La Cataluña de los caciques

Tras el fracaso de la I República y el golpe militar de Martínez Campos el 29 de diciembre de 1874, adelantándose al proyecto del alfonsinismo civil de Cánovas del Castillo, se aceleró la restauración de la Monarquía en la figura de Alfonso XII, al que llamarían el pacificador, por ser el rey que traería la paz tras años convulsos que acabarían en las rebeliones cantonales.

El 30 de junio de 1876 fue promulgada la nueva Constitución. Sin embargo, no sería hasta 1890 que se modificaría la ley electoral para que pasase a ser de sufragio universal masculino. Que la elección de las Cortes pasara a ser cuestión de los votos de todos los hombres no haría cambiar mucho los resultados. La democracia de aquellos tiempos no gozaba de la salud que debería y el sistema de cambios de turno pacíficos entre Liberales y Conservadores marcaría y consolidaría la Restauración.

En las pequeñas poblaciones y, sobre todo, en las zonas agrícolas, los caciques advertían a sus trabajadores a quién debían votar y, así, los intercambios de gobierno siguieron su curso también en los tiempos de la Regencia de María Cristina y en los primeros años de Alfonso XIII como rey de España hasta la dictadura de Primo de Rivera.

En Catalunya las cosas eran parecidas, no obstante, la revolución industrial, que había cuajado más en las tierras del norte, especialmente en Cataluña y el País Vasco, llevó a que la lucha por los derechos de los trabajadores gozara de más repercusión que en el resto de España. En 1909 la Semana Trágica marcaría un antes y un después de las luchas obreras en Barcelona.

Desde la burguesía, se trató de acusar a los líderes de aquellas protestas de «españolistas» y de que aquellas huelgas eran «contra Cataluña». De ese modo, el partido que representaba a la burguesía, la Lliga Regionalista, comenzó a reclamar más autogobierno al Estado. Sólo un par de años después, Enric Prat de la Riba comenzó el proyecto que culminaría cuando se instituyó  la Mancomunitat de Catalunya en 1914.

La Lliga intentó ganarse al pueblo catalán haciendo políticas catalanistas, tratando de desviar la atención de las luchas obreras. No lo consiguieron y, en los años veinte, el pistolerismo creció de un modo tan evidente que las vidas de los burgueses comenzaron a correr serio peligro, sobre todo para los que tenían fábricas. Esto llevó a que miembros de la Lliga conspiraran y financiaran un golpe de Estado a través del Capitán General de Cataluña, Miguel Primo de Rivera.

Bajo la dictadura, Primo de Rivera no accedió a los pactos sobre la cultura catalana que había acordado con los miembros de la Lliga y estos se pusieron en su contra. Con el fin de la dictadura, la monarquía estaba tocada de muerte y, tras las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, Alfonso XIII abandonaría España y se instauraría la II República, que devolvería las instituciones catalanas y el gobierno de la Generalitat. La República quedaría herida con el alzamiento militar de julio de 1936 y moriría con la victoria del bando nacional y la proclamación del General Franco como Jefe del Estado.

Con la muerte del Caudillo y el comienzo de la transición política, el Presidente del Gobierno Adolfo Suárez y el President de la Generalitat en el exilio Josep Tarradellas llegarían a un acuerdo para que se restaurara la Generalitat, única institución de la etapa republicana que gozaría de legalidad en la nueva democracia. En 1980, se llevarían acabo las primeras elecciones a la Presidencia de Catalunya.

Es entonces cuando el problema caciquil volvería a Catalunya. En una democracia plena, las distintas formaciones eran libres de concurrir en aquellas elecciones, sin embargo, altos miembros de la burguesía catalana coparían los altos cargos de todos y cada uno de los grandes partidos, no habiendo prácticamente voto que no fuese dirigido a las élites catalanas. Vencerá Pujol y comenzará a construir sus estructuras de Estado.

Los partidos que deberían ser de izquierdas y constitucionalistas, el PSC, el PSUC (después Iniciativa por Catalunya), así como también los sindicatos y la mayoría de instituciones, se nutren de nacionalistas, cuestión que quedará clara cuando el PSC acaba gobernando, ya en 2003, con ERC y haciendo las políticas más nacionalistas nunca vistas en democracia. A raíz de ahí, nacerá en Catalunya un fenómeno que hasta entonces, más allá de pequeños manifiestos, apenas había existido desde la restauración de la democracia. La lucha contra el nacionalismo.

A día de hoy, esta lucha ha conseguido muchas cosas importantes pero, a mi modo de ver, nada tan trascendente como acabar con la fuerza de los caciques y, precisamente por ello, por el hecho de que ya no tienen todo atado, es por lo que el nerviosismo a aflorado y de ahí las prisas y la idea de la independencia.

Años atrás, especialmente en la izquierda, había muchísimos nacionalistas infiltrados, lo que llevaba a que, ganara quien ganara las elecciones, gobernase la misma idea, tal y como ocurría cuando los gobiernos españoles cambiaban de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas. Sin embargo, en estos días, estamos observando cómo varios miembros importantes del PSC y Podemos están abandonado sus formaciones porque no comparten que sus partidos se pongan contra el separatismo y a favor de respetar la Ley, la Constitución y el Estatuto de Catalunya.

Que una capital obrera como Terrasa, clave en la revolución industrial y repleta de chimeneas que recuerdan aquellos tiempos, el gobierno del PSC haya tenido que dimitir, por estar del lado de los burgueses separatistas y no de la Constitución, refleja a las claras la gran mentira que ha sido durante años la política catalana y que los caciques que nos obligan a votar sí o sí al nacionalismo, poco a poco, están desapareciendo.

 

Fuente de la fotografía de portada: El País.com

Cuando la Guardia Civil salvó a Cataluña del fascismo

La historia de Catalunya es rica y extensa, pero la mayoría de los catalanes, sobre todo los nacionalistas, desconocen gran parte de ella, en gran parte a causa de que una gran proporción del pasado no les interese recordarla. Así, primero con la Renaixenca y después con el Pujolismo, se ha moldeado, falsificado y omitido gran parte de la historia de Catalunya para que los nacionalistas puedan realizar el papel de mártires con el fin de volver a la época en la que la burguesía catalana poseía las tierras… y los esclavos.

Estos días, en Catalunya los nacionalistas han tratado de pervertir la imagen de la Guardia Civil. Se ha hecho desde el Govern, desde la lucha armada de la CUP y, por supuesto, desde los medios de comunicación  financiados  por la Generalitat con el dinero de los catalanes. Se ha caricaturizado a un cuerpo, al de la Guardia Civil, al cual el pueblo catalán le debe mucho y cuya historia, obviamente, va mucho más allá de la época en la que España vivía bajo una dictadura.

