Puigdemont menosprecia a los catalanes que no votaron a Junts pel Sí

La tan pronunciada frase de «Quiero ser el alcalde o el Presidente o el Rey de todos» la mayoría de las veces nos suena ya hueca. Ninguno de nosotros nos acabamos de creer a esos políticos que quieren gobernar para todos, para los que les han votado y los que no. Pero eso no quita que ese debiera ser, dentro de lo posible, el propósito de los cargos públicos a los que los ciudadanos les dan su confianza.

Mariano Rajoy ha citado en el Senado a todos los presidentes autonómicos el próximo día 17 de enero, entre otras cosas para hablar de la financiación económica de las diferentes autonomías españolas. Obviamente, la financiación de las comunidades españolas es un caso difícil de resolver.

Sin embargo, en un acto de prepotencia más, ni el President de la Generalitat ni el Lehendakari vasco van a acudir a la cita. Puigdemont lleva meses pidiendo cita a Rajoy, quiere hablar de tú a tú, de presidente nacional a presidente nacional. Es decir, Puigdemont quiere que el Presidente del Gobierno forme parte de ese mundo imaginario que hay en la cabeza de los separatistas.

No entrando a valorar los fines políticos de Puigdemont y los suyos, no asistiendo a la cita de los Presidentes Autonómicos, el President de la Generalitat no falta el respeto a eso que ellos llaman «el Estado Español», sino que a quien lo hace es al resto de autonomías. El nacionalismo es eso, exclusión y supremacismo. En realidad, también es complejo, porque los separatistas catalanes y vascos no se sienten superiores a los españoles en sí, pero sí a la gran mayoría de autonomías y a estas son a las que desprecian no acudiendo a la cita.

Puigdemont también desprecia a los catalanes que no le han votado aunque, en realidad, deberíamos decir que lo hace con los catalanes que no votaron a Junts pel Sí, puesto que a él no lo votó nadie, dado que no era el candidato. Porque los catalanes tienen derecho a que su President esté en esa cita autonómica y que luche por una mejor financiación para su tierra, a lo que no tiene derecho Puigdemont es a menospreciar a los que no le votaron, por más que ya sepamos que, para los separatistas, los catalanes que no lo somos son considerados ciudadanos de segunda, a pesar de que sigamos siendo quienes le pagamos el sueldo para que represente a todos los catalanes. Dejar la silla de Catalunya vacía, que no es la de Puigdemont, ni la de Junts pel Sí, sino la de todos los catalanes, es vergonzoso.

Por último, Puigdemont quiere demostrar a los suyos que Catalunya ya no está en la fase de tratar ser una autonomía mejor, sino que, verdaderamente, va camino de ser un estado independiente, por más que para ello no tenga más plan que volver al día de la marmota, regresar al 9N para realizar un referéndum ilegal en el que solamente acudirán los separatistas y que no tendría más valor que el enfrentar a la gente. Un enfrentamiento que, por cierto, llevó el pasado día 5 de enero al asesinato de un defensor del separatismo a otro que no lo era en Ciutat Vella, cuestión que los medios del régimen han tratado de silenciar, quitar importancia y tergiversar.

El 9N fue, de algún modo, un nuevo episodio de los pactos entre el PP y Convergència, un «tú no me lo prohíbes y yo hago un referéndum light». Esta vez, el Gobierno no debería permitir que el Govern vuelva a saltarse la Ley y, para ello, no debe esperar a que se acerque el momento de la cita. Nada les gustaría más a los separatistas que observar cómo la Policía retira las cajas de cartón y las papeletas de la infamia. Sin embargo, lo que se debería hacer es hacer cumplir la Ley a los funcionarios del Estado que, al fin y al cabo, son quienes deben abrir los colegios electorales.

Además, como siempre digo, por más que parezca difícil, hay que hacer ver a los separatistas que Puigdemont se equivoca, que los que apuestan por el separatismo vuelven a equivocarse una vez más para que, cuando sean las próximas autonómicas catalanas (que no tardará mucho), apuesten por un cambio, que no voten a partidos separatistas creyendo que son los únicos que aman Catalunya, porque a nuestra tierra la amamos todos.

Los separatistas catalanes piden apoyo a los neonazis finlandeses

Desde el siglo XV y durante 400 años, Finlandia estuvo unida a Suecia. Fue ocupada por Rusia en 1808 y anexionada en 1809. El Zar fue designado Gran Duque de Finlandia, sin embargo, gozaba de un estatuto autónomo con su propia constitución, su parlamento, aduanas, religión y ejército.

Durante la Primera Guerra Mundial, Finlandia se mantiene al margen del conflicto, pero en 1917, cuando estalla la revolución bolchevique, Finlandia ve la oportunidad de ganar su independencia de Rusia. El 18 de diciembre de 1917, el Comité de Comisarios del Pueblo Soviético reconoce la independencia de la República de Finlandia mediante un manifiesto.

En 1920 se firmó el Tratado de Dorpat mediante el cual se fijaban las fronteras entre ambos países. El 21 de enero de 1932, Finlandia y la URSS firmaron un pacto de no-agresión que se mantuvo vigente hasta que estalló la Segunda Guerra Mundial.

Alemania y la Unión Soviética firman su pacto de no agresión en el cual Alemania reconoce que Finlandia se encuentra dentro de la esfera de intereses de la Unión Soviética y, con ello, los soviéticos se ven con las manos libres para actuar, exigiéndole al gobierno de Finlandia la devolución de territorios que, según los soviéticos, les pertenecen.  Finlandia se niega rotundamente.

El 13 de noviembre, una delegación finesa regresa de Moscú sin haber llegado a un acuerdo. El 28, Moscú rompe relaciones con Helsinki y el 4 de diciembre la URSS termina la guerra de palabras y señala el comienzo de las hostilidades de la llamada Guerra de Invierno.

