cortes pasara a ser cuestión de los votos de todos los hombres no haría cambiar mucho los resultados. La democracia de aquellos tiempos no gozaba de la salud que debería y el sistema de cambios de turno pacíficos entre Liberales y Conservadores marcaría y consolidaría la Restauración.

En las pequeñas poblaciones y, sobre todo, en las zonas agrícolas, los caciques advertían a sus trabajadores a quién debían votar y, así, los intercambios de gobierno siguieron su curso también en los tiempos de la Regencia de María Cristina y en los primeros años de Alfonso XIII como rey de España hasta la dictadura de Primo de Rivera.

En Catalunya las cosas eran parecidas, no obstante, la revolución industrial, que había cuajado más en las tierras del norte, especialmente en Cataluña y el País Vasco, llevó a que la lucha por los derechos de los trabajadores gozara de más repercusión que en el resto de España. En 1909 la Semana Trágica marcaría un antes y un después de las luchas obreras en Barcelona.

Desde la burguesía, se trató de acusar a los líderes de aquellas protestas de «españolistas» y de que aquellas huelgas eran «contra Cataluña». De ese modo, el partido que representaba a la burguesía, la Lliga Regionalista, comenzó a reclamar más autogobierno al Estado. Sólo un par de años después, Enric Prat de la Riba comenzó el proyecto que culminaría cuando se instituyó  la Mancomunitat de Catalunya en 1914.

La Lliga intentó ganarse al pueblo catalán haciendo políticas catalanistas, tratando de desviar la atención de las luchas obreras. No lo consiguieron y, en los años veinte, el pistolerismo creció de un modo tan evidente que las vidas de los burgueses comenzaron a correr serio peligro, sobre todo para los que tenían fábricas. Esto llevó a que miembros de la Lliga conspiraran y financiaran un golpe de Estado a través del Capitán General de Cataluña, Miguel Primo de Rivera.

Bajo la dictadura, Primo de Rivera no accedió a los pactos sobre la cultura catalana que había acordado con los miembros de la Lliga y estos se pusieron en su contra. Con el fin de la dictadura, la monarquía estaba tocada de muerte y, tras las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, Alfonso XIII abandonaría España y se instauraría la II República, que devolvería las instituciones catalanas y el gobierno de la Generalitat. La República quedaría herida con el alzamiento militar de julio de 1936 y moriría con la victoria del bando nacional y la proclamación del General Franco como Jefe del Estado.

Con la muerte del Caudillo y el comienzo de la transición política, el Presidente del Gobierno Adolfo Suárez y el President de la Generalitat en el exilio Josep Tarradellas llegarían a un acuerdo para que se restaurara la Generalitat, única institución de la etapa republicana que gozaría de legalidad en la nueva democracia. En 1980, se llevarían acabo las primeras elecciones a la Presidencia de Catalunya.

Es entonces cuando el problema caciquil volvería a Catalunya. En una democracia plena, las distintas formaciones eran libres de concurrir en aquellas elecciones, sin embargo, altos miembros de la burguesía catalana coparían los altos cargos de todos y cada uno de los grandes partidos, no habiendo prácticamente voto que no fuese dirigido a las élites catalanas. Vencerá Pujol y comenzará a construir sus estructuras de Estado.

Los partidos que deberían ser de izquierdas y constitucionalistas, el PSC, el PSUC (después Iniciativa por Catalunya), así como también los sindicatos y la mayoría de instituciones, se nutren de nacionalistas, cuestión que quedará clara cuando el PSC acaba gobernando, ya en 2003, con ERC y haciendo las políticas más nacionalistas nunca vistas en democracia. A raíz de ahí, nacerá en Catalunya un fenómeno que hasta entonces, más allá de pequeños manifiestos, apenas había existido desde la restauración de la democracia. La lucha contra el nacionalismo.

A día de hoy, esta lucha ha conseguido muchas cosas importantes pero, a mi modo de ver, nada tan trascendente como acabar con la fuerza de los caciques y, precisamente por ello, por el hecho de que ya no tienen todo atado, es por lo que el nerviosismo a aflorado y de ahí las prisas y la idea de la independencia.

Años atrás, especialmente en la izquierda, había muchísimos nacionalistas infiltrados, lo que llevaba a que, ganara quien ganara las elecciones, gobernase la misma idea, tal y como ocurría cuando los gobiernos españoles cambiaban de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas. Sin embargo, en estos días, estamos observando cómo varios miembros importantes del PSC y Podemos están abandonado sus formaciones porque no comparten que sus partidos se pongan contra el separatismo y a favor de respetar la Ley, la Constitución y el Estatuto de Catalunya.

Que una capital obrera como Terrasa, clave en la revolución industrial y repleta de chimeneas que recuerdan aquellos tiempos, el gobierno del PSC haya tenido que dimitir, por estar del lado de los burgueses separatistas y no de la Constitución, refleja a las claras la gran mentira que ha sido durante años la política catalana y que los caciques que nos obligan a votar sí o sí al nacionalismo, poco a poco, están desapareciendo.

