Y por eso me voy

Algunas personas me han hecho comentarios sobre la poca actividad de este blog en los últimos tiempos. Más allá de estar «con otras cosas», es cierto que no he buscado unos minutos para el blog porque me era difícil ser crítico con algunas cuestiones, además de que no quería escribir sobre mí mismo, ya no por timidez o humildad, sino porque considero que no es un tema de interés. De todos modos, también es cierto que a esos lectores diarios que siguen este blog les debo una explicación, de aquí la entrada de hoy.

He dejado de pertenecer a Ciudadanos y hay dos grandes factores que dan explicación a este hecho: el giro al liberalismo del partido y, sobre todo, la situación de mi agrupación local y la poca prisa del partido por resolverla.

Hace unas semanas, decidí poner fin a mi afiliación. ¿El porqué? Bueno… eso puede tener una explicación muy corta o, contrariamente, una muy larga, según se mire. Lo cierto es que tardé mucho tiempo en afiliarme a la formación naranja porque sabía que, para una persona como yo, irremediablemente libre, iba a ser muy complicado eso a lo que llaman «la disciplina de partido». Aún así, decidí tramitar la afiliación porque era más productivo dar mis opiniones dentro de una formación política, en la que coincidía un 90% en su ideario, que quejarme desde el sofá de la mala situación política de España y la aún peor que nos asola en Catalunya.

Los intelectuales que crearon el manifiesto de Ciudadanos eran y son en su mayoría personas a las que admiro y, cuando leo lo que ellos escriben en la actualidad, sigo creyendo que sus opiniones son muy acertadas. Sin embargo, cuando oigo y leo algunas personas que dirigen el partido, me doy cuenta de que éstas están demasiado alejadas de las ideas desde las cuales partió Ciudadanos.

Uno de esos intelectuales a los cuales me refería antes, Francesc de Carreras, catedrático emérito de Derecho Constitucional en la Universidad Autónoma de Barcelona, decía en aquellos inicios que Ciudadanos tenía dos grandes riesgos: caer en el nacionalismo español y en el populismo demagogo. En ambas cuestiones, creo que el partido está corriendo en contra dirección.

A estos hechos hemos de añadir que en la última asamblea de Ciudadanos se dejasen de lado las ideas socialdemócratas de sus inicios en un giro hacia la derecha, que quizá le dará afiliados y votos (el tiempo lo dirá), pero que, a mi modo de ver, abandonará el espíritu original del partido, ese espíritu que tan necesario era en Catalunya y en el resto de España.

Muchas veces he escrito en este blog que prefiero un partido que tenga sólo un diputado que me represente bien, que no cuarenta que no lo hagan y, sí, sé que eso suena de perogrullo, pero parece que para los dirigentes no es así y eso no me gusta, por más que entienda perfectamente que, para poder implantar tus ideas, hay que gobernar. Gobernar, pero no a cualquier precio y, sobre todo, no me vale la respuesta que todos me dan, «estas cosas pasan en todos los partidos», porque si Ciudadanos es un partido más, puedo votarlo pero no formar parte de él.

Como pasa en las relaciones de pareja, ante una separación, no hay que buscar culpables. Y, con ello, no doy la razón a los que dicen que es mejor no meterse en política, pues considero que siempre es mejor estar en política y tratar de poner tu grano de arena, por más que sí sea posible que en la política y en las relaciones de pareja, como decía un poeta, «los mejores amores sean aquellos que nunca se confiesan, que no se viven y que sólo se imaginan».

Lógicamente, para Ciudadanos, perder un afiliado de a pie, anónimo, que no tenía aspiraciones políticas no supone nada. Y quizá ese sea el problema, que al final los que se quedan son los que tienen aspiraciones y, tristemente, muchos de los que aspiran a algo están ahí única y exclusivamente por eso, por un sueldecito que sumar. Así que, seguramente, los que nos vamos nos estamos equivocando porque dejamos el partido en malas manos, pero si el partido no hace nada por remediar estas situaciones, ¿por qué vamos a hacerlo nosotros?

Antes de afiliarme, creía que las personas que forman parte de los partidos políticos eran la «crème de la crème»; mi idea era sólo pagar la cuota y ayudar en lo que pudiera. No conocía ninguno de los miembros de la agrupación de mi población, así que asistí a una carpa; cuando conocí a los miembros de C’s Rubí, quedé bastante decepcionado. Los que aspiraban a ser concejales en las elecciones municipales del siguiente año eran personas con escasas ideas políticas y con problemas a la hora de expresarse. Más allá de un joven afiliado de 18 años, los demás parecían cualquier cosa menos políticos. Comencé a leer el blog del que iba a ser candidato, así como también las redes sociales de los primeros de la lista, y eran increíbles las faltas ortográficas que podía llegar a haber. Lo cierto es que todo eso me sorprendió mucho.

Traté de interesarme por la situación de la agrupación, por cómo habían sido las cosas hasta entonces y les creí. De modo que acepté la idea de que los primeros de la lista estaban allí porque nadie más había querido presentarse y que hacían el esfuerzo de exponerse porque no había nadie más para ello. Esa fue la misma excusa que me dieron para explicar el porqué la número 4 de la lista era la esposa del número 1 y la quinta de la lista a las municipales era la esposa del 2. Aquello se corrigió y se reestructuró.

Me decidí, pues, a ayudar ese grupo, a pesar de que que no hubiese un buen equipo. Pensé que era positivo que en el ayuntamiento entrasen las ideas de Ciudadanos y, lógicamente, que el partido moderaría las acciones del futuro grupo municipal, además de que otros miembros de la agrupación, que estaban más preparados que los punteros, les podrían ayudar. Toda la agrupación trabajó de un modo impresionante; personalmente, me pedí quince días de vacaciones en el trabajo para dedicarme en cuerpo y alma a la campaña, por más que, lógicamente, como miembro de la base, no me jugaba nada.

Se conformaban con sacar dos concejales, pero se consiguieron cuatro. Cuando habían pasado unos meses de las elecciones, ya todos sabíamos que había un problema: el grupo municipal no sólo estaba perdido, sino que también actuaba a espaldas de aquellos que durante quince días habían trabajado para ellos.

C’s ya estaba en el ayuntamiento, pero para 2019 harían falta otros nombres, otras personas para conseguir la alcaldía para la formación naranja. Eso parecía que estaba claro para todos, sin embargo, no era así y los que tenían silla ya hablaban como candidatos de 2019. Fue ahí cuando todos nos miramos perplejos. ¿Qué fue de aquello de «nos pusimos en las listas porque no había nadie más»? La agrupación sabía que, con esas personas a la cabeza, en 2019 no se podría conseguir un buen resultado y pronto el grupo municipal supo que la agrupación no pensaba seguirles. Sin embargo, dado que quedaban tres años largos para las siguientes municipales y no queríamos dejar que siguieran haciendo el ridículo, se decidió ampliar la junta: con los que entraran (fuera quien fuera), la ejecutiva ganaría en preparación.

Ahí llegó mi primera sorpresa: el candidato y el coordinador no querían que saliera en esa junta el chico de 18 años que era el único, de entre los que vi el primer día, que sabía algo de política. No entendía el porqué; me hablaron mal de él, pero yo pensé que era bueno que estuviera, motivo por el cual a todo aquel que me manifestó su intención de votarme le pedí que lo votara a él también. Así, entramos los dos junto a dos personas más en esa ampliación de la junta, mientras las diferentes elecciones que se daban en poco más de un año nos tenían a los miembros de la agrupación más pendientes de las mismas que de los temas municipales.