Antes de la invasión de Rusia por Alemania, Mannerheim envía oficiales a Alemania para coordinar posibles operaciones conjuntas en contra de la URSS y, cuando se inicia la Operación Barbarossa, Finlandia ve llegado el momento de recuperar los territorios perdidos y declara la guerra a la Unión Soviética. Con ayuda de Alemania, las tropas finesas cruzan la frontera y ocupan los territorios del Frente Norte.

Para entonces, el Mariscal Mannerheim ha sido nombrado Presidente de la República y en junio, viendo que la marea se revierte, decide pactar con los soviéticos, quienes avanzaban ya inexorablemente en dirección a Alemania. El 19 de septiembre de 1944, se firmaba la Tregua de Moscú la cual obligaba a Finlandia a entregar los territorios recuperados y, además, Petsamo. Mannerheim logra firmar un Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua con Stalin y sienta las bases para la Finlandia del futuro, a pesar de las serias restricciones impuestas por los Aliados.

El antisovietismo y, por ende, el anticomunismo han hecho que en Finlandia, desde la Guerra Mundial, haya habido un movimiento de ultraderecha, si bien es cierto que en los últimos años este movimiento ha ido a más tanto en Finlandia como en el resto de países nórdicos. El éxito de la extrema derecha en los países nórdicos se encuentra principalmente en la destrucción del antiguo Estado del Bienestar. En Finlandia, los Verdaderos Finlandeses han reunido en un mismo grupo a los ciudadanos que se sienten olvidados por el sistema gracias a un discurso populista.

El partido se ha visto envuelto en numerosas polémicas con respecto a sus ideas sobre la inmigración, de modo similar que lo ha hecho el Jobbik en Hungría o Amanecer Dorado en Grecia, con declaraciones muy desafortunadas sobre los musulmanes, los judíos y los inmigrantes en general.

Ahora, los Verdaderos Finlandeses tienen un nuevo aliado, Junts pel Sí, que se llaman así porque les faltaron atributos (entre las piernas, para que nos entendamos) para llamarse los Verdaderos Catalanes. Raül Romeva (sí, hombre, ese señor que sufre de alopecia y lleva gafas, ¿no les suena? Sí, hombre, aquel que iba de número 1 en la lista de los Verdaderos Catalanes) acudió el pasado miércoles de la mano de los Verdaderos Finlandeses al Parlamento del país nórdico para explicar el proyecto de lo que será Catadisney.

Simon Elo, autor de frases tan inteligentes (ironía) como «En Finlandia la inmigración ha llegado más tarde que a otros países, así que tenemos más tiempo para hacer las cosas bien» y diputado del Partido Finlandés, formación de extrema derecha, hizo de cicerone de Raül Romeva, es decir, al representante del independentismo catalán no le importó en absoluto ir de la mano de una fuerza populista, islamófoba, ultranacionalista y euroescéptica.

En realidad, no tiene nada de raro que los Verdaderos Finlandeses y los Verdaderos Catalanes se entiendan. Realmente, es más lo que les une que lo que les separa. El racismo, la xenofobia y defender a los adinerados es su libro de ruta. Las palabras que desde los Verdaderos Finlandeses se tienen hacia los emigrantes, hacia los europeos del sur o los africanos son las mismas que desde Junts pel Sí o los Verdaderos Catalanes hacia el resto de españoles. Joan Tardá decía hace unos días que «no tengo que ser solidario con los españoles», esa frase pasó desapercibida pero, cambien España por cualquier otra nación o raza, «No tengo que ser solidario con los judíos», «No tengo que ser solidario con las árabes», «No tengo que ser solidario con los somalís», «No tengo que ser solidario con los saharauis», «No tengo que ser solidario con… los españoles».

Como ya he dicho, es normal que los Verdaderos Finalandeses y los Verdaderos Catalanes se entiendan, lo que más me gusta de todo esto es que Raül Romeva sepa quiénes son los suyos, que no se esconda, que una lazos con los demás racistas y xenófobos de Europa. Sin embargo, lo que no entiendo es que no se le dé importancia a esto. ¿Se imaginan qué hubiera pasado si alguien del Partido Popular hubiera ido de la mano de un Partido Neonazi? ¡Tendrían en La Sexta para un mes de programas monotemáticos!

Fuente de la fotografía de portada: Libertad Digital

Recuperar el sentido común en Cataluña

No hace tanto, el Partido Popular y Convergència i Unió eran algo así como hermanos siameses. En Catalunya muchos votantes del PP votaban a CiU y, en cambio, muchos votantes de CiU en las Elecciones Generales votaban a los Populares pues, al fin y al cabo, representan cosas similares, siendo ambos el partido que quería conservar en España los poderes que tenían desde tiempos muy lejanos. Con la deriva separatista, Convergència ha variado su ruta, pero el que fuera el partido de Pujol no dejaba de representar a esas familias que eran franquistas con Franco y monárquicas con el Rey, con tal de estar con el poder.

En realidad, la crisis política española es en gran parte a causa del divorcio del PP con CiU, dos partidos que en algunos asuntos han actuado como mafias sicilianas que tenían un pacto de no agresión, un pacto que a mí como catalán me duele especialmente ya que con él han tenido a mi tierra como campo de juego. La catalanofobia ha sido parte central del gran plan pues que los catalanes fueran mal vistos daba votos la PP en el resto de España y creaba una actitud hostil hacia Catalunya que beneficiaba a Convergència en mi tierra.

Sin embargo, el Partido Popular no cuidó a Jordi Pujol y la lucha de los medios de comunicación y de Ciudadanos en el Parlament, además de la inestimable ayuda de la ex del hijo de Pujol, Maria Victoria Álvarez, ha destapado muchos de los asuntos de la familia que durante años ha actuado (y sigue haciéndolo) en Catalunya como si de una familia real se tratara.

El independentismo de Convergència no es más que una cortina de humo, un tirar para adelante, con tal de salvar la cabeza de Jordi Pujol y los demás implicados en el saqueo que se ha hecho en Catalunya por parte de estos caraduras que se han vendido como padres de esta. Fingir que el dinero no ha «trincado» Convergència y decir que España nos roba han sido el truco de magia para que en todos estos años en mi tierra no se haya hablado del mayor caso de corrupción de Europa perpetrado por Pujol y los suyos. La independencia lo ha tapado todo.