 

Fuente de la fotografía de portada: El País.com

Conversos y renegados. La historia del nacionalismo catalán (XX) El complejo socialista frente al nacionalismo catalán

En 1977 se celebraban las primeras elecciones Generales en España desde antes de la Guerra Civil. En un país sin tradición democrática, muchos no acababan de entender la gran cantidad de siglas de los nuevos partidos políticos. En Catalunya, los comicios se enfocaron también bajo la idea de quién podría defender mejor los intereses catalanes en el Congreso. En estas tierras, una amplía mayoría demandaba la autonomía y un estatuto para Catalunya. Así que, bajo esa consigna, se formó una coalición llamada Pacte Democràtic per Catalunya, liderada por Jordi Pujol, y en la que, además de Convergència, Esquerra Democràtica y el Front Nacional, participaba también el PSC-Reagrupament.

Aquel pacto no duró mucho, el PSC-Reagrupament se disolvió y formó parte del PSC-PSOE, un Partido con dos almas ya que, mientras el PSC tenía fuertes inclinaciones catalanistas, el PSOE contaba en Cataluña con una Federación que basaba su fuerza, sobre todo, en los trabajadores de la zona metropolitana, la mayoría de origen de otros puntos de España. En 1978 las distintas fuerzas socialistas llegaron a un acuerdo que cristalizó en el Congreso de la Unidad Socialista. En este Congreso, se fundó el Partit dels Socialistes de Catalunya, un nuevo partido que aglutinaba a todo el espectro socialista catalán y tenía una relación federal con el PSOE, a pesar de que formalmente era un partido diferente, por más que, incluso hoy, muchos creen que PSC y PSOE son el mismo partido pero con distintas siglas.

Lo cierto es que, en aquel momento, el lado catalanista del PSC no dominaba el partido como lo haría después y si la unión con los socialistas de España se llevó a cabo fue porque la Federación Catalana del PSOE tenía gran implantación social. Sin embargo, ésta no era nacionalista, mientras que el PSC sí lo era pero no tenía apoyo social. De este modo, Joan Reventós entiende que la única salida es aliarse con el PSOE pues, así, conseguía los votos de las personas que votaban a Felipe González y se los llevaba a una formación en realidad nacionalista. Contaba Oriol Bohigas en Entusiasmos compartidos y batallas sin cuartel que Joan Reventós lo advirtió del “peligro de un triunfo en solitario del PSOE en Catalunya”.

El PSC-PSOE fue el ganador en Catalunya en Generales y Municipales. Sin embargo, en las primeras autonómicas Convergència i Unió resultó la fuerza más votada, entre otras cuestiones, gracias a que la derecha española de Alianza Popular no se presentó para no perjudicar a Pujol. No obstante, el socialismo pudo gobernar. Un pacto entre PSC-PSUC-ERC hubiera dado la mayoría parlamentaria, pero esta opción apenas se intentó. ¿El porqué? Se podría contestar a dicha pregunta con declaraciones del propio líder socialista Joan Reventós que escribiría en sus memorias inacabadas Tal com ho vaig viure (Tal y como lo viví) que “Nos hubieran partido (a los catalanes) en dos mitades. Y preferí la hegemonía de Pujol”.

Si Catalunya fue y es mayoritariamente de izquierdas, ¿por qué prácticamente nunca ha gobernado el socialismo Catalunya? La respuesta recae en el hecho de que la izquierda catalanista no pretendiese gobernar hasta que Pujol tuviese ya construidas las estructuras de un estado nacional catalán y la política se hiciese bajo el catalanismo, gobernara quién gobernara. 

El PSOE fue la fuerza más votada en Catalunya en las Elecciones Generales de 1982 y las Municipales de 1983. Sin embargo, en las elecciones  de 1984, con el ambiente enrarecido debido al caso de Banca Catalana, Pujol hace de aquellas autonómicas un referéndum entre buenos y malos catalanes, situando su partido en el lado del Bien. Convergència vence  y el PSC acaba con la fuerza del PSUC. Para entonces, los socialistas catalanes ya están completamente dirigidos por una parte de la burguesía catalana, que ha tratado de hacer equilibrios entre sus dirigentes catalanistas, a menudo nacionalistas catalanes y alguna vez hasta independentistas, y sus votantes, mayoritariamente venidos desde otros puntos de España, que están totalmente en contra del nacionalismo catalán y votan al PSC creyendo que estos y el PSOE son el mismo partido y pensando que tienen la misma ideología y fines. 

El desencanto con la políticas de izquierdas en Catalunya es tan grande que en 1988 la participación en las Autonómicas baja hasta el 59%. Y es que ya por aquel entonces los nacionalistas están organizados y unidos, mientras que los constitucionalistas no. Además, existe una gran decepción en la izquierda, dado que tanto PSC como Iniciativa per Catalunya son demasiado cercanos al catalanismo. El catedrático Francesc de Carreras definiría esto como el PUC (Partido Unificado de Catalunya), que constaría de CiU, ERC, PSC e Iniciativa, dejando fuera al Partido Popular, que colaboraba mostrándose como partido de derecha rancia, mientras que el partido de Pujol lo hacía de derecha moderna, por más que el olor a neftalina fuese el mismo entre ambas formaciones.