Cuando las elecciones acabaron, se decidió renovar la Junta Ejecutiva de C’s Rubí. Quizá en ese momento debí irme, pero para entonces aún creía que las cuestiones se podían resolver desde dentro. El coordinador y número dos, sabiendo que la agrupación no estaba con el anterior candidato, insinuó sobre la posibilidad de ser él el próximo candidato en 2019. Pronto observó que esa elección no tenía demasiados apoyos y, así, reculó. Para entonces, al actual número 1 ya le había llegado esa historia, motivo por el cual me llamó un día para informarme de su intención de no presentarse a la ejecutiva (en realidad, sabía que no lo iban a votar). Sabiendo de mis apoyos dentro de la agrupación, me pidió también que formase un grupo para realizar la junta en el cual se dejase fuera al actual número 2 y coordinador. Aquella idea no tenía nada que ver con la mía y pronto se dio cuenta de ello. De este modo, habló de ciertas personas para que entrasen en la junta, argumentando su presencia con extrañas cuestiones, como que «uno tenía un camión» y el «otro una escalera».

Es decir, yo entiendo que, para él, la junta estaba para colgar carteles. Mi idea, sin embargo, es otra, así que propongo que se presente a las elecciones una serie de afiliados, que creo que pueden ayudar mucho, tales como un abogado, un ingeniero, un pequeño empresario innovador, un futuro historiador, una persona muy relacionada con los AMPA u otra con conocimientos de economía, es decir, personas que puedan aportar talento.

En ese momento, ambos, número uno y número dos (que se estaban traicionando poco antes), vuelven a unir fuerzas y tratan de dejar de lado la nueva ejecutiva, imagino que por miedo a que otras personas les puedan quitar la silla en el futuro. Los otros dos concejales, están en contra de que la junta «ni pinche ni corte» y, precisamente por ello, también los dejan de lado a la hora de tomar decisiones.

A raíz de ahí, llega la asamblea nacional en la cual se decide que las listas electorales no serán creadas por la agrupación, sino por el partido, el cual, claro está, en realidad no es el partido en sí, sino los miembros del Comité Territorial, es decir, los amigos de los actuales 1 y 2, que no esconden que van a conseguir con sus influencias encabezar la lista, a pesar de que su agrupación no les quiera.

Avergonzados de Cs Rubí, muchos pensamos en no abandonar el partido, sino sólo la agrupación, algo que tampoco es posible con el nuevo reglamento, que obliga a formar parte de la agrupación de la ciudad en la cual resides. De este modo, muchos nos vamos y otros están en proceso.

C’s Rubí llegó a tener 43 afiliados; ahora no llegan a la veintena, por más que han vuelto a iniciar la antigua tradición de afiliar a la familia, quedando prácticamente en él familiares, derechones, ultraderechones, algún trepa y algunas personas de honor, que mucho me temo que se acabarán marchando también.

Yo ya estoy fuera desde hace unas semanas; ésta es la última vez que hablaré de C’s Rubí, a no ser que vuelva a oír que siguen hablando de lo ocurrido, tergiversando la realidad. En ese caso, volveré a escribir, dando datos más concretos de lo que ha ocurrido en realidad.

Es difícil resumir en una sola frase lo que pienso y siento respecto a Ciudadanos Rubí. Alguien que escribe mucho mejor que yo, Andrés Parra, describió perfectamente lo que pienso: «La lucha contra la corrupción moral comienza por ser su más firme opositor dentro de tu propia ‘familia’ y contigo mismo, de lo contrario serás un cooperador necesario en la próxima tiranía». Y yo añado «y por eso me voy».

Los Liberales de Cádiz y los valientes de Barcelona

A los políticos, a los que tienen cargo y a los que no, a los que ganan cantidades respetables y también a los que hacen política de forma altruista, hay que exigirles varias cosas. Una de ellas, coherencia. Es difícil creer en políticos incoherentes, por más que estén bien formados y dominen de forma considerable los secretos de la telegenia.

Cuando Ciudadanos decidió dar el paso y convertir en una realidad la expansión nacional, muchos se preguntaron quién podía sustituir Albert Rivera, el cual intuíamos que dejaría la lucha en Catalunya para emprender su batalla por La Moncloa. Con un Jordi Cañas apartado (esperemos que temporalmente) de la política, muchos se preguntaban si C’s iba a quedar huérfano en la tierra donde y para la que nació.

Entonces, muchos ojos miraron hacia Inés Arrimadas, esa política joven que, como Mohamed Ali, volaba como una mariposa y picaba como una avispa. Ciertamente, Inés era uno de los grandes valores de Ciudadanos y muchos pensamos que podía relevar perfectamente el trabajo como líder de C’s en Catalunya.

Lo cierto es que Arrimadas consiguió unos resultados que Albert Rivera nunca había soñado, pero no es menos cierto que, desde entonces, la lucha contra el nacionalismo se ha ido diluyendo en el Parlament de Catalunya. La lucha contra algo tan injusto como es separar catalanes por el idioma que hablan, por donde han nacido o, lo que es peor, por donde han nacido sus padres debía ser la prioridad de la formación naranja. Sin embargo, un año de locura electoral ha hecho que ese tema sea secundario para C’s y para sus líderes.

En el partido que preside Albert Rivera, que también es mi partido, nos hemos convertido en la versión política de aquel estilo de música de finales de los ochenta y principios de los noventa, el «Shoegaze», que recibía dicho nombre porque los vocalistas de aquellas bandas se pasaban los conciertos mirando hacia abajo, hacia los pies. Eso es lo que hacemos nosotros ahora, no mirar de frente y mirarnos los zapatos. Curiosamente, a aquellas bandas también se les llamaba «La escena que se celebra a sí misma» y en eso también se parece a C’s, cuya política de hacer actos, a los que acudimos personas del propio partido, para celebrar lo listos y guapos que somos.

Ayer, Ciudadanos tenía un acto «importante», celebrar el aniversario de la Constitución de Cádiz, porque, como ya saben, resulta que C’s viene de ahí, no de la lucha por la igualdad en Catalunya, no de aquellas gentes que primero lucharon contra el fascismo de Franco y después contra el fascismo de Pujol y Mas, sino del 19 de abril de 1812. Es decir, los mismos que criticamos que los nacionalistas recurran a épocas remotas, como el 1640, el 1714 o, incluso, el 1939, para explicar la actualidad nos convertimos en los herederos de los liberales de Cádiz.

Y que no digo yo que, para aquel tiempo, aquella fuera una Constitución muy moderna, pero eso es, para aquella época, por no hablar de que fue un fracaso y que fue sustituida solamente dos años después. Pero, bueno, que la historia no nos quite un buen relato y no hablaremos de aquellos artículos en los que los desempleados perdían la ciudadanía, o de aquellos en los que se prohibía ejercer una religión que no fuera la católica, o en el que las mujeres no podían ser diputadas.

Pues, como aquella «escena que se celebra a sí misma» del Indie Británico, ayer todos los pesos pesados de Ciudadanos, Inés Arrimadas incluida, estaban celebrando la Constitución de 1812, mientras que en Barcelona miles de valientes se manifestaban para parar el Golpe de Estado de los nacionalistas del 3%, la cual, probablemente, fue la mejor manifestación de este tipo que se ha hecho en tierras catalanas. El mensaje era bueno, integrador, lucían juntas banderas españolas, de la república, catalanas, europeas, además de que cada vez más personas populares se unían en la lucha contra el nacionalismo. Sin embargo, allí ni estaba ni se esperaba a la Jefa de la Oposición en el Parlament.

