La Cataluña de los caciques

Tras el fracaso de la I República y el golpe militar de Martínez Campos el 29 de diciembre de 1874, adelantándose al proyecto del alfonsinismo civil de Cánovas del Castillo, se aceleró la restauración de la Monarquía en la figura de Alfonso XII, al que llamarían el pacificador, por ser el rey que traería la paz tras años convulsos que acabarían en las rebeliones cantonales.

El 30 de junio de 1876 fue promulgada la nueva Constitución. Sin embargo, no sería hasta 1890 que se modificaría la ley electoral para que pasase a ser de sufragio universal masculino. Que la elección de las Cortes pasara a ser cuestión de los votos de todos los hombres no haría cambiar mucho los resultados. La democracia de aquellos tiempos no gozaba de la salud que debería y el sistema de cambios de turno pacíficos entre Liberales y Conservadores marcaría y consolidaría la Restauración.

En las pequeñas poblaciones y, sobre todo, en las zonas agrícolas, los caciques advertían a sus trabajadores a quién debían votar y, así, los intercambios de gobierno siguieron su curso también en los tiempos de la Regencia de María Cristina y en los primeros años de Alfonso XIII como rey de España hasta la dictadura de Primo de Rivera.

En Catalunya las cosas eran parecidas, no obstante, la revolución industrial, que había cuajado más en las tierras del norte, especialmente en Cataluña y el País Vasco, llevó a que la lucha por los derechos de los trabajadores gozara de más repercusión que en el resto de España. En 1909 la Semana Trágica marcaría un antes y un después de las luchas obreras en Barcelona.

Desde la burguesía, se trató de acusar a los líderes de aquellas protestas de «españolistas» y de que aquellas huelgas eran «contra Cataluña». De ese modo, el partido que representaba a la burguesía, la Lliga Regionalista, comenzó a reclamar más autogobierno al Estado. Sólo un par de años después, Enric Prat de la Riba comenzó el proyecto que culminaría cuando se instituyó  la Mancomunitat de Catalunya en 1914.

La Lliga intentó ganarse al pueblo catalán haciendo políticas catalanistas, tratando de desviar la atención de las luchas obreras. No lo consiguieron y, en los años veinte, el pistolerismo creció de un modo tan evidente que las vidas de los burgueses comenzaron a correr serio peligro, sobre todo para los que tenían fábricas. Esto llevó a que miembros de la Lliga conspiraran y financiaran un golpe de Estado a través del Capitán General de Cataluña, Miguel Primo de Rivera.

Bajo la dictadura, Primo de Rivera no accedió a los pactos sobre la cultura catalana que había acordado con los miembros de la Lliga y estos se pusieron en su contra. Con el fin de la dictadura, la monarquía estaba tocada de muerte y, tras las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, Alfonso XIII abandonaría España y se instauraría la II República, que devolvería las instituciones catalanas y el gobierno de la Generalitat. La República quedaría herida con el alzamiento militar de julio de 1936 y moriría con la victoria del bando nacional y la proclamación del General Franco como Jefe del Estado.

Con la muerte del Caudillo y el comienzo de la transición política, el Presidente del Gobierno Adolfo Suárez y el President de la Generalitat en el exilio Josep Tarradellas llegarían a un acuerdo para que se restaurara la Generalitat, única institución de la etapa republicana que gozaría de legalidad en la nueva democracia. En 1980, se llevarían acabo las primeras elecciones a la Presidencia de Catalunya.

Es entonces cuando el problema caciquil volvería a Catalunya. En una democracia plena, las distintas formaciones eran libres de concurrir en aquellas elecciones, sin embargo, altos miembros de la burguesía catalana coparían los altos cargos de todos y cada uno de los grandes partidos, no habiendo prácticamente voto que no fuese dirigido a las élites catalanas. Vencerá Pujol y comenzará a construir sus estructuras de Estado.

Los partidos que deberían ser de izquierdas y constitucionalistas, el PSC, el PSUC (después Iniciativa por Catalunya), así como también los sindicatos y la mayoría de instituciones, se nutren de nacionalistas, cuestión que quedará clara cuando el PSC acaba gobernando, ya en 2003, con ERC y haciendo las políticas más nacionalistas nunca vistas en democracia. A raíz de ahí, nacerá en Catalunya un fenómeno que hasta entonces, más allá de pequeños manifiestos, apenas había existido desde la restauración de la democracia. La lucha contra el nacionalismo.

A día de hoy, esta lucha ha conseguido muchas cosas importantes pero, a mi modo de ver, nada tan trascendente como acabar con la fuerza de los caciques y, precisamente por ello, por el hecho de que ya no tienen todo atado, es por lo que el nerviosismo a aflorado y de ahí las prisas y la idea de la independencia.

Años atrás, especialmente en la izquierda, había muchísimos nacionalistas infiltrados, lo que llevaba a que, ganara quien ganara las elecciones, gobernase la misma idea, tal y como ocurría cuando los gobiernos españoles cambiaban de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas. Sin embargo, en estos días, estamos observando cómo varios miembros importantes del PSC y Podemos están abandonado sus formaciones porque no comparten que sus partidos se pongan contra el separatismo y a favor de respetar la Ley, la Constitución y el Estatuto de Catalunya.

Que una capital obrera como Terrasa, clave en la revolución industrial y repleta de chimeneas que recuerdan aquellos tiempos, el gobierno del PSC haya tenido que dimitir, por estar del lado de los burgueses separatistas y no de la Constitución, refleja a las claras la gran mentira que ha sido durante años la política catalana y que los caciques que nos obligan a votar sí o sí al nacionalismo, poco a poco, están desapareciendo.

 

Fuente de la fotografía de portada: El País.com

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