El problema es que lo de la Independencia, que era un objetivo y para eso llevan treinta años comiendo la cabeza a los niños en los colegios y la televisión catalana, se tuvo que adelantar y, claro, nos topamos con el problema de que en Catalunya la mayoría de las personas no son independentistas y éste es en el himpas donde nos encontramos ahora, tratando de hacer tiempo hasta que los separatistas sean el 50% +1.

Para que eso ocurra, se dan todas las posibilidades: hacer votar a los menores de 18, a los extranjeros, incluso la ANC ya ha dicho que no votarán los ciudadanos de Catalunya sino el pueblo catalán, es decir, sólo votarían los nacidos en Catalunya.

Hay que reconocer que en Convergència listos son. Artur Mas se ha quitado de en medio y, como Presidenta del Parlament (que es quien verdaderamente está cometiendo irregularidades), han puesto a Carme Forcadell quien, en realidad, no es del partido.

Los que sí son de Convergència, Homs, Mas y demás personas que han tenido que ir a declarar por el butifarréndum del 9 de noviembre, tratan de hacerse los fuertes pero lo cierto es que, tras el último 11 de septiembre en el que acudieron un millón de personas menos que el año anterior, se empiezan a oír muchas voces que reculan. Desde Convergència se comienza a dudar, ya se descarta realizar el referéndum unilateral y hablan de cómo hacer uno vinculante.

La CUP, que son conscientes de que no habrá independencia y de que, probablemente, vayamos a nuevas elecciones, tratan de no romper el pacto con Junts pel Sí para que la sociedad tenga claro que ellos son los verdaderos independentistas.

Lo triste de la Catalunya que viene es que en ella quizá Podemos o el nuevo partido que creen Colau y los suyos pueden verse beneficiados cuando los que han votado independentismo en el futuro abandonen esa opción. Los partidos que apuestan por un referéndum sin decir si quieren el Sí o el No son aún más dañinos para esta tierra que los propios independentistas.

Catalunya debe volver al «seny», al sentido común y no dejar de defender sus posturas, no dejar de defender su cultura y su lengua, pero siempre teniendo en cuenta que la cultura y la lengua castellanas son tan catalanas como el catalán. En realidad, es ese el punto de unión que los catalanes tenemos y por el cual deberíamos resolver las diferencias. No necesitamos que el PP machaque a Catalunya, no sólo porque crea independentistas, que sí los crea, sino porque quien está desinchado el globo separatista es el propio pueblo catalán.

Espero que llegue el día en el que los que están más cerca del idioma y la cultura catalanes defiendan la catalanidad de las costumbres y el idioma castellanos, así como los que estamos más cerca del idioma y la cultura castellanos tenemos que defender también la españolidad de las costumbres y el idioma catalanes. Ese es el verdadero punto de unión y no enfrentar a la sociedad como quieren hacer los separatistas y Podemos.

El último delirio separatista: amenazan con tomar las calles

Que esta sociedad está pecando de «buenisno» creo que es más que evidente. El viejo refrán popular de «Les das la mano y te cogen todo el brazo» en el día a día lo podemos ver en nuestras vidas y tenemos mil ejemplos de ello, desde los manteros de la Colau, que están perjudicando a los respetables comerciantes de Barcelona, hasta al hecho de llamar hombres de paz a personas que estuvieron en ETA.

En el tema independentista se está pecando de buenismo también. Se está tratando de hacer cumplir la Ley, lo sabemos, pero del modo más light posible, quizá queriendo llevar a los independentistas al hastío. Pero hay cosas que no deben permitirse ya que, como he dicho otras veces, el independentismo no es un delito, no es algo que haya que perseguir, pero lo que sí va contra la Ley es la independencia.

Que los políticos independentistas catalanes aprovechen el separatismo para saltarse la Ley es del todo lamentable, no ya por el hecho de que se estén extralimitando en sus acciones, sino porque están llamando la pueblo a desobedecer.

Mientras, Mariano Rajoy, el hombre tranquilo, sigue con los recursos al Tribunal que no acatan los golpistas catalanes. Y no digo yo que no sea la mejor solución política la que está haciendo el Partido Popular, lo que sí sé es que los catalanes constitucionalistas, los que queremos seguir siendo españoles y europeos, es decir, los no-golpistas, tenemos la sensación de que el Gobierno de los populares está siendo demasiado blando. Porque a los catalanes no nos basta con que Catalunya no se independice, porque eso sabemos que no va a pasar, sino que, para nosotros, la prioridad es que no haya altercados, que no haya heridos y eso, a día de hoy, es algo que personalmente yo no descarto que pueda pasar.

El llamamiento al golpe de Estado que los diputados al Parlament de Junts pel Sí y la CUP realizaron no puede quedar en anécdota. La Presidenta del Parlament, la xenófoba y racista Carme Forcadell, fue obsequiada con el sueldo de Presidente, que es nada menos que de 121.679 euros al año, a cambio de ser la tonta útil para desobedecer al Estado. Por ello, no puede seguir en su puesto, ha de ser inhabilitada a la voz de ya, más allá de las distintas penas que merezca.

El Tribunal está trabajando en ello y la respuesta del nacional-catalanismo a eso es amenazar con tomar las calles, amenazar con una revuelta contra el Estado de Derecho, la Constitución y el Estatuto de Catalunya. Y esto… ¿tampoco es un delito? ¿Qué ocurre? ¿Que vivimos en una anarquía? ¿Puede la líder de la CUP Anna Gabriel decir que «Una eventual inhabilitación de cargos supondrá un punto de no retorno, el país responderá» o Ignasi Planas de ERC que «Entiendan bien que el inicio de acciones penales contra Carme Forcadell será el inicio de una revuelta» sin que pase nada?

Obviamente, la revuelta es otro brindis al sol de estos impresentables y, lógicamente, tengo aún menos miedo a la independencia guerrillera que a la política. Pero, ¿qué ocurrirá si hay un solo herido? ¿Habrá valido la pena todo este delirio separatista? ¿Habrá obrado bien el Gobierno central siendo tan permisivo?

