La Cosa Nostra

Decía Josep Pla, un catalán universal, que «el catalán tiende al estado agradabilísimo de ser víctima». El victimismo es el arma que ha llevado al separatismo catalán a conseguir todo lo que tiene a día de hoy. Hacer creer (y, sino creer, lograr que los independentistas repitan) que Catalunya es un pueblo oprimido, cuando la realidad es que esta tierra ha sido mimada desde tiempos inmemoriales por reyes y dictadores y lo sigue siendo todavía en democracia.

Una vez más, se ha apostado por la bandera del victimismo. Esta vez ha sido el expresidente y delfín de Jordi Pujol Artur Mas quien ha culpado a una estrategia del «Estat Espanyol» su implicación en los turbios asuntos del 3%. Sin embargo, la realidad es que todo este proceso comenzó tras una denuncia de una concejal de Esquerra Republicana de Catalunya.

Ahora ha sido un empresario, testigo protegido, el que ha mencionado directamente a Artur Mas en el caso del 3% y el que fuera President de la Generalitat se ha agarrado a la tradición catalana más popular, la del victimismo, para decir que hay un complot contra él y que es un juicio politizado.

Desde el Partit Demòcrata Català, se aprovecha todo movimiento judicial y policial que investiga el desfalco que los Pujol, Millet y demás miembros de Convergència han hecho en Catalunya y que han llevado a la situación actual, en la que la Sanidad y la Educación están tocadas de muerte, las camillas en los pasillos, las listas de espera eternas y los niños estudiando en barracones, para enfocar este victimismo.

Sobre la Sanidad y la Educación, los miembros del Govern tienen una frase hecha: «Creen que a nosotros no nos importan los problemas de los catalanes» y, claro, quién va a pensar que no. Pero la realidad es que, obviamente, la burguesía catalana no va a los hospitales y colegios públicos, de modo que esa es una realidad que les pilla muy de lejos.

La corrupción política en España es un gran problema y en Catalunya, más, o quizá debiera decir Mas. Los ciudadanos, ya hartos, protestaron hace ya algunos años en el 15 M. En aquella fecha, en Barcelona las protestas tomaron un cariz más violento que en cualquier punto de España, se atacó directamente a los políticos del Parlament, a los cuales se les roció de pintura, zarandeó y golpeó, siendo necesario que Artur Mas huyese en helicóptero.

Es a raíz de ese día que Mas, haciendo de trilero de las Ramblas, hace que el pueblo catalán fije la mirada en el independentismo. De este modo, consigue tanto su objetivo que muchas personas ya ni siquiera recuerdan ese suceso del Parlament. Desde entonces, cada acto de la sociedad civil, de los cuerpos y fuerzas de seguridad, de los jueces, etc. es defendido por el Govern como un acto contra el independentismo y, en su visión, por ende, a Catalunya.

La fotografía de esta entrada al blog es la mejor definición del patriotismo de los Pujol, Mas y Puigdemont, los cuales no creen ni en la Senyera o la Estelada, sino en el dinero y en el poder. Y, sí, sé que debería haber puesto un billete de quinientos Euros y no de veinte, pero yo no pertenezco a una de esas 400 familias burguesas que controlan Catalunya, ni siquiera pertenezco a las miles de familias de clase media alta que, por acción u omisión, han apoyado la mafia catalana porque prefieren que les robe un catalán a uno que no lo sea. Porque es la Cosa Nostra y la ley del silencio es en Catalunya, como en la Italia mafiosa, una ley sagrada, por más que mantengamos la esperanza de que algún día esos que se creen patriotas catalanes tengan que admitir que esas personas en las que han confiado, a las que han defendido, son las que han saqueado Catalunya y las causantes de que su vida y su economía hayan empeorado.

¿Tercera vía, señor Mas? No, gracias.

Fue en el final de un acto de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid. El hombre que ha metido a la Catalunya política en un lío y que ha dividido a la sociedad civil abría una puerta hacia la posibilidad de una alternativa al proceso soberanista. Eso sí, dejó claro que debía ser el Estado, y no el gobierno catalán, el que moviera ficha. En realidad, todos sabemos que una gran parte de los miembros de Convergència siempre han visto el tema de la independencia como una excentricidad y que, para muchos, no era más que un «órdago a la grande», que diría un jugador de Mus, pedir la luna para conseguir algo más terrenal.

La cuestión es que, llegado el momento de repetir el referéndum, el Govern tendrá que dar la cara, dado que el resultado del mismo ya lo conocemos: los separatistas irán a votar y los que respetan la Ley, la Constitución y el Estatuto de Catalunya, no. De este modo, ganará el Sí, con un total cercano menor a dos millones, cuando hay cinco millones y medio de catalanes con derecho a voto en las autonómicas. Llegado ese punto, ¿va a atreverse el Govern de Catalunya a declarar la independencia? Obviamente, no, porque la autodeterminación no es para el quien la quiere, sino para a quien se la reconocen y, seamos serios, ¿cuántos países van a reconocer un país que salga de un referéndum ilegal, donde la mayoría no vaya a votar y donde, además, todo eso ocurra en un país democrático y ejemplo de libertades como es España?

Obviamente, por más que en Catalunya cada vez haya más personas que reclaman que hay que llegar a un acuerdo, no es el Señor Puigdemont quién tiene la sartén por el mango, todo lo contrario. Aunque, por otra parte, después de todo el circo montado y de todas las «performances», difícil sería la papeleta de tener que decir a su «público» que hay que olvidarse de la independencia y conformarse con una mayor inversión del Estado o un mejor sistema de financiación, el cual, por otra parte, a mi modo de ver, tampoco debería llegar ya que la política española no se puede mover a base de amenazas efectuadas por parte de los nacionalismos.