Una parte del voto de izquierdas no nacionalista se siente huérfano y no acude a las urnas en Autonómicas, aunque sí en Generales, donde en 1989 la participación sube hasta el 67%. En dichas elecciones, el PSOE sube 400.000 votos y es la fuerza más votada, una vez más, en Catalunya. En el famoso año olímpico de 1992, la participación de las Autonómicas baja hasta el 54%, lo que beneficia a Pujol, quien vuelve a ganar por mayoría y el PSC pierde dos diputados más. Otra vez se apreciará lo importante de la participación ya que en 1993 para las Generales sube hasta el 75% y el PSOE vuelve a ser la fuerza más votada superando a Convergència que, a pesar de que participaran un 21% más de electores, prácticamente calcó los resultados de las Autonómicas.

Aquel era el mejor momento, no sólo de Convergència, sino también del catalanismo, que consigue el 55% de los votos. Además, CiU permitió la gobernabilidad de Felipe González y se convirtió en necesaria en el Congreso de los Diputados, cuestión que aprovechó para ampliar sus dominios.   

En aquellos años, el nacionalismo empieza a hacerse asfixiante. Se comienzan a multar a los locales que no rotulan en catalán, en los colegios el castellano comienza a hacerse residual y en los medios de comunicación el ataque al disidente comienza a hacerse muy fuerte. Todo ello, unido al run-run de la corrupción de Convergència, hace que la Catalunya no nacionalista comience a moverse. Así, sube la participación un 15% y Pujol pierde la mayoría absoluta. De este modo, se ponía la primera piedra para que la izquierda pudiera destronar a Convergència y en 1999, de la mano de Pasqual Maragall, el PSC conseguía ser la fuerza más votada. No obstante, la caprichosa ley electoral hacía que Pujol tuviera más diputados y el PP permitiría la gobernabilidad.

El PSC sigue siendo la alternativa al nacionalismo, si bien es cierto que los socialistas, como diría Albert Boadella, «de estar tan cerca de la epidemia (nacionalista), no han podido (o no han querido, añado yo) evitarla

El socialismo catalán se comporta durante años como el Caballo de Troya para que el nacionalismo llegue a las zonas obreras. ¿Y qué mejor manera para convencer a éstas que acusar a todo lo español de fascismo o de derechas para que los obreros y sus hijos abracen el catalanismo, que finge ser bandera de la modernidad? Si en el resto de España la superioridad moral es de la izquierda contra la derecha, en Catalunya ésta corresponde a los nacionalistas frente a los constitucionalistas.

Acusar de españolismo a toda lucha obrera es algo común en la historia de esta tierra. Sucedió con Lerroux en la Semana Trágica y ocurrió con los anarquistas durante la República y la Guerra Civil. De hecho, el propio Joan Reventos, líder socialista de los inicios de la democracia, cuando se refería a la posibilidad de que hubiese habido una opción socialista no nacionalista, dijo en la presentación de sus memorias que «no quería que se instaurara con fuerza una opción lerrouxista y preferí la hegemonía de CiU.«

El complejo del socialismo con el nacionalismo catalán podía haber terminado en 1999 cuando Josep Borell, un socialista catalán sin miedo a decir que se siente español, pudo ser secretario general del PSOE y candidato a la presidencia española. Sin embargo, una denuncia de corrupción sobre dos de sus colaboradores le hizo renunciar y truncar una brillante carrera política. Curiosamente, y según relata Antonio Robles en su libro Del fraude histórico del PSC al síndrome de Cataluña, aquella denuncia llegó desde el propio círculo dirigente de los socialistas catalanes.  

En ese mismo año, por primera vez la victoria en las Autonómicas por parte de Pujol no era clara y el que había sido alcalde de Barcelona en la época de los Juegos Olímpicos, Pasqual Maragall, salía a hacerle frente. Los socialistas de Catalunya parece que creían en un proyecto y consiguen ser la fuerza más votada. No obstante, da la victoria en diputados a Convergència que, gracias al voto favorable del Partido Popular, gobernará en Catalunya, «devolviendo el favor» del voto de Convergència en la investidura de Aznar como presidente del Gobierno.

Aquellos pactos harán que, por primera vez, las elecciones catalanas comiencen a mirarse desde la perspectiva derecha-izquierda, por encima de nacionalismo-constitucionalismo. En 2003 Maragall vuelve a ganar en votos pero no en diputados, sin embargo, esta vez ERC pasa a ser clave para la gobernabilidad y los independentistas de izquierdas prefieren pactar con el PSC (junto a Iniciativa) antes que con CiU, a la que empiezan a salpicar casos de corrupción.

Por primera vez, la izquierda logra gobernar Catalunya, siendo muy crítica con Convergència. Maragall insinúa las mordidas del 3% que CiU cobraba por las obras públicas, por más que después pediría perdón. El PSC continúa las políticas nacionalistas de Pujol y el desencanto vuelve a la izquierda no nacionalista, sobre todo a raíz del nuevo Estatuto, que es votado en 2006, por más que no fuera una demanda de los catalanes y que sólo votara un 46% de la población. El nuevo referéndum contaba con el apoyo de PSC, ICV y CiU y, en él, se situaba a los castellanohablantes como ciudadanos de segunda categoría en Cataluña, lo que llevó a que muchos abandonaran el PSC y que, tras la plataforma Ciutadans de Catalunya, acabara naciendo el partido Ciudadanos.