Catalunya está secuestrada por los representantes de la minoría separatista y, más allá de las quejas de los representantes constitucionalistas en el Parlament y de los municipios que, poco a poco, se van sumando a condenar la actitud del gobierno de la Generalitat, los catalanes nos sentimos amenazados por unos políticos golpistas que han firmado que, hagan lo que hagan, pase lo que pase, nos hagan lo que nos hagan, ningún tribunal podrá juzgarlo.

 

Fuente de la fotografía de portada: www.abc.es

Viva la Resistencia

Como todos sabemos, el gobierno de la Generalitat se ha saltado la Ley, es más, ha declarado que no hay ley, tribunal o juez que esté por encima del gobierno de Junts pel Sí y la CUP. En el Parlament de Catalunya, asistimos a un frontal golpe contra al Estado a bombo y platillo y televisado. El gobierno catalán sólo obedece al pueblo, al 47% que votaron a Junts pel Sí y la CUP, es decir, en realidad obedece sólo al 35% de la población con derecho a voto. Sin embargo, hacen ver que eso no existe.

La oposición se portó bien, aunque no todos igual de bien, pero no pidamos peras al olmo. Los miembros del PSC se negaron a votar y, depende cómo sople el viento, en el futuro siempre podrán decir que ellos no votaron a favor de la desconexión, pero tampoco en contra, cosa que sí hizo Catalaunya Sí que es Pot, que sigue erre que erre en un referéndum que es tan ilegal como la desconexión, pero que a la vista de las personas parece menos agresivo.

El Partido Popular y Ciudadanos hicieron lo que había que hacer, salir de la cámara, no formar parte de ese sainete, no asistir a esa ofensa a las libertades, a la democracia, al Estat de Catalunya y a la Constitución. Eso sí, los del Partido Popular catalán deberían decirle a sus colegas de Madrid que estos son los mismos a los que luego se les quiere regalar grupo propio en el Congreso y 3 millones de euros.

La parte positiva de todo esto es volver a ver que, a diferencia de años atrás, ahora sí hay oposición. Inés Arrimadas volvió a dar un repaso a los intolerantes separatistas. La líder de la resistencia, porque hay que llamarnos así, la resistencia a los que cada día tenemos que sentir el odio, el desprecio y la ingratitud de estos desalmados, Inés, mostró una vez más que hay una Catalunya sensata que no se va a dejar amedrentar por los delirios de unos políticos iluminados y golpistas.

Cada día siento más pena y vergüenza de lo que ocurre en mi tierra, Catalunya, observando que estamos rodeados de personas que apoyan, sonríen o se ponen de lado ante la desfachatez de un nacionalismo autoritario golpista, xenófobo y racista, que está dividiendo a Catalunya entre quienes ellos consideran buenos y malos catalanes.

A esas personas, a las que les apoyan, les sonríen, se ponen de lado… les dedico estas palabras de Martin Niemöller: «Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista. Cuando vinieron a llevarse a los judíos,no protesté, porque yo no era judío. Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar».

Ha llegado el momento en el que esto no es sólo un asunto político. La Generalitat de Catalunya no escucha a la mayoría del pueblo, nos hace ciudadanos de segunda, ha colocado un virtual muro en nuestra tierra y no, ya no vale ponerse de perfil «¿eres de la resistencia o eres cómplice de los que se saltan la Ley?». Tienes que elegir pero, como Niemöller, debes pensarlo bien, porque hoy se persigue a Ciudadanos y al Partido Popular, a los que la ahora Presidenta del Parlament Carme Forcadell acusó en un mitin de la ANC (insisto, no significa Algunos Nazis Catalanes, no se confundan, sino Asamblea Nacional Catalana) de no ser catalanes, pero ya sabemos cómo funciona esto después. Ahí tenemos la historia. Así que, si estás del lado de los totalitarios, piénsalo bien… ¿eres totalmente catalán, lo suficientemente catalán para ellos? ¿Tu padre es catalán? ¿Y tu madre? ¿Y tu mujer?, ¿Y tu novio?…

Porque hoy son Ciudadanos y PP, pero guardas silencio porque no eres de C’s ni de PP; después serán PSOE y Podemos, pero guardas silencio porque no eres del PSOE ni de Podemos; después mirarán en qué idioma hablas; mirarán dónde nació tu padre, tu madre, tu mujer, tu novio… y, entonces, ya no tendrás a quién protestar.

¡Viva la resistencia!

 

Fuente de la fotografía de portada: elpais.com

Catalunya año cero

Sin la separación de poderes, los gobiernos no se podrían llamar democráticos, es decir, serían, digámoslo así y para que todos me entiendan, dictaduras elegidas democráticamente, pero dictaduras al fin y al cabo. Yo creo que nadie, absolutamente nadie, tiene a día de hoy ninguna duda de que, por ejemplo, Adolf Hitler fue un dictador más allá de que ganara unas elecciones.

El Tribunal Constitucional es independiente en su función como intérprete supremo de la Constitución y está sometido sólo a la Constitución y a dicha Ley. Sin embargo, ayer el gobierno de la Generalitat hizo algo inédito en nuestro país, desobedecer al Tribunal Constitucional, desobedecer la Ley y el orden porque, según ellos, sólo obedecen al pueblo catalán. ¿Cómo se puede ser tan impresentable, tan malintencionado y tan sinvergüenza para hablar en nombre de los catalanes, en nombre de Catalunya, en una moción que los representantes del 53% de la población se ha negado a votar por ilegal?

Si Junts pel Sí y la CUP no gobiernan para todos los catalanes, sino que solamente lo hacen para una parte, y desoyen al resto de la población, que además es mayoría, significa que en mi tierra no hay democracia. Para los separatistas, quienes no les votan no merecen representación, no son ciudadanos de pleno derecho, no son personas, no son humanos. El gobierno xenófobo y racista de Catalunya está haciendo algo muy peligroso, separar a todo un pueblo, poner un muro sin alambradas ni hormigón pero, en definitiva, un muro que separa a los para ellos buenos y malos catalanes.