Si el Gobierno central hace un guiño a los nacionalismos, debería ser discreto, muy discreto, porque los que en Catalunya sufren el separatismo saben que a esta situación se ha llegado a causa de ir cediendo desde los comienzos de la democracia hasta ahora. Convergència y el PNV han sido durante años piezas esenciales en el espectro político, pero el multipartidismo les ha relegado al ostracismo y Podemos se ha quedado solo a la hora de defender a los nacionalistas con cierto poder, de ahí que en Catalunya y Euskadi se votase masivamente al partido morado. A pesar de ello, el panorama es el que es y con Podemos no va a pactar ningún partido fiel a la Constitución. Esa pérdida de poder por parte de los partidos nacionalistas en el Congreso de los Diputados es lo que les tiene nerviosos y es la causa de que, sobre todo en Catalunya, el Gobierno autonómico se esté apropiando indebidamente de cuestiones que, por Ley, no le pertocan.

¿Tercera vía, señor Mas? No, gracias. Lo que tiene que hacer el Govern de la Generalitat es cumplir y hacer cumplir la Ley. Una vez todo vuelva a la normalidad democrática y los señores del Junts pel Sí y la CUP acaben con el secuestro del Parlament y de los ciudadanos de Catalunya, luchen ustedes por los catalanes, por todos, también por los que no les han votado. No discriminen a nadie por la lengua que hablan, por la ciudad donde viven o por a quien votan y, a raíz de ahí, como ocurrió en la Transición, todos los catalanes se unirán para defender las necesidades de los ciudadanos de Catalunya.

Puigdemont menosprecia a los catalanes que no votaron a Junts pel Sí

La tan pronunciada frase de «Quiero ser el alcalde o el Presidente o el Rey de todos» la mayoría de las veces nos suena ya hueca. Ninguno de nosotros nos acabamos de creer a esos políticos que quieren gobernar para todos, para los que les han votado y los que no. Pero eso no quita que ese debiera ser, dentro de lo posible, el propósito de los cargos públicos a los que los ciudadanos les dan su confianza.

Mariano Rajoy ha citado en el Senado a todos los presidentes autonómicos el próximo día 17 de enero, entre otras cosas para hablar de la financiación económica de las diferentes autonomías españolas. Obviamente, la financiación de las comunidades españolas es un caso difícil de resolver.

Sin embargo, en un acto de prepotencia más, ni el President de la Generalitat ni el Lehendakari vasco van a acudir a la cita. Puigdemont lleva meses pidiendo cita a Rajoy, quiere hablar de tú a tú, de presidente nacional a presidente nacional. Es decir, Puigdemont quiere que el Presidente del Gobierno forme parte de ese mundo imaginario que hay en la cabeza de los separatistas.

No entrando a valorar los fines políticos de Puigdemont y los suyos, no asistiendo a la cita de los Presidentes Autonómicos, el President de la Generalitat no falta el respeto a eso que ellos llaman «el Estado Español», sino que a quien lo hace es al resto de autonomías. El nacionalismo es eso, exclusión y supremacismo. En realidad, también es complejo, porque los separatistas catalanes y vascos no se sienten superiores a los españoles en sí, pero sí a la gran mayoría de autonomías y a estas son a las que desprecian no acudiendo a la cita.

Puigdemont también desprecia a los catalanes que no le han votado aunque, en realidad, deberíamos decir que lo hace con los catalanes que no votaron a Junts pel Sí, puesto que a él no lo votó nadie, dado que no era el candidato. Porque los catalanes tienen derecho a que su President esté en esa cita autonómica y que luche por una mejor financiación para su tierra, a lo que no tiene derecho Puigdemont es a menospreciar a los que no le votaron, por más que ya sepamos que, para los separatistas, los catalanes que no lo somos son considerados ciudadanos de segunda, a pesar de que sigamos siendo quienes le pagamos el sueldo para que represente a todos los catalanes. Dejar la silla de Catalunya vacía, que no es la de Puigdemont, ni la de Junts pel Sí, sino la de todos los catalanes, es vergonzoso.

Por último, Puigdemont quiere demostrar a los suyos que Catalunya ya no está en la fase de tratar ser una autonomía mejor, sino que, verdaderamente, va camino de ser un estado independiente, por más que para ello no tenga más plan que volver al día de la marmota, regresar al 9N para realizar un referéndum ilegal en el que solamente acudirán los separatistas y que no tendría más valor que el enfrentar a la gente. Un enfrentamiento que, por cierto, llevó el pasado día 5 de enero al asesinato de un defensor del separatismo a otro que no lo era en Ciutat Vella, cuestión que los medios del régimen han tratado de silenciar, quitar importancia y tergiversar.

El 9N fue, de algún modo, un nuevo episodio de los pactos entre el PP y Convergència, un «tú no me lo prohíbes y yo hago un referéndum light». Esta vez, el Gobierno no debería permitir que el Govern vuelva a saltarse la Ley y, para ello, no debe esperar a que se acerque el momento de la cita. Nada les gustaría más a los separatistas que observar cómo la Policía retira las cajas de cartón y las papeletas de la infamia. Sin embargo, lo que se debería hacer es hacer cumplir la Ley a los funcionarios del Estado que, al fin y al cabo, son quienes deben abrir los colegios electorales.