Antonio Escobar Huerta es un nombre que a la mayoría de los catalanes no dirá nada; en las ciudades no hay calles, plazas, avenidas ni estatuas con su nombre. Sin embargo, este Coronel de la Guardia Civil fue quien evitó el levantamiento militar franquista en Catalunya. El 18 de julio de 1936 ostentaba el rango de Coronel y estaba destinado en Barcelona, al frente de la 19.ª Comandancia.

El Coronel Escobar era católico y conservador, padre, hijo y hermano de militares. Fue puesto a las órdenes de Lluís Companys quien, como President de la Generalitat, era la representación de la República Española en Catalunya. El Coronel rogó a éste que le diera la orden para desarmar a las milicias anarquistas, pero Companys no le hizo caso y comenzó la quema de conventos y asesinato de religiosos. Aquello le afectó mucho al Coronel pero mantuvo su compromiso con el régimen republicano y salvó del fusilamiento a varios religiosos, incluido el  cardenal y arzobispo de Tarragona Francisco Vidal y Barraquer.

En mayo del 37, se enfrentaron los grupos anarquistas y trotskistas, por un lado, y el Gobierno de la República, por otro. El gobierno republicano le nombró Delegado de Orden Público en Barcelona. En aquella revuelta fue herido pero, una vez recobrado, formó parte de la defensa de Madrid en la Batalla de Brunete, fue ascendido a General y se le asignó la jefatura del Ejército de Extremadura. Cuando la Guerra ya estaba perdida para el bando republicano, los altos mandos, entre los que se encontraba Escobar, se reunieron con el Presidente Negrín para informarle que la mejor solución era poner fin a la contienda.

Como todos sabemos, no hubo paz negociada y Escobar rindió sus tropas al General Yagüe, quien le ofreció la posibilidad de huir en avioneta a Portugal. Sin embargo, el general Escobar prefirió permanecer en España, motivo por el cual fue juzgado por el Tribunal Militar franquista por rebelión militar. Irónicamente, el hombre que había defendido la legalidad vigente fue fusilado por rebelión.  Le permitieron dirigir su propia ejecución y la Guardia Civil rindió honores militares. Fue asesinado en el mismo lugar que Companys, aunque sin tanta gloria, pues no se convirtió en mito ni mártir, por más que luchó más y mejor que el President de Catalunya por la República en estas tierras.

Hoy en Catalunya se educa en el odio y la Guardia Civil es uno de los cuerpos a odiar, especialmente teniendo en cuenta que en estas tierras no se enseña el odio a España sino a llamar español a todo cuanto se odia. El cuerpo de la Benemérita, pues, muchos lo tienen ligado al franquismo, por más que su fundación en 1844 deje claro que ya mucho antes trató de hacer cumplir la Ley, tal y como ocurrió en la República cuando Antonio Escobar Huerta y sus hombres libraron a Catalunya del fascismo y del mismo modo que también lo hacen en Barcelona estos días con el fascismo catalán.

 

Fuente de la fotografía: www.ecorepublica.es

Esta no es vuestra tierra

Mi bisabuelo estaba labrando el árida tierra de Don Tal (no voy a decir el apellido porque a día de hoy qué más da). La Guerra Civil ya estaba en marcha por entonces y el hijo del dueño, «el Señorito», lo insultó, vejó y humilló, todo por cuestiones políticas. Mi bisabuelo se cansó, lo mandó a hacer gárgaras. El Señorito, por su lado, le mostró su autoridad. «Ésta no es vuestra tierra». Mi bisabuelo, Juan Guisado Panadero, perdió los nervios y abofeteó al Señorito. Al día siguiente, a mi bisabuelo lo fusilaron por «rojo».

Mi abuelo era socialista. El levantamiento nacional lo sorprendió haciendo el Servicio Militar y no le quedó otra que luchar con los mal llamados «nacionales». Cuando volvió de la Guerra, habían matado a su padre. A su suegra también la habían fusilado porque en el treinta y uno había cosido banderas republicanas. A Rafael, mi abuelo, no le daban trabajo por «rojo», por más que hubiera «ganado» la Guerra para los nacionales, y es que «ganar» la Guerra no era suficiente para no ser un «vencido».

Mi padre labraba la misma tierra árida que su abuelo. Según su padre, abuelo y nieto, que compartían el mismo nombre, Juan, tenían el mismo carácter. Un día mi padre estuvo a punto de perder los nervios con un señorito que trataba de humillarlo. Su padre le pidió que estuviera tranquilo y le contó la historia de su fallecido abuelo. Ese día mi padre decidió que dejaría de labrar aquella árida tierra y marchó a Alemania. Años después, la casualidad hizo que acabara en Cataluña.

Yo nací en democracia. Mi padre era del PSOE, como mi abuelo. Luchó por las libertades y por la autonomía catalana y dedicó sus horas libres a las luchas vecinales para que en su barrio asfaltaran las calles, llegara el agua y la luz. Creía en Cataluña, así que me registró en el colegio en catalán.

Yo dejé de votar al PSC por su deriva nacionalista, mi padre haría lo mismo años después pero, para entonces, ya había votado «Sí» al Estatuto de 2006, con el cual comenzaron los problemas actuales. Se siente culpable. Me metí en política, en C’s, aunque después dejé el partido, la política nunca. Ahora los separatistas me dicen «Ésta no es vuestra tierra», lo mismo que el Señorito le dijo a mi bisabuelo hace ochenta años.

Esta pintada es de la tienda de los padres de Albert Rivera. Podría haber estado en la casa de muchos de nuestros padres.

Le voy a contar un secreto señor Otegi

Hola, señor Arnaldo Otegi. Usted a mí no me conoce, pero para que sepa quién le habla, le voy a decir quién soy. El día 19 de junio de 1987 yo estaba muy feliz; había sido el último día de cole y comenzaba las vacaciones. Para una niña de siete años como yo, era muy ilusionante pensar en un largo verano, en la piscina, en ir a la playa, en volver a ver a mis primos. Sin embargo, aquel verano no llegó nunca, fui con mi madre a buscar la compra al Hipercor de la Avenida Meridiana y allí acabó todo. No me dio tiempo a darme cuenta de lo que ocurrió y fue después cuando ya supe que unos señores malos habían puesto una bomba en el centro comercial. Yo ya sabía lo que era ETA por la tele; eran señores con un calcetín en la cabeza que llevaban pistolas y que mataban a militares y Guardia Civiles.