El gobierno de la Generalitat ha desobedecido al Tribunal, ha desobedecido la Ley y el Estado de Derecho, con lo cual el gobierno catalán se ha convertido en ilegítimo. Sabemos lo que pasará ahora, PP, PSOE y C’s llevarán la resolución al propio Tribunal y seguiremos jugando al ratón y al gato. Es lo que ocurre cuando, en lugar de tener a un presidente serio, tienes al hombre del plasma. En cualquier país serio, la Presidenta del Parlament, la racista y xenófoba Carme Forcadell, sería detenida por golpista, pero con el gobierno del PP ya sabemos que nunca ocurre nada.

Para más inri, el golpe de estado ha sido televisado por la televisión pública catalana, esa televisión que los infrahumanos, los que no tenemos derecho a hablar, los colonos y botiflers, también pagamos y en la que tenemos que aguantar cómo se nos insulta, cómo se nos menosprecia. El No-Do del régimen nacional-catalanista hoy daba paso a la publicidad o el presentador hablaba encima cada vez que la líder de la oposición, Inés Arrimadas, iba a comenzar su turno de palabra. Finalmente, Podemos votó en contra, PSC se negó a votar, Ciudadanos y PP abandonaron el Parlament.

Toda esta pantomima tiene sólo un motivo: Carles Puigdemont necesita el Sí de la CUP en el voto de confianza y ahora ya lo tiene. E, insisto en algo: yo no temo por la independencia de Catalunya, porque no llegará nunca, porque el pueblo no la quiere, pero la ruptura en dos bandos de la sociedad civil en Catalunya sí es algo peligroso, muy peligroso, es algo que ya hemos vivido en este país y sabemos las consecuencias que tiene.

Ayer Junts pel Sí y la CUP votaron iniciar el proceso constituyente de Catalunya como nación independiente de España. Obviamente, no es más que un brindis al sol, simplemente es otra provocación de estos fanáticos nacionalistas que hablan de la independencia como el futuro pero que, sin embargo, vuelven a la época feudal tanto en pensamiento, ya que son de la opinión de la que la soberanía está en los territorios y no en los ciudadanos, como en la práctica, dado que incluso tienen como mapa político organizar Catalunya en veguerías, como en el siglo XII.

Un día triste para Catalunya, un día triste para la democracia ya que en Catalunya no hay corrupción parece, no hay problemas sociales parece, ni de sanidad, ni de educación… en Catalunya sólo existe la independencia y, con eso, se arreglará todo. Ayer el Parlament secundó que «las leyes que se aprueben no son susceptibles de control, suspensión o impugnación por cualquier otro control por parte de ningún otro poder, juzgado o tribunal».

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Un partido nuevo, una mentalidad vieja

El anuncio de que Artur Mas será el Presidente del Partit Demòcrata Català, es decir, la antigua Convergència, hace buena la expresión popular de «ser los mismos perros pero con diferente collar». Los electores catalanes pondrán en su sitio la operación de estética de la antigua Convergència pero, sinceramente, me extrañaría mucho que esta «performance» le pueda salir bien a Artur Mas.

Al que fuera President de la Generalitat, igual que ocurre con Mariano Rajoy, hay que alabarle cómo consigue sobrevivir una y otra vez cuando lo dan por muerto. Realmente, si Mas no se hubiera inventado el Procés, no se hubiera inventado a Junts pel Sí y, a día de hoy, él y los suyos estarían en la oposición desde 2014. Sin embargo, vamos a llegar como mínimo a 2017 con Carles Puigdemont, es decir, con Artur Mas en el poder.

Lo que ocurra en el futuro de la política catalana va a depender mucho de ERC pues tendrán que elegir entre desmembrar Junts pel Sí y, probablemente, ganar las elecciones (eso sí, dejando la independencia para más adelante) o permanecer en la coalición con el objetivo de la independencia pero liderado por los de siempre, por la burguesía barcelonesa que ahora son independentistas, antes catalanistas, antes franquistas y antes monárquicos, todo para estar siempre en el poder.

Estratégicamente, si entendemos que el objetivo de Mas, Pujol y todos los demás es mantener el poder, obviamente, lo están haciendo bien aunque, sin embargo, no dejan de estar en manos de Esquerra, que ha superado a los Convergentes en las dos últimas elecciones generales. Ahora, con el nuevo nombre, como ya dije en una entrada anterior, creo que podría ser un buen momento para que muchos votantes de CDC, que votaban dicho partido casi como una más de las tradiciones catalanas, den la espalda a PDC y se unan a otras fuerzas sin sonrojarse.

Insisto en este tema porque, viviendo el día a día de la extraña Catalunya en la que vivo, estoy completamente seguro de que los votantes de Convergència no aprueban esta metamorfosis de Mas y los suyos. Obviamente, no son solamente sensaciones, los datos son claros en las autonómicas catalanas de 2015 donde Junts pel Sí consiguió el 39,65 de los votos, mientras que por separado en 2012 tenían el 44,4% y en 2010 antes de que comenzara la locura soberanista el 45,5%. Precisamente en ese 2010, sólo CiU tenía el mismo porcentaje que ahora tiene Junts pel Sí.

El independentismo ha sido la salvación de Convergència, pero también puede ser su defunción. Curiosamente, entre los jóvenes, el nacionalismo catalán es visto como un fenómeno progresista y de izquierdas, imagino que por el simple hecho de que ven al Partido Popular como el enemigo, pero el nacionalismo siempre es de derechas, de extrema derecha, ultra conservador, porque el nacionalismo nos lleva a la época feudal en la que todo, incluido los ciudadanos, pertenecían a la nación, al reino o al condado.