Además, como siempre digo, por más que parezca difícil, hay que hacer ver a los separatistas que Puigdemont se equivoca, que los que apuestan por el separatismo vuelven a equivocarse una vez más para que, cuando sean las próximas autonómicas catalanas (que no tardará mucho), apuesten por un cambio, que no voten a partidos separatistas creyendo que son los únicos que aman Catalunya, porque a nuestra tierra la amamos todos.

Otro año de promesas incumplidas

Como en esos propósitos para cada año que nunca cumplimos (ponernos a dieta, ir al gimnasio, aprender inglés, etc.), en la Catalunya política el propósito que no se va a cumplir es, un año más, el de la independencia. El proceso soberanista está siendo la tumba y, a la vez, el hilo de vida que le queda a Convergència, un partido que, mientras fue regionalista, fue quien más apoyo obtuvo en Catalunya y que, sin embargo las últimas encuestas le sitúan ya como la tercera fuerza en unas hipotéticas elecciones catalanas.

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Elcharnego agradecido de Rufián ha salido raudo y veloz, ante dichas encuestas que sitúan a ERC como primera fuerza, para decir que su formación no busca ganar las elecciones, sino ganar el referéndum de independencia. Mucho me temo que será cuestión de tiempo que eso cambie. En mi opinión, el futuro de Catalunya está en un pacto ERC-Podemos-CUP en el que entrará el PSC si es necesario.

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Me sorprendería mucho que Convergència apoyase un pacto con Esquerra, liderado por estos últimos, entre otras cosas porque no creo que haya un escenario peor para los clásicos votantes de CiU que una Catalunya liderada por ERC.

Por eso, el Señor Mas De Lo Mismo, Puigdemont, no quiere mirar más allá del referéndum de septiembre, el cual anuncia a bombo y platillo como si éste fuese el final del camino, cuando la realidad es que no es más que volver a la casilla de salida, regresar a ese butirreferéndum de noviembre de 2014, en el que los separatistas tuvieron que observar cómo casi 4 millones de personas dieron la espalda a la votación y prefirieron quedarse en casa.

¿Qué hay de diferente entre aquel referéndum y éste? Ninguna, pues por más que lo repitan una y mil veces, la Generalitat de Catalunya no tiene potestad para realizar esta votación y nos quedará ver si esta vez el gobierno actúa de forma más contundente y no permite que los separatistas utilicen los datos de los catalanes de forma irregular.

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Obviamente, hasta que llegue la fecha, la demagogia nacionalista seguirá, volveremos a oír esas frases, tales como «Por qué no dejan que sepamos cuánta gente apoya el proceso», como si después de vivir cuatro elecciones en un año no hubiéramos comprobado ya que los separatistas no sólo es que sean menos, sino que cada día van menguando.

En Catalunya todos sabemos que jamás habrá independencia, pero también sabemos que, mientras más tiempo dure el monotema del proceso, más largas serán las colas en los hospitales y mayor será la tensión en la calle, así como también el adoctrinamiento en las escuelas, donde desde hace décadas se educa a los niños catalanes en el odio a España, el cual muchas veces es también el odio hacia sus propios padres o abuelos.

El nuevo 9-N trae la novedad de que Colau, bajo la tutela de miembros de Podemos como Errejón, apoyan un referéndum que sólo va a servir para que las políticas sociales queden al margen del debate diario y que la política catalana se centre en cómo desconectar a Catalunya del resto del país.

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Podemos es el nuevo tonto útil que recoge votos de constitucionalistas para cedérselos al nacionalismo catalán. Ese trabajo antes era del PSC, pero ahora lo hace Podemos que es, sin duda, el problema con el que Catalunya se va a encontrar en los próximos años.

En fin… como hemos dicho al principio, es hora de lanzar promesas que no vamos a cumplir. Haremos dieta, nos apuntaremos al gimnasio, aprenderemos inglés y seremos independientes. Como cada año.

La fiebre regionalista llega al PP de Madrid

La xenofobia, el racismo, el clasismo, ya sea regionalista, autonomista, nacionalista o como queramos llamarlo, se están convirtiendo en una plaga en nuestro país. Si ayer hablábamos de los podemistas Echenique y Teresa Rodríguez, que defienden que Aragón y Andalucía son también naciones, ahora llega el turno de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, que entonó aquello del «Espanya ens roba» de los nacionalistas catalanes, sólo que lo hizo «en madrileño» diciendo aquello que Madrid está pagando la Sanidad y la Educación de Andalucía.

Bonita cantinela esta que se está expandiendo por todo el territorio nacional que dice que unas autonomías dan de comer a otras. Hay que insistir en que es MENTIRA que en unas autonomías se paguen más impuestos que en otras a la Hacienda Pública. Un madrileño, un catalán y un andaluz que ganen 30.000 euros al año pagan los mismos impuestos, lo que ocurre es que en Madrid y Catalunya hay más personas que ganan 30.000 euros al año que en Andalucía.

A mí, que no creo en los frontismos ni en los bandos, me entristece pensar que estas palabras salgan de la boca de un miembro del PP, de aquellos que se supone que están más al centro. Si el Partido Popular, que desde la Transición hasta hoy ha ido abandonando sus posiciones conservadoras, comienza ahora a dar marcha atrás, se quedará aún más aislado.