¿Piensan los líderes de Ciudadanos más en el partido que en los catalanes y en el resto de españoles? A veces parece que sí, y lo cierto es que ya llueve sobre mojado. En mi tierra, tristemente, el tema del proceso soberanista tiene enfrentados los catalanes, creando problemas entre amigos y familiares, y éste es el problema catalán, no la independencia. Porque independencia, como ya he dicho cientos de veces, no va a haber y lo sabemos todos, los nacionalistas también lo saben.

El gran problema es ese enfrentamiento que hay en la calle, ese «ellos contra nosotros», los buenos y los malos catalanes, y eso lleva a que la lucha de los que no somos nacionalistas sea para que la normalidad vuelva a las calles de Catalunya, para que esta tierra sea integradora y que no haga distinciones por lugar de nacimiento, por idioma, ni por ideología política. ¿Debemos luchar por ello? Seguro que sí, pero si nuestros líderes políticos no están allí, pasará una de dos: o que dejaremos de luchar o que estos dejarán de ser nuestros líderes políticos.

Fuente de la fotografía de portada: La Vanguardia

Mi 1992 fue muy distinto

En una amigable charla sobre lo que acontece en Ciudadanos, alguien dijo que el partido corría el riesgo de ser una Convergència (en alusión al partido catalán) española. No voy a volver a retroceder en el tiempo y contar historias del pasado pero sí es cierto que, el nacionalismo catalán nació siendo muy españolista. Resumiendo en una frase, el catalanismo era el anhelo de los catalanes de dirigir la nación, creyendo que lo harían mejor que desde Castilla. En la I República, hubo algo de eso y Francesc Pi i Margall fracasó. Después, hubo una separación entre el catalanismo clásico y otro que, sistemáticamente, culpaba a Madrid de todos sus males, buscando hechos diferenciales lingüísticos, culturales e, incluso, raciales.

Con la deriva separatista catalana, es muy difícil explicar a las personas que leen estas líneas fuera de Catalunya que, aunque muy minoritario, aún existe ese catalanismo-españolista que opina que Catalunya, por su situación geográfica y su historia moderna, puede y debe ser la locomotora de España y que, desde estas tierras, se deben tomar las riendas para que nuestro país sea más parecido a otras naciones de Europa que admiramos. En algunos miembros de Ciudadanos, hay ese espíritu y no me parece que sea algo malo, todo lo contrario, del mismo modo que me parece algo muy positivo que se promueva la normalidad de todas las lenguas y todas las culturas, siempre que eso no se haga como signo de un hecho diferencial y siempre y cuando no sirva para crear desigualdad entre los ciudadanos de los distintos pueblos de España.

Entre los votantes de Convergència, también hay, o al menos había, personas que eran partícipes de ese catalanismo-españolista.  digo había porque el Procés separatista del 3% ha logrado que muchos hayan tenido que elegir entre lo uno y lo otro, haciéndose casi imposible lo que debería ser normal, que el amor a Catalunya y a España sea el mismo, porque Catalunya y España es lo mismo. A la Convergència de Pujol le votaban personas que no eran nacionalistas catalanes y que creían que el President de la Generalitat era un gran gestor que defendía como nadie Catalunya. Eran tiempos en los que, incluso, el ABC consideró a Jordi Pujol «Español del año» y fuera de Catalunya muchas autonomías reclamaban para sí tener un Jordi Pujol que defendiera su tierra como creían que éste hacía en Catalunya.

Al parecer, ese es el caso de Inés Arrimadas, tal y como describió en su artículo «El espíritu del 92», publicado en el diario El Mundo (os lo añado aquí), donde dice  «Corría el año 1992. Yo tenía 11 años y vivía en Jerez de la Frontera, donde nací y crecí. Por aquel entonces, España tenía ante sí el reto de organizar los Juegos Olímpicos de Barcelona 92(…). Hace 25 años de aquello y reconozco que entonces era inimaginable que se pudiera llegar a la situación política actual en la que la Generalitat nos ha metido a todos los catalanes. Estoy convencida de que muchas personas del resto de España, que siempre han mirado a Cataluña con admiración, hoy la miran con cierta preocupación».

Supongo que, cuando Inés dice que era inimaginable que se pudiera llegar a la situación actual, se está refiriendo a que era inimaginable para ella, una niña de once años que vivía fuera de Catalunya. Porque esa visión que hay en el resto de España de que Pujol y su Convergència eran modélicos hasta que una mañana se volvieron locos es totalmente equivocada. El Procés nació desde el primer día de la democracia, de hecho, antes ya en el franquismo bajo el lema de «Hoy paciencia, mañana independencia».

En 1992, cuando yo tenía doce años, en mi colegio nos explicaban la Guerra de Sucesión como si fuera de Secesión, me contaron la Guerra Civil como si hubiese sido una guerra contra Catalunya (por supuesto, no me explicaron que Lluís Companys fue un golpista ni que firmó sentencias de muerte), me hablaban de países imaginarios como los Països Catalans como si de verdad existieran y, tal y como ocurría en la novela «1984» de George Orwell, en los libros de la escuela nos cambiaban el pasado y nos hablaban de la Corona Catalano-Aragonesa, incluso un profesor me dijo que yo no era un buen catalán porque simpatizaba con el Real Madrid. A mi hermano menor, que vivió un catalanismo 2.0 de mayor intensidad , le dijeron que ya no se llamaba Javier y que, a partir de ahora, se llamaba Xavi y trataron de cambiar su identidad para catalanizar su pensamiento.

Fuera de las aulas, la Policía hizo todo lo posible por acabar con la banda terrorista Terra Lliure, precisamente por la cercanía de los Juegos Olímpicos y el miedo a que pudieran cometer algún acto terrorista. En aquellos tiempos, la Generalitat ya amenazaba con multar los establecimientos que rotularan en castellano y  los jóvenes de Esquerra señalaban dichos locales con un cartel que ponía «en catalán, por favor», que no era otra cosa que señalar los comercios como se hizo en Alemania en un tiempo ya lejano.

De modo que, de Catalunya, ese  lugar maravilloso en el que yo nací y en el que pienso vivir toda mi vida, a pesar de la presión y los intentos de meter miedo de los separatistas, hay miles de cosas buenas que contar, ¡miles!, pero la gestión de Convergència no es una de ellas, ni lo es ahora, ni lo era antes, pues la visión de ese admirado Jordi Pujol era falsa. De modo que no analicemos las cosas desde una perspectiva equivocada. El Capo del clan jamás fue un patriota catalán, quién sabe si andorrano o suizo, pero catalán seguro que no. Porque un patriota jamás robaría a su pueblo, jamás defendió a Catalunya en Madrid, jamás hizo nada por ningún catalán que no fuera de las familias burguesas que controlan la zona.

En esta tierra llevamos casi cuarenta años de adoctrinamiento promovido por el nacionalismo catalán y tolerado por el PSC e ICV, incluso por el PP, que pactaba con Convergència en Madrid y en Barcelona. De ahí nació la Plataforma Ciutadans de Catalunya con el fin de representar a los que el Estatuto de Catalunya de 2006 colocaba como ciudadanos de segunda categoría y de ahí también pensábamos que había nacido Ciudadanos hasta que nos hemos enterado de que, en realidad, nació de los liberales de Cádiz en 1812.