El progresismo es todo lo contrario, es dar la soberanía al pueblo, es que todos esos ciudadanos sean iguales y gocen de los mismos derechos. Por eso, en los próximos años, cuando muchos jóvenes y no tan jóvenes catalanes vean cómo acaba el hechizo y el carruaje vuelva a convertirse en una calabaza, tendrán que elegir qué camino tomar. Y, cuando pase esto, entre los independentistas convencidos (una minoría), ¿cuántos de ellos iban a ver más cercanos a sus pensamientos los del Partit Demòcrata que los de Esquerra Republicana?

El Partit Demòcrata Català es un partido nuevo pero con una mentalidad vieja. Ciertamente, me sorprendería que en los próximos meses, cuando las encuestas sigan dando datos a la baja de los partidos secesionistas, no surgiese una tendencia, digámoslo así, «regionalista» de la antigua Convergència, un partido que defienda la cultura, la lengua catalana sin olvidar los temas sociales y que todo eso lo pueda hacer desde la Constitución, la Ley y con el objetivo de unir a los catalanes y no dividirlos.

En mi opinión y como ya dije en otra ocasión, los catalanistas moderados no tendrían que hacer un nuevo partido pues creo que ya tienen su sitio en Ciudadanos ya que no hay un lugar mejor donde defender el verdadero catalanismo, el cual realmente no es más que el anhelo catalán de ser importante en España. Pero ese paso lo veo difícil porque el nacionalismo catalán y el nacionalismo castellano del PP tratan de enfrentar de tal modo a la sociedad civil catalana que están alineando a personas en frentes muy marcados, tanto que los clichés que tiene Ciudadanos son montañas a subir.

¿Cómo se convence a un catalanista moderado que es machacado a diario por medios de comunicación, políticos, amigos y familiares que C’s no es un partido anticatalán? ¿Que no es un partido de derechas? ¿Que no es un partido colonizador? ¿Que no es, como dijo la misma Carme Forcadell, un partido de no catalanes? Y a la vez, ¿cómo se convence a los castellanoparlantes que no les dejan hablar su idioma en los colegios o en las instituciones públicas de que hay que estar orgulloso de ser catalanes? ¿De que tenemos que defender nuestra tierra más allá de los Mas, Pujol, etc.?

Difícil batalla es esta, pero es una lucha en la que no hay que desfallecer. Primero, porque debemos cuidarnos mucho del nacionalismo catalán, porque por más que lo vendan como algo moderno, como una moda juvenil, el nacionalismo es lo que es y la historia está ahí para no volver a caer en los mismos errores, más cuando el nacionalismo catalán cuenta con asociaciones como la ANC (que significa Assemblea Nacional Catalana y no Algunos Nazis Catalanes, como alguno podría pensar) que declaran, sin cortarse, el odio a España, a los españoles, incluidos los catalanes que nos sentimos españoles.

 

Fuente de la fotografía de portada: www.expansion.com

¿A dónde vas Convergència?

Convergència pudo llamarse en su día PNC, es decir, Partido Nacionalista Catalán, muy al estilo del Partido Nacionalista Vasco. Sin embargo, fue el propio Jordi Pujol quien se negó a ese nombre ya que, a su parecer, no había que dar la posibilidad de que se les viese como un partido nacionalista dado que Convergència no debía ser un partido nacionalista, sino el partido nacionalista catalán, el único.

No fue una mala táctica para el partido pues, durante décadas, todo catalanista sintió la obligación de apoyar al partido, sobre todo mientras Jordi Pujol fue su líder. A Convergència no solamente lo apoyaban los burgueses y empresarios de Catalunya, sino también prácticamente toda persona que se sintiera catalanista en cualquiera de sus términos, los que querían la independencia, los que querían más autonomía, los que querían que Catalunyha fuese el motor de España e, incluso, personas «españolistas» que veían más peligroso el catalanismo de izquierdas, que ese sí tenía como una aspiración la independencia y podía llegar al poder, como así acabaría siendo, con el apoyo de PSC e Iniciativa.

Así, Jordi Pujol se convirtió en algo más que un político o un líder; era algo así como el «Rey de Catalunya», la persona que hacía y deshacía. Así mismo, consiguió que toda crítica contra él o contra el partido fuese vista, por gran parte del pueblo, como un ataque a Catalunya y al catalanismo en cualquiera de sus formas de verlo. Para Pujol, no era difícil lograr eso pues, al fin y al cabo, la base de su electorado provenía de familias que habían sido franquistas y antes monárquicos, con que la idea de un líder único que gobernase los destinos del pueblo por el bien de la nación la tenían en el ADN.

Ya he dicho en otras entradas que, aquí en mi tierra, era muy normal que las personas que confiaban en el Partido Popular en las elecciones Generales votaran a CiU en autonómicas y viceversa, más aún cuando, ante la posibilidad de un empate técnico, se apelaba al voto útil. De modo que al partido de Pujol en algunas épocas le votaban conservadores, cristianos, catalanistas y españolistas de derecha. Los dos bloques de intención de voto se rompieron cuando, para destronar a CiU, los socialistas catalanes se unieron a ICV y, sobre todo, a Esquerra, que había sido visto siempre como un partido radical y peligroso que no tenía reparos en cuestiones como integrar en sus filas a miembros de la banda terrorista Terra Lliure. Para que me entiendan los más jóvenes, la ERC de los 80 y 90 era vista, probablemente y para la época, como un partido más radical de lo que es la CUP ahora.

El gobierno del Tripartit fue quien cambió la historia de la Catalunya reciente. Un partido como el socialista jamás debería haber pactado un gobierno autonómico con un partido de Esquerra y lo pagó muy caro. Por un lado, porque una vez que estaban juntos, muchas personas que hasta entonces habían votado socialista creían ahora que el voto de izquierda más útil era el de ERC y, por el otro, porque muchos votantes, no entendiendo esa unión, decidieron apoyar a Ciudadanos, partido que acababa de formarse y que suponía una formación claramente contraria al nacionalismo.