Cifuentes ha reaccionado rápido, ha dicho que no era eso lo que quería decir; pero no es verdad, sí era eso lo que quería decir, lo que ocurre es que quizá no expresó lo que quería expresar. Su menosprecio quizá no fue por el hecho de ser andaluces, sino porque a los andaluces muchas veces se les ve desde otros puntos de España como aférrimos al socialismo, es decir, lo de Cifuentes no era una lucha de autonomías, sino de partidos, pero en el fondo recurriendo a los viejos tópicos que dicen que el PP es el de los ricos y el PSOE el de los pobres.

La lucha de clases es algo que nos llevaría a un debate eterno. Pero mal camino es ese de que las luchas no sean ya por sectores o por oficios, sino que, además, también sean por autonomías, y peor camino es el de señalar con el dedo a otras zonas de España. Porque muchos de esos que pagan impuestos, que según Cifuentes son para Andalucía, también son andaluces, que no se olvide de eso la Presidenta de Madrid.

Si el problema del paro es mayor en unas regiones que otras, quizá parte de culpa sea de esta absurda lucha entre  regiones  y con esto volvemos al tema de la entrada de ayer: si los gobiernos autonómicos buscaran el bien global y no ensalzaran el autonomismo, regionalismo o nacionalismo, por más que dé votos, otro gallo cantaría.

No querría acabar esta entrada sin dejar mi opinión en otro tema relacionado con las declaraciones de Cifuentes. No siendo yo sospechoso sobre el nacionalismo catalán, pregunta, ¿cuántas portadas, horas de televisión y radio se hubieran dado sobre estas declaraciones si en lugar de hacerlas Cifuentes las hubiese hecho Puigdemont?

Sí, ya sé que me dirán que nadie teme por el secesionismo madrileño, pero no creo que ese sea el tema. La cuestión es que hay que desaprobar todo este tipo de regionalismo y menosprecio a algunas zonas de este país, porque esto es una pescadilla que se muerde la cola. Cuando Antonio Sanz dijo que no quería que en Andalucía ganase las elecciones un partido catalán (refiriéndose a C’s), los votantes del PP sonreían. Pues ese regionalismo, autonomismo o nacionalismo, como lo queramos llamar, es el que como un boomerang ha vuelto a los andaluces del PP en palabras de Cifuentes.

Los últimos de Filipinas

El sitio de Baler fue un asedio al que fue sometido un destacamento español por parte de los insurrectos filipinos en la iglesia del pueblo de Baler, en Luzón (Filipinas), durante 337 días. España y Estados Unidos pusieron fin a la guerra y España cedío la soberanía a los Estados Unidos. Sin embargo, durante los últimos seis meses, los hombres atrincherados en Baler siguieron defendiendo sus posiciones, no creyendo que la guerra ya había acabado. A esta heroica defensa de aquellos hombres se le conoce como «Los últimos de Filipinas».

De ese momento histórico me acordé al ver a Pedro Sánchez y los suyos atrincherados en la sede del PSOE de Ferraz; algo que vi con tristeza y que, junto al años sin gobierno y al intento golpista de los separatistas de Catalunya, hace que sea el momento más frágil de la historia de nuestra joven democracia. No es bueno para el país, más allá de nuestros ideales políticos, lo que está sucediendo en el Partido Socialista.

Lógicamente, los problemas del partido hasta ahora liderado por Pedro Sánchez no vienen de nuevo pues el PSOE tiene un pasado turbio del que, para saber más, recomiendo la lectura del libro de Juan Carlos Girauta La Verdadera Historia del PSOE (Buenas Letras, 2010),  desde el inicio  han tenido que convivir bajo las mismas siglas personas que ideológicamente iban desde el socioliberalismo hasta el socialismo marxista, pasando por la Social Democracia. Para más dificultad, ha de convivir con las 17 identidades diferentes que tiene el PSOE en cada una de las autonomías.

Creo que ese ha sido uno de los grandes problemas del partido socialista, tener tan diferentes discursos y, de hecho, de ahí surgieron los nuevos partidos Ciudadanos y Podemos. Aún recordamos a Pedro Sánchez presentándose a candidato con una gran bandera española tras él, tratando de dar normalidad a que la izquierda no se avergüence de la bandera de la España democrática, mientras que en Valencia Ximo Puig pactaba con un partido pancatalanista como Compromís, en ciudades catalanas se gobierna junto a ERC o la CUP y en Galicia con el BNG, por no hablar de la gran multitud de pactos con Podemos, partido que defiende referéndum ilegales para romper España.

Cierto es que el PSOE ha puesto mucho de su parte para estar como está, pero no es menos cierto que PP y Podemos hayan aprovechado muy bien su debilidad para acabar de romper a los socialistas. El PSOE ha sido tirado de un brazo por Populares y del otro por Podemistas hasta que se han roto por la mitad. Hace unos meses, Pablo Iglesias tuvo en su mano que Sánchez fuera presidente del gobierno y votó, junto al PP y los independentistas, incluido Bildu, contra él, recordando la cal viva. Para Podemos, no era posible aceptar un gobierno de PSOE con C’s pero sí veía viable un gobierno con ellos más sus mareas y los que desean romper España.

En ninguna cabeza (sana) cabe la posibilidad de que se pueda pactar una investidura de gobierno con partidos que quieren romper la unidad nacional que ese gobierno representaría. Sin embargo, tenemos que oír a personajes como Miquel Iceta, que antes de las autonómicas calcaba el discurso de unidad de catalanes que defendía Inés Arrimadas para C’s, proponer ahora un gobierno de Sánchez con el consentimiento de los separatistas en un Parlament Catalán donde Puigdemont está anunciando el intento de dar un golpe de Estado a la soberanía popular.