A raíz de ahí, los no nacionalistas perdieron la esperanza de que el PSC fuese quién les librara del nacionalismo catalán, suponiendo la pérdida de 5 diputados en 2006 (aunque repitió el Tripartit), 9 más en 2010, 8 en 2012 y 4 más en 2015, a pesar de que en este último año ya había reculado (en parte por estrategia electoral) su apoyo al nacionalismo catalán. Si en 1999 la izquierda teóricamente no nacionalista, PSC e Iniciativa, tenía 51 diputados, en 2015 sumaba 26 entre PSC y Catalunya sí que es pot. Es decir, perdía 25 diputados, justo el número que conseguía Ciudadanos en las últimas elecciones y que les colocaba como líderes de la oposición.

El soberanismo que soñó ser Escocia y despertó siendo el Ulster

Con el proceso separatista catalán ya en marcha, viento en popa a toda vela, desde las islas británicas llegaba lo que parecía un soplo de aire fresco. El gobierno británico pactaba un referéndum para la independencia de Escocia. Aquello era aprovechado por los líderes de pensamiento único separatista para hacer popular la idea de que en las “democracias modernas” es normal votar, contrariamente a España, que desde el mundo independentista catalán es mostrada como un Estado chapado a la antigua, por más que la realidad es que nuestro país es una de las únicas diecinueve democracias plenas y que, políticamente hablando, es también uno de los países más modernos del mundo.

Lo cierto es que el caso de Escocia y el de Catalunya se parecen tanto como un huevo a una castaña. Pero como el separatismo catalán es un estado mental, la maquinaria se pone manos a la obra para que los suyos crean que lo que está pasando en el Reino Unido va a ayudar al proceso catalán.

La “nacionalidad” escocesa es algo muy aceptado en el mundo, tanto que todos tenemos claro que actores, cantantes o personajes populares en general son escoceses y no ingleses. Sin embargo, y finalmente, los escoceses votaron No a la independencia en cuanto supieron de los problemas que les llevaría no formar parte de un Estado tan potente como el británico.

En aquellos días, en Catalunya se soñaba con ser Escocia, pero ahora tres años después se ha despertado siendo Irlanda del Norte, con los problemas del Ulster, en los que la sociedad está partida en dos, los que se sienten británicos y los que se sienten irlandeses, y en la que prácticamente una parte no interactúa con la otra. Catalunya se está convirtiendo en eso y todo porque una parte, la separatista, ha tratado de buscar una y otra vez las diferencias entre “ells i nosaltres”, si bien es cierto que la épica del Ulster no aparece en ningún lado en Catalunya. El separatismo hizo de unas elecciones autonómicas un plebiscito separatista; el independentismo consiguió el 47% de los votos e,  incluso, el señor Baños de la CUP salió ante los medios de comunicación para decir que habían perdido el referéndum. No obstante, días después continuaron con la hoja de ruta y hablando en nombre del pueblo catalán, aún a sabiendas que no tenían ni tan siquiera la mayoría del electorado de su lado.

El proceso siguió de un modo lamentable, con la policía autonómica desobedeciendo a los Jueces y poniéndose a las órdenes de los políticos. Primero, el independentismo que se autodefine como no violento atacó a la Guardia Civil, que registraba la Consejería de Economía teniendo que huir por los tejados. Aquellos días hubo imágenes lamentables, como el destrozo de un coche de la Guardia Civil, en el cual no sólo robaron las armas que había en su interior, sino que los líderes de aquel movimiento, los famosos Jordis, en señal de conquista, se subían a aquel vehículo curiosamente fingiendo un discurso de paz y diciendo a las masas con la boca pequeña que se fueran a casa. Más tarde, un reportero de TV3 saltaría sobre ese mismo coche en directo y todo sin que los Mossos hiciesen nada.

El 1 de octubre, la actitud de los Mossos ante el referéndum ilegal fue del mismo modo lamentable, pero el gobierno catalán buscaba y encontró la imagen del enfrentamiento entre civiles y policía “española”, creyendo que esa imagen le valdría para que alguien en el mundo se pusiera del lado del golpismo catalán. Lo que ocurrió después lo sabemos todos, la sí pero no declaración de independencia, la sí pero no convocatoria de elecciones y al final, creyendo que es lo que más les va a beneficiar electoralmente, la sí pero no declaración de independencia tras la aplicación del artículo 155 de la Constitución y la convocatoria de elecciones para el 21 de diciembre.

En el Reino Unido, que tanto utilizaron como ejemplo los separatistas, cuando la celebración del referéndum escocés, el gobierno británico suspendió la autonomía del Ulster hasta cuatro veces, la última durante cinco años. Catalunya soñó ser Escocia y despertó siendo el Ulster, si bien el gobierno español ha sido mucho menos duro que el británico, sobre todo debido a la violencia que había en Irlanda del Norte y que en esta tierra de momento sólo ha habido en ocasiones muy puntuales.