Desde ese día, comenzamos a darnos cuenta de que la Catalunya abierta a las personas que habían venido de otros lados de España no había sido más que una mentira, que la Catalunya integradora y cosmopolita no había sido más que una táctica electoral y que en el gobierno de CiU había claros prejuicios racistas y xenófobos contra los catalanes de origen español. En ese momento y a causa de que se descubren multitud de casos de corrupción por parte de Convergència, los cuales afectan al mismísimo Jordi Pujol y familia, al tener un dinero en varios paraísos fiscales, al parecer procedente de mordidas de los contratos efectuados por la Generalitat de Catalunya, Convergència decide pasarse al separatismo catalán creyendo que treinta años de adoctrinamiento catalanista en las escuelas y medios de comunicación han debido de ser suficientes para que una mayoría les siga en el camino al precipicio.

Ya sabemos lo que ocurrió: Artur Mas quiso hacer de unas autonómicas un referéndum en el que, por cierto, perdieron los separatistas, aunque eso no fue lo más destacable ya que ERC y la CUP se pusieron del lado de Convergència, manchándose de sus tramas, de su corrupción y de su independentismo xenófobo. Mientras todo eso ocurre, Convergència se desangra tanto y tiene tan sucia su marca que, en estos días, trata de refundarse, de encontrar otro nombre, otras siglas, para que, como hizo hace ya casi 40 años, siga viéndose como el único partido nacionalista catalán. Pero no es cuestión de un nombre, es cuestión de saber «¿A dónde vas Convergència?», cuando están perdiendo votos a chorros, cuando sus votantes son ya únicamente personas mayores que, a estas alturas, «no van a cambiarse de chaqueta» y jóvenes claramente clasistas que desprecian más a según qué parte de la población por su nivel económico que por de dónde provienen.

Se llame Democracia i Llibertat, Catalunya Estat o Junts per Catalunya, Convergència, la Convergència del 3%, no es un partido de futuro. Todo parece indicar que, dentro del soberanismo, muchos de sus votantes prefieren a ERC y que muchos catalanistas no independentistas han elegido a Ciudadanos y al Partido Popular en estas últimas elecciones. Por eso, soy de la opinión de que el cambio de nombre debe ser una forma tranquila para los que hasta ahora han votado a Convergència se cambien la chaqueta, simplemente porque ya se ha quedado pequeña; esta ya está en la basura y estoy completamente seguro de que la mayoría de catalanistas no son independentistas y de que quizá ha llegado el momento de que el catalanismo vuelva a ser lo que siempre fue, el anhelo de los catalanes de llevar las riendas de la economía y la política española. Estoy seguro de que esto acabará siendo así y de que Ciudadanos es el único partido que puede tender puentes entre los catalanes y el resto de españoles. Ahora sólo falta ver cuánto tiempo pasaremos en este proceso. Mientras más tarde, más tensión habrá en Catalunya, más amistades se perderán, más familias acabarán divididas. Por eso espero que ese cambio ocurra pronto pues los ciudadanos de Catalunya necesitamos trabajar unidos desde ya.

 

Fuente de la fotografía de portada: voxpopuli.com

El nacionalismo catalán invita al Parlament a quien legitimó la violencia para conseguir la independencia

En los últimos años, en el Parlament hemos visto actos vergonzosos, acciones que no son dignas de lo que debe representar la cámara catalana. En ella, se han visto actos grotescos, como que Jordi Pujol, el presunto corrupto más grande de España, amenazase a los Diputados mientras que estos (salvo Albert Rivera) bajaban la cabeza. «Si movéis el árbol, caerán todos» dijo el ex muy honorable al más puro estilo Corleone. En esos días, pudimos apreciar claramente cómo la mafia catalana y el independentismo van de la mano, pues son «cosa nostra», de aquí, de casa, así como también fue vergonzoso observar cómo a Oriol Junqueras de ERC y David Fernández de la CUP les duele menos que les roben los de casa.

Hemos vivido más casos grotescos, partiendo ya de que las últimas Presidentas del Parlament, Núria de Gispert y ahora Carme Forcadell, no están actuando de árbitro como su puesto requiere, sino que son totalmente partidistas, algo que conlleva a que se permitan cosas que en un Estado de Derecho son inadmisibles, como es que en estos años, desde la bancada de CiU, ERC, SI, CUP y ahora Junts pel Sí, se hayan hecho comentarios xenófobos y menosprecios socio-culturales a los habitantes del resto de España y a los catalanes de procedencia de alguna de las otras regiones del Estado.

En el Parlament, hace ya tiempo que olvidaron que esa cámara no es más que la representación del Estado en Catalunya, así como también la representación de todos los ciudadanos de Catalunya, no sólo de los que apoyan la independencia.

Ha habido Diputados que han maltratado y boicoteado la lengua castellana, mayoritaria entre los catalanes, y se ha acusado impunemente de fascistas a todos y a cada uno de los catalanes que nos sentimos también españoles y europeos. También han llamado colonos a esas personas, llegando a decir que «los mandó Franco en trenes para mezclar la sangre de los catalanes», con lo que yo pienso en el pobre de mi padre que, de haber sabido que era un colono, seguramente no se hubiera levantado a las 5 de la mañana durante más de 30 años.

En el Parlament, entre los independentistas y los miembros del PSC y de ICV, fieles aliados del nacionalismo catalán, no se ha representado a toda la población catalana, sino sólo a una parte, motivo por el cual en 2006 se alcanzó la participación más baja en Autonómicas ya que los catalanes no nacionalistas no se sentían representados en él. Desde entonces, cada vez han votado más personas, entre otras cuestiones por la presencia de C’s, que llegó para representar a este colectivo, de ahí que no sea casualidad que la participación haya subido desde entonces 59,9% en 2010, 67,7% en 2012 y 74,9 en 2015, a la vez que bajaban los parlamentarios independentistas 76-74-72 y subían los de Ciudadanos 3-9-25.

En esos años, muchos catalanes, en los que yo me incluyo, hemos dado la espalda al Parlament, hemos creído que no nos representaba, que hasta la aparición de C’s daba igual qué votar pues PSC pactaba con ERC y el PP con Convergència pero, con todo y con eso, no sentí la vergüenza que estoy sintiendo estos días.