Inés Arrimadas tiene que tratar de ser la Presidenta de la Generalitat y le apoyaremos para que lo consiga, no hay mejor herramienta que Ciudadanos para conseguir que en Catalunya todos los que aquí vivimos lo hagamos en igualdad. Si un día lo conseguimos, deberá ser la Presidenta de todos los catalanes, de los que le han votado y de los que no, también de los separatistas pero, no tenemos que acercar posturas con quien defiende la ilegalidad.

Yo viví un 1992 muy diferente que el de Inés Arrimadas, pero coincido en que, en ese momento, todos estuvimos orgullosos de Barcelona, de Catalunya y de España; coincido en que la idiosincrasia catalana fue clave para que todo saliera bien, coincido en que Catalunya ha sido tradicionalmente un referente para el conjunto de España y en que aquellos catalanes y los de ahora son dignos de admirar. Pero no hagamos distinciones entre aquellos políticos y estos, no hablemos de este gobierno y de la situación actual como algo nuevo, porque el separatismo ha sido una carrera de fondo que ya estaba en marcha en aquellos tiempos y Jordi Pujol engañó a los de allí y traicionó a los de aquí. Seguramente en ese engaño a muchos le pareció un gran gestor y un gran defensor de Catalunya, pero ni una cosa ni otra son ciertas.

Ciudadanos, Podemos y las historias del pasado

Durante la dictadura, el activismo antifranquista de izquierdas fue protagonizado por el Partido Comunista, mientras que los socialistas, con la cúpula fuera de nuestras fronteras y liderados  por Rodolfo Llopís, al que el tiempo y la distancia le habían hecho perder la realidad de la política nacional, poco habían hecho por derrocar al Caudillo. Tras el asesinato a manos de ETA del Presidente franquista Carrero Blanco, en todo el mundo había la sensación de que el franquismo no sobreviviría a Franco y que, con la muerte del dictador, la democracia se implantaría en España. Es entonces cuando suenan las alarmas y, observando también lo que acontecía en Portugal, donde estuvo a punto de que hubiera una guerra civil tras la Revolución de los Claveles, se teme que la democracia sea una nueva batalla entre fascistas y comunistas y que vuelva el fantasma de las dos España, que «una de ellas ha de helarte el corazón», que decía  Antonio Machado.

Mientras que Adolfo Suárez es el elegido por el Rey para que  «elevara a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal», en la izquierda se trata de tutelar un partido moderado que no cree un conflicto y complique la transición democrática española. Sobre quién tuteló al PSOE se han escrito ríos de tinta. Algunos señalan que el propio franquismo introdujo a varias personas (Gónzalez incluido) para moderar a la izquierda; otros al Gobierno de los Estados Unidos, a la social-democracia europea con Willy Brandt a la cabeza. Quizá hubiera un poco de todo, lo que sí es cierto es que en los primeros años de democracia el PSOE tenía poco más de cinco mil afiliados y poco bagaje en la lucha contra Franco y que, sin embargo, en un visto y no visto, pasaba a ser la alternativa de izquierdas para gobernar.

El PSOE había sido desde su fundación y hasta la Guerra Civil un partido de lucha obrera, muchas veces causante de acciones violentas, incluso de asesinatos, y protagonista del fracaso de la II República, a la que traicionó, así como también responsable del inicio del conflicto bélico que asoló a España desde 1936 hasta 1939. Sin embargo, el franquismo había señalado al Partido Comunista como enemigo durante cuarenta años y los crímenes y malas artes del PSOE quedaron en el olvido, quedando sus siglas limpias para la opinión popular. Por esa cuestión, fuerzas y agentes poderosos de dentro y fuera de España quisieron convertir las históricas siglas en la versión española de la respetable Social-Democracia europea.

En 1973 el avispado Alfonso Guerra registró las siglas ITE-PSOE. Teóricamente, ese PSOE significaba Proyectos Sociológicos de Organización y Estudios. Realmente, sin embargo, era un embrión para crear un nuevo partido que nada tuviera que ver con el clásico PSOE, pero que aprovechara sus históricas siglas como valor estratégico. En aquel momento, dentro y fuera de España creían que era clave dotar a España de una potente formación de izquierda moderada, con altos grados de patriotismo y que no agitara la creación de brechas territoriales debido a los nacionalismos periféricos. En plena Guerra Fría y con el mundo dualizado entre el capitalismo y el comunismo, si el PSOE pretendía ser un partido de gobierno, debía huir de los postulados marxistas, cuestión que, en principio, no gustaba a las bases, de ahí que decidieran cambiar la estructura del partido. Hasta 1976 la unidad del partido se lograba por medio de la Agrupación Local que elegía a los delegados provinciales y regionales que les representarían en los Congresos y elegían a los cargos.

Ante la imposibilidad de que González-Guerra pudieran controlar las agrupaciones, dan un golpe. González dimite (de forma pactada) y una junta gestora, controlada por los dos políticos sevillanos, dirige el partido y comienza a sancionar y expedientar a numerosos militantes y dirigentes críticos o adversarios de la cúpula. Una vez depurado el partido, González vuelve a liderar el partido que ahora se controla de arriba a abajo y no de abajo a arriba, los socialistas dejan de lado el marxismo y en 1982, solamente siete años después de la muerte del dictador, los socialistas gobiernan  España y lo harán durante más de una década. El éxito electoral de Felipe González  ha hecho que, desde entonces, la táctica a la hora de controlar las formaciones políticas de todos los partidos (quizá UPyD no lo hizo y así le fue) sea a imitación de los que el PSOE hizo en la Transición.

En los últimos tiempos, muchos españoles han apostado por otra forma de hacer políticas que han llevado al éxito de Ciudadanos y Podemos. Recientemente, ambas formaciones han celebrado sus Asambleas Nacionales, las cuales han sido muy distintas pero han tenido un punto común, centralizar el poder dentro del partido. En mi opinión, esa cuestión no tiene que ser buena ni mala, lo importante es lo que se va a hacer con dicho poder, que los líderes no busquen perpetuarse en los cargos ni que el bien del partido esté por delante  del país y de sus ciudadanos. Y eso no se puede hacer sin corrientes críticas (constructivas) y no creo que el ejemplo del PSOE y que tan buen resultado electoral le dio a González-Guerra sea útil en nuestros tiempos. La Transición fue un momento histórico puntual que nada tiene que ver con la España actual, en la que las personas de a pie estamos disgustados con las formas de actuar de los partidos clásicos.

¿Qué pasará ahora con Ciutadans?

Los diarios informan (a su manera) de lo acontecido en la Asamblea de Ciudadanos celebrada en Coslada y muchas personas afiliadas y simpatizantes del partido naranja se/me preguntan qué pasará ahora con Ciutadans, con aquel partido catalán que nació por algo muy concreto hace más de diez años. Los titulares hablan de giro al liberalismo y todos entienden que es un paso a la derecha, por más que esta no pueda ser nunca progresista.

Muchos de estos compañeros se/me preguntan si Ciudadanos sigue siendo «su» partido y quieren una buena respuesta. ¿Personas que provienen de la socialdemocracia deben votar a un partido liberal progresista, si finalmente hay elecciones en Catalunya este año? Si sigue siendo su partido, el partido de toda esas personas, el tiempo y la distancia nos lo dirá. Tendremos que tener fe ciega en el discurso de Albert Rivera en el cierre de la Asamblea, cuando prometía que no iba a olvidar dónde, para qué y por qué nació C’s.

