Y por eso me voy

Algunas personas me han hecho comentarios sobre la poca actividad de este blog en los últimos tiempos. Más allá de estar «con otras cosas», es cierto que no he buscado unos minutos para el blog porque me era difícil ser crítico con algunas cuestiones, además de que no quería escribir sobre mí mismo, ya no por timidez o humildad, sino porque considero que no es un tema de interés. De todos modos, también es cierto que a esos lectores diarios que siguen este blog les debo una explicación, de aquí la entrada de hoy.

He dejado de pertenecer a Ciudadanos y hay dos grandes factores que dan explicación a este hecho: el giro al liberalismo del partido y, sobre todo, la situación de mi agrupación local y la poca prisa del partido por resolverla.

Hace unas semanas, decidí poner fin a mi afiliación. ¿El porqué? Bueno… eso puede tener una explicación muy corta o, contrariamente, una muy larga, según se mire. Lo cierto es que tardé mucho tiempo en afiliarme a la formación naranja porque sabía que, para una persona como yo, irremediablemente libre, iba a ser muy complicado eso a lo que llaman «la disciplina de partido». Aún así, decidí tramitar la afiliación porque era más productivo dar mis opiniones dentro de una formación política, en la que coincidía un 90% en su ideario, que quejarme desde el sofá de la mala situación política de España y la aún peor que nos asola en Catalunya.

Los intelectuales que crearon el manifiesto de Ciudadanos eran y son en su mayoría personas a las que admiro y, cuando leo lo que ellos escriben en la actualidad, sigo creyendo que sus opiniones son muy acertadas. Sin embargo, cuando oigo y leo algunas personas que dirigen el partido, me doy cuenta de que éstas están demasiado alejadas de las ideas desde las cuales partió Ciudadanos.

Uno de esos intelectuales a los cuales me refería antes, Francesc de Carreras, catedrático emérito de Derecho Constitucional en la Universidad Autónoma de Barcelona, decía en aquellos inicios que Ciudadanos tenía dos grandes riesgos: caer en el nacionalismo español y en el populismo demagogo. En ambas cuestiones, creo que el partido está corriendo en contra dirección.

A estos hechos hemos de añadir que en la última asamblea de Ciudadanos se dejasen de lado las ideas socialdemócratas de sus inicios en un giro hacia la derecha, que quizá le dará afiliados y votos (el tiempo lo dirá), pero que, a mi modo de ver, abandonará el espíritu original del partido, ese espíritu que tan necesario era en Catalunya y en el resto de España.

Muchas veces he escrito en este blog que prefiero un partido que tenga sólo un diputado que me represente bien, que no cuarenta que no lo hagan y, sí, sé que eso suena de perogrullo, pero parece que para los dirigentes no es así y eso no me gusta, por más que entienda perfectamente que, para poder implantar tus ideas, hay que gobernar. Gobernar, pero no a cualquier precio y, sobre todo, no me vale la respuesta que todos me dan, «estas cosas pasan en todos los partidos», porque si Ciudadanos es un partido más, puedo votarlo pero no formar parte de él.

Como pasa en las relaciones de pareja, ante una separación, no hay que buscar culpables. Y, con ello, no doy la razón a los que dicen que es mejor no meterse en política, pues considero que siempre es mejor estar en política y tratar de poner tu grano de arena, por más que sí sea posible que en la política y en las relaciones de pareja, como decía un poeta, «los mejores amores sean aquellos que nunca se confiesan, que no se viven y que sólo se imaginan».

Lógicamente, para Ciudadanos, perder un afiliado de a pie, anónimo, que no tenía aspiraciones políticas no supone nada. Y quizá ese sea el problema, que al final los que se quedan son los que tienen aspiraciones y, tristemente, muchos de los que aspiran a algo están ahí única y exclusivamente por eso, por un sueldecito que sumar. Así que, seguramente, los que nos vamos nos estamos equivocando porque dejamos el partido en malas manos, pero si el partido no hace nada por remediar estas situaciones, ¿por qué vamos a hacerlo nosotros?

Antes de afiliarme, creía que las personas que forman parte de los partidos políticos eran la «crème de la crème»; mi idea era sólo pagar la cuota y ayudar en lo que pudiera. No conocía ninguno de los miembros de la agrupación de mi población, así que asistí a una carpa; cuando conocí a los miembros de C’s Rubí, quedé bastante decepcionado. Los que aspiraban a ser concejales en las elecciones municipales del siguiente año eran personas con escasas ideas políticas y con problemas a la hora de expresarse. Más allá de un joven afiliado de 18 años, los demás parecían cualquier cosa menos políticos. Comencé a leer el blog del que iba a ser candidato, así como también las redes sociales de los primeros de la lista, y eran increíbles las faltas ortográficas que podía llegar a haber. Lo cierto es que todo eso me sorprendió mucho.

Traté de interesarme por la situación de la agrupación, por cómo habían sido las cosas hasta entonces y les creí. De modo que acepté la idea de que los primeros de la lista estaban allí porque nadie más había querido presentarse y que hacían el esfuerzo de exponerse porque no había nadie más para ello. Esa fue la misma excusa que me dieron para explicar el porqué la número 4 de la lista era la esposa del número 1 y la quinta de la lista a las municipales era la esposa del 2. Aquello se corrigió y se reestructuró.

Me decidí, pues, a ayudar ese grupo, a pesar de que que no hubiese un buen equipo. Pensé que era positivo que en el ayuntamiento entrasen las ideas de Ciudadanos y, lógicamente, que el partido moderaría las acciones del futuro grupo municipal, además de que otros miembros de la agrupación, que estaban más preparados que los punteros, les podrían ayudar. Toda la agrupación trabajó de un modo impresionante; personalmente, me pedí quince días de vacaciones en el trabajo para dedicarme en cuerpo y alma a la campaña, por más que, lógicamente, como miembro de la base, no me jugaba nada.

Se conformaban con sacar dos concejales, pero se consiguieron cuatro. Cuando habían pasado unos meses de las elecciones, ya todos sabíamos que había un problema: el grupo municipal no sólo estaba perdido, sino que también actuaba a espaldas de aquellos que durante quince días habían trabajado para ellos.

C’s ya estaba en el ayuntamiento, pero para 2019 harían falta otros nombres, otras personas para conseguir la alcaldía para la formación naranja. Eso parecía que estaba claro para todos, sin embargo, no era así y los que tenían silla ya hablaban como candidatos de 2019. Fue ahí cuando todos nos miramos perplejos. ¿Qué fue de aquello de «nos pusimos en las listas porque no había nadie más»? La agrupación sabía que, con esas personas a la cabeza, en 2019 no se podría conseguir un buen resultado y pronto el grupo municipal supo que la agrupación no pensaba seguirles. Sin embargo, dado que quedaban tres años largos para las siguientes municipales y no queríamos dejar que siguieran haciendo el ridículo, se decidió ampliar la junta: con los que entraran (fuera quien fuera), la ejecutiva ganaría en preparación.

Ahí llegó mi primera sorpresa: el candidato y el coordinador no querían que saliera en esa junta el chico de 18 años que era el único, de entre los que vi el primer día, que sabía algo de política. No entendía el porqué; me hablaron mal de él, pero yo pensé que era bueno que estuviera, motivo por el cual a todo aquel que me manifestó su intención de votarme le pedí que lo votara a él también. Así, entramos los dos junto a dos personas más en esa ampliación de la junta, mientras las diferentes elecciones que se daban en poco más de un año nos tenían a los miembros de la agrupación más pendientes de las mismas que de los temas municipales.

Cuando las elecciones acabaron, se decidió renovar la Junta Ejecutiva de C’s Rubí. Quizá en ese momento debí irme, pero para entonces aún creía que las cuestiones se podían resolver desde dentro. El coordinador y número dos, sabiendo que la agrupación no estaba con el anterior candidato, insinuó sobre la posibilidad de ser él el próximo candidato en 2019. Pronto observó que esa elección no tenía demasiados apoyos y, así, reculó. Para entonces, al actual número 1 ya le había llegado esa historia, motivo por el cual me llamó un día para informarme de su intención de no presentarse a la ejecutiva (en realidad, sabía que no lo iban a votar). Sabiendo de mis apoyos dentro de la agrupación, me pidió también que formase un grupo para realizar la junta en el cual se dejase fuera al actual número 2 y coordinador. Aquella idea no tenía nada que ver con la mía y pronto se dio cuenta de ello. De este modo, habló de ciertas personas para que entrasen en la junta, argumentando su presencia con extrañas cuestiones, como que «uno tenía un camión» y el «otro una escalera».

Es decir, yo entiendo que, para él, la junta estaba para colgar carteles. Mi idea, sin embargo, es otra, así que propongo que se presente a las elecciones una serie de afiliados, que creo que pueden ayudar mucho, tales como un abogado, un ingeniero, un pequeño empresario innovador, un futuro historiador, una persona muy relacionada con los AMPA u otra con conocimientos de economía, es decir, personas que puedan aportar talento.

En ese momento, ambos, número uno y número dos (que se estaban traicionando poco antes), vuelven a unir fuerzas y tratan de dejar de lado la nueva ejecutiva, imagino que por miedo a que otras personas les puedan quitar la silla en el futuro. Los otros dos concejales, están en contra de que la junta «ni pinche ni corte» y, precisamente por ello, también los dejan de lado a la hora de tomar decisiones.

A raíz de ahí, llega la asamblea nacional en la cual se decide que las listas electorales no serán creadas por la agrupación, sino por el partido, el cual, claro está, en realidad no es el partido en sí, sino los miembros del Comité Territorial, es decir, los amigos de los actuales 1 y 2, que no esconden que van a conseguir con sus influencias encabezar la lista, a pesar de que su agrupación no les quiera.

Avergonzados de Cs Rubí, muchos pensamos en no abandonar el partido, sino sólo la agrupación, algo que tampoco es posible con el nuevo reglamento, que obliga a formar parte de la agrupación de la ciudad en la cual resides. De este modo, muchos nos vamos y otros están en proceso.

C’s Rubí llegó a tener 43 afiliados; ahora no llegan a la veintena, por más que han vuelto a iniciar la antigua tradición de afiliar a la familia, quedando prácticamente en él familiares, derechones, ultraderechones, algún trepa y algunas personas de honor, que mucho me temo que se acabarán marchando también.

Yo ya estoy fuera desde hace unas semanas; ésta es la última vez que hablaré de C’s Rubí, a no ser que vuelva a oír que siguen hablando de lo ocurrido, tergiversando la realidad. En ese caso, volveré a escribir, dando datos más concretos de lo que ha ocurrido en realidad.

Es difícil resumir en una sola frase lo que pienso y siento respecto a Ciudadanos Rubí. Alguien que escribe mucho mejor que yo, Andrés Parra, describió perfectamente lo que pienso: «La lucha contra la corrupción moral comienza por ser su más firme opositor dentro de tu propia ‘familia’ y contigo mismo, de lo contrario serás un cooperador necesario en la próxima tiranía». Y yo añado «y por eso me voy».

Poca gloria para «el mal catalán» Eduardo Mendoza

Lógicamente, no esperaba yo que, por el hecho de que el catalán Eduardo Mendoza ganara el Premio Cervantes en Barcelona, la gente saliera a la calle a celebrarlo, así como tampoco que alguien fuese a Canaletas como cuando el Barça gana un título. Sin embargo, sí esperaba que los medios de comunicación catalanes alardearan algo más de ello. El catalanismo significa el amor a la identidad, a la cultura y a las costumbres catalanas, ¿no? Pues me parece muy extraño que no se le dé bombo a que un catalán se le entregue tan importante premio.

Pero, claro, ¿es Eduardo Mendoza un bon català? Pues, miren, en esta Catalunya mentalmente enferma, que diría Boadella, no. Eduardo Mendoza no es un buen catalán. Primero, porque si fuese un buen catalán, se llamaría Eduard. ¡¿Qué es eso de ponerle una «o» de más al nombre?! ¡¿Se habrá visto semejante sometimiento al imperio invasor?! Pero eso es un detalle sin importancia, comparado con el pecado mortal de este genial escritor. ¿Sabéis cuál es su pecado? En las obras de Mendoza, no se muestra la Catalunya nacionalista, es decir, no fa país.

Escribe sobre una Barcelona pluricultural, bilingüe, en la cual los personajes mezclan sin darse cuenta castellano y catalán y, para más inri, en su obra Sin noticias de Gurb tiene la osadía de escribir la historia de un extraterrestre que ve desde fuera que los catalanes estamos mentalmente enfermos.

La prensa catalana no celebra como debe el triunfo de Eduardo Mendoza porque el nacionalismo no celebra ese triunfo y no lo hace, no ya porque Eduardo sea un «charnego» (que también, además «charnego» de los peores, de los que tienen un apellido de origen castellano y otro de origen catalán), sino porque el escritor se ha mostrado siempre crítico y contrario a los nacionalismos y eso en Catalunya se paga.

Además, escribe en castellano, esa lengua colonial que hablan esos extraños colonos que viven en los barrios pobres, mientras los colonizados viven en los barrios ricos. Con lo que a Mendoza no se le considera parte de la literatura catalana porque sólo lo nacionalista es catalán. Eduardo Mendoza no es part del poble català, que diría Forcadell, sino que es part dels enemics de la nostra terra.

Cuando en los primeros años de la democracia las encuestas empezaron a decir que, la mayoría de los catalanes tenía como lengua materna el castellano, el nacionalismo comenzó la dura batalla de la inmersión lingüística que, con el pretexto de que los catalanes conocieran por igual ambas lenguas, trataba en realidad de exterminar el castellano como lengua oficial de Catalunya.

En enero de 1979 apareció en la revista Els Marges un manifiesto cuyos autores consideraban que, cuatro años después de la dictadura, la situación de la lengua catalana era peor que en la época del franquismo, así como también que era «urgente la necesidad de restituir a la lengua catalana su inalienable condición de lengua nacional de Catalunya”, como si verdaderamente hubiera lenguas propias de las extensiones de tierra y no lenguas maternas y oficiales.

En el primer discurso de investidura del Príncipe de los Ladrones, Jordi Pujol, éste anunció que actuaría firmemente para que el catalán «fuese la lengua propia de Catalunya», mientras que al castellano lo calificó como «propia de una buena parte de los ciudadanos de Catalunya», es decir, propia de algunos catalanes pero no de Catalunya, lo que es lo mismo que asimilarlo al nivel del Árabe, el Chino o el Alemán.

Desde entonces y hasta ahora, distintos manifiestos han clamado por la igualdad entre ambas lenguas e identidades, desde los 2.300 al Foro Babel, pasando por partidos políticos o plataformas como Sociedad Civil Catalana. Eduardo Mendoza ha cometido el «delito» de estar ahí siempre que se lo han pedido y, por eso, no es un Bon Català. 

En una tierra en la que a los valientes se les atemoriza y en la que la mayoría de personas se pone de perfil ante los asuntos del nacionalismo, catalanes ilustres, como el premiado escritor o muchos otros, no han tenido miedo y, por eso, la Catalunya nacionalista les silencia. ¿Cómo puede vender el nacionalismo el odio del resto de España a Catalunya cuando, de los últimos cinco españoles que han conseguido tan prestigioso galardón, cuatro de ellos eran catalanes? Fácil respuesta, estos no son catalanes o al menos no buenos catalanes.

Fuente de la fotografía de portada: La Vanguardia

El separatismo subconsciente

Hoy voy a escribir uno de esos artículos de los que recibo críticas de un lado y del otro pero que, de vez en cuando, sigo haciendo dado que creo que, en un mundo cada vez más extremista, es importante buscar soluciones a los problemas que existen en nuestro país, por más que muchos líderes políticos, con el Presidente Rajoy entre ellos, hayan optado por la táctica de esconder la cabeza bajo del ala y esperar a que los problemas se solucionen solos.

Muchos se hacen la pregunta «¿Qué ha llevado a catalanes que no eran independentistas a comenzar a serlo?». Muchas veces, caemos en el error de intentar responderlo con una sola frase y, en mi opinión, simplificar tanto las cuestiones es cuanto menos difícil.

Es una obviedad que, para la opinión de muchos, Catalunya no acaba de encajar en España y que eso ha llevado a algunos a pensar en la posibilidad de crear una nueva nación. Más allá de lo legal e ilegal de esta cuestión, lo cierto es que, para arreglar los problemas de los catalanes, aquellos que de verdad importan, los del día a día, y que haya una convivencia normal entre los que piensan diferente en esta tierra, hay que encontrar una solución y hallarla de veras, si bien es cierto que no debe de ser fácil cuando, desde hace más de un siglo, existe a mayor o menor medida eso que llamamos «el problema catalán».

El separatismo creció en los últimos tiempos (de esto ya hemos hablado muchas veces), gracias a que el gobierno autonómico utilizó la lengua, la cultura y la historia de Catalunya, aprovechando altavoces tan importantes como la prensa y la escuela, para crear una guardia pretoriana preparada para ese momento en el que salieran a la luz sus actos de corrupción. Hace ya más de treinta años que Pujol dijo aquello de «atacarme a mí es atacar a Catalunya».

Sin embargo, hay otro foco de separatismo catalán, el que muchas veces se resume de forma inexacta en la frase «El PP es una máquina de crear independentistas«.

Obviamente, eso no es así del todo, aunque sí tiene algo de realidad. En el resto de España, hay muchas personas que son separatistas en el subsconciente, es decir, que creyendo que muestran «españolidad», tratan a los ciudadanos de Catalunya como si, verdaderamente, esta tierra fuera otro país. Los políticos lo hacen y podemos recordar ejemplos claros, como cuando Esperanza Aguirre, preguntada por las consecuencias que podía tener la OPA de Gas Natural sobre Endesa, dijo aquello de que «es una mala noticia para la Comunidad de Madrid que la sede de una empresa eléctrica, que es multinacional y que es una de las grandes empresas españolas, se traslade fuera del territorio nacional», cuando lo cierto es que la sede iba a ir a Barcelona. Entonces, ¿Catalunya no es España? Otro ejemplo de ello es cuando el Ministro Wert aseguró qu «hay que españolizar a los niños catalanes», como si una persona pudiera estar más o menos españolizada.

El problema catalán tiene dos soluciones reales: el encaje en España o la independencia. Después, existe la opción de eternizar el problema, que es aquello de «Eres español porque lo pone en el DNI» o «Catalunya pertenece a España». Esta última frase refleja, claramente, ese separatismo subsconsciente del que hablo, dado que, obviamente, Catalunya no pertenece a España, sino que forma parte de España. Y es que, si pertenecieras significaría que Catalunya es una colonia y, si es una colonia, según la resolución de la ONU, sí tendría derecho al referéndum de independencia.

De modo que centrémonos en las soluciones verdaderamente posibles y descartemos, lógicamente, la independencia, ya no sólo por ilegal y por ir en contra de las resoluciones de la ONU, además de ir contra la Constitución Española y el Estatuto, sino también porque la mayoría de los catalanes no la quiere. Asimismo, pensemos en por qué no encaja, en por qué a españoles de Catalunya les cuesta sentir España como su nación, en quién tiene la responsabilidad de que eso ocurra y, lo más importante, en cómo se puede solucionar.

Ya he escrito otras veces que, a mi modo de ver, la catalanofobia existe en la España democrática porque hay quien lo promueve y a quien le conviene políticamente. La catalonofobia se ha alimentado desde Catalunya y desde el resto de España porque, tanto primero a Convergència como después al Partido Popular, les ha dado votos. De modo que, a mi entender, es algo así como un pacto no escrito entre ambas formaciones que a los Convergents les ha dado votos en esta tierra y al Partido Popular en el resto de la geografía española.

No obstante, en lo que, en mi opinión, se equivocan los nacionalistas catalanes es en culpar a los populares y a los nacionalistas castellanos de esa falta de encaje en España, porque a quien deben responsabilizar ellos es a su gobierno, a sus dirigentes, los cuales nunca han hecho porque ese encaje ocurra.

Ya desde la redacción de la Constitución, los políticos catalanes hicieron por no encajar y lo hicieron de un modo inteligente para sus propósitos, de un modo con el que poder culpar a Madrid siempre de todos sus males y mirando por su bien y la de sus corruptelas y no por de Catalunya ni el de España. En los tiempos que se redactaba, ya nos avisaba Josep Tarradellas que tuviéramos cuidado con Jordi Pujol y sus planes a largo plazo.

Lo cierto es que, por más que CiU se ha mostrado como el partido que iba al Congreso de los Diputados y al Senado para defender los intereses de los catalanes, la realidad es que se ha aprovechado del respetable sentimiento catalanista para enfrentar a su pueblo.

Así, si Convergencia se fundó para defender la lengua y la cultura catalanas, ¿por qué no exigieron que el catalán fuera un idioma oficial en toda España? Sé que muchos pensarán que me he vuelto loco, que cómo va a ser el catalán oficial en lugares donde no se conoce la lengua. Sin embargo, no nos paramos a pensar que pertenecemos a la Unión Europea y que, por ejemplo, el finlandés es un idioma oficial en todo el territorio de la Unión, también en España, por más que, así a primeras, podríamos decir que ningún español sabe finlandés. Es decir, que sea oficial no quiere decir que todo el mundo deba conocerlo.