Hace ya mucho tiempo que estoy muerta, muchas horas mirando desde las alturas a mi familia, a mi madre, que se hace viejita y que sigue teniendo heridas, algunas en el cuerpo, otras en el corazón. Aún se acuerda de mí. ¿Sabe, señor Otegi? Todos los días se acuerda de mí y se pregunta cómo hubiera sido mi vida, si hubiese sido buena estudiante, si hubiese ido a la universidad, si me hubiese casado y tenido hijos. Pobrecita, no debería pensar en eso, porque lo cierto es que aquel día que los hombres malos del calcetín en la cabeza pusieron la bomba en Hipercor, acabó todo para siempre.

Señor Otegi, sé que usted era amigo de los hombres malos… ¿Qué digo amigo? Era uno de sus jefes, uno de los que dirigía lo que ustedes denominaban como guerra, esa guerra en la que los señores malos del calcetín en la cabeza estaban de un lado y las niñas de siete años, ilusionadas porque habían acabado el cole, estaban del otro. Mi madre, mi padre y mi hermanito son, cómo se dice… ¿daños colaterales? de aquella guerra. Yo, simplemente, desaparecí y desde entonces miro desde aquí, desde las alturas, a mi familia y no me entero mucho de cómo acabó la guerra.

Años después, llegó aquí a las alturas mi amigo Ernest Lluch y, como era profesor de la universidad, trató de explicarme todo y creo que, más o menos, lo entendí. Me dijo que los señores malos del calcetín, que en realidad es un pasamontañas, se llaman terroristas y que se dedican a asesinar a gente. A mi amigo Ernest también lo asesinaron, aunque creo que usted eso ya lo sabe porque, como usted era uno de los jefes de los asesinos, seguro que estaba al tanto. Cuando llegó aquí a las alturas, le pregunté si él también era una víctima de aquella guerra, pero me explicó que no había ninguna guerra en realidad y que ese término sólo lo utilizaban usted y sus amigos para justificar sus asesinatos.

El día 11 de septiembre vi que usted estaba en Barcelona y me alegré mucho, ya que pensé que venía a ver a mis padres y pedirles perdón. Lo cierto es que me asusté un poco, porque a lo mejor a ellos les costaba aceptar que usted estuviera allí, pero Ernest me dijo que no, que usted estaba allí porque ahora dice que es amigo de los ciudadanos a los que antes asesinaba. Eso no lo entendí mucho, pero debe de ser porque soy una niña de siete años que espera las vacaciones que nunca llegaron y esas son cosas de mayores.

Ernest me explicó que usted está a favor de que pongan una frontera entre Cataluña y el resto de España. Yo de esas cosas no entiendo, pero me da pena que, cuando mis primos vengan a ver a mi hermano, tengan que pasar por una frontera; pero ustedes, los de la tierra, sabrán lo que se hacen. Quien se echa las manos a la cabeza es mi amigo Vlado. ¡Ah! Perdón, que no le he presentado a Vlado. Él es un niño como yo, también tiene siete años y también espera las vacaciones que no llegan. Él es de Bosnia, ¿sabe? Y lo mataron  en una guerra que se hizo para poner fronteras dentro de un mismo país.

Él está asustado por lo que pasa en Cataluña; me ha explicado lo del nacionalismo y el profe Ernest me acabó de hacer entender lo que significa todo eso y creo que ya lo he entendido. Pero, perdone, señor Otegi, que me estoy yendo por las ramas, pues yo a lo que venía era a decirle que me ha parecido muy mal que fuese a Barcelona y no pidiera perdón a las víctimas de aquel día en el que todo se volvió negro. Y también quería decirle otra cosa, esto es un secreto, porque no se puede explicar nada de cómo son las cosas aquí, pero se lo voy a decir: desde aquí arriba, desde las alturas, las fronteras no se ven.

El Monstruo de Las Ramblas

En Barcelona desde hace meses, años quizá, teníamos la sensación de que pronto nos «tocaría» vivir un atentado, como si los ataques del terrorismo islámico fueran una suerte de lotería que tarde o temprano sabes que te va a tocar. Cuando hablábamos sobre estos temas, yo siempre defendía que no debíamos vivir en estado de pánico y que, hace unas décadas, cuando eran constantes los atentados de ETA, era mucho más probable que nos «tocara» la siniestra lotería de vivir un atentado.

Considero que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado son de los mejores preparados para la lucha contra el terrorismo y no por patriotismo, sino debido a la experiencia de combatir el terror de ETA durante décadas. Eso no quita que el islámico sea mucho más difícil de combatir ya que muchos de estos ataques han sido perpetrados por personas que estaban dispuestas a morir por la causa, motivo por el cual hace que los ataques sean imprevisibles.

Cuando me enteré del ataque del Monstruo de Las Ramblas, no estaba lejos de allí; muchos de los míos estaban también cerca y, por suerte, pronto supe que todos estaban a salvo. Pronto tratas de informarte de lo ocurrido, más preocupado por el «qué» que por el «cómo». Una furgoneta se introduce y baja las Ramblas a toda velocidad, llevándose a su paso a todo aquel que se encuentra. Después las noticias comienzan a ser contradictorias y, hasta que no pasan veinticuatro horas, no comenzamos a saber lo que pasó.

Pasados quince días, me siento abatido, no ya por el atentado en sí ni porque murieran dos vecinos míos, uno de ellos Xavi, un pequeño de tres años, sino por observar que los políticos catalanes no pueden contenerse a la hora de hacer política separatista ni en momentos como éste. Me estoy refiriendo a varias cuestiones que poco tienen que ver entre sí, pero que se resumen en que Puigdemont y sus cuatreros han aprovechado un atentado terrorista para fingir que Catalunya tiene estructuras de Estado.

Primero, se ha querido mostrar a los Mossos como una policía eficaz, cuando se ha demostrado algo que todos sabemos, que no lo es, y por supuesto, que hay agentes que son válidos y que se han portado como héroes, que lo son. Pero la ineficacia de sus capataces ha hecho que las cosas no salgan bien. En primer lugar, se da una explosión pero no dejan investigar a las fuerzas del estado porque ellos solos se valen, dado que son cojonudos. Dan por hecho que era un laboratorio de drogas y descartan que tenga algo que ver con el terrorismo, por más que el Juez les avise. «Señoría, no exagere» fue la respuesta de Trapero y los suyos. Ni siquiera se dio importancia a que hubiesen libros en árabe y escritos en el mismo idioma; uno de ellos, al parecer, explicaba que habría atentados, pero nadie en los Mossos lo tradujo.