Conversos y renegados. La historia del nacionalismo catalán (XIX) Jordi Pujol, educado en el nacionalismo para gobernar Cataluña

Para introducirnos en la parte correspondiente a la época democrática actual, lo haremos de la mano de uno de los actores principales del nacionalismo catalán de la época,  Jordi Pujol, quien tomó el relevo de Josep Tarradellas tras imponerse de la mano de Convergència i Unió en las Elecciones Autonómicas de 1980. Pero su historia y relación con el nacionalismo comenzó mucho antes, de hecho, ya su padre, Florenci Pujol, y su tío, Narcís Pujol, habían formado parte de Estat Català, como recordarán los que leyeron la entrada sobre la historia del nacionalismo XV, una de las formaciones que se unieron en Esquerra Republicana de Catalunya y cuyas juventudes fueron criticadas, incluso por el sector moderado, por ser cercanos al fascismo. Estat Català no tuvo reparos en hacer propaganda racista en contra de la emigración. Después pasaría a la corriente de Francesc Macià, ya dentro de ERC, y Narcís sería encarcelado tras la Guerra Civil. 

Colegio Alemán de Barcelona (1939)

Perteneciente a una familia acomodada, Jordi Pujol i Soley fue inscrito en el Colegio Alemán  de Barcelona, ya en época de Hitler. Dicha escuela fue cerrada en 1937 por la Guerra Civil Española, momento en el que el III Reich evacuó residentes, incluso mediante submarinos alemanes. Los alumnos del centro barcelonés que pudieron llegar a Alemania fueron reubicados en dos centros, uno para chicos y otro femenino. Al finalizar la Guerra, en España el Colegio Alemán fue reabierto con todos los apoyos del nuevo régimen español. La actividad nacionalsocialista del centro escolar se multiplicó y todo el profesorado era miembro del NSDAP y los jóvenes formaban brazo en alto, saludando la imagen del Führer. Además, era frecuente ver a padres vestidos con uniformes nazis. En ese ambiente, Jordi Pujol se educó bajo las ideas nacionalistas del gobierno de Adolf Hitler hasta el 5 de junio de 1945, fecha en la que el Colegio fue clausurado por presiones de los aliados y el centro incautado por las autoridades francesas, que después lo rebautizaron como Liceo Francés. Mucho se ha comentado sobre la «obligatoriedad» de la inscripción en dicho centro, obviamente, no es cierto y la familia Pujol por voluntad propia deseó que su hijo se educara bajo la educación del nazismo.

En aquellos años de dictadura franquista, el catalán no formaba parte de la educación y, cuando tenía doce o trece años, según reconoce el propio Pujol en sus memorias, éste pide a su tío un libro para aprender a leer y escribir en catalán.  Cuando acaba el Bachillerato,  decide estudiar Medicina, donde sin una especial dedicación cumple sus deberes y obtiene un buen expediente. Durante los primeros años universitarios actuó en la resistencia contra la dictadura franquista, a través de asociaciones católicas, políticas o culturales, en defensa de la democracia, la identidad de Catalunya y, sobre todo, la lengua y cultura catalanas, perseguidas por la dictadura en los años de la posguerra.  Poco después (quién sabe si por su educación en la escuela de Hitler), tuvo una visión según la cual debía ser el líder que Catalunya necesitaba. Subió el monte Tagamanent, de 1.055 metros de altura, donde esperaba encontrar unas casas y una iglesia, tal y como su tío le había explicado. Sin embargo, allá arriba todo estaba destruido y aquella impresión de derrota y desánimo, Pujol la trasladó a toda Cataluña: «Cuántos años deberán pasar para reconstruir todo esto antes de que hayamos reconstruido el país«.

En uno de sus últimos discursos como President de la Generalitat, aseguraba que «Ya hemos bajado de la montaña donde contemplaba un pueblo anegado, ya hemos reconstruido las casas y rehecho los caminos. Ya hemos ido a honrar a los muertos al cementerio

Desde muy joven,  Pujol fue un gran activista desde el catalanismo conservador y católico contrario al trato de Franco con la cultura catalana, pero fue a raíz del Caso Galinsoga cuando su nombre se popularizó. El director de La Vanguardia,  Luis Martínez de Galinsoga, después de asistir a una misa en la iglesia de San Ildefonso de Barcelona el 21 de junio de 1959, protestó en la sacristía de la iglesia por el hecho de que la homilía se hubiese pronunciado en catalán (el resto de la misa era en latín). Galinsoga exclamó  la frase «Todos los catalanes son una mierda» que,  al hacerse pública, causó una honda irritación en la sociedad catalana.  «Cristians Catalans», liderados por Pujol, organizó una campaña contra La Vanguardia.  Tratando poner fin a las protestas, Galinsoga escribió un artículo en el que negaba que hubiera pronunciado esa frase y en el que se definía como «amigo de Cambó».  Las protestas provocaron que el periódico perdiera cerca de veintemil suscriptores y el Consejo de Ministros destituyó a Galinsoga, siendo sustituido en la dirección por Manuel Aznar.  

