Mientras el gobierno catalán planea un golpe de estado, el gobierno español espera a ver si llueve

Hay días que, al coger los diarios y leer los titulares, uno se siente indefenso, desprotegido por el gobierno de Mariano Rajoy, que sigue sin preocuparse lo más mínimo por la intentona golpista catalana. No sé si, como siempre ha ocurrido desde la Transición, los populares y los convergents tienen su propio plan oculto, un plan que favorezca a los dos y a su causa común, que no es otra que mejorar las condiciones de la burguesía de acá y de allá a costa de la clase obrera, pero tanto si lo hay como si no, la actitud del gobierno de España, ante el ilegal y anticonstitucional proceso separatista, está dejando mucho que desear.

El juez Vidal fue suspendido de empleo por 3 años por haber participado en la elaboración de una futura Constitución de Catalunya. Tras eso, Esquerra Republicana de Catalunya le premió ofreciéndole uno de los primeros puestos en las listas para el Senado. En las últimos horas, nos hemos enterado de que este personaje ha asegurado que: “La Generalitat tiene todos vuestros datos fiscales. Esto es ilegal porque está protegido por la Ley de Bases de Datos. Son unos datos reservados, en teoría los que llevamos este proceso no deberíamos tener acceso a ellos, pero a veces suceden cosas, no os diremos cómo, porque no es exactamente legal”.

Esta no es más que otra prueba más de que el Gobierno de la Generalitat y la panda de cuatreros que han comprado por un plato de lentejas, muy a diferencia de lo que predican, no quieren hacer un nuevo país libre y democrático, sino que, como los espías de la Stasi en la RDA, están utilizando toda su maquinaria para, desde la ilegalidad, tratar de crear un país a su imagen y semejanza. Un país que, como todos sabemos, no busca nada más que la salvación de los Pujol y de las cuatrocientas familias que dominan Catalunya desde tiempos inmemoriales y que, semana tras semana, viajan a Andorra y Suiza para blanquear el dinero que, ilegalmente, tienen depositado en estos paraísos fiscales.

Mientras, al lado observas la noticia en la que Mariano Rajoy dice que el recibo de la luz va a bajar porque va a llover. “Han anunciado que va a llover y eso va a dar lugar a una bajada”, así explicaba el presidente del Gobierno en el programa de radio de Carlos Alsina, confiando en que los chubascos y la entrada de la energía hidráulica en el mix de energía ayuden a reducir las tarifas de la electricidad.

De modo que Mariano Rajoy esperará a ver si llueve para solucionar el tema de la electricidad que, en plena ola de frío, se está llevando a ciudadanos españoles a la muerte. Me pregunto si el problema del separatismo catalán y la amenaza de golpe de estado y conflicto civil de Catalunya también los va a resolver mirando a las nubes.

Sabemos que Mariano Rajoy ha hecho un arte de la espera, del quedarse quieto hasta que los contrarios se pongan nerviosos, pero en el asunto del separatismo catalán está comenzando a llegar demasiado lejos. La fractura en la sociedad es grave, a pesar de que sea cierto que, en el día a día, la sensación sea que el separatismo se desinfla. Para mí, pues, eso es lo menos importante ya que el independentismo no es un tema preocupante porque Catalunya jamás va a ser independiente, dado que el pueblo catalán no lo quiere.

El verdadero problema es que el Govern de la Generalitat está utilizando las estructuras de la autonomía para enfrentar a los catalanes, para que toda Catalunya quede sepultada en una nube de odio, una nube que Mariano Rajoy no podrá ver mirando el cielo de Madrid desde La Moncloa.

Santiago Vidal dimite como senador, pero el intento de golpe de estado de los separatistas continúa.

La izquierda, los moderados y los extremistas

La historia interminable de las batallas derecha-izquierda en España es, a mi opinión, uno de los grandes lastres de nuestro país. He vuelto a pensar en ello cuando, en estos días y ante los próximos Congresos Nacionales de los cuatro partidos grandes, se ha oído el debate de que, si como sucede en Francia, sería bueno que los simpatizantes pudieran elegir a los dirigentes de los partidos políticos tras previo pago de una pequeña cuota. La idea no tiene por qué ser mala, pero creo que, en el frontismo con el que vivimos en España, no serían pocos los que pagarían esa cuota solamente por votar al peor de los candidatos del rival.

Sé que esto es hacer una caricatura pero realmente creo que en este país, antes de ir a un método como el francés, necesitamos más años de experiencia democrática dado que, a día de hoy, la mayoría prefiere un mal rival y no, como sería más lógico desear, que los mejores candidatos de todas las ideologías compitieran por ser el Presidente del Gobierno.