Aquella explosión se debió a la planificación de un atentado que salió mal y llevó a que cambiaran de planes. El jueves una furgoneta, conducida por un terrorista, atropella a cien personas, sin bolardos y jardineras que lo impidan, tal y como advirtió el Ministerio del Interior que había que hacer. Cuando se le pregunta a la Señora Colau el porqué, miente diciendo que sólo se debían poner en Navidad, cuando el escrito dice textualmente «sobre todo en Navidad», y asegura que en lugar de colocar dichos dispositivos de seguridad, prefirió que hubiera más agentes. Sin embargo, lo cierto es que fue el Airbag quien detuvo al terrorista, que condujo seiscientos metros sin que nadie le disparara.

Después, no sé si un Mosso o un Guardia Urbano pasa mal la descripción del terrorista, diciendo «camisa blanca con rayas azules», cuando en realidad era un polo a rayas azules y blancas, más azules que blancas. Sale andando, entra a un mercado y se escapa; pasea por Barcelona y se escapa. El jefe de los Mossos se va al palco del Camp Nou y el terrorista, andando por la calle, recorre a pie durante cuatro noches Catalunya. Aún huido y gracias a unos vecinos, lo detienen, pero el jefe de la Policía catalana es un héroe porque mandó a pastar a un periodista holandés que le pidió que hablara en castellano. Ésta es la Catalunya de hoy.

Durante los días siguientes, la prensa del régimen trata de hacernos creer que la Policía Nacional sabía que iba haber el atentado y lo calló. Sin embargo, horas más tarde, los jueces y policías belgas demuestran que avisaron del peligro del Imán de Ripoll, así como también de un posible atentado, y que fueron los Mossos los que no pasaron la información a la Guardia Civil y la Policía Nacional porque «Som Collonuts» y porque, como pronto Catalunya será un país (en sus mentes calenturientas), no necesitan ayuda de nadie.

La lectura que se hace en la Catalunya constitucionalista es que Puigdemont tiene que tragar con carros y carretas por su pacto con la CUP pero, a mi forma de ver, el grado de fanatismo es igual en cuanto al tema soberanista. Sí es cierto que la Catalunya que quieren unos y otros es diferente: la CUP inició hace unas semanas una campaña terrorista contra los turistas (ya que entendemos por terrorismo los actos que crean terror) y ahora el Estado Islámico le ha hecho un favor para que los turistas no vengan ya que, desde el extranjero, pueden tener la visión de que Barcelona es un lugar inseguro, algo que en los últimos tiempos sí es más, en parte gracias a los actos de la CUP.

Pero, como digo, Puigdemont y los suyos son igual de fanáticos, hasta al punto de separar las víctimas entre catalanes y españoles, creando la polémica y la desunión en un momento en el que Barcelona está siendo atacada. Podríamos seguir haciéndonos el tonto como en los últimos cuarenta años o tratar de ser bien pensados y creer que la separación entre muertos catalanes y españoles la hacen por información, para que las familias catalanas, preocupadas por algún desaparecido, sepan si su ser querido está entre las trece personas que perdieron la vida en Barcelona, es decir, para saber a nivel regional cuántos ciudadanos de Catalunya han muerto. Pero no, los catalanes muertos son el niño de Rubí y una señora de Vic. Sin embargo, el tío del niño, que lleva viviendo en Rubí, mi ciudad, desde los años 60, no lo han considerado como ciudadano de Catalunya porque nació en Granada, por más que lleve pagando impuestos en Catalunya toda la vida. Eso demuestra que la separación entre muertos catalanes y españoles no es por información ni proximidad, es solamente por racismo.

Esta entrada al blog no acabaría nunca si escribiera todos los agravios cometidos por el gobierno de la Generalitat, que ha antepuesto el «Procés» a la resolución del caso y ocultando información a la Policía Nacional y la Guardia Civil poniendo en peligro a todos los ciudadanos. No entienden que la explosión de Alcanar tenga relación con el terrorismo, se pasean 600 metros por la Rambla sin que nadie intente abatir al terrorista, se escapa andando y sólo es abatido gracias a la colaboración ciudadana; mientras eso sucede, el Jefe de los Mossos, el señor Trapero, manda a pastar a un periodista holandés que no entendía el catalán y se convierte en héroe nacional (regional).

La maquinaria separatista se pone en marcha y, pasados unos días, la sensación que queda en el mundo cercano al separatista es que los Mossos son los mejores (de hecho, se ponen medallas ellos mismos, ¡ole tú!) y que si no pararon el atentado es porque España no les informó; que los catalanes son acogedores, que los españoles son islamófobos y anticatalanes, que quien critique a Colau o Puigdemont hace política del sufrimiento de las víctimas (pero la CUP sí puede señalar como culpables al Rey y a Rajoy) y, al fin y al cabo, que este atentado terrorista va a servir para reactivar el sentimiento independentista que estaba a la baja.

Quien les escribe está triste estos días. Primero, porque no sé si quiero vivir en esta tierra, que es la mía, porque he podido comprobar que Catalunya está totalmente enferma; segundo, porque no tengo claro querer tener a mis hijos en un lugar donde te educan para odiar al de al lado (quien dice al de al lado dice a tu propio padre); y tercero, porque me he dado cuenta de que la lucha entre separatistas y constitucionalistas no la podemos ganar hablando, dialogando, mostrando nuestra realidad, enseñando pruebas de que tenemos la razón, sino que, por triste que parezca, ésta será una cuestión de fuerza.

Un atentado terrorista islamista ha servido para observar que cualquier cosa sirve para que los adoctrinados vuelvan a sus posiciones a la hora de defender lo indefendible y esto ocurre por una razón muy simple: Catalunya tiene dos grandes núcleos. Unos representan familias de otros puntos de España con inclinaciones hacia la izquierda, hijos o nietos de los vencidos en la Guerra que un día soñaron con la República, que más tarde lucharon contra el franquismo y que ya en democracia batallaron por el Estatuto de Autonomía para Catalunya, es decir, personas que nunca han tenido nada y que han soñado con todo, que han educado a sus hijos en la libertad y en la idea de que piensen por ellos mismos. El otro gran núcleo se encuentra conformado de familias catalanistas que apoyaron o toleraron el franquismo en su momento, que han educado a sus hijos en seguir las tradiciones y que toda la libertad que tienen es gracias a la lucha de los que ahora odian. Estos últimos han sido educados con la idea de aumentar el patrimonio y conservar el negocio y hoy ese negocio es la independencia de Catalunya.

Ciudadanos: El partido que queremos

Llegado el momento de la IV Asamblea de Ciudadanos, los que creemos que el partido naranja es vital para resolver los problemas de España tenemos la oportunidad de defender qué partido queremos. No es que C’s deba saber qué quiere ser de mayor, pues no es una formación nueva, sino un partido que se ha curtido en Catalunya picando piedra ante el Nacional-Catalanismo que controla los medios de comunicación y, lo que es peor, la educación de los pequeños donde, sistemáticamente, se adoctrina en el odio a España.

La experiencia de estos diez años de Catalunya que hizo crecer a C’s, desde no ser más que un manifiesto firmado por intelectuales a llegar a ser líderes de la oposición con 25 diputados en el Parlament catalán, son a mi opinión los cimientos en los que el partido siempre deberá apoyarse a la hora de seguir creciendo. La lucha contra los nacionalismos es muy importante y lo es también en las regiones donde no lo hay, ya que nuestro país no podrá crecer como debe si la rémora que supone el separatismo sigue presente.

Pero Ciudadanos es mucho más que su lucha en Catalunya, debe ser un partido importante en el panorama nacional porque, al fin y al cabo, es en el Congreso de los Diputados donde se resuelven los asuntos más importantes, ya que es ahí donde también está representado el pueblo soberano de todo el territorio. Ciudadanos debe ser el inicio de una democracia 2.0, en la que se acabe con la corrupción y con la política de amiguetes. Sin embargo, el control de la dignidad de sus miembros no puede ser que perjudique otras de las banderas del partido, como es la democracia interna.

La supervisión del partido a las listas electorales, sobre todo a las municipales, me parece perfecta, pero no que haga falta una cantidad imposible de afiliados para tener autonomía en las listas dado que, de este modo, puedes tratar que entre gente que haga mal al partido, pero también mantener a personas que perjudiquen al mismo. ¿Quién mejor que los propios afiliados puede decidir a sus candidatos? ¿Verdaderamente el partido puede «desde arriba» elegir a un alcaldable al que no apoyarán sus propios compañeros de agrupación?

Y, por supuesto, está el tema del ideario. C’s se nutre del Liberalismo Progresista y de la Social-Democracia y no debería perder ese equilibrio, dado que, de ser así, podría ser peligroso. Ciudadanos debe ser un lugar de acogida para los que están indignados con las viejas políticas, pero no debe ser ni un nuevo PSOE ni un nuevo PP, así como tampoco debe caer en el nacionalismo español y en el populismo demagógico. Somos no nacionalistas, no creemos en los derechos colectivos de los pueblos mientras los ciudadanos que los componen vivan en un estado democrático.

Ciudadanos, a mi opinión, no debe encerrarse en los esquemas convencionales de derecha e izquierda, pero eso no quiere decir que pueda dar cobijo a personas de cualquier ideología, ni que el partido deba moverse buscando el caladero de votos más grande, porque eso es pan para hoy y hambre para mañana.

Además, nuestras políticas deben estar basadas en la razón y no en los sentimientos. Debemos dialogar con los demás partidos constitucionalistas, pero hablándoles de tú a tú, siendo conocedores de que hay millones de votantes que han depositado su confianza en el partido naranja porque, si no es así, C’s corre el riesgo de hacerse viejo en cuatro días, como le ha ocurrido a otras formaciones que nacieron con la idea de ocupar el centro del panorama político.

Un lema de campaña de éxito para Ciudadanos fue el Mejor Unidos y debemos tenerlo presente siempre, porque C’s es un partido que debe estar para unir y no para separar y, tras este congreso, sería muy triste que una parte importante de nuestro gran equipo se sintiese excluido de lo que Ciudadanos va a ser de aquí en adelante.

La CUP, el peor dolor de cabeza de Puigdemont

He visto a niños de tres años enrabietados enfrentarse a la autoridad de sus padres con más ímpetu que los miembros de la CUP a la autoridad legal española. A partir de ahí, todo lo que se diga de estos antisistemas de Iphone 7 es poco. Creo que, a estas alturas, muchos de los votantes de la CUP ya están arrepentidos de haber depositado su confianza en un grupito de fanáticos que juegan al mayo del 68.

Artur Mas y el Señor Más de lo Mismo, Puigdemont, han dejado los destinos de la autonomía en manos de unos fanáticos, cometiendo el mismo error que tuvo Companys con los anarquistas. Por suerte, hoy no vivimos en la época del pistolerismo, pero en la CUP y en sus alrededores ya se comienza a desatar la violencia, violencia de la que son culpables los que votaron a este partido.

Entre estos votantes, empiezo a oír voces que dicen que lo votaron por su políticas sociales… que si patatín que si patatán. No hay escusas, todo el mundo sabía que votar a la CUP era votar a la Kale Borroka catalana y, que tarde o temprano, la violencia llegaría a las calles.

¿Irá en aumento? Yo opino que las últimas agresiones vividas, en las que miembros (incluso concejales) del partido de extrema izquierda han agredido a miembros de la Guardia Urbana y de los Mossos, así como también el teatral acto de quemar y guillotinar fotos del Jefe del Estado, no son más que pataletas de quienes ven que el Procés se acaba.

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En las últimas semanas, la coacción a los disidentes de Catalunya, a esa mayoría silenciosa que ha comenzado a dejar de serlo, está haciendo ver a muchos lo que pasa en Catalunya, tierra que fue de entendimiento y de acogida pero que ya no es. Hoy Catalunya es uno de esos pueblos dónde los extremistas racistas y xenófobos no sólo intentan imponer su criterio, sino que también hacen ver que no hay quién no esté de su lado.

Para más inri, lo hacen disfrazados de ser antifascistas, mientras quieren imponer el fascismo. La psique de estos lares ha hecho que muchos confundan fascismo con España y antifascismo con Catalunya y eso no es que sea una solemne tontería, que lo es, sino que además es una perversión del pensamiento.

Pero que sigan, que sigan los de la CUP porque, no sólo cada día va a haber menos independentistas, sino que pronto habrá también menos personas que apoyen la posibilidad de hacer un referéndum. Porque, si es una votación de Sí o No, se coarta la palabra a los del No. ¿Qué tipo de referéndum será ese? Yo se lo diré, será un referéndum como los de Hitler, como los de Franco; un referéndum con una sola posibilidad de voto y eso los catalanes no lo van a aceptar.

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Porque, seamos serios, ¿de verdad se creen los antisistemas de la CUP que, llegado el momento, cuando los Convergents deban elegir entre el orden y la lucha callejera, van a elegir esto último? Una cosa es que los tradicionales votantes de Convergència jueguen al independentismo para reivindicar el catalanismo y otra es que los burgueses y la clase media alta se jueguen sus acomodadas vidas por un sueño imposible.

Todo el mundo que conozca un poco el centro-derecha catalanista sabe que, como dijo Cambó, «No somos ni españolistas ni separatistas, somos de abrir el negocio los lunes por la mañana y de tener contentos a los clientes«.

La CUP pide que el gobierno de Puigdemont no acate ninguna ley, que los políticos nacionalistas no puedan ser detenidos, que no haya delitos para los separatistas, que todo valga en el nou país y, sino, ya saben, aparecen pintadas intimidadoras para los Convergents.

Llevará su tiempo pero creo que las cosas ya están cambiando pues muchos que apoyaron el independentismo, o al menos el referéndum, comienzan a ver la verdadera cara del nacionalcatalanismo y ya saben que la tranquilidad, la seguridad y la libertad que les da el marco jurídico español no se lo va a dar el gobierno de la Generalitat de las Tres Cabezas.

Un día bauticé a este Proceso como el Síndrome del Traje del Emperador, recordando ese antiguo cuento en el que, ante una supuesta tela que sólo pueden ver los inteligentes, nadie se atreve a decir que no la ven. Eso es lo que está pasando en Catalunya, muchos comienzan a ver que el Procés está desnudo, pero pocos son los que aún se atreven a decirlo. Eso sí, va a más. No es tan difícil, repitan conmigo: YO NO SOY INDEPENDENTISTA.

Educando a los niños en el odio a España

Hay entradas de este Blog que duele escribir. En Catalunya se ha utilizado todos los medios, desde prácticamente el comienzo de la Transición, para que los catalanes acaben odiando a España sin saber realmente el porqué. Sutilmente, fueron introduciendo el odio desde todos los puntos: medios de comunicación subvencionados, instituciones, asociaciones culturales, clubes deportivos, desde los colegios, etc.

Ha sido un plan cocido a fuego lento, sin prisas, «avui paciència i demà independència». Para el plan, hizo falta seducir a una parte del enemigo: hacer de los hijos «dels nouvinguts» futuros hijos de la patria, hacer crecer el número de charnegos agradecidos hasta la cifra mágica del 50% + 1 con la que dirán al mundo que hay una mayoría que quiere un «nou país».

La tarea no era fácil, el Franquismo había aletargado a un catalanismo burgués que jamás se sintió incómodo con el Dictador y, para más inri, el President de la Generalitat  en el exilio pisaba Catalunya entonando un mensaje de unidad y no haciendo distinción entre catalanes, hubiesen nacido dónde hubiesen nacido o se apellidaran cómo se apellidaran.

Como ocurrió en la República y en la Guerra Civil, el principal enemigo del catalanismo era la izquierda, lugar dónde podían unirse progresistas ya fuesen catalanistas o no en un frente común. Los andaluces, manchegos y murcianos pidieron el Estatuto de Autonomía para Catalunya con más ahínco que los propios catalanes.

Después llegó la inmersión linguística; todos entendían que el idioma catalán e, incluso, la historia de Catalunya estaban en desventaja en los conocimientos de los catalanes y había que igualarlas con la lengua y la historia del resto de España. Qué buena fe tuvieron nuestros padres: pronto, primero el PSUC, después el PSC y ahora Podemos se han convertido en los tontos útiles del nacionalcatalanismo.

Las escuelas debían ser también clave para formar futuros nacionalistas pero había que hacerlo poco a poco, sin que los padres se dieran cuenta. Pronto, esos andaluces, manchegos y murcianos estuvieron orgullosos de que sus hijos hablasen con soltura dos idiomas. En el mundo castellanohablante, la mayoría de padres de esos niños apenas pudieron estudiar y eso hacía que dejasen la educación en los maestros. «¡Ya los tenemos!» dijeron desde el nacionalcatalanismo.

Jordi Pujol había sido educado en colegios católicos, único refugio del nacionalismo catalán. En sus primeros años, ya Josep Tarradellas nos avisa de que estaba ejerciendo una «dictadura blanca» y nos alerta sobre él. Cuando le investigan por el caso de Banca Catalana, Jordi Pujol hace que la Generalitat deje el discurso de unidad del «ciutadans de Catalunya» de Tarradellas para hablar de «nosaltres i ells» (nosotros y ellos), somos una nación y con nosotros no se juega. Jordi Pujol copiaba, de este modo, el sistema de Franco: si para el dictador cada ataque a él era un ataque a España, un ataque a Pujol era un ataque a Catalunya.

En ese 1983, en el acto de investidura de Pujol, los asistentes agreden a los miembros del PSC y PP. Es el principio del fin de la Catalunya unida pues, a partir de entonces, todo será «nosaltres i ells» y a los niños en los colegios nos empiezan a hablar de España como «ellos». Algunos profesores se rebelan; ya unos años antes el manifiesto de los 2.300 docentes, los profesores se quejan amargamente del efecto catalanizador de la escuela. La prensa, subvencionada, se vuelca contra estos (maestros en su mayoría), se les acusa de fascistas, por más que muchos hubiesen luchado contra al Dictadura, y hasta el FC Barcelona cede su estadio para un linchamiento público contra estos profesores y periodistas, entre otros. Uno de aquellos disidentes, Jiménez Losantos, es secuestrado por la banda terrorista Terra Lliure y le disparan en una pierna, aunque lo dejan en libertad. El objetivo ya estaba conseguido, el miedo a disentir ya estaba ahí.

Miles de maestros abandonan Catalunya en esos años y la lucha contra el nacionalismo en las escuelas se pierde para los disidentes. La siguiente generación, la de mi hermano, ya será educada desde el primer día en el odio. Lo primero de todo, el primer día, le dicen que ya no se llama Javi, sino Xavi. En ese momento creo que ninguno nos dimos cuenta de lo grave que era eso, cambiarte el nombre es el primer paso para el cambio de personalidad.

En esos años ocurre un hecho horrible que nos abrirá los ojos a muchos. La guerra de Yugoslavia y la acogida en el colegio de niños bosnios. En esos meses tenemos un curso acelerado de lo que significa el nacionalismo y comenzamos a exigirles a nuestros hermanos pequeños que no se dejen catalanizar el nombre. Pero también cometemos un error, no luchamos porque no haya «nosaltres i ells», sino que comenzamos a aceptar que hay bandos y que nosotros somos de «ellos», de los «otros».

Hasta entonces, habíamos aceptado con normalidad y con gusto el idioma, la cultura y todo lo relacionado con Catalunya; a partir de entonces, de algún modo comenzamos a verlo como algo que nos quieren imponer para quitarnos nuestra propia identidad, cuestión que era cierta, sólo que desde nuestra mirada de niño no supimos exigir que no había «nosotros y ellos» y que queríamos ser catalanes y españoles a la vez.