Jordi Pujol fue detenido en mayo de 1960, poco después de los sucesos del Palau, en los que un grupo de jóvenes se levantó para entonar el Cant de la Senyera, lanzando unas octavillas tituladas «Us presentem el general Franco», escrito por Pujol y que le costó la condena a siete años de prisión, por más que sólo cumpliría tres, dos de ellos en la prisión del Torrero de Zaragoza. Para entonces, su padre Florenci ya había fundado Banca Catalana y, cuando Jordi volvió a Barcelona, comenzó una nueva línea de actividad política con el eslogan «Construyendo el país». Con ello, pretendía aumentar el nivel de conciencia nacional de los catalanes. En cuanto a la importancia de la banca para hacer Catalunya decía que: «Sin banca, un país no tiene posibilidad de crear grandes empresas, nuevas fuentes de riqueza importantes. Cataluña vivirá siempre en precario mientras no resuelva ese problema«. La asociación OMNIUM fue co-fundada por Banca Catalana convirtiéndose en entidades siamesas.  

En 1974 Jordi Pujol fundó el Partido Convergència Democràtica de Catalunya, por más que no se formalizaría hasta tres años después, ya en la Transición. En las primeras elecciones Generales de la democracia, se presentó como cabeza de lista de Pacte Democràtic de Catalunya, una coalición electoral que tenía como máximo objetivo la necesidad de un Estatuto de Autonomía para Catalunya. Consiguió ser la cuarta fuerza más votada en Cataluña con casi el 17% de los sufragios. Poco después, se rompería la coalición  y, en las municipales de 1979, Convergència sería la tercera fuerza de Catalunya con alcaldes del periodo franquista, antes de unirse a Unió de cara a las autonómicas de 1980, el verdadero objetivo de Pujol. Antes de eso, en 1978 el Convergente Miquel Roca había sido uno de los padres de la Constitución española para la que Convergència pidió a sus votantes el Sí y en 1979 el Estatuto de Cataluña.

En las primeras elecciones a la Generalitat, Jordi Pujol logró ser President favorecido por dos grandes situaciones: una, por la lucha fraticida de Reventós y su PSC-PSOE y el PSUC, liderado por Josep Benet, que se repartieron los votos de la izquierda (41% en total) y, dos, por la no participación de Alianza Popular, que no se presentó a las elecciones para no restar votos a la derecha catalana de Jordi Pujol. Convergència i Unió consiguió el 27% de los sufragios y necesitó del apoyo de la UCD de Suárez y de ERC para poder gobernar. Muchos criticaron que las fuerzas de izquierda no se pusieran de acuerdo para gobernar.

En 1982 Banca Catalana entró en crisis cuando un falso anuncio de suspensión de pagos provocó la salida del 38% de los depósitos de la mayor parte de entidades financieras catalanas. Los primeros intentos de solución fracasaron y, como el Banco había sido fundado por la familia Pujol y uno de los directivos de los años setenta fue el entonces President, el caso cobró connotaciones políticas. En 1983 el grupo fue traspasado a un consorcio formado por toda la gran banca española, de manera que en 1984 el Banco de Vizcaya  se hizo con el 89% de las acciones de Banca Catalana y el control del Banco Industrial del Mediterráneo, Banco de Barcelona y el Banco Industrial de Cataluña. En mayo de 1984 Jordi Pujol fue incluído en la querella presentada por la Fiscalía General del Estado.

El caso Banca Catalana merecería una o varias entradas pero, políticamente y en cuanto al nacionalismo se refiere, lo más importante es que, gracias a aquello, Jordi Pujol descubrió que la táctica de que todos los ataques contra su persona eran (según él) ataques contra Cataluña daba rédito electoral. Pujol diría «El Gobierno del Estado ha hecho una jugada indigna, y, a partir de ahora, cuando hable alguien de ética y de moral, hablaremos nosotros y no ellos«. La Catalunya de Tarradellas y sus ciudadanos de Catalunya moría para dar paso a la Catalunya de «nosotros y ellos» de Pujol. A partir de ese momento, todo el que osara criticar al President, a Convergència o alguno de los estamentos de la «patria» sería tildado de mal catalán. 

Pujol calificaría a Alianza Popular y a PSOE de anticatalanes. El líder del PSC Ramón Obiols fue agredido a gritos de «Es un traidor, hay que matarlo». En ese ambiente, Pujol ganaría las elecciones por mayoría absoluta y haría de la suya una victoria de Catalunya, llamando a los suyos a manifestarse.

De ese modo, nacería el «Pujolismo», apoyado en la recién nacida televisión pública catalana y en la financiación de una prensa «amiga» que le elige representante de la catalanidad.

«La gente se olvida de que en Cataluña gobierna la derecha; que hay una dictadura blanca muy peligrosa, que no fusila, que no mata, pero que dejará un lastre muy fuerte«. (Josep Tarradellas, 1985)

Cuando la Guardia Civil salvó a Cataluña del fascismo

La historia de Catalunya es rica y extensa, pero la mayoría de los catalanes, sobre todo los nacionalistas, desconocen gran parte de ella, en gran parte a causa de que una gran proporción del pasado no les interese recordarla. Así, primero con la Renaixenca y después con el Pujolismo, se ha moldeado, falsificado y omitido gran parte de la historia de Catalunya para que los nacionalistas puedan realizar el papel de mártires con el fin de volver a la época en la que la burguesía catalana poseía las tierras… y los esclavos.

Estos días, en Catalunya los nacionalistas han tratado de pervertir la imagen de la Guardia Civil. Se ha hecho desde el Govern, desde la lucha armada de la CUP y, por supuesto, desde los medios de comunicación  financiados  por la Generalitat con el dinero de los catalanes. Se ha caricaturizado a un cuerpo, al de la Guardia Civil, al cual el pueblo catalán le debe mucho y cuya historia, obviamente, va mucho más allá de la época en la que España vivía bajo una dictadura.