¿Cuántos PSOE hay? Es muy normal tener varias corrientes dentro de un partido, pero ¿hasta qué punto? Una de las grandes dificultades que tienen los socialistas es la red clientelar que les da votos pero que, a su vez, les hace tener dentro de sus muros personas de tan diferente pensamiento. Me consta que hay personas dentro del PSOE que miran lo mejor por el partido, más allá de lo que sea lo mejor por el país e, incluso, no siendo fiel a sus propios pensamientos, y eso a la larga trae problemas. El PSOE se comporta como una empresa, una sociedad en la que muchos de los que están dentro tratan de hacer lo mejor para progresar, a pesar de sus ideologías.

Veremos qué ocurre en los nuevos episodios pero, de cara a lo que nos preocupa a los que no somos votantes socialistas, tenemos que estar expectantes pues verdaderamente creo que, a día de hoy, lo mejor para España es que el PSOE deje gobernar al PP en minoría y no ir a unas nuevas elecciones en las que todo indica que Mariano Rajoy conseguirá mayoría absoluta.

Catalunya año cero

Sin la separación de poderes, los gobiernos no se podrían llamar democráticos, es decir, serían, digámoslo así y para que todos me entiendan, dictaduras elegidas democráticamente, pero dictaduras al fin y al cabo. Yo creo que nadie, absolutamente nadie, tiene a día de hoy ninguna duda de que, por ejemplo, Adolf Hitler fue un dictador más allá de que ganara unas elecciones.

El Tribunal Constitucional es independiente en su función como intérprete supremo de la Constitución y está sometido sólo a la Constitución y a dicha Ley. Sin embargo, ayer el gobierno de la Generalitat hizo algo inédito en nuestro país, desobedecer al Tribunal Constitucional, desobedecer la Ley y el orden porque, según ellos, sólo obedecen al pueblo catalán. ¿Cómo se puede ser tan impresentable, tan malintencionado y tan sinvergüenza para hablar en nombre de los catalanes, en nombre de Catalunya, en una moción que los representantes del 53% de la población se ha negado a votar por ilegal?

Si Junts pel Sí y la CUP no gobiernan para todos los catalanes, sino que solamente lo hacen para una parte, y desoyen al resto de la población, que además es mayoría, significa que en mi tierra no hay democracia. Para los separatistas, quienes no les votan no merecen representación, no son ciudadanos de pleno derecho, no son personas, no son humanos. El gobierno xenófobo y racista de Catalunya está haciendo algo muy peligroso, separar a todo un pueblo, poner un muro sin alambradas ni hormigón pero, en definitiva, un muro que separa a los para ellos buenos y malos catalanes.

El gobierno de la Generalitat ha desobedecido al Tribunal, ha desobedecido la Ley y el Estado de Derecho, con lo cual el gobierno catalán se ha convertido en ilegítimo. Sabemos lo que pasará ahora, PP, PSOE y C’s llevarán la resolución al propio Tribunal y seguiremos jugando al ratón y al gato. Es lo que ocurre cuando, en lugar de tener a un presidente serio, tienes al hombre del plasma. En cualquier país serio, la Presidenta del Parlament, la racista y xenófoba Carme Forcadell, sería detenida por golpista, pero con el gobierno del PP ya sabemos que nunca ocurre nada.

Para más inri, el golpe de estado ha sido televisado por la televisión pública catalana, esa televisión que los infrahumanos, los que no tenemos derecho a hablar, los colonos y botiflers, también pagamos y en la que tenemos que aguantar cómo se nos insulta, cómo se nos menosprecia. El No-Do del régimen nacional-catalanista hoy daba paso a la publicidad o el presentador hablaba encima cada vez que la líder de la oposición, Inés Arrimadas, iba a comenzar su turno de palabra. Finalmente, Podemos votó en contra, PSC se negó a votar, Ciudadanos y PP abandonaron el Parlament.

Toda esta pantomima tiene sólo un motivo: Carles Puigdemont necesita el Sí de la CUP en el voto de confianza y ahora ya lo tiene. E, insisto en algo: yo no temo por la independencia de Catalunya, porque no llegará nunca, porque el pueblo no la quiere, pero la ruptura en dos bandos de la sociedad civil en Catalunya sí es algo peligroso, muy peligroso, es algo que ya hemos vivido en este país y sabemos las consecuencias que tiene.

Ayer Junts pel Sí y la CUP votaron iniciar el proceso constituyente de Catalunya como nación independiente de España. Obviamente, no es más que un brindis al sol, simplemente es otra provocación de estos fanáticos nacionalistas que hablan de la independencia como el futuro pero que, sin embargo, vuelven a la época feudal tanto en pensamiento, ya que son de la opinión de la que la soberanía está en los territorios y no en los ciudadanos, como en la práctica, dado que incluso tienen como mapa político organizar Catalunya en veguerías, como en el siglo XII.

Un día triste para Catalunya, un día triste para la democracia ya que en Catalunya no hay corrupción parece, no hay problemas sociales parece, ni de sanidad, ni de educación… en Catalunya sólo existe la independencia y, con eso, se arreglará todo. Ayer el Parlament secundó que «las leyes que se aprueben no son susceptibles de control, suspensión o impugnación por cualquier otro control por parte de ningún otro poder, juzgado o tribunal».