En la mayoría de los centros de la mayoría de ciudades catalanas, la educación en el nacionalcatalanismo continúa, incluso les hacen a los niños aprenderse el Himno del Segadors en el que se les insta a coger las armas contra el enemigo (los españoles).

Más tarde, a los profesores se les pide el nivel C de catalán para poder ejercer, sin embargo, de la noche a la mañana, la Generalitat anuncia que los títulos de la escuela oficial de idiomas dejaban de ser válidos. El Procés no necesita profesores de fuera que aprendan catalán, sino profesores catalanes que ya se hayan formado bajo la influencia del régimen.

En estos últimos años ya no sé qué pasa en esos colegios porque ya no estoy allí pero; sí sé que una amiga me comentó que su hijo había venido un día diciendo que él no era español, que española era su abuela porque no sabía hablar catalán y eso, obviamente, no lo piensa un niño por sí mismo.

Ahora tenemos este vídeo para saber qué es lo que pasa en Catalunya y observar horrorizados cómo, con la excusa de una obra teatral, se les inculca a unos pequeños el odio a España:

«A esas gentes de derechas e izquierdas, encerradas en sí mismas pensando: ‘a nosotros no nos conseguiréis nunca’, pienso, me da igual, a vuestros hijos sí los tendremos. A estos los educaremos desde el principio en el ideal» (Adolf Hitler)

Espeluznante clase de odio a «Espanya» en un cole de Cambrils

Los españoles no se han sentido Truebistas durante las dos horas que dura una película

Cuando Oscar Wilde escribió El Retrato de Dorian Grey, una parte de la alta sociedad londinense enjuició al artista por el contenido de la obra, que fue acusada de inmoral en su época. Esta historia sobre la búsqueda de la eterna juventud a cualquier precio sería decisiva para una crítica desarraigada contra el autor, odiado y venerado a la vez, y que acabaría en la cárcel años después, tras una farsa judicial en la que, más que juzgar a Wilde, se juzgó la para algunos obra inmoral.

Con la película La Reina de España, secuela de La niña de tus ojos, protagonizada por Penélope Cruz, se está dando un caso poco común y es que se ha creado un boicot a la película que quizá haya sido decisivo a la hora del hasta la fecha fracaso comercial del film.

El boicot se ha debido a unas declaraciones del director Fernando Trueba (que ha conseguido 4 millones del Estado en subvenciones) en su discurso de aceptación del Premio Nacional de Cinematografía con las cuales dijo «Nunca me he sentido español. Ni cinco minutos de mi vida«.

Según la información de El Mundo del 20 de septiembre de 2015, los beneficios del total de sus películas podrían haber estado en 4,5 millones de €, es decir, que las películas de Trueba no son excesivamente rentables.

A mí, que el señor Fernando Trueba no se haya sentido español ni 5 minutos de su vida me da bastante igual sinceramente y, si tuviera que ver su película, por interés cultural lo haría. No creo que debamos juzgar al director y a su obra en un mismo juicio pero, ¿a qué viene una frase como esa? El cineasta ha dicho que lo que no soporta son los nacionalismos de ningún sitio. Entonces, ¿está acusando a todos los españoles de ser nacionalistas?

Ya estamos en lo de siempre. ¿Se puede ser español sin ser nacionalista? Para responder esta pregunta, tendríamos que plantearnos qué es el nacionalismo; por qué a día de hoy, cuando hablamos de nacionalismo, lo hacemos del furibundo, del desmedido digamos. Cuando alguien dice que como en España no se come en ninguna parte, ¿es eso el nacionalismo español?

Yo creo que el nacionalismo español no existe, por el simple hecho de que la mayoría de personas que me he encontrado en la vida que se autodenominaban nacionalistas españoles o bien odiaban a los vascos o a los catalanes, con lo cual no son nacionalistas españoles, porque entiendo que los nacionalistas españoles no deben odiar a una parte de su propia nación.

Yo no soy nacionalista, soy español de España, catalán de Catalunya, rubinense de Rubí y no tengo la palabra España todo el día en la boca, pero tampoco voy a avergonzarme de pronunciarla como hacen los nacionalistas catalanes, que se refieren al Estado Español porque el simple hecho de decir España les produce urticaria.

No entiendo el no sentirse español porque, para ser español, sólo es necesario tener la nacionalidad española, no es más que eso; porque ser español, como sugiere Trueba, no es ser un fascista. Durante el franquismo, creían que todo aquel que no era franquista era comunista; ahora creen que todo el que no es comunista es franquista… ese y no otro es el drama de España.

Yo no soy guerracivilista, no soy frontista, no soy sectario y no sigo el boicot pero, ¿de verdad Trueba cree que la mejor manera de acabar con él es cargar contra los que lo secundan?. «No sé si me callaré en el futuro; es probable que tenga un cierto cuidado y que en el futuro me reprima alguna vez, lo cual sería lamentable, aunque sería humano  porque sería en defensa propia«.

A lo mejor, señor Trueba, no es cuestión de boicot, a lo mejor es que los españoles no se han sentido Truebistas las dos horas que dura la película. Al ver el revuelo en las redes sociales, miré el ránking de la taquilla y no pude evitar reír pues, tras La Reina de España de Trueba estaba la película No culpes al Karma de lo que te pasa por gilipollas. Pues eso, señor Trueba, a ver si tengo tiempo y veo las dos.

Ciudadanos del pasado al presente

Cuando me afilié a Ciudadanos, aún no había realizado su definitiva expansión nacional. Yo sabía que C’s siempre había sido un partido nacional, por más que al principio su labor se desempeñase solamente en Catalunya. En las elecciones europeas, se había obtenido un gran resultado que fue definitivo para que el partido naranja decidiese dar el gran salto. ¿Hasta dónde se podía llegar? Para este partido, no hay nada imposible. Cuando nació en Catalunya, nadie apostaba un duro por Ciutadans: un partido no nacionalista no podía tener futuro y, a pesar de ello, consiguió 3 diputados en el Parlament que llegaron a ser 9 y después 25.

Llegó la posibilidad de unirse a UPyD buscando ese gran espacio de centro entre populares y socialistas que desde la disolución del CDS estaba prácticamente vacío. El reto era ilusionante, por más que en España los partidos de centro siempre han tenido una vida corta.