Antonio Escobar Huerta es un nombre que a la mayoría de los catalanes no dirá nada; en las ciudades no hay calles, plazas, avenidas ni estatuas con su nombre. Sin embargo, este Coronel de la Guardia Civil fue quien evitó el levantamiento militar franquista en Catalunya. El 18 de julio de 1936 ostentaba el rango de Coronel y estaba destinado en Barcelona, al frente de la 19.ª Comandancia.

El Coronel Escobar era católico y conservador, padre, hijo y hermano de militares. Fue puesto a las órdenes de Lluís Companys quien, como President de la Generalitat, era la representación de la República Española en Catalunya. El Coronel rogó a éste que le diera la orden para desarmar a las milicias anarquistas, pero Companys no le hizo caso y comenzó la quema de conventos y asesinato de religiosos. Aquello le afectó mucho al Coronel pero mantuvo su compromiso con el régimen republicano y salvó del fusilamiento a varios religiosos, incluido el  cardenal y arzobispo de Tarragona Francisco Vidal y Barraquer.

En mayo del 37, se enfrentaron los grupos anarquistas y trotskistas, por un lado, y el Gobierno de la República, por otro. El gobierno republicano le nombró Delegado de Orden Público en Barcelona. En aquella revuelta fue herido pero, una vez recobrado, formó parte de la defensa de Madrid en la Batalla de Brunete, fue ascendido a General y se le asignó la jefatura del Ejército de Extremadura. Cuando la Guerra ya estaba perdida para el bando republicano, los altos mandos, entre los que se encontraba Escobar, se reunieron con el Presidente Negrín para informarle que la mejor solución era poner fin a la contienda.

Como todos sabemos, no hubo paz negociada y Escobar rindió sus tropas al General Yagüe, quien le ofreció la posibilidad de huir en avioneta a Portugal. Sin embargo, el general Escobar prefirió permanecer en España, motivo por el cual fue juzgado por el Tribunal Militar franquista por rebelión militar. Irónicamente, el hombre que había defendido la legalidad vigente fue fusilado por rebelión.  Le permitieron dirigir su propia ejecución y la Guardia Civil rindió honores militares. Fue asesinado en el mismo lugar que Companys, aunque sin tanta gloria, pues no se convirtió en mito ni mártir, por más que luchó más y mejor que el President de Catalunya por la República en estas tierras.

Hoy en Catalunya se educa en el odio y la Guardia Civil es uno de los cuerpos a odiar, especialmente teniendo en cuenta que en estas tierras no se enseña el odio a España sino a llamar español a todo cuanto se odia. El cuerpo de la Benemérita, pues, muchos lo tienen ligado al franquismo, por más que su fundación en 1844 deje claro que ya mucho antes trató de hacer cumplir la Ley, tal y como ocurrió en la República cuando Antonio Escobar Huerta y sus hombres libraron a Catalunya del fascismo y del mismo modo que también lo hacen en Barcelona estos días con el fascismo catalán.

 

Fuente de la fotografía: www.ecorepublica.es

Esta no es vuestra tierra

Mi bisabuelo estaba labrando el árida tierra de Don Tal (no voy a decir el apellido porque a día de hoy qué más da). La Guerra Civil ya estaba en marcha por entonces y el hijo del dueño, «el Señorito», lo insultó, vejó y humilló, todo por cuestiones políticas. Mi bisabuelo se cansó, lo mandó a hacer gárgaras. El Señorito, por su lado, le mostró su autoridad. «Ésta no es vuestra tierra». Mi bisabuelo, Juan Guisado Panadero, perdió los nervios y abofeteó al Señorito. Al día siguiente, a mi bisabuelo lo fusilaron por «rojo».

Mi abuelo era socialista. El levantamiento nacional lo sorprendió haciendo el Servicio Militar y no le quedó otra que luchar con los mal llamados «nacionales». Cuando volvió de la Guerra, habían matado a su padre. A su suegra también la habían fusilado porque en el treinta y uno había cosido banderas republicanas. A Rafael, mi abuelo, no le daban trabajo por «rojo», por más que hubiera «ganado» la Guerra para los nacionales, y es que «ganar» la Guerra no era suficiente para no ser un «vencido».

Mi padre labraba la misma tierra árida que su abuelo. Según su padre, abuelo y nieto, que compartían el mismo nombre, Juan, tenían el mismo carácter. Un día mi padre estuvo a punto de perder los nervios con un señorito que trataba de humillarlo. Su padre le pidió que estuviera tranquilo y le contó la historia de su fallecido abuelo. Ese día mi padre decidió que dejaría de labrar aquella árida tierra y marchó a Alemania. Años después, la casualidad hizo que acabara en Cataluña.

Yo nací en democracia. Mi padre era del PSOE, como mi abuelo. Luchó por las libertades y por la autonomía catalana y dedicó sus horas libres a las luchas vecinales para que en su barrio asfaltaran las calles, llegara el agua y la luz. Creía en Cataluña, así que me registró en el colegio en catalán.

