El Monstruo de Las Ramblas

En Barcelona desde hace meses, años quizá, teníamos la sensación de que pronto nos «tocaría» vivir un atentado, como si los ataques del terrorismo islámico fueran una suerte de lotería que tarde o temprano sabes que te va a tocar. Cuando hablábamos sobre estos temas, yo siempre defendía que no debíamos vivir en estado de pánico y que, hace unas décadas, cuando eran constantes los atentados de ETA, era mucho más probable que nos «tocara» la siniestra lotería de vivir un atentado.

Considero que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado son de los mejores preparados para la lucha contra el terrorismo y no por patriotismo, sino debido a la experiencia de combatir el terror de ETA durante décadas. Eso no quita que el islámico sea mucho más difícil de combatir ya que muchos de estos ataques han sido perpetrados por personas que estaban dispuestas a morir por la causa, motivo por el cual hace que los ataques sean imprevisibles.

Cuando me enteré del ataque del Monstruo de Las Ramblas, no estaba lejos de allí; muchos de los míos estaban también cerca y, por suerte, pronto supe que todos estaban a salvo. Pronto tratas de informarte de lo ocurrido, más preocupado por el «qué» que por el «cómo». Una furgoneta se introduce y baja las Ramblas a toda velocidad, llevándose a su paso a todo aquel que se encuentra. Después las noticias comienzan a ser contradictorias y, hasta que no pasan veinticuatro horas, no comenzamos a saber lo que pasó.

Pasados quince días, me siento abatido, no ya por el atentado en sí ni porque murieran dos vecinos míos, uno de ellos Xavi, un pequeño de tres años, sino por observar que los políticos catalanes no pueden contenerse a la hora de hacer política separatista ni en momentos como éste. Me estoy refiriendo a varias cuestiones que poco tienen que ver entre sí, pero que se resumen en que Puigdemont y sus cuatreros han aprovechado un atentado terrorista para fingir que Catalunya tiene estructuras de Estado.

Primero, se ha querido mostrar a los Mossos como una policía eficaz, cuando se ha demostrado algo que todos sabemos, que no lo es, y por supuesto, que hay agentes que son válidos y que se han portado como héroes, que lo son. Pero la ineficacia de sus capataces ha hecho que las cosas no salgan bien. En primer lugar, se da una explosión pero no dejan investigar a las fuerzas del estado porque ellos solos se valen, dado que son cojonudos. Dan por hecho que era un laboratorio de drogas y descartan que tenga algo que ver con el terrorismo, por más que el Juez les avise. «Señoría, no exagere» fue la respuesta de Trapero y los suyos. Ni siquiera se dio importancia a que hubiesen libros en árabe y escritos en el mismo idioma; uno de ellos, al parecer, explicaba que habría atentados, pero nadie en los Mossos lo tradujo.

Aquella explosión se debió a la planificación de un atentado que salió mal y llevó a que cambiaran de planes. El jueves una furgoneta, conducida por un terrorista, atropella a cien personas, sin bolardos y jardineras que lo impidan, tal y como advirtió el Ministerio del Interior que había que hacer. Cuando se le pregunta a la Señora Colau el porqué, miente diciendo que sólo se debían poner en Navidad, cuando el escrito dice textualmente «sobre todo en Navidad», y asegura que en lugar de colocar dichos dispositivos de seguridad, prefirió que hubiera más agentes. Sin embargo, lo cierto es que fue el Airbag quien detuvo al terrorista, que condujo seiscientos metros sin que nadie le disparara.

Después, no sé si un Mosso o un Guardia Urbano pasa mal la descripción del terrorista, diciendo «camisa blanca con rayas azules», cuando en realidad era un polo a rayas azules y blancas, más azules que blancas. Sale andando, entra a un mercado y se escapa; pasea por Barcelona y se escapa. El jefe de los Mossos se va al palco del Camp Nou y el terrorista, andando por la calle, recorre a pie durante cuatro noches Catalunya. Aún huido y gracias a unos vecinos, lo detienen, pero el jefe de la Policía catalana es un héroe porque mandó a pastar a un periodista holandés que le pidió que hablara en castellano. Ésta es la Catalunya de hoy.

Durante los días siguientes, la prensa del régimen trata de hacernos creer que la Policía Nacional sabía que iba haber el atentado y lo calló. Sin embargo, horas más tarde, los jueces y policías belgas demuestran que avisaron del peligro del Imán de Ripoll, así como también de un posible atentado, y que fueron los Mossos los que no pasaron la información a la Guardia Civil y la Policía Nacional porque «Som Collonuts» y porque, como pronto Catalunya será un país (en sus mentes calenturientas), no necesitan ayuda de nadie.