¿Deben votarlo en unas supuestas elecciones catalanas próximas en el tiempo? Por supuesto que sí. Cuando en la televisión vemos la «performance» de Artur Mas y su escolta de jubiladas, llegadas en autocares, cual Francisco Franco, llegar al Juzgado a intentar reírse de los Jueces, del Estado de Derecho y de todos los ciudadanos de este país, ¿a quién vamos a votar los catalanes sino? En Catalunya el pueblo está secuestrado por un gobierno que representa a la minoría de los catalanes y que dice que va a saltarse las leyes democráticamente, cuando la realidad es que no hay nada más antidemocrático que no cumplir las leyes.

En algunas de mis entradas, he escrito a veces que, cuando el líder de Convergència Artur Mas se despertó una mañana siendo independentista, es imposible que a millones de votantes de CiU les hubiese ocurrido lo mismo a la vez y que, lógicamente, muchos de los votantes del partido del 3% siguen votando al partido porque no ven nada más cerca  de sus ideas que Convergència, a pesar de la corrupción y del volantazo de Artur Mas. En el caso del partido nacionalista catalán, también se suma la tradición familiar, que resta cierta libertad a los catalanes que no pueden elegir afiliación política, ni equipo de fútbol y a veces ni siquiera qué vida quieren tener si eres el heredero. Así mismo, un sector de C’s no puede acostarse socialdemócrata una noche y levantarse liberal progresista a la mañana siguiente.

Dice el refranero popular español que el hábito no hace al monje, pero ahora el tiempo nos dirá si Ciudadanos cambia de políticas o no; observaremos si, como hasta ahora, el partido naranja sigue siendo la formación que más propuestas sociales propone o si cambian sus prioridades. Si C’s presume que pueden hablar con todas las formaciones y no quiere crear bandos, seguro que también podrá hablar y entenderse con una parte del propio partido que, a día de hoy, está dudando qué camino seguir. Muchos estarán atentos a ello, yo mismo observaré con atención y veremos si lo hago con gafas de cerca o de lejos, porque en esa duda estoy a día de hoy.

Fuente de la fotografía de portada: Voz Populi

La izquierda, los moderados y los extremistas

La historia interminable de las batallas derecha-izquierda en España es, a mi opinión, uno de los grandes lastres de nuestro país. He vuelto a pensar en ello cuando, en estos días y ante los próximos Congresos Nacionales de los cuatro partidos grandes, se ha oído el debate de que, si como sucede en Francia, sería bueno que los simpatizantes pudieran elegir a los dirigentes de los partidos políticos tras previo pago de una pequeña cuota. La idea no tiene por qué ser mala, pero creo que, en el frontismo con el que vivimos en España, no serían pocos los que pagarían esa cuota solamente por votar al peor de los candidatos del rival.

Sé que esto es hacer una caricatura pero realmente creo que en este país, antes de ir a un método como el francés, necesitamos más años de experiencia democrática dado que, a día de hoy, la mayoría prefiere un mal rival y no, como sería más lógico desear, que los mejores candidatos de todas las ideologías compitieran por ser el Presidente del Gobierno.

Desde que con la Transición comenzaron las encuestas, hemos vivido la paradoja de que rara vez el candidato más valorado pertenece a la fuerza que lidera las encuestas. Es obvio que, en parte, eso se deba a que los clásicos rivales siempre puntúan bajo al líder del partido rival, favoreciendo a los que no molestan, ni a unos ni a otros. Eso llevó a que en la época del CDS de Suárez, el que fuera primer Presidente del Gobierno, puesto que era el político más valorado aunque pocos le pensaban votar, dijese aquello de: «Queredme menos y votadme más». Algo parecido le sucede ahora a Albert Rivera, al que los españoles consideran el mejor candidato posible, a pesar de que Ciudadanos sea la cuarta fuerza más votada.

Sobre ese panorama, los partidos tienen la opción de extremarse más, lo que les puede llevar a un éxito  inmediato o, por el contrario, tratar de que ese frontismo acabe, por más que los réditos electorales traten más tiempo en llegar. Imagino que, si el fin de los partidos, sobre todo de los nuevos, es cambiar la sociedad, deberían apostar por lo segundo a pesar de esa máxima que dice que, desde la oposición, no se pueden cambiar las cosas o al menos es muy difícil.

Tras las últimas elecciones, hemos visto que las distancias entre los pensamientos ideológicos de los españoles están cada vez más distantes y que los enfrentamientos derecha-izquierda están latentes, incluso dentro de los partidos. En el Partido Popular hay voces críticas que consideran que los Populares son el partido de derechas menos de derechas de Europa y apuestan por crear una formación (muchos sueñan que capitaneada por Aznar) de verdadera derecha. En el PSOE es donde la ruptura es mayor ya que muchos ven como una ofensa haber dejado gobernar a Rajoy, mientras otros creen que lo verdaderamente inadmisible hubiera sido llegar a un acuerdo con Podemos. En el partido morado, los errejonistas no acabaron de entender por qué no permitieron que gobernara Pedro Sánchez con el apoyo de Ciudadanos, permitiendo, de este modo, un nuevo gobierno de Mariano Rajoy y en C’s hay discusiones internas sobre si el partido debe seguir proyectándose desde el centro-izquierda o, contrariamente, dar un paso a la derecha para competir con el Partido Popular.

Lo más curioso es que exista esta batalla derecha-izquierda en todos los partidos, cuando las encuestas dicen que en una escala del 1 (extrema derecha) al 10 (extrema izquierda) la mayoría se sitúa en el 5, aunque no es menos cierto que en las calles es más fácil encontrar personas que se declaran de izquierdas que de derechas. Una vez, un compañero de partido me dijo que en España había personas de izquierdas y personas que votaban a la derecha, pero que no hay casi personas que digan ser de derechas y creo que está en lo cierto.

Imagino que esto se debe a que hay una irreal forma de ver las cosas. Flota en el ambiente que la izquierda encarna la generosidad, la justicia, la cultura y la libertad y que la derecha representa el egoísmo, la avaricia, el despotismo y la opresión, lo que lleva a la izquierda a una superioridad moral que, incluso, hace que, para los extremistas de izquierda, una izquierda moderada sea en realidad derecha, es decir, a sus ojos son egoístas, avaros, déspotas y opresores. Sin embargo, en la extrema izquierda, en el lado más radical de Podemos, por no hablar ya de en la izquierda nacionalista, hay comportamientos que se acercan más a esos adjetivos que los que se pueden encontrar en la izquierda y en la derecha moderada.

Buscar el equilibrio debería ser el objetivo de la mayoría de partidos. Ciudadanos es, sin duda, quien está más cerca de ello, a pesar de que muchos, incluido yo, somos de la opinión que el nuevo ideario y algunas de las apuestas de futuro podrían hacer que lo perdiéramos. Esto se ve también como una lucha  entre el sector Liberal y el Social-Demócrata, cuando yo creo que no se trata de etiquetas, sino de no coger el camino equivocado.

Yo soy cercano a  la izquierda moderada, entendiéndola como una corriente que pretende reconstruir la sociedad sobre unos postulados racionales; una lucha por tener una sociedad mejor que la que hay, con más igualdad, más justa, teniendo en cuenta que, como izquierda, entiendo también los primeros movimientos de los liberales y su intento de sentar las bases de un Estado, secuestrado en aquel momento por la invasión francesa, pero que también lo estaba con los reyes absolutistas. Todo ello, aceptando que hay unas instituciones existentes a las que respetar, pero observándolas desde postulados racionales y siendo conocedores de la imperfecta naturaleza humana.