Cuando Ciudadanos era un partido básicamente catalán, todos los que simpatizábamos con C’s teníamos claro cuál debía ser el objetivo de la formación si, definitivamente, acababa presentándose a las elecciones generales. Dicho objetivo no era otro que, con una nueva formación, se pudiera recoger el voto de los que habían quedado desencantados con el bipartidismo. De ese modo, habría tres fuerzas: una de derecha, otra de centro y otra de izquierda que podrían ayudarse a la hora de gobernar y, así, se conseguiría algo muy importante para el bien de España, que los nacionalistas no pintaran nada.

El problema de los nacionalistas, de Convergència y del PNV, quizá no se entienda del todo fuera de Catalunya y de Euskadi pero, verdaderamente, ha sido un lastre que PSOE y PP les necesitaran para formar gobierno, dado que estos partidos no colaboraban por el bien nacional sino que usaban su apoyo para chantajear al Gobierno. Muchas veces, cuando se comenta esto, se puede pensar que Jordi Pujol chantajeaba por el bien de Catalunya y que, así, se pensara que, «si yo soy catalán, entonces, ¿de qué me puedo quejar?». Pero ese es el error. Jordi Pujol y demás responsables de Convergència no buscaban lo mejor para Catalunya, sino para el catalanismo y, para que el catalanismo durara, hacía falta que el pueblo catalán sintiera a Jordi Pujol como su gran líder y, para eso, nada mejor que hacer creer a Catalunya que él defendía a los catalanes del resto de una España que les odiaba.

La táctica siempre fue la misma, «avui paciència i demà independència» (hoy paciencia y mañana independencia). Para que eso ocurriera, Convergència debía mantenerse en el poder todo el tiempo que fuera necesario hasta que toda una generación, educada en el independentismo y en el odio a España, pudiera hacer que en Catalunya hubiera una mayoría independentista. Para eso, Convergència necesitaba socios: su socio natural por el lado nacionalista debía ser Esquerra Republicana pero, en los principios de la democracia, eso era imposible. Por más que hoy quizá no se entienda, CiU y ERC representaban dos formas totalmente diferentes de ver Catalunya, en esa época aún quedaban personas que habían vivido la Guerra y disputas familiares, batallas y fusilamientos entre uno y otro bando estaban muy presentes.

De modo que, curiosamente, para que Pujol y los suyos pudiesen llevar su plan, necesitaban a los partidos de Madrid. Pero, ¿cómo lograr eso? Primero, consiguieron el apoyo del PSC, que antes de las primeras elecciones estaba separado entre Convergència socialista y el PSOE en Catalunya. Joan Reventós, presidente de Convergència socialista, advirtió del “peligro de un triunfo en solitario del PSOE en Catalunya”. De este modo, Joan Reventós entiende que la única salida es aliarse con el PSOE pues, así, conseguía los votos de las personas que votaban a Felipe González y se los llevaba a una formación en realidad nacionalista. El propio Reventós escribiría en sus memorias inacabadas «Tal com ho vaig viure» (Tal y como lo viví) que “Los socialistas nos hubieran partido en dos mitades. Y preferí la hegemonía de Pujol”.

El PSC ya estaba desmontando, manejado por catalanistas jamás criticarían el mal gobierno de Convergència. Pero llegó otro problema: si el PSC se unía con fuerzas independentistas de izquierda, Pujol podía perder el poder, de modo que Pujol buscó un nuevo aliado, el Partido Popular. Desde ese momento, pactos del Majestic aparte, Convergència y Partido Popular encontraron algo que beneficiaba a ambos, la catalanofobia. Pujol sería odioso, los populares mostrarían odio a Catalunya y, de ese modo, la catalanofobia daría votos al PP en el resto de España y a Convergència en Catalunya.

Que se destapara la corrupción de Pujol y compañía, el mayor caso de corrupción política de España y con creces, aceleró el proceso independentista. Entonces, PP y PSC reaccionaron contra el Pujolismo, pero para ese momento ya era tarde y sólo el nacimiento de Ciutadans en Catalunya portaba la bandera contra el independentismo. De ahí que fuese tan importante que Ciudadanos consiguiera anular el poder nacionalista en el Gobierno central. Si su implantación era posible, estaría hecho, o eso pensábamos pues, de repente, en aquellas elecciones europeas aparecía un partido de extrema izquierda liderado por un telepredicador llamado Podemos.

La presencia de Podemos, a primera vista, no tenía porque ser mala, serían cuatro partidos los que debían entenderse y el bipartidismo acabaría. Sin embargo, desde ese momento a las elecciones, la metamorfosis del partido morado ponía en peligro el plan de C’s ya que los nacionalistas, de la mano de Podemos, seguirían teniendo poder. Compromís, En Marea y En Comú harían que el nacionalismo siguiera presente en el Gobierno si Podemos formaba parte de él. Tras dos elecciones, y mucho debate y polémica, se logró formar un gobierno sin que los nacionalistas pudieran seguir chantajeando al Gobierno central.

Las encuestas de antes de las elecciones de diciembre, y que Albert Rivera sea el líder más valorado por los españoles, ha supuesto que muchos estén decepcionados con los resultados, por más que el objetivo (mínimo) del partido se haya conseguido.

Pero, más allá de resultados y de sensaciones, ¿ha conseguido C’s hacer entender su idea a sus votantes? En este año de locura, he leído a personas decir que no votarían más al partido naranja porque había llegado a un acuerdo con el PSOE; otros decían lo mismo tras el acuerdo con el PP. Estas personas, desde luego, no han comprendido lo que representa este partido, del mismo modo que desde la formación no estuvieron acertados al decir antes de las elecciones que no se pactaría con nadie, sin explicar que pactar y llegar a un acuerdo de investidura no es lo mismo.

Pero, ¿ahora qué? ¿Debe acercarse el partido a la opinión de quienes les han votado o debe seguir firme en sus ideales y tratar de que más personas se acerquen? Yo, que me considero una persona idealista, tengo claro que me quedo con la segunda opción, aún y a sabiendas que la postura del partido requiere de mucha paciencia a la hora de explicar el proyecto. Desde luego, C’s no debería cambiar dependiendo de si tiene o no más votantes que vengan del PP o del PSOE. Quien sea del PP y quiera que C’s se convierta en el nuevo PP y los que sean del PSOE y quieran que Ciudadanos sea el nuevo PSOE se equivocan, así como también están confundidos los que ven en el partido una forma rancia de unidad nacional y no quieren un país diverso pero unido. Defender la diversidad siempre fue una de las banderas de C’s durante años, por más que veo simpatizantes que no acaban de entender eso.

Veremos qué es de Ciudadanos en el futuro, pero yo, personalmente, espero que mantenga los valores y principios de sus comienzos y que no por intentar coger las manzanas del suelo pierda las que ya tiene en el cesto.