Desde que con la Transición comenzaron las encuestas, hemos vivido la paradoja de que rara vez el candidato más valorado pertenece a la fuerza que lidera las encuestas. Es obvio que, en parte, eso se deba a que los clásicos rivales siempre puntúan bajo al líder del partido rival, favoreciendo a los que no molestan, ni a unos ni a otros. Eso llevó a que en la época del CDS de Suárez, el que fuera primer Presidente del Gobierno, puesto que era el político más valorado aunque pocos le pensaban votar, dijese aquello de: «Queredme menos y votadme más». Algo parecido le sucede ahora a Albert Rivera, al que los españoles consideran el mejor candidato posible, a pesar de que Ciudadanos sea la cuarta fuerza más votada.

Sobre ese panorama, los partidos tienen la opción de extremarse más, lo que les puede llevar a un éxito  inmediato o, por el contrario, tratar de que ese frontismo acabe, por más que los réditos electorales traten más tiempo en llegar. Imagino que, si el fin de los partidos, sobre todo de los nuevos, es cambiar la sociedad, deberían apostar por lo segundo a pesar de esa máxima que dice que, desde la oposición, no se pueden cambiar las cosas o al menos es muy difícil.

Tras las últimas elecciones, hemos visto que las distancias entre los pensamientos ideológicos de los españoles están cada vez más distantes y que los enfrentamientos derecha-izquierda están latentes, incluso dentro de los partidos. En el Partido Popular hay voces críticas que consideran que los Populares son el partido de derechas menos de derechas de Europa y apuestan por crear una formación (muchos sueñan que capitaneada por Aznar) de verdadera derecha. En el PSOE es donde la ruptura es mayor ya que muchos ven como una ofensa haber dejado gobernar a Rajoy, mientras otros creen que lo verdaderamente inadmisible hubiera sido llegar a un acuerdo con Podemos. En el partido morado, los errejonistas no acabaron de entender por qué no permitieron que gobernara Pedro Sánchez con el apoyo de Ciudadanos, permitiendo, de este modo, un nuevo gobierno de Mariano Rajoy y en C’s hay discusiones internas sobre si el partido debe seguir proyectándose desde el centro-izquierda o, contrariamente, dar un paso a la derecha para competir con el Partido Popular.

Lo más curioso es que exista esta batalla derecha-izquierda en todos los partidos, cuando las encuestas dicen que en una escala del 1 (extrema derecha) al 10 (extrema izquierda) la mayoría se sitúa en el 5, aunque no es menos cierto que en las calles es más fácil encontrar personas que se declaran de izquierdas que de derechas. Una vez, un compañero de partido me dijo que en España había personas de izquierdas y personas que votaban a la derecha, pero que no hay casi personas que digan ser de derechas y creo que está en lo cierto.

Imagino que esto se debe a que hay una irreal forma de ver las cosas. Flota en el ambiente que la izquierda encarna la generosidad, la justicia, la cultura y la libertad y que la derecha representa el egoísmo, la avaricia, el despotismo y la opresión, lo que lleva a la izquierda a una superioridad moral que, incluso, hace que, para los extremistas de izquierda, una izquierda moderada sea en realidad derecha, es decir, a sus ojos son egoístas, avaros, déspotas y opresores. Sin embargo, en la extrema izquierda, en el lado más radical de Podemos, por no hablar ya de en la izquierda nacionalista, hay comportamientos que se acercan más a esos adjetivos que los que se pueden encontrar en la izquierda y en la derecha moderada.

Buscar el equilibrio debería ser el objetivo de la mayoría de partidos. Ciudadanos es, sin duda, quien está más cerca de ello, a pesar de que muchos, incluido yo, somos de la opinión que el nuevo ideario y algunas de las apuestas de futuro podrían hacer que lo perdiéramos. Esto se ve también como una lucha  entre el sector Liberal y el Social-Demócrata, cuando yo creo que no se trata de etiquetas, sino de no coger el camino equivocado.

Yo soy cercano a  la izquierda moderada, entendiéndola como una corriente que pretende reconstruir la sociedad sobre unos postulados racionales; una lucha por tener una sociedad mejor que la que hay, con más igualdad, más justa, teniendo en cuenta que, como izquierda, entiendo también los primeros movimientos de los liberales y su intento de sentar las bases de un Estado, secuestrado en aquel momento por la invasión francesa, pero que también lo estaba con los reyes absolutistas. Todo ello, aceptando que hay unas instituciones existentes a las que respetar, pero observándolas desde postulados racionales y siendo conocedores de la imperfecta naturaleza humana.

Sin embargo me siento muy lejos de la izquierda sectaria, dogmática y muchas veces anti-española, que fue responsable de que la Restauración no cuajara, que apoyó la dictadura de Primo de Rivera, que llevó al traste las posibilidades de la República en cuestiones como la Revolución del 34 y que fue muy responsable de que en este país hubiera una Guerra Civil, en la que el bando republicano acabó en manos del dominio soviético de Stalin y sacando del país gran parte de su patrimonio;  lejos también de la izquierda que no hizo dura oposición a Franco, que trató de llevar al traