La huelga que hizo a los catalanes presos políticos de los separatistas

Estamos en una época en la que un meme, una fotografía, vale más que mil palabras, sobre todo en política y a la hora de presentar unas ideas. En estos días, ni a Kennedy ni Malcolm X o Jesucristo, por poner ejemplos variados, les valdría la oratoria o la pluma para hacer entender sus ideas. Estamos en la época de lo inmediato y de la poca reflexión y de eso se aprovecha quien tiene ganada la batalla de la superioridad moral. En España, obviamente, la izquierda tiene esa superioridad y, por más que yo me siento mucho más cómodo con las ideas de la izquierda, creo que es muy injusto.

Partir la sociedad entre buenos y malos es demasiado simple como para hacer un análisis serio. Por eso, me parecieron terribles aquellas palabras del líder de Podemos, Pablo Iglesias, en las que decía que quería cambiar el miedo de bando, cuando en una sociedad ideal no sólo no debería haber miedo, sino tampoco bandos. Sin respeto al contrario, no hay democracia y, sin respetar las ideas de los demás, siempre que éstas se ajusten a la Ley, a la democracia y la Constitución, nuestro país no podrá avanzar como nación. En Cataluña, la superioridad moral la tienen los nacionalistas, desde la victoria de Pujol en 1980 o quizá antes. El victimismo ha sido parte importante de la política catalana; fingir opresión, fingir rechazo les hace ganar votos a los nacionalistas y, de este modo, lo han convertido en bandera de su programa electoral.

Quizá esto sea poco ético pero, electoralmente, es un arma muy buena, letal durante mucho tiempo. En la salvaje, violenta y terrorífica huelga del pasado día ocho, la Policía apenas actuó, ni la autonómica ni la nacional, ni la Guardia Civil, y a todos nos parece obvio que no lo hizo porque nadie quería unas imágenes como las del día 1 de octubre durante el referéndum ilegal. Como noticia, como imagen, en este mundo de inmediatez y, perdónenme la expresión, de «pichas frías», la no actuación policial ha servido para reparar la del día uno. Ahora, quienes se han mostrado como violentos, como intolerables y faltos de razón, son los separatistas que quemaron neumáticos para cortar carreteras, que pusieron rocas en las vías del tren y secuestraron a las personas que querían ir a trabajar en las autopistas y los trenes.

De este modo, quizá el separatismo ha perdido algo de superioridad moral pero, ¿vale la pena? Es decir, realmente para ganar la batalla de las imágenes, de la prensa o, incluso, de la repercusión internacional de este mundo de inmediatez, ¿se puede y se debe tolerar que los jueces y los cargos policiales no ordenen a los agentes que cumplan y hagan cumplir la Ley? ¿Se puede y se debe tolerar que miles de jóvenes delincan a la vista de todos sin que la Policía actúe? Y, lo que es peor, ¿puede un Estado, sus jueces y Policía, dejar de perseguir asociaciones y partidos políticos que organizan estas acciones por el qué dirán ? ¿Se puede permitir que los obreros, que van a sus puestos de trabajos, sean durante horas, en los trenes y autopistas, presos políticos del separatismo?

Conversos y renegados. La historia del nacionalismo catalán (XXI) El Pujolismo: Hoy paciencia y mañana independencia

En la Transición, el separatismo catalán estaba prácticamente anulado. Dentro de los catalanistas, la idea de la independencia era vista como algo desfasado, antiguo, rancio, no porque los cuarenta años de dictadura hubiesen anulado el sentimiento, pues es obvio que la represión lleva a la insurrección, sino porque en un mundo cada vez más global, al que Europa trataba también de unirse, volver a las luchas regionales parecía una posibilidad poco seria. Eso no quita que las élites catalanistas quisieran mantener el poder, cosa que sabían que sólo se conseguiría creando Estructuras de Estado.

El presidente en el exilio y representante de la Generalitat, la única institución republicana restaurada, Josep Tarradellas, habla de unión y asume que el separatismo es una idea equivocada. En 1980, cuando Jordi Pujol se «coronó» como President de la Generalitat sin que ni la izquierda ni la derecha españolas hiciesen nada por impedirlo, el separatismo no era algo de lo que se hablara, pero sí que ya se comenzó a plantar la semilla de lo que vendría después. «Hoy paciencia y mañana independencia» era el eslogan, por más que para muchos no fuese la independencia de Catalunya lo que buscaban, sino la independencia de las instituciones catalanas.

Jordi Pujol usaría en aquella primera legislatura, y también en las siguientes, para sus propósitos dos estructuras muy importantes, la escuela y la televisión pública. Para ello, aprovecharía en primera instancia la lengua catalana. En aquel momento, castellano y catalanoparlantes estaban de acuerdo en la inmersión lingüística. En la calle y en las casas el castellano era más usado, sobre todo en Barcelona, motivo por el cual todo el mundo entendió que era bueno que en las escuelas se aprendiese el catalán y, si era necesario, que se reforzara. De aquella buena fe se acabaría aprovechando el separatismo. 

Ya en 1981, profesores e intelectuales se percataron de que la lengua catalana era utilizada como medio de adoctrinamiento. El Manifiesto por los Derechos Lingüísticos de Catalunya, más conocido como el Manifiesto de los dos mil trescientos, era la primera respuesta social de una parte del pueblo catalán ante la imposición total de que en Catalunya hubiese una lengua única. La reacción a aquel manifiesto fue terrible, tanto desde la Generalitat como los medios de comunicación, que no se dedicaron a informar sobre el manifiesto sino a tomar partido y a atacar a los firmantes. La asociación «La Crida a la Solidaritat» surge como réplica a esta asociación y logra reunir a 100.000 personas en el Camp Nou. De esta asociación, surgirían Àngel Colom, que sería después candidato de ERC, y Jordi Sànchez, futuro líder de la ANC. La Crida defendería en muchos casos acciones de Terra Lliure y ETA e, incluso, pidió el voto en unas elecciones europeas para Herri Batasuna.  

A los disidentes se les acusa de fascistas, españolistas, y se les trata de situar en la extrema derecha, por más que la mayoría de los que están involucrados en política pertenezca al PSC o formen parte del sindicato de la UGT. Quien peor parado salió de todo aquello fue el firmante Jiménez Losantos, que fue secuestrado por la banda terrorista Terra Lliure, llegando a dispararle en una pierna. ¿Las consecuencias de aquel manifiesto? 14.000 maestros abandonaron Catalunya y, poco a poco, las plazas se van llenando con adeptos al régimen. El movimiento contrario al nacionalismo es aplastado.

Jordi Pujol aprovecharía el Caso Banca Catalana para mostrarlo como un ataque a Catalunya. A partir de ahí, cualquier ataque al gobierno de la Generalitat o a cualquier miembro o asociación cercana a la oligarquía sería mostrado como un ataque español contra Catalunya bajo la excusa de que a los catalanes los odian en el resto del Estado. A raíz de aquello, Pujol y los suyos comenzarían a hablar siempre de «nosotros y ellos» y comenzaría la construcción «mental» de la nación catalana, poco importaba si esa nación no existía, siempre y cuando la gente lo creyera. Desde los medios de comunicación, se empieza a utilizar un idioma desconsiderado de apariencia inocente, el Gobierno pasa a denominarse «Madrid» y  España, «L’Estat Espanyol». Denominar «Estado» a España es para diferenciarlo de los términos «Nación» o «País» que siempre se acuñarán a Catalunya.

La prensa es subvencionada (comprada hasta por 31 millones de Euros al año) por la Generalitat, la televisión de su propiedad y en las escuelas se ponen manos a la obra para que la Catalunya como nación sea parte del estado mental de los catalanes. Se habla de Catalunya y España como dos entidades diferentes y se clasifica, diferencia y penaliza a los que piensan diferente. Se acusa a PSOE y a PP primero, después a Ciudadanos (el PSC se libraría más tarde de las críticas por acercarse al nacionalismo), de no ser parte del pueblo catalán porque no forman parte de la supuesta homogeneidad del pueblo catalán, por más que no haya grupo social humano que sea homogéneo.

En 1993, cuando el nacionalismo catalán está en su mejor posición (55% de los votantes), un informe de TV3 (es decir, de la Generalitat), que llega a debatirse en el Parlament, muestra cómo para la televisión, radio y prensa catalanas no sólo se es importante la dicción, sino cómo se utilizan las palabras para diferenciar Catalunya y lo catalán de lo español y, lo más preocupante, la ideología política. A raíz de ahí y en los siguientes años, muchos periodistas son desterrados de Catalunya, tales como Àngels Barceló, Anna Grau, Susanna Griso, Javier Cárdenas o Carles Francino, entre otrospor no ser suficientemente cercanos al régimen, por más que, obviamente, en estas tierras no se venda como un destierro sino que sirve para indicar lo bueno que son los periodistas catalanes que las televisiones y radios españolas se los rifan. La prensa crítica dentro de la propia prensa es también eliminada.

En 1994 la Generalitat elimina el castellano de las escuelas entre los tres y los ochos años. El manifiesto por la tolerancia lingüística, bajo el lema «En Castellá també», protesta por ello y, una vez más, todo movimiento que defiende la igualdad entre las lenguas es acusado de extrema derecha, por más que entre los firmantes haya personas tan claramente de izquierdas como Julio Anguita, líder de Izquierda Unida. Desde el nacionalismo, se vuelve al tópico recurrente de que el catalán es la lengua minoritaria históricamente perseguida. Para entonces, el término «lengua materna», tan utilizado por los nacionalistas en la Transición, ha sido sustituido por «lengua propia» y, bajo la premisa de que el catalán es la lengua propia de los catalanes y el castellano es una «lengua impuesta», se trata de que sea de segunda categoría.

El problema es que el término «lengua propia» es inventado y que, en realidad, solamente existen la lengua materna y la lengua oficial. El castellano es tan oficial como el catalán en esta tierra y, además, es la lengua materna de la mayoría de los catalanes. Finalmente, el Tribunal Constitucional anulará esa ley. Antes de que eso ocurra, la vicepresidenta de Cadeca (Coordinadora de Afectados en Defensa del Castellano), María Asunción García Pérez, es raptada, molida a latigazos y, antes de abandonarla, le queman el coche. «Tú eres la causante de los problemas con el catalán» le dijo el agresor.

En 1996 Foro Babel lanza una iniciativa cívica de intelectuales y artistas catalanes en defensa del bilingüismo. El manifiesto, claramente progresista y que podría servir de ejemplo para cualquier gobierno liderado por la izquierda, es tildado por el Govern y sus medios de comunicación como «reaccionario». Se acusa a los que piden igualdad entre las lenguas de querer provocar confrontación civil. ¿Cómo un derecho puede crear confrontación? En el Parlament, con la izquierda acomplejada por los nacionalistas, como hablamos en el anterior episodio, sólo el líder del PP catalán, Aleix Vidal-Quadras, defiende el bilingüismo en las escuelas. Sin embargo, ese mismo año, el Partido Popular y José María Aznar necesitarán del apoyo de CiU para poder gobernar. Tras las reuniones, Pujol anuncia en TV3 que «Se cumplirá el pacto, lo que está escrito y lo que no» y que «si el PP reemprende la campaña contra la política lingüística, retiraremos el apoyo en Madrid». Poco después, Vidal-Quadras es destituido y Aznar le ofrece su cabeza para contentar a Pujol. La oposición al nacionalismo catalán en el Parlament es eliminada.

Cuando en 2003 la ERC de Carod Rovira prefirió hacer President al socialista Pasqual Maragall antes que al convergent Artur Mas, muchos nacionalistas no entendieron aquella decisión, aunque lo cierto es que fue una jugada maestra para el independentismo. Con una mayoría social no nacionalista y un catalanismo más cercano al «regionalismo» que al «separatismo», Esquerra no quería dividir el Parlament entre Catalanistas y Constitucionalistas y no lo quería por dos motivos:

1) Porque el nacionalismo sería liderado por CiU y, además, en un momento en el que el entorno de CiU (Òmnium) comenzaba a ser más activista. Ejemplo de ello es la campaña que se llevó a cabo en 2002, cuando se llamó al boicot a los productos que no etiquetaran en catalán.

y 2) Porque, de este modo, evitaba que una de las armas del PSC para desgastar al gobierno fuese empatizar con los contrarios al nacionalismo. Así, lo que quedaba del PSOE español es también eliminado en Catalunya.

Con el tripartit de izquierdas PSC-ERC-ICV, se inicia el camino hacia el nuevo Estatuto y se aprovechan las estructuras de Estado de Pujol para hacer ver que es algo que demanda la población, por más que después sólo el 46% de los catalanes fuera a las urnas. El Estatut de 2006 no sólo era claramente nacionalista y situaba a los castellanoparlantes como ciudadanos de segunda, sino que abría también las puertas al movimiento separatista. La segunda gran jugada de Carod-Rovira llegaría cuando, casi al final de las negociaciones, ERC abandona el pacto por el Estatuto y en él entra CiU. ¿Por qué ERC no quiere firmar el Estatuto? No porque no esté de acuerdo con él, ya que en realidad ese Estatuto es más suyo que de nadie, sino porque, al no firmarlo, consigue que no dé la sensación de que ya ha cumplido su objetivo, sino que éste aún está por llegar. Ese objetivo tiene un nombre: Independencia. 

La Cataluña de los caciques

Tras el fracaso de la I República y el golpe militar de Martínez Campos el 29 de diciembre de 1874, adelantándose al proyecto del alfonsinismo civil de Cánovas del Castillo, se aceleró la restauración de la Monarquía en la figura de Alfonso XII, al que llamarían el pacificador, por ser el rey que traería la paz tras años convulsos que acabarían en las rebeliones cantonales.

El 30 de junio de 1876 fue promulgada la nueva Constitución. Sin embargo, no sería hasta 1890 que se modificaría la ley electoral para que pasase a ser de sufragio universal masculino. Que la elección de las Cortes pasara a ser cuestión de los votos de todos los hombres no haría cambiar mucho los resultados. La democracia de aquellos tiempos no gozaba de la salud que debería y el sistema de cambios de turno pacíficos entre Liberales y Conservadores marcaría y consolidaría la Restauración.

En las pequeñas poblaciones y, sobre todo, en las zonas agrícolas, los caciques advertían a sus trabajadores a quién debían votar y, así, los intercambios de gobierno siguieron su curso también en los tiempos de la Regencia de María Cristina y en los primeros años de Alfonso XIII como rey de España hasta la dictadura de Primo de Rivera.

En Catalunya las cosas eran parecidas, no obstante, la revolución industrial, que había cuajado más en las tierras del norte, especialmente en Cataluña y el País Vasco, llevó a que la lucha por los derechos de los trabajadores gozara de más repercusión que en el resto de España. En 1909 la Semana Trágica marcaría un antes y un después de las luchas obreras en Barcelona.

Desde la burguesía, se trató de acusar a los líderes de aquellas protestas de «españolistas» y de que aquellas huelgas eran «contra Cataluña». De ese modo, el partido que representaba a la burguesía, la Lliga Regionalista, comenzó a reclamar más autogobierno al Estado. Sólo un par de años después, Enric Prat de la Riba comenzó el proyecto que culminaría cuando se instituyó  la Mancomunitat de Catalunya en 1914.

La Lliga intentó ganarse al pueblo catalán haciendo políticas catalanistas, tratando de desviar la atención de las luchas obreras. No lo consiguieron y, en los años veinte, el pistolerismo creció de un modo tan evidente que las vidas de los burgueses comenzaron a correr serio peligro, sobre todo para los que tenían fábricas. Esto llevó a que miembros de la Lliga conspiraran y financiaran un golpe de Estado a través del Capitán General de Cataluña, Miguel Primo de Rivera.

Bajo la dictadura, Primo de Rivera no accedió a los pactos sobre la cultura catalana que había acordado con los miembros de la Lliga y estos se pusieron en su contra. Con el fin de la dictadura, la monarquía estaba tocada de muerte y, tras las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, Alfonso XIII abandonaría España y se instauraría la II República, que devolvería las instituciones catalanas y el gobierno de la Generalitat. La República quedaría herida con el alzamiento militar de julio de 1936 y moriría con la victoria del bando nacional y la proclamación del General Franco como Jefe del Estado.

Con la muerte del Caudillo y el comienzo de la transición política, el Presidente del Gobierno Adolfo Suárez y el President de la Generalitat en el exilio Josep Tarradellas llegarían a un acuerdo para que se restaurara la Generalitat, única institución de la etapa republicana que gozaría de legalidad en la nueva democracia. En 1980, se llevarían acabo las primeras elecciones a la Presidencia de Catalunya.

Es entonces cuando el problema caciquil volvería a Catalunya. En una democracia plena, las distintas formaciones eran libres de concurrir en aquellas elecciones, sin embargo, altos miembros de la burguesía catalana coparían los altos cargos de todos y cada uno de los grandes partidos, no habiendo prácticamente voto que no fuese dirigido a las élites catalanas. Vencerá Pujol y comenzará a construir sus estructuras de Estado.

Los partidos que deberían ser de izquierdas y constitucionalistas, el PSC, el PSUC (después Iniciativa por Catalunya), así como también los sindicatos y la mayoría de instituciones, se nutren de nacionalistas, cuestión que quedará clara cuando el PSC acaba gobernando, ya en 2003, con ERC y haciendo las políticas más nacionalistas nunca vistas en democracia. A raíz de ahí, nacerá en Catalunya un fenómeno que hasta entonces, más allá de pequeños manifiestos, apenas había existido desde la restauración de la democracia. La lucha contra el nacionalismo.

A día de hoy, esta lucha ha conseguido muchas cosas importantes pero, a mi modo de ver, nada tan trascendente como acabar con la fuerza de los caciques y, precisamente por ello, por el hecho de que ya no tienen todo atado, es por lo que el nerviosismo a aflorado y de ahí las prisas y la idea de la independencia.

Años atrás, especialmente en la izquierda, había muchísimos nacionalistas infiltrados, lo que llevaba a que, ganara quien ganara las elecciones, gobernase la misma idea, tal y como ocurría cuando los gobiernos españoles cambiaban de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas. Sin embargo, en estos días, estamos observando cómo varios miembros importantes del PSC y Podemos están abandonado sus formaciones porque no comparten que sus partidos se pongan contra el separatismo y a favor de respetar la Ley, la Constitución y el Estatuto de Catalunya.

Que una capital obrera como Terrasa, clave en la revolución industrial y repleta de chimeneas que recuerdan aquellos tiempos, el gobierno del PSC haya tenido que dimitir, por estar del lado de los burgueses separatistas y no de la Constitución, refleja a las claras la gran mentira que ha sido durante años la política catalana y que los caciques que nos obligan a votar sí o sí al nacionalismo, poco a poco, están desapareciendo.

 

Fuente de la fotografía de portada: El País.com

Conversos y renegados. La historia del nacionalismo catalán (XX) El complejo socialista frente al nacionalismo catalán

En 1977 se celebraban las primeras elecciones Generales en España desde antes de la Guerra Civil. En un país sin tradición democrática, muchos no acababan de entender la gran cantidad de siglas de los nuevos partidos políticos. En Catalunya, los comicios se enfocaron también bajo la idea de quién podría defender mejor los intereses catalanes en el Congreso. En estas tierras, una amplía mayoría demandaba la autonomía y un estatuto para Catalunya. Así que, bajo esa consigna, se formó una coalición llamada Pacte Democràtic per Catalunya, liderada por Jordi Pujol, y en la que, además de Convergència, Esquerra Democràtica y el Front Nacional, participaba también el PSC-Reagrupament.

Aquel pacto no duró mucho, el PSC-Reagrupament se disolvió y formó parte del PSC-PSOE, un Partido con dos almas ya que, mientras el PSC tenía fuertes inclinaciones catalanistas, el PSOE contaba en Cataluña con una Federación que basaba su fuerza, sobre todo, en los trabajadores de la zona metropolitana, la mayoría de origen de otros puntos de España. En 1978 las distintas fuerzas socialistas llegaron a un acuerdo que cristalizó en el Congreso de la Unidad Socialista. En este Congreso, se fundó el Partit dels Socialistes de Catalunya, un nuevo partido que aglutinaba a todo el espectro socialista catalán y tenía una relación federal con el PSOE, a pesar de que formalmente era un partido diferente, por más que, incluso hoy, muchos creen que PSC y PSOE son el mismo partido pero con distintas siglas.

Lo cierto es que, en aquel momento, el lado catalanista del PSC no dominaba el partido como lo haría después y si la unión con los socialistas de España se llevó a cabo fue porque la Federación Catalana del PSOE tenía gran implantación social. Sin embargo, ésta no era nacionalista, mientras que el PSC sí lo era pero no tenía apoyo social. De este modo, Joan Reventós entiende que la única salida es aliarse con el PSOE pues, así, conseguía los votos de las personas que votaban a Felipe González y se los llevaba a una formación en realidad nacionalista. Contaba Oriol Bohigas en Entusiasmos compartidos y batallas sin cuartel que Joan Reventós lo advirtió del “peligro de un triunfo en solitario del PSOE en Catalunya”.

El PSC-PSOE fue el ganador en Catalunya en Generales y Municipales. Sin embargo, en las primeras autonómicas Convergència i Unió resultó la fuerza más votada, entre otras cuestiones, gracias a que la derecha española de Alianza Popular no se presentó para no perjudicar a Pujol. No obstante, el socialismo pudo gobernar. Un pacto entre PSC-PSUC-ERC hubiera dado la mayoría parlamentaria, pero esta opción apenas se intentó. ¿El porqué? Se podría contestar a dicha pregunta con declaraciones del propio líder socialista Joan Reventós que escribiría en sus memorias inacabadas Tal com ho vaig viure (Tal y como lo viví) que “Nos hubieran partido (a los catalanes) en dos mitades. Y preferí la hegemonía de Pujol”.

Si Catalunya fue y es mayoritariamente de izquierdas, ¿por qué prácticamente nunca ha gobernado el socialismo Catalunya? La respuesta recae en el hecho de que la izquierda catalanista no pretendiese gobernar hasta que Pujol tuviese ya construidas las estructuras de un estado nacional catalán y la política se hiciese bajo el catalanismo, gobernara quién gobernara. 

El PSOE fue la fuerza más votada en Catalunya en las Elecciones Generales de 1982 y las Municipales de 1983. Sin embargo, en las elecciones  de 1984, con el ambiente enrarecido debido al caso de Banca Catalana, Pujol hace de aquellas autonómicas un referéndum entre buenos y malos catalanes, situando su partido en el lado del Bien. Convergència vence  y el PSC acaba con la fuerza del PSUC. Para entonces, los socialistas catalanes ya están completamente dirigidos por una parte de la burguesía catalana, que ha tratado de hacer equilibrios entre sus dirigentes catalanistas, a menudo nacionalistas catalanes y alguna vez hasta independentistas, y sus votantes, mayoritariamente venidos desde otros puntos de España, que están totalmente en contra del nacionalismo catalán y votan al PSC creyendo que estos y el PSOE son el mismo partido y pensando que tienen la misma ideología y fines. 

El desencanto con la políticas de izquierdas en Catalunya es tan grande que en 1988 la participación en las Autonómicas baja hasta el 59%. Y es que ya por aquel entonces los nacionalistas están organizados y unidos, mientras que los constitucionalistas no. Además, existe una gran decepción en la izquierda, dado que tanto PSC como Iniciativa per Catalunya son demasiado cercanos al catalanismo. El catedrático Francesc de Carreras definiría esto como el PUC (Partido Unificado de Catalunya), que constaría de CiU, ERC, PSC e Iniciativa, dejando fuera al Partido Popular, que colaboraba mostrándose como partido de derecha rancia, mientras que el partido de Pujol lo hacía de derecha moderna, por más que el olor a neftalina fuese el mismo entre ambas formaciones.

Una parte del voto de izquierdas no nacionalista se siente huérfano y no acude a las urnas en Autonómicas, aunque sí en Generales, donde en 1989 la participación sube hasta el 67%. En dichas elecciones, el PSOE sube 400.000 votos y es la fuerza más votada, una vez más, en Catalunya. En el famoso año olímpico de 1992, la participación de las Autonómicas baja hasta el 54%, lo que beneficia a Pujol, quien vuelve a ganar por mayoría y el PSC pierde dos diputados más. Otra vez se apreciará lo importante de la participación ya que en 1993 para las Generales sube hasta el 75% y el PSOE vuelve a ser la fuerza más votada superando a Convergència que, a pesar de que participaran un 21% más de electores, prácticamente calcó los resultados de las Autonómicas.

Aquel era el mejor momento, no sólo de Convergència, sino también del catalanismo, que consigue el 55% de los votos. Además, CiU permitió la gobernabilidad de Felipe González y se convirtió en necesaria en el Congreso de los Diputados, cuestión que aprovechó para ampliar sus dominios.   

En aquellos años, el nacionalismo empieza a hacerse asfixiante. Se comienzan a multar a los locales que no rotulan en catalán, en los colegios el castellano comienza a hacerse residual y en los medios de comunicación el ataque al disidente comienza a hacerse muy fuerte. Todo ello, unido al run-run de la corrupción de Convergència, hace que la Catalunya no nacionalista comience a moverse. Así, sube la participación un 15% y Pujol pierde la mayoría absoluta. De este modo, se ponía la primera piedra para que la izquierda pudiera destronar a Convergència y en 1999, de la mano de Pasqual Maragall, el PSC conseguía ser la fuerza más votada. No obstante, la caprichosa ley electoral hacía que Pujol tuviera más diputados y el PP permitiría la gobernabilidad.

El PSC sigue siendo la alternativa al nacionalismo, si bien es cierto que los socialistas, como diría Albert Boadella, «de estar tan cerca de la epidemia (nacionalista), no han podido (o no han querido, añado yo) evitarla

El socialismo catalán se comporta durante años como el Caballo de Troya para que el nacionalismo llegue a las zonas obreras. ¿Y qué mejor manera para convencer a éstas que acusar a todo lo español de fascismo o de derechas para que los obreros y sus hijos abracen el catalanismo, que finge ser bandera de la modernidad? Si en el resto de España la superioridad moral es de la izquierda contra la derecha, en Catalunya ésta corresponde a los nacionalistas frente a los constitucionalistas.

Acusar de españolismo a toda lucha obrera es algo común en la historia de esta tierra. Sucedió con Lerroux en la Semana Trágica y ocurrió con los anarquistas durante la República y la Guerra Civil. De hecho, el propio Joan Reventos, líder socialista de los inicios de la democracia, cuando se refería a la posibilidad de que hubiese habido una opción socialista no nacionalista, dijo en la presentación de sus memorias que «no quería que se instaurara con fuerza una opción lerrouxista y preferí la hegemonía de CiU.«

El complejo del socialismo con el nacionalismo catalán podía haber terminado en 1999 cuando Josep Borell, un socialista catalán sin miedo a decir que se siente español, pudo ser secretario general del PSOE y candidato a la presidencia española. Sin embargo, una denuncia de corrupción sobre dos de sus colaboradores le hizo renunciar y truncar una brillante carrera política. Curiosamente, y según relata Antonio Robles en su libro Del fraude histórico del PSC al síndrome de Cataluña, aquella denuncia llegó desde el propio círculo dirigente de los socialistas catalanes.  

En ese mismo año, por primera vez la victoria en las Autonómicas por parte de Pujol no era clara y el que había sido alcalde de Barcelona en la época de los Juegos Olímpicos, Pasqual Maragall, salía a hacerle frente. Los socialistas de Catalunya parece que creían en un proyecto y consiguen ser la fuerza más votada. No obstante, da la victoria en diputados a Convergència que, gracias al voto favorable del Partido Popular, gobernará en Catalunya, «devolviendo el favor» del voto de Convergència en la investidura de Aznar como presidente del Gobierno.

Aquellos pactos harán que, por primera vez, las elecciones catalanas comiencen a mirarse desde la perspectiva derecha-izquierda, por encima de nacionalismo-constitucionalismo. En 2003 Maragall vuelve a ganar en votos pero no en diputados, sin embargo, esta vez ERC pasa a ser clave para la gobernabilidad y los independentistas de izquierdas prefieren pactar con el PSC (junto a Iniciativa) antes que con CiU, a la que empiezan a salpicar casos de corrupción.

Por primera vez, la izquierda logra gobernar Catalunya, siendo muy crítica con Convergència. Maragall insinúa las mordidas del 3% que CiU cobraba por las obras públicas, por más que después pediría perdón. El PSC continúa las políticas nacionalistas de Pujol y el desencanto vuelve a la izquierda no nacionalista, sobre todo a raíz del nuevo Estatuto, que es votado en 2006, por más que no fuera una demanda de los catalanes y que sólo votara un 46% de la población. El nuevo referéndum contaba con el apoyo de PSC, ICV y CiU y, en él, se situaba a los castellanohablantes como ciudadanos de segunda categoría en Cataluña, lo que llevó a que muchos abandonaran el PSC y que, tras la plataforma Ciutadans de Catalunya, acabara naciendo el partido Ciudadanos.

A raíz de ahí, los no nacionalistas perdieron la esperanza de que el PSC fuese quién les librara del nacionalismo catalán, suponiendo la pérdida de 5 diputados en 2006 (aunque repitió el Tripartit), 9 más en 2010, 8 en 2012 y 4 más en 2015, a pesar de que en este último año ya había reculado (en parte por estrategia electoral) su apoyo al nacionalismo catalán. Si en 1999 la izquierda teóricamente no nacionalista, PSC e Iniciativa, tenía 51 diputados, en 2015 sumaba 26 entre PSC y Catalunya sí que es pot. Es decir, perdía 25 diputados, justo el número que conseguía Ciudadanos en las últimas elecciones y que les colocaba como líderes de la oposición.