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Un partido nuevo, una mentalidad vieja

El anuncio de que Artur Mas será el Presidente del Partit Demòcrata Català, es decir, la antigua Convergència, hace buena la expresión popular de «ser los mismos perros pero con diferente collar». Los electores catalanes pondrán en su sitio la operación de estética de la antigua Convergència pero, sinceramente, me extrañaría mucho que esta «performance» le pueda salir bien a Artur Mas.

Al que fuera President de la Generalitat, igual que ocurre con Mariano Rajoy, hay que alabarle cómo consigue sobrevivir una y otra vez cuando lo dan por muerto. Realmente, si Mas no se hubiera inventado el Procés, no se hubiera inventado a Junts pel Sí y, a día de hoy, él y los suyos estarían en la oposición desde 2014. Sin embargo, vamos a llegar como mínimo a 2017 con Carles Puigdemont, es decir, con Artur Mas en el poder.

Lo que ocurra en el futuro de la política catalana va a depender mucho de ERC pues tendrán que elegir entre desmembrar Junts pel Sí y, probablemente, ganar las elecciones (eso sí, dejando la independencia para más adelante) o permanecer en la coalición con el objetivo de la independencia pero liderado por los de siempre, por la burguesía barcelonesa que ahora son independentistas, antes catalanistas, antes franquistas y antes monárquicos, todo para estar siempre en el poder.

Estratégicamente, si entendemos que el objetivo de Mas, Pujol y todos los demás es mantener el poder, obviamente, lo están haciendo bien aunque, sin embargo, no dejan de estar en manos de Esquerra, que ha superado a los Convergentes en las dos últimas elecciones generales. Ahora, con el nuevo nombre, como ya dije en una entrada anterior, creo que podría ser un buen momento para que muchos votantes de CDC, que votaban dicho partido casi como una más de las tradiciones catalanas, den la espalda a PDC y se unan a otras fuerzas sin sonrojarse.

Insisto en este tema porque, viviendo el día a día de la extraña Catalunya en la que vivo, estoy completamente seguro de que los votantes de Convergència no aprueban esta metamorfosis de Mas y los suyos. Obviamente, no son solamente sensaciones, los datos son claros en las autonómicas catalanas de 2015 donde Junts pel Sí consiguió el 39,65 de los votos, mientras que por separado en 2012 tenían el 44,4% y en 2010 antes de que comenzara la locura soberanista el 45,5%. Precisamente en ese 2010, sólo CiU tenía el mismo porcentaje que ahora tiene Junts pel Sí.

El independentismo ha sido la salvación de Convergència, pero también puede ser su defunción. Curiosamente, entre los jóvenes, el nacionalismo catalán es visto como un fenómeno progresista y de izquierdas, imagino que por el simple hecho de que ven al Partido Popular como el enemigo, pero el nacionalismo siempre es de derechas, de extrema derecha, ultra conservador, porque el nacionalismo nos lleva a la época feudal en la que todo, incluido los ciudadanos, pertenecían a la nación, al reino o al condado.

El progresismo es todo lo contrario, es dar la soberanía al pueblo, es que todos esos ciudadanos sean iguales y gocen de los mismos derechos. Por eso, en los próximos años, cuando muchos jóvenes y no tan jóvenes catalanes vean cómo acaba el hechizo y el carruaje vuelva a convertirse en una calabaza, tendrán que elegir qué camino tomar. Y, cuando pase esto, entre los independentistas convencidos (una minoría), ¿cuántos de ellos iban a ver más cercanos a sus pensamientos los del Partit Demòcrata que los de Esquerra Republicana?

El Partit Demòcrata Català es un partido nuevo pero con una mentalidad vieja. Ciertamente, me sorprendería que en los próximos meses, cuando las encuestas sigan dando datos a la baja de los partidos secesionistas, no surgiese una tendencia, digámoslo así, «regionalista» de la antigua Convergència, un partido que defienda la cultura, la lengua catalana sin olvidar los temas sociales y que todo eso lo pueda hacer desde la Constitución, la Ley y con el objetivo de unir a los catalanes y no dividirlos.

En mi opinión y como ya dije en otra ocasión, los catalanistas moderados no tendrían que hacer un nuevo partido pues creo que ya tienen su sitio en Ciudadanos ya que no hay un lugar mejor donde defender el verdadero catalanismo, el cual realmente no es más que el anhelo catalán de ser importante en España. Pero ese paso lo veo difícil porque el nacionalismo catalán y el nacionalismo castellano del PP tratan de enfrentar de tal modo a la sociedad civil catalana que están alineando a personas en frentes muy marcados, tanto que los clichés que tiene Ciudadanos son montañas a subir.

¿Cómo se convence a un catalanista moderado que es machacado a diario por medios de comunicación, políticos, amigos y familiares que C’s no es un partido anticatalán? ¿Que no es un partido de derechas? ¿Que no es un partido colonizador? ¿Que no es, como dijo la misma Carme Forcadell, un partido de no catalanes? Y a la vez, ¿cómo se convence a los castellanoparlantes que no les dejan hablar su idioma en los colegios o en las instituciones públicas de que hay que estar orgulloso de ser catalanes? ¿De que tenemos que defender nuestra tierra más allá de los Mas, Pujol, etc.?