Sin embargo me siento muy lejos de la izquierda sectaria, dogmática y muchas veces anti-española, que fue responsable de que la Restauración no cuajara, que apoyó la dictadura de Primo de Rivera, que llevó al traste las posibilidades de la República en cuestiones como la Revolución del 34 y que fue muy responsable de que en este país hubiera una Guerra Civil, en la que el bando republicano acabó en manos del dominio soviético de Stalin y sacando del país gran parte de su patrimonio;  lejos también de la izquierda que no hizo dura oposición a Franco, que trató de llevar al traste la Transición y que ya en democracia utilizó el terrorismo de Estado, asesinando a españoles sin juicio de por medio; y, por supuesto,  lejos también de la izquierda vendida al nacionalismo, que no defiende la igualdad entre todos los españoles y que, en ciertas autonomías, apuesta porque haya ciudadanos de primera (los nacionalistas) y de segunda.

Portada: El abrazo de Juan Genovés.

Ciudadanos crece por la izquierda

Después del año frenético de elecciones tras elecciones, ha llegado el momento en el que los partidos deben hacer sus congresos y, de este modo, marcar el camino de lo que será de ellos en el futuro. Da la sensación de que en el Partido Popular es dónde están las aguas más calmadas y que ni siquiera la renuncia de Aznar como Presidente de Honor inquieta a las bases populares. El PSOE, contrariamente, parece a la deriva y lo que es peor ni siquiera parece tener claros voluntarios a tomar las riendas del partido para llevarlo a buen puerto. En Podemos, existe el debate entre «errejonistas» y «pablistas», que no es más que decidir si seguir siendo Podemos y no gobernar nunca o hacer de la formación morada un partido de gobierno y dejar de ser Podemos.

El congreso de Ciudadanos, a mi entender, es el que menos expectación está creando, imagino que debido a no haber una alternativa a Albert Rivera en la Presidencia. Sin embargo, tengo la sensación de que es el que congreso que más puede marcar el futuro de la política nacional. Hay quien ha dicho que, en este congreso, Ciudadanos debe elegir lo que va a ser de mayor, cuestión que no entiendo, pues a menudo tengo la sensación de que para muchos Ciudadanos es una refundación de aquel partido que nació en Catalunya llamado Ciutadans pero que, en realidad, no son el mismo.

Crear en 2006 un partido no nacionalista en Catalunya para luchar contra el status quo ha hecho a Ciudadanos hacerse mayor de golpe. Tener que batallar, no sólo contra las otras fuerzas políticas, sino también contra los medios de comunicación y toda la infraestructura pujolista creada durante décadas, te hace adulto sin pasar por la pubertad. Sin embargo, tengo la sensación de que, para muchos, estos diez años no sirven de nada, que no dan la importancia a todo el trabajo que han realizado nuestros compañeros desde 2006 y a las ideas fundacionales del partido. Ya hemos hablado otras veces de lo que a muchos nos parece un giro a la derecha en el nuevo ideario del partido, para el que no veo otro propósito que buscar un mayor caladero de votos.

Sin embargo, por más que las encuentas no sean más que encuestas y que haya que darle únicamente la importancia justa que tiene, es bastante curioso que en medio de este debate interno los últimos sondeos digan que Ciudadanos crecería en la intención de voto aprovechando las crisis de PSOE y Podemos, es decir, que el crecimiento de C’s llegaría por la izquierda. Y es que, en estos meses de legislatura, en mi opiniónn ya se ha podido observar que para el partido naranja los asuntos sociales son básicos.

La idea de C’s debería ser que los españoles centren sus ideas, que veamos que, más allá de una derecha y una izquierda enfrentadas entre sí, hay un espacio moderado en el que muchos pueden sentirse cómodos y creo que sería terrible que, cuando los españoles se están dando cuenta  de ello, seamos nosotros mismos los que vayamos a dividirnos. Por eso, es tan importante que todos los que forman la familia naranja se sientan cómodos en el partido, algo que sólo se logrará siendo fieles al origen.

Su punto de partida como partido de centro izquierda no nacionalista ha llevado al partido hasta dónde está ahora y seguirá creciendo si no dejamos de ser nosotros mismos, algo que, entre otras muchas cosas, significa no cambiar por un puñado de votos, sino seguir explicando el proyecto sin desfallecer y conseguir, así, que poco a poco los españoles vayan creyendo en él, en nuestra idea de un estado sin frontismos, sin bandos, en el que todos defendamos que los que no piensan como nosostros no son nuestros enemigos.

En el centro (izquierda) de la diana

Estos días en Ciudadanos está habiendo mucho debate interno, cuestión que me parece un sano ejercicio para toda formación política, pues el debate debe ser el músculo del partido y debería estar siempre presente, no solamente cuando se acerca el Congreso nacional. Que existan diferentes posicionamientos dentro de unas mismas ideas hace de una formación algo vivo; por el contrario, desear que haya un pensamiento único, lo convertiría en una secta.

Para mí, estos días de debate están siendo muy esperanzadores. Observar que diputados en cámaras autonómicas, concejales y muchos otros compañeros con proyección en C’s no tienen reparo alguno en comentar y defender que no se sienten cómodos en el rumbo que el partido podría tomar tras el Congreso Nacional nos demuestra que, en la formación naranja, hay muchas personas cuyos valores y ética están por encima de un sueldo o de labrarse un futuro en el partido más allá de sus propias creencias.

En lo más estrictamente personal, a quien escribe, ver estas personas defender lo que C’s siempre fue y reclamar la importancia de su origen y de su ideario me ha servido para recargar pilas, para creer que vale la pena seguir luchando por este proyecto que nació hace ya diez años.

Sin embargo, también he tenido que observar que hay personas que no solamente defienden los cambios del ideario, sino que en sus declaraciones, incluso, critican a quienes piensan lo contrario, cuestión que me sorprende. Primero, porque se esté a favor o en contra de los cambios, tengo claro que ambos pensamientos son muy respetables. Segundo, porque los que queremos mantener el ideario aún vigente somos acusados de querer dañar el partido. ¿Se puede dañar a C’s reclamando mantener el ideario de C’s? Y, tercero, porque he llegado a ver invitaciones a dejar el partido si no nos gusta cómo queda todo tras el Congreso.

Esto último comienza a ser habitual en foros y redes sociales, entre otros. Que simpatizantes de Ciudadanos (no me refiero a cargos) indiquen dónde está la puerta de salida a quienes defienden que C’s sea fiel a su origen me parece totalmente innecesario, sobre todo porque, lógicamente, las decisiones de cada uno deben tomarse una vez finalizado el proceso y no ahora. Ahora no estamos pensando en si seguir o no en C’s, sino en debatir qué partido queremos. Tras el Congreso, ya llegará el momento en el cual cada uno deba decidir según su criterio y sentimientos.

He leído a algunas personas decir que los que queremos que (entre otras cosas) el término socialismo democrático continúe dentro del ideario ya tenemos al PSOE para hacer nuestras políticas. No soy yo nadie para juzgar las opiniones de los demás, pero quiero decir a esas personas que, si piensan eso, es que no han entendido absolutamente nada pues, precisamente en el momento que el PSOE en ciertas autonomías abrazó el nacionalismo, abandonó el socialismo democrático. No se puede ser socialista y nacionalista a la vez y, si se puede ser ambas cosas, la historia nos ha demostrado que no es una buena combinación.