La lectura que se hace en la Catalunya constitucionalista es que Puigdemont tiene que tragar con carros y carretas por su pacto con la CUP pero, a mi forma de ver, el grado de fanatismo es igual en cuanto al tema soberanista. Sí es cierto que la Catalunya que quieren unos y otros es diferente: la CUP inició hace unas semanas una campaña terrorista contra los turistas (ya que entendemos por terrorismo los actos que crean terror) y ahora el Estado Islámico le ha hecho un favor para que los turistas no vengan ya que, desde el extranjero, pueden tener la visión de que Barcelona es un lugar inseguro, algo que en los últimos tiempos sí es más, en parte gracias a los actos de la CUP.

Pero, como digo, Puigdemont y los suyos son igual de fanáticos, hasta al punto de separar las víctimas entre catalanes y españoles, creando la polémica y la desunión en un momento en el que Barcelona está siendo atacada. Podríamos seguir haciéndonos el tonto como en los últimos cuarenta años o tratar de ser bien pensados y creer que la separación entre muertos catalanes y españoles la hacen por información, para que las familias catalanas, preocupadas por algún desaparecido, sepan si su ser querido está entre las trece personas que perdieron la vida en Barcelona, es decir, para saber a nivel regional cuántos ciudadanos de Catalunya han muerto. Pero no, los catalanes muertos son el niño de Rubí y una señora de Vic. Sin embargo, el tío del niño, que lleva viviendo en Rubí, mi ciudad, desde los años 60, no lo han considerado como ciudadano de Catalunya porque nació en Granada, por más que lleve pagando impuestos en Catalunya toda la vida. Eso demuestra que la separación entre muertos catalanes y españoles no es por información ni proximidad, es solamente por racismo.

Esta entrada al blog no acabaría nunca si escribiera todos los agravios cometidos por el gobierno de la Generalitat, que ha antepuesto el «Procés» a la resolución del caso y ocultando información a la Policía Nacional y la Guardia Civil poniendo en peligro a todos los ciudadanos. No entienden que la explosión de Alcanar tenga relación con el terrorismo, se pasean 600 metros por la Rambla sin que nadie intente abatir al terrorista, se escapa andando y sólo es abatido gracias a la colaboración ciudadana; mientras eso sucede, el Jefe de los Mossos, el señor Trapero, manda a pastar a un periodista holandés que no entendía el catalán y se convierte en héroe nacional (regional).

La maquinaria separatista se pone en marcha y, pasados unos días, la sensación que queda en el mundo cercano al separatista es que los Mossos son los mejores (de hecho, se ponen medallas ellos mismos, ¡ole tú!) y que si no pararon el atentado es porque España no les informó; que los catalanes son acogedores, que los españoles son islamófobos y anticatalanes, que quien critique a Colau o Puigdemont hace política del sufrimiento de las víctimas (pero la CUP sí puede señalar como culpables al Rey y a Rajoy) y, al fin y al cabo, que este atentado terrorista va a servir para reactivar el sentimiento independentista que estaba a la baja.

Quien les escribe está triste estos días. Primero, porque no sé si quiero vivir en esta tierra, que es la mía, porque he podido comprobar que Catalunya está totalmente enferma; segundo, porque no tengo claro querer tener a mis hijos en un lugar donde te educan para odiar al de al lado (quien dice al de al lado dice a tu propio padre); y tercero, porque me he dado cuenta de que la lucha entre separatistas y constitucionalistas no la podemos ganar hablando, dialogando, mostrando nuestra realidad, enseñando pruebas de que tenemos la razón, sino que, por triste que parezca, ésta será una cuestión de fuerza.

Un atentado terrorista islamista ha servido para observar que cualquier cosa sirve para que los adoctrinados vuelvan a sus posiciones a la hora de defender lo indefendible y esto ocurre por una razón muy simple: Catalunya tiene dos grandes núcleos. Unos representan familias de otros puntos de España con inclinaciones hacia la izquierda, hijos o nietos de los vencidos en la Guerra que un día soñaron con la República, que más tarde lucharon contra el franquismo y que ya en democracia batallaron por el Estatuto de Autonomía para Catalunya, es decir, personas que nunca han tenido nada y que han soñado con todo, que han educado a sus hijos en la libertad y en la idea de que piensen por ellos mismos. El otro gran núcleo se encuentra conformado de familias catalanistas que apoyaron o toleraron el franquismo en su momento, que han educado a sus hijos en seguir las tradiciones y que toda la libertad que tienen es gracias a la lucha de los que ahora odian. Estos últimos han sido educados con la idea de aumentar el patrimonio y conservar el negocio y hoy ese negocio es la independencia de Catalunya.