Yo dejé de votar al PSC por su deriva nacionalista, mi padre haría lo mismo años después pero, para entonces, ya había votado «Sí» al Estatuto de 2006, con el cual comenzaron los problemas actuales. Se siente culpable. Me metí en política, en C’s, aunque después dejé el partido, la política nunca. Ahora los separatistas me dicen «Ésta no es vuestra tierra», lo mismo que el Señorito le dijo a mi bisabuelo hace ochenta años.

Esta pintada es de la tienda de los padres de Albert Rivera. Podría haber estado en la casa de muchos de nuestros padres.

Le voy a contar un secreto señor Otegi

Hola, señor Arnaldo Otegi. Usted a mí no me conoce, pero para que sepa quién le habla, le voy a decir quién soy. El día 19 de junio de 1987 yo estaba muy feliz; había sido el último día de cole y comenzaba las vacaciones. Para una niña de siete años como yo, era muy ilusionante pensar en un largo verano, en la piscina, en ir a la playa, en volver a ver a mis primos. Sin embargo, aquel verano no llegó nunca, fui con mi madre a buscar la compra al Hipercor de la Avenida Meridiana y allí acabó todo. No me dio tiempo a darme cuenta de lo que ocurrió y fue después cuando ya supe que unos señores malos habían puesto una bomba en el centro comercial. Yo ya sabía lo que era ETA por la tele; eran señores con un calcetín en la cabeza que llevaban pistolas y que mataban a militares y Guardia Civiles.

Hace ya mucho tiempo que estoy muerta, muchas horas mirando desde las alturas a mi familia, a mi madre, que se hace viejita y que sigue teniendo heridas, algunas en el cuerpo, otras en el corazón. Aún se acuerda de mí. ¿Sabe, señor Otegi? Todos los días se acuerda de mí y se pregunta cómo hubiera sido mi vida, si hubiese sido buena estudiante, si hubiese ido a la universidad, si me hubiese casado y tenido hijos. Pobrecita, no debería pensar en eso, porque lo cierto es que aquel día que los hombres malos del calcetín en la cabeza pusieron la bomba en Hipercor, acabó todo para siempre.

Señor Otegi, sé que usted era amigo de los hombres malos… ¿Qué digo amigo? Era uno de sus jefes, uno de los que dirigía lo que ustedes denominaban como guerra, esa guerra en la que los señores malos del calcetín en la cabeza estaban de un lado y las niñas de siete años, ilusionadas porque habían acabado el cole, estaban del otro. Mi madre, mi padre y mi hermanito son, cómo se dice… ¿daños colaterales? de aquella guerra. Yo, simplemente, desaparecí y desde entonces miro desde aquí, desde las alturas, a mi familia y no me entero mucho de cómo acabó la guerra.

Años después, llegó aquí a las alturas mi amigo Ernest Lluch y, como era profesor de la universidad, trató de explicarme todo y creo que, más o menos, lo entendí. Me dijo que los señores malos del calcetín, que en realidad es un pasamontañas, se llaman terroristas y que se dedican a asesinar a gente. A mi amigo Ernest también lo asesinaron, aunque creo que usted eso ya lo sabe porque, como usted era uno de los jefes de los asesinos, seguro que estaba al tanto. Cuando llegó aquí a las alturas, le pregunté si él también era una víctima de aquella guerra, pero me explicó que no había ninguna guerra en realidad y que ese término sólo lo utilizaban usted y sus amigos para justificar sus asesinatos.

El día 11 de septiembre vi que usted estaba en Barcelona y me alegré mucho, ya que pensé que venía a ver a mis padres y pedirles perdón. Lo cierto es que me asusté un poco, porque a lo mejor a ellos les costaba aceptar que usted estuviera allí, pero Ernest me dijo que no, que usted estaba allí porque ahora dice que es amigo de los ciudadanos a los que antes asesinaba. Eso no lo entendí mucho, pero debe de ser porque soy una niña de siete años que espera las vacaciones que nunca llegaron y esas son cosas de mayores.

Ernest me explicó que usted está a favor de que pongan una frontera entre Cataluña y el resto de España. Yo de esas cosas no entiendo, pero me da pena que, cuando mis primos vengan a ver a mi hermano, tengan que pasar por una frontera; pero ustedes, los de la tierra, sabrán lo que se hacen. Quien se echa las manos a la cabeza es mi amigo Vlado. ¡Ah! Perdón, que no le he presentado a Vlado. Él es un niño como yo, también tiene siete años y también espera las vacaciones que no llegan. Él es de Bosnia, ¿sabe? Y lo mataron  en una guerra que se hizo para poner fronteras dentro de un mismo país.

Él está asustado por lo que pasa en Cataluña; me ha explicado lo del nacionalismo y el profe Ernest me acabó de hacer entender lo que significa todo eso y creo que ya lo he entendido. Pero, perdone, señor Otegi, que me estoy yendo por las ramas, pues yo a lo que venía era a decirle que me ha parecido muy mal que fuese a Barcelona y no pidiera perdón a las víctimas de aquel día en el que todo se volvió negro. Y también quería decirle otra cosa, esto es un secreto, porque no se puede explicar nada de cómo son las cosas aquí, pero se lo voy a decir: desde aquí arriba, desde las alturas, las fronteras no se ven.