Estos días, hablando con compañeros de C’s y leyendo opiniones, decidí volver a leer un libro de 2007, Ciudadanos, Sed realistas: decid lo indecible en el que Félix de Azúa, Albert Boadella, Francesc de Carreras, Arcadi Espada, Félix Ovejero, Xavier Pericay y Fernando Savater describían lo que era Ciudadanos, lo que llevó a su nacimiento y cómo debería ser en el futuro. Esa relectura me sirvió para cerciorarme de que mi pensamiento es más cercano al de los inicios del partido que al de la actualidad y, aunque para algunos sea molesto que hablemos tanto de Catalunya, voy a volver a hacerlo. Y es que en Catalunya, en ese 2006 en el cual se inició todo, era muy necesario un partido de centro izquierda no nacionalista. Hoy, sigue siendo fundamental.

Si Ciudadanos no ocupa ese lugar, ¿quién lo hará? Creo que muy difícil va a ser que en estas tierras no nazca un nuevo partido en ese lugar y que consiga representación en el Parlament llegado el caso. Porque, lo queramos o no, en Catalunya hay dos grandes bloques, uno catalanista y de derechas y otro constitucionalista y de izquierdas, y esa es y en los próximos años será aún más la lucha política, esa lucha que se inició en el año 1980 entre Convergència y el PSC y que acabó cuando los socialistas traicionaron a sus votantes formando el Tripartit y promulgando el nuevo Estatut, germen del actual separatismo catalán.

En 2006 Ciudadanos se presentó en las elecciones autonómicas catalanas consiguiendo el 3,1% de los votos, mientras que el PSC conseguía el 27,4%, es decir, entre ambas formaciones conseguían un 30,5%. En el 2015 Ciudadanos lograba el 17,9% y el PSC el 12,7%, es decir, entre ambas un 30,6%, casi el mismo resultado. Si hay prácticamente un tercio de constitucionalistas en el centro izquierda, ¿tiene C’s que abandonar el espacio del que más rédito tiene en el lugar donde más arraigado está?

Sé que muchos me responderán que el nuevo ideario solamente cambia el término y no las ideas pero, si es así, ¿para qué se cambia el término? Si verdaderamente no es maquillar las cosas para acercarse al caladero de votos de la derecha, ¿vale la pena armar todo este revuelo? ¿Para qué? ¿Para definirse como centro? El centro se consigue al nutrirse del socialismo democrático y del liberalismo progresista, un espacio ideológico que nos ha permitido sumar.

Escribía Francesc de Carreras hace casi una década: «La ocupación  de este espacio de centro-izquierda no nacionalista es, pues, el secreto del éxito. Además Ciutadans debe ser un partido distinto en le sentido de que su objetivo principal no es alcanzar el gobierno-ni aún en coalición con otros- sino tener influencia directa en la opinión publica y, de forma colateral, en los demás partidos, al menos en los ideológicamente más cercanos(…)Ciutadans ya está influyendo en la política catalana: en la opinión publica, en el PSC y en el PP. Quizás también, incluso, en los mismos partidos nacionalistas. Y también en el resto de España».

Ciudadanos, la izquierda y el nacionalismo

Ya he escrito otras veces que, para mí, lo más importante a la hora de depositar mi voto en una urna es saber que aquel a quien le doy mi confianza va a representar mi pensamiento en las instituciones. Esto que parece una perogrullada es menos habitual de lo que quizá pensamos. Muy a menudo, y casi todos los hemos hecho en alguna ocasión, hemos dado el voto a tal para que no ganara cual, por el tan mal llamado voto útil.

Realmente, el voto útil es aquel que te va a representar bien. Para muchos ciudadanos, la oposición no sirve para nada pues quien gobierna ordena y manda sin hacer un excesivo caso a lo que piensan los demás partidos. A menudo es difícil hacer ver a las personas que en unas elecciones ganar o no ganar no es lo más importante, más en España donde la política de bandos existe desde tiempos inmemoriales.

En el caso de Ciudadanos, ¿sirve de algo el partido naranja si no puede gobernar? Para mí, la respuesta es sí. C’s ha sido durante estos años en Catalunya una herramienta para hacer reacciones a miles de personas que, ante una situación como la que nos plantea el nacionalismo catalán, han reivindicado sus derechos y su identidad catalana sin olvidar la española.

Ciudadanos ha sido durante años un ejercicio de pedagogía para los constitucionalistas catalanes que, poco a poco, han ido despertando. Han dejado atrás el «complejo» de no ser nacionalistas y no han tenido miedo a decir bien alto lo que piensan. C’s ha hecho que la mayoría silenciosa comience a hablar y, no sólo eso, ha conseguido también que ciudadanos de a pie se interesaran por la política y, así, conseguir que el partido lo integrasen personas normales que hacían cosas extraordinarias.

Ciudadanos debía despertar las almas de muchos catalanes que, hasta entonces, creían que no podían o que no debían opinar y todo ello a través de una plataforma política que no tenía la presión de tener que ganar unas elecciones pues, para el partido naranja, la política nunca ha sido una carrera sino una herramienta para hacer de nuestra tierra un lugar más libre.

A Ciudadanos se acercaron personas que ya no creían en la capacidad de los viejos partidos para dirigir el país, menos aún en Catalunya donde tanto el Partido Popular como, sobre todo, el PSC se habían arrodillado ante el nacionalismo siempre que a estos les había hecho falta.

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Leí a Fernando Sabater en cierta ocasión: «Cuando era joven e iba a las manifestaciones contra Franco, siempre había alguno que te decía: ‘Si no os gusta esto, iros a Rusía’. Pues no, ¡oiga! Yo no quiero ni Rusia ni Franco». 

Eso es lo que estaba comenzando a pasar en Catalunya. «Si no te gusta el nacionalismo, iros a Andalucía» (o a Galicia, o a Murcia, o a Extremadura o a donde sea). Pero no, nosotros no queríamos ni el nacionalismo ni irnos a ningún lado, sobre todo porque nuestra tierra es esta y es donde queremos estar, por más que los distintos gobiernos nacional-catalanistas de la Generalitat nos hayan maltratado como ciudadanos.

La lucha contra el nacionalismo será larga y dura porque los separatistas, aún siendo menos en número, controlan las instituciones, los medios de comunicación y, lo más peligroso, controlan la educación de nuestros pequeños que son educados en el odio a España.

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Dijo Albert Boadella en cierto momento que: «No se puede desvincular Ciutadans de la situación catalana y más concretamente del régimen nacionalista que, desde hace décadas, ha venido contaminando la política»(…)»Este fue el objetivo esencial y mientras no cambie sustancialmente el panorama seguirá siéndolo».

¿Ha cambiado la situación en Catalunya? No pues, más allá de que los constitucionalistas hayan comenzado a perder el miedo, de que ya casi nadie se esconda a la hora de decir lo que piensa y a quien vota, no ha cambiado la estigmatización de los no nacionalistas, no ha cambiado que lo primero que te llamen sea «facha» por el simple hecho de defender la Ley, la Constitución o sentirte español.

Ese estigma es el que hace que en las familias catalanistas que entienden que el separatismo no es el camino cueste dejar su tradicional voto a los partidos nacionalistas porque les han inculcado que las demás formaciones odian a Catalunya, por más que una formación como C’s fue creada por catalanes y para catalanes.

En este sentido, Ciudadanos, que ha sido un partido de unión entre personas de distintos pensamientos, tiene la obligación moral de no desviarse del camino porque, por más que a muchos les cueste trabajo creerlo, se conseguirá más siendo menos y unidos que tratando de hacer tuyos votantes que realmente no creen en C’s.