Pero no nos quedemos con el ejemplo de la Unión Europea, hablemos de naciones. ¿Por qué los idiomas españoles, aparte del castellano, no son idiomas oficiales de toda España? Hay casos como Suiza donde el alemán, el italiano y el francés son oficiales en todo el país, por más que, obviamente, no todas las personas que allí residen conozcan las tres lengua. El más utilizado es el alemán, pero nadie dirá jamás que el idioma oficial de Suiza es dicho idioma. ¿Por qué en España el castellano está por encima de las otras lenguas españolas? Espero que, a esta cuestión, nadie responda que eso ocurre porque ninguna de las lenguas que se hablan en Suiza son lenguas propias de la nación ya que, en ese caso, estarán haciendo otro ejercicio más de «separatismo subconsciente», puesto que los separatistas suelen decir que el catalán es la lengua propia de Catalunya, cuando eso no es verdad.

No existen las lenguas propias de los territorios, existen la lengua materna y las lenguas oficiales y, de este modo, el castellano es tan lengua propia de Catalunya como lo es el catalán. Porque, claro, si hablamos del territorio, antes de que los romanos introdujeran el latín y éste derivara al catalán, ¿qué hablaban los habitantes de la ahora Catalunya? ¿El íbero? ¿Es entonces el íbero la lengua propia de Catalunya?

Por poner un ejemplo, en Bélgica, el servicio público de correos tiene una triple denominación lingüística: «De post» (en neerlandés), «La Poste» (en francés) y «Die Post » (en alemán). La población belga que habla alemán es de, aproximadamente, 70.000 personas, es decir, representa el 1% de la población. ¿Es lógico que en España este tipo de cuestiones no estén escritas también en catalán, cuando lo hablan o lo entienden cerca de 14 millones de personas y el 28% de la población?

Sé que, en la situación actual, muchos dirán que no hay que ceder ante los separatistas, pero no hagamos otro ejercicio de «separatismo subconsciente» pues el catalán es un idioma español y es el idioma de todos los catalanes junto al castellano. También es el idioma de los que no lo usan. Y no voy a hablar del tan desgastado tema del bilingüismo porque, según los entendidos, solamente es bilingüe el que tiene dos lenguas maternas y no el que conoce dos idiomas. Aún así, sí voy a defender el enriquecimiento que significa conocer mientras más lenguas mejor.

Mi modo de ver no es que en Catalunya las personas deban ir cambiando de idioma según quién tengan delante, sino que ambos idiomas deben estudiarse por igual para que todos los conozcan y entiendan, de tal modo que, después, cada uno hable en la lengua que desee, dándole naturalidad, cosa que no ocurre, precisamente, porque los catalanistas no han querido encajar en España y porque, desde los tiempos de la Lliga Regionalista (con sus errores), en los que se acusaba en Catalunya a Cambó y los suyos de ser catalanistas en Madrid pero españolistas en Barcelona, no hay un regionalismo sensato que luche por mostrar al resto de España las virtudes de Catalunya y su colaboración con el resto del país.

Normalizar esta idea, que todas las culturas no castellanas sean tan españolas como cualquiera, debería ser labor de todos. En Catalunya, los que luchamos contra el separatismo sufrimos zancadillas de otros que, estando en contra del Proceso, pertenecen a ese «separatismo subconsciente» y señalan a todo lo catalán como no-nacional, unas veces sin pretenderlo y, otras, ejecutando ese nacionalismo castellano que es tan malo como cualquier otro nacionalismo. La cultura en general y el idioma en particular son usados por unos y otros como arma arrojadiza y eso hace que cuestiones tan normales, como que alguien use su lengua materna, en este caso el catalán, que es un idioma español, sean vistas como un ataque al propio país, algo en mi opinión ridículo. Les pongo un ejemplo: ¿No es Rafa Nadal y, permítanme el término, el deportista más «españolazo» que tenemos? ¿Son conscientes los españoles que Rafa Nadal es catalano hablante? ¿Y de que también lo es Pau Gasol?