Difícil batalla es esta, pero es una lucha en la que no hay que desfallecer. Primero, porque debemos cuidarnos mucho del nacionalismo catalán, porque por más que lo vendan como algo moderno, como una moda juvenil, el nacionalismo es lo que es y la historia está ahí para no volver a caer en los mismos errores, más cuando el nacionalismo catalán cuenta con asociaciones como la ANC (que significa Assemblea Nacional Catalana y no Algunos Nazis Catalanes, como alguno podría pensar) que declaran, sin cortarse, el odio a España, a los españoles, incluidos los catalanes que nos sentimos españoles.

 

Fuente de la fotografía de portada: www.expansion.com

¿A dónde vas Convergència?

Convergència pudo llamarse en su día PNC, es decir, Partido Nacionalista Catalán, muy al estilo del Partido Nacionalista Vasco. Sin embargo, fue el propio Jordi Pujol quien se negó a ese nombre ya que, a su parecer, no había que dar la posibilidad de que se les viese como un partido nacionalista dado que Convergència no debía ser un partido nacionalista, sino el partido nacionalista catalán, el único.

No fue una mala táctica para el partido pues, durante décadas, todo catalanista sintió la obligación de apoyar al partido, sobre todo mientras Jordi Pujol fue su líder. A Convergència no solamente lo apoyaban los burgueses y empresarios de Catalunya, sino también prácticamente toda persona que se sintiera catalanista en cualquiera de sus términos, los que querían la independencia, los que querían más autonomía, los que querían que Catalunyha fuese el motor de España e, incluso, personas «españolistas» que veían más peligroso el catalanismo de izquierdas, que ese sí tenía como una aspiración la independencia y podía llegar al poder, como así acabaría siendo, con el apoyo de PSC e Iniciativa.

Así, Jordi Pujol se convirtió en algo más que un político o un líder; era algo así como el «Rey de Catalunya», la persona que hacía y deshacía. Así mismo, consiguió que toda crítica contra él o contra el partido fuese vista, por gran parte del pueblo, como un ataque a Catalunya y al catalanismo en cualquiera de sus formas de verlo. Para Pujol, no era difícil lograr eso pues, al fin y al cabo, la base de su electorado provenía de familias que habían sido franquistas y antes monárquicos, con que la idea de un líder único que gobernase los destinos del pueblo por el bien de la nación la tenían en el ADN.

Ya he dicho en otras entradas que, aquí en mi tierra, era muy normal que las personas que confiaban en el Partido Popular en las elecciones Generales votaran a CiU en autonómicas y viceversa, más aún cuando, ante la posibilidad de un empate técnico, se apelaba al voto útil. De modo que al partido de Pujol en algunas épocas le votaban conservadores, cristianos, catalanistas y españolistas de derecha. Los dos bloques de intención de voto se rompieron cuando, para destronar a CiU, los socialistas catalanes se unieron a ICV y, sobre todo, a Esquerra, que había sido visto siempre como un partido radical y peligroso que no tenía reparos en cuestiones como integrar en sus filas a miembros de la banda terrorista Terra Lliure. Para que me entiendan los más jóvenes, la ERC de los 80 y 90 era vista, probablemente y para la época, como un partido más radical de lo que es la CUP ahora.

El gobierno del Tripartit fue quien cambió la historia de la Catalunya reciente. Un partido como el socialista jamás debería haber pactado un gobierno autonómico con un partido de Esquerra y lo pagó muy caro. Por un lado, porque una vez que estaban juntos, muchas personas que hasta entonces habían votado socialista creían ahora que el voto de izquierda más útil era el de ERC y, por el otro, porque muchos votantes, no entendiendo esa unión, decidieron apoyar a Ciudadanos, partido que acababa de formarse y que suponía una formación claramente contraria al nacionalismo.

Desde ese día, comenzamos a darnos cuenta de que la Catalunya abierta a las personas que habían venido de otros lados de España no había sido más que una mentira, que la Catalunya integradora y cosmopolita no había sido más que una táctica electoral y que en el gobierno de CiU había claros prejuicios racistas y xenófobos contra los catalanes de origen español. En ese momento y a causa de que se descubren multitud de casos de corrupción por parte de Convergència, los cuales afectan al mismísimo Jordi Pujol y familia, al tener un dinero en varios paraísos fiscales, al parecer procedente de mordidas de los contratos efectuados por la Generalitat de Catalunya, Convergència decide pasarse al separatismo catalán creyendo que treinta años de adoctrinamiento catalanista en las escuelas y medios de comunicación han debido de ser suficientes para que una mayoría les siga en el camino al precipicio.

Ya sabemos lo que ocurrió: Artur Mas quiso hacer de unas autonómicas un referéndum en el que, por cierto, perdieron los separatistas, aunque eso no fue lo más destacable ya que ERC y la CUP se pusieron del lado de Convergència, manchándose de sus tramas, de su corrupción y de su independentismo xenófobo. Mientras todo eso ocurre, Convergència se desangra tanto y tiene tan sucia su marca que, en estos días, trata de refundarse, de encontrar otro nombre, otras siglas, para que, como hizo hace ya casi 40 años, siga viéndose como el único partido nacionalista catalán. Pero no es cuestión de un nombre, es cuestión de saber «¿A dónde vas Convergència?», cuando están perdiendo votos a chorros, cuando sus votantes son ya únicamente personas mayores que, a estas alturas, «no van a cambiarse de chaqueta» y jóvenes claramente clasistas que desprecian más a según qué parte de la población por su nivel económico que por de dónde provienen.