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No quiero volver al tan traído tema de los últimos días sobre si es necesario que la palabra socialismo democrático siga o no en el ideario, porque la palabra en sí, obviamente, no es lo más importante; pero sí que es fundamental que las personas moderadamente de izquierdas tengan que seguir sintiéndose cómodas dentro de la familia de Ciudadanos. Más allá del puro debate interno, el problema radica en que, como escribió Félix Ovejero, «En España se ha producido una singular combinación entre el nacionalismo y los partidos de izquierda. Una combinación imposible: la izquierda, a lo largo de la historia, ha luchado por la extensión del ideal de ciudadanía, por la eliminación de cualquier privilegio vinculado con el origen, al linaje, al sexo o la clase social».

Con esto quiero decir que las personas que son moderadamente de izquierdas en todas y cada unas de las autonomías donde la lacra del nacionalismo está presente necesitan ser representadas y creo que, hasta ahora, Ciudadanos ha sido quien mejor lo ha hecho, así como también que no debería excluir a todas estas personas que, además, en buena medida, son las que comenzaron este proyecto.

Ciudadanos, ¿del naranja al amarillo?

Ya hemos hablado muchas veces sobre cómo nació Ciudadanos, de los debates de aquellos primeros días, meses, años y de cómo ha ido derivando la formación naranja. Yo no estaba en el partido en aquellos primeros instantes pero, como persona a la que le preocupa lo que sucede a su alrededor, siempre estuve pendiente de lo que acontecía en esa nueva formación.

El problema de Catalunya lo hemos explicado ya cientos de veces: el PSC, desde sus comienzos cuando lo lideraba Joan Reventós, hacía políticas cercanas al nacionalismo catalán, por más que, la mayoría de sus votantes fueran constitucionalistas. Aún así, muchos votamos al PSC porque era la única formación que podía acabar con el Pujolismo. No esperábamos que iba a ser peor el remedio que la enfermedad y que el tripartito socialista-nacional, nacional-socialista, iba a ser el comienzo de una década en la que el separatismo catalán iba a crecer hasta creerse dueño de mi tierra.

Hemos hablado muchas veces también sobre cómo el Estatuto del Tripartit situaba a los castellanohablantes como ciudadanos de segunda y que eso sirvió para que, definitivamente, los constitucionalistas decidieran entrar en política, muchos de ellos en Ciudadanos, partido que conseguía representación en el Parlament.

Ciudadanos surgió de un manifiesto de intelectuales y precisamente uno de ellos, Francesc de Carreras,  fue el encargado de escribir su ideario, el cual decía que el partido «Se nutre del liberalismo progresista y del socialismo democrático. En la articulación de ambos, encontramos los principios que hoy fundamentan la convivencia en todas las sociedades avanzadas. Estas tradiciones políticas parten de una base común configurada en la época de la Ilustración: el predominio de la razón, por encima de los sentimientos y las tradiciones, en el enfoque de los problemas políticos. Ello comporta, muy especialmente, la afirmación de los derechos y las libertades individuales de las personas frente a unas supuestas identidades colectivas, la preocupación por la realidad y por los problemas cotidianos, más que por los símbolos y los mitos, la utilización de argumentos razonables en lugar de dogmas ideológicos inamovibles».

El liberalismo progresista y el socialismo democrático, es decir, Ciudadanos se integra del amarillo y del rojo, de ahí que sea un partido naranja. ¿Y qué significa eso? Que Ciudadanos nació en el centro izquierda, como un partido socioliberal, como un partido naranja, es decir, que mezclaba amarillo y rojo.

Imagino que las formaciones políticas las hacen sus militantes quienes, a través de sus pensamientos, van variando el del partido y, lógicamente, el propio cambio de la sociedad hace que los partidos cambien. No podemos criticar ideologías del siglo XIX por el hecho de ser tan antiguas y, a la vez, negarnos al cambio de nuestro propio partido. Pero, claro, ese cambio debería llegar por la propia inercia de sus militantes y no ser impuesto.

Yo creo en la democracia representativa y que los representantes que todos votamos deben tener la voz y el voto de los que estamos abajo, pero también creo que no hay motivo para que Ciudadanos pase de ser un partido socioliberal a liberal sin más, es decir, que cambie el naranja por el amarillo.

Entiendo que se defienda la pureza del centro, querer hacer de la formación un partido de extremo centro o de centro radical, pero también opino que los que nos situamos en el centro lo hacemos porque creemos que, a día de hoy, nadie es totalmente de derechas, igual que no hay nadie totalmente de izquierdas, del mismo modo que nadie puede ser del centro del todo.

Hasta hace unos años, unos éramos de derechas y otros de izquierdas, por el simple hecho de que no había un partido de centro, hasta que apareció UPyD y Ciudadanos en Catalunya.

Aunque los cambios en el partido de Rivera vienen de antes, la expansión nacional ha sido definitiva para que C’s deje de utilizar el término centroizquierda y pase, definitivamente, a ser de centro, pero no abandonaba el discurso de creer que las ideas liberales y el socialismo democrático pueden estar unidas en un partido.

Con el Congreso, en unos meses, parece que Ciudadanos quiere dejar atrás su ideario, abandonar su origen y ser un partido liberal, un partido de centro extremo, un partido amarillo y no naranja. Más allá de dar nombre a las ideologías y más allá del antiguo debate derecha-izquierda, sí he de decir que ser un partido de centro extremo, cuando a la derecha sólo hay una formación a nivel nacional y a la izquierda tienes varias, hace que ser de centro te acerque mucho a la derecha, ser liberal a secas está cerca de ser liberal-conservador, ser amarillo en España es acercarse al azul.

En términos de estrategia, cuando el partido más votado en España es de centro-derecha, quizá sea bueno que Ciudadanos acerque la caña de pescar a ese bando porque, obviamente, el caladero es mayor pero, entonces, dejará de ser Ciudadanos y será otra cosa. Estaremos atentos a lo que ocurre en el Congreso y a lo que deriva Ciudadanos. Yo espero que el partido siga siendo socioliberal, que siga siendo naranja y que integre y no excluya.

C’s venía a acabar con el bipartidismo, Podemos venía a ser parte de él, a ocupar el puesto del PSOE. Quizá Ciudadanos acabe siendo eso, quien ocupe el puesto del Partido Popular en un nuevo bipartidismo Ciudadanos-Podemos, pero es que yo no quiero un nuevo bipartidismo, sino que no haya bipartidismo. Lo que yo quiero es que haya diputados que me representen y para que a mí me representen han de ser naranjas y no amarillos. Y llamadme idealista pero prefiero 32 naranjas que 70 amarillos.

Si, finalmente, Ciudadanos acaba siendo un partido de centro radical, a mi modo de ver, la propia aritmética le volcará al centroderecha y, si Ciudadanos acaba siendo un partido de centroderecha, perderá mi voto. Quizá gane diez, veinte o cien, pero yo prefiero tener un diputado que me represente bien que setenta que me representen mal. Porque, para que me representen mal, ya votaba al bipartidismo antes.

La idea de que un partido revisa sus principios es simplemente absurda. Los principios son aquello que identifica a un partido y como tales son inmodificables sin que el partido cambie, sin que sea otro partido. Es como acudir a jugar a fútbol y decir, sí, pero ahora cogeremos en balón con la mano. Más absurdo todavía es hablar de su caducidad “por el paso de los años”. Un principio no caduca o envejece. Tampoco pesa ni huele . Esas son afirmaciones sin sentido, predicaciones imposibles ¿Han caducado los principios de la revolución francesa? Si acaso, lo que cambian son las propuestas institucionales, la táctica con la que se juega el fútbol.
Salvo, claro, que uno sea el dueño de la pelota. Y diga, aquí se juega a lo que yo quiero.

Felix Ovejero.