Me parece increíble que esta pandilla de políticos fanáticos, llamados Junts pel Sí y la CUP, invite a Arnaldo Otegi al Parlament, a la casa de los catalanes. Me avergüenza «el todo vale» de esta independencia burguesa de los convergentes que primero eran monárquicos, luego franquistas, después catalanistas y que ahora son independentistas para salvar a la familia Pujol de la cárcel.

¿Qué hace este hombre en el Parlament? ¿Por qué invitan a quien fue miembro de ETA a la casa de los catalanes? ¿Qué nos va a enseñar? ¿A hacer capuchas? ¿A secuestrar? ¿Al tiro en la nuca? ¿Qué nos tiene que decir a los catalanes este ser despreciable que ni siquiera ha tenido el valor de condenar los asesinatos de ETA? ¿Este hombre va a decir a todos los catalanes, incluidas las víctimas de ETA en Catalunya, lo que es un proceso de paz?

Lo único bueno de todo esto es ver que, por fin y espero que de una vez por todas, la cúpula del PSC se haya desmarcado de esa doble moral, protestando, junto a Ciudadanos y PP, por la presencia de un terrorista como invitado al Parlament y, mirando al futuro, creo que esto va a suponer un antes y un después en Catalunya. Convergència, Esquerra, la CUP y Podemos se han puesto del lado de los asesinos, mientras que PSOE, PP y Ciudadanos están departe de las víctimas. De modo que no es cuestión de sentirse más catalán que español, más español que catalán o de sentirse tanto lo uno como lo otro. Se trata de decencia, se trata de ser persona, se trata de ser humano.

Esta va a ser la fosa definitiva de Convergència. Para Esquerra y la CUP, no será tan decisivo ya que quienes les votan aceptan que estos partidos tengan entre sus filas a terroristas de Terra Lliure, pero Convergència sí va a darse el batacazo definitivo en las próximas Autonómicas, que no tardarán en llegar. No descartaría yo que, antes de que acabe el año, volvamos a votar en Catalunya; sólo espero que, cuando eso ocurra, los catalanes lo hagan en consciencia, lo hagan pensando en que antes que catalanes somos humanos y que no se puede estar de lado de los que creen que Otegi es un hombre de paz.

Doy las gracias a Ciudadanos, al PSC y al PP por no ser partícipes de este circo. Convergència, ERC, CUP y Podemos, no sólo no me representáis, sino que vosotros y los que os voten estáis manchados de sangre y las manchas de sangre no se acaban de limpiar nunca.

 

Fuente de la fotografía de portada: naciodigital.cat

¿Y si no existiera Ciudadanos?

En estos días de cábalas electorales, se habla mucho de la posible abstención en las Elecciones Generales del 26 de junio, de cómo puede alterar los comicios el hecho de que los votantes de un partido u otro no fueran a las urnas. También se está debatiendo si la presencia de nuevos partidos perjudica la posibilidad de que haya acuerdos. En una de estas conversaciones, un conocido me preguntaba qué ha aportado Ciudadanos en este año de tantas elecciones. Yo le contesté con otra pregunta. ¿Qué hubiera pasado en España si no existiera Ciudadanos?  Y comenzamos a jugar a la política ficción.

Nos imaginamos, por un momento, cómo sería Catalunya si las personas que votaron a Ciudadanos no hubieran acudido a las urnas. En primer lugar, Junts pel Sí gobernaría en mayoría, Artur Mas seguiría siendo President y haría y desharía como si fuese un Emperador. El independentismo hubiera tenido alrededor del 60% de los votos y el enfrentamiento entre catalanes y el de Catalunya con el Estado sería mucho mayor. Como Jefe de la Oposición, estaría Miquel Iceta del PSC, que ya sabemos que es amable con el soberanismo. Por otro lado, Unió estaría en el Parlament. Además, prácticamente todas la ciudades de Catalunya pertenecerían a la Asociación de Municipios por la Independencia (AMI) y la impresión de un independentismo dominante en Catalunya sería notoria porque, como sabemos, nadie se fija en la abstención.

¿Y en el resto de España? La unión del PSOE con Podemos superaría la mayoría absoluta con el 50,3% de los votos. A día de hoy, Pedro Sánchez estaría en el Gobierno rodeado de Pablo Iglesias, Iñigo Errejón, Carolina Bescansa, etc…  Las políticas serían de izquierda populista y España estaría en claro conflicto con la unión europea. De modo que el voto a Ciudadanos, tanto en Catalunya como en las Generales, fue decisivo, mucho más decisivo de lo que a primera vista pudiéramos creer, más allá de que esto sea política ficción y de que muchos de los votantes de Ciudadanos lo hubieran sido de otras formaciones.

Pero, ¿y si nos hubiéramos quedado en casa? En Catalunya, no habría una oposición firme que le dijese al independentismo las cosas claras y a la cara y en el resto de España no habría un partido que ha evitado que Pablo Iglesias y los suyos se salgan con la suya y que los populistas lleguen al Gobierno.

Por más que esto sea política ficción, se convertiría en realidad si nos quedásemos en casa. Así que, el 26 de junio, ya sabemos a qué nos enfrentamos. La nueva unión de Podemos con Izquierda Unida hace posible que los que quieren balcanizar España estén más cerca del poder.

Ese 26 de junio, todos tendrán que borrar líneas rojas y no habrá más remedio que llegar a acuerdos, por más que el inmovilismo del PP y las negativas de Sánchez vayan a hacer que las negociaciones sean duras. Lo que es claro y notorio es que, tal y como está la situación del país, es momento de pensar más en los ciudadanos y en la nación que en los intereses partidistas. Hay que conseguir un país fuerte, unido y que pueda ir a Europa, mirando a los ojos de los grandes países del continente europeo. Pero, para eso, necesitamos consenso, necesitamos acuerdos y, cómo quedó claro ya desde el 20 de diciembre, nadie va a poder gobernar sin contar con Ciudadanos, a no ser que una alternativa a la ultra izquierda con los independentistas pusiera en manos del país a quien lo quiere romper.