Se llame Democracia i Llibertat, Catalunya Estat o Junts per Catalunya, Convergència, la Convergència del 3%, no es un partido de futuro. Todo parece indicar que, dentro del soberanismo, muchos de sus votantes prefieren a ERC y que muchos catalanistas no independentistas han elegido a Ciudadanos y al Partido Popular en estas últimas elecciones. Por eso, soy de la opinión de que el cambio de nombre debe ser una forma tranquila para los que hasta ahora han votado a Convergència se cambien la chaqueta, simplemente porque ya se ha quedado pequeña; esta ya está en la basura y estoy completamente seguro de que la mayoría de catalanistas no son independentistas y de que quizá ha llegado el momento de que el catalanismo vuelva a ser lo que siempre fue, el anhelo de los catalanes de llevar las riendas de la economía y la política española. Estoy seguro de que esto acabará siendo así y de que Ciudadanos es el único partido que puede tender puentes entre los catalanes y el resto de españoles. Ahora sólo falta ver cuánto tiempo pasaremos en este proceso. Mientras más tarde, más tensión habrá en Catalunya, más amistades se perderán, más familias acabarán divididas. Por eso espero que ese cambio ocurra pronto pues los ciudadanos de Catalunya necesitamos trabajar unidos desde ya.

 

Fuente de la fotografía de portada: voxpopuli.com

¡FUERA!

No es momento para paños calientes, no es momento para medias tintas; es momento de ser claro, es momento de llamar a las cosas por su nombre, es momento de que personas como Fernández Díaz y Mariano Rajoy dejen de aferrarse a su asiento, dejen de agarrarse a su poltrona y dimitan por el bien de nuestro país.

La crisis está haciendo que nuestros compatriotas estén pasando por malos momentos y tenemos que tirar para adelante, tenemos que resurgir pero, para eso, debemos estar juntos, debemos estar unidos en la lucha por el bien de España que es, al fin y al cabo, el bien de todos los ciudadanos.

España no se merece un gobierno corrupto, no se merece un gobierno con las sedes embargadas y no se merece un gobierno que use los estamentos del Estado con beneficio propio. Las grabaciones en las que se escucha a Fernández Díaz conspirando con el director de la Oficina Antifrau, Daniel de Alfonso, para buscar casos de corrupción que salpiquen a dirigentes de ERC y CDC no sólo es deshonesto, sino que también es burlarse de las leyes del país.

En el momento que eso ocurre, como dijo en su día Felipe González, deja de ser un Estado de Derecho para ser un Estado deshecho. No se puede permitir que personas del Partido Popular se dediquen a espiar a otros políticos, más cuando ellos criticaron abiertamente las escuchas que CDC había realizado en Catalunya.

Hay muchas personas que estamos intentando ayudar para mejorar el país y también para unirlo, pero el Partido Popular es una máquina de hacer podemitas y de hacer independentistas. Puede que el frontismo le dé réditos electorales pero, obviamente, ese no es bueno para la nación, no es bueno para nuestro país.

Si los líderes independentistas han cometido delitos, a la cárcel y, si no lo han hecho, se les combate con política. A los que no respetan la democracia hay que darles más democracia.

Ya me he quejado en otras ocasiones de que el PP use la catalonofobia como arma electoral. A los catalanes que buscamos que los independentistas dejen de serlo y que entiendan que el verdadero catalanismo es intentar que Catalunya sea una de las locomotoras de España y no intentar romper el país, los populares nos hacen un flaco favor.

Que las personas que votan independentismo tomen posiciones más moderadas no se consigue con un «Tú eres español y punto, porque lo pone en el DNI», sino que se consigue conociendo a Catalunya y entendiendo que uno no puede ser un patriota español odiando a una parte de España como es Catalunya.

El Partido Popular dice hacer españolismo, cuando lo que hace es castellanismo. Quien no entienda que el idioma catalán es tan español como el castellano y que las costumbres, la cultura o el folklore catalán son tan españoles como el madrileño, el andaluz o el valenciano, no sólo no entiende nada sino que le está dando la razón involuntariamente a los independentistas.

Catalunya nunca va a ser independiente, entre otras cosas porque los catalanes no lo quieren, pero sí es cierto que los separatistas aprovechan las escuelas, la prensa y la instituciones para hacer independentistas, pero no es menos cierto que las políticas del PP han hecho más independentistas que todas esas cuestiones juntas.

Yo, que por ser catalán no soy menos español y por ser español no soy menos catalán, estoy cansado también de que los independentistas utilicen este tipo de cosas en su favor, porque el PP no es España, ni Fernández Díaz es España, ni Mariano Rajoy es España. Lo que ocurre es que, mientras peor gobierno haya en España, mejor para los independentistas, por eso apoyan con el voto a Podemos. Mientras más independentistas haya, mejor para el Partido Popular y sus propósitos electorales.

He visto declaraciones lamentables de Puigdemont y otros líderes separatistas. Si como dice el President Mas de lo mismo, esto es un GAL mediático, él es un golpista, de modo que más le valdría taparse en este asunto.

Los españoles no tienen porqué conformarse con este país que tenemos, aspiramos a una España sin frontismo, sin bandos, así sería un país imparable. Por eso, hemos de volver al espíritu de la transición, al espíritu del abrazo entre personas que no pensamos igual. España necesita un cambio, pero un cambio sensato, un cambio a mejor y eso, hoy en día, no está en manos del PP y, por supuesto, tampoco de Podemos.

 

Fuente de la fotografía de portada: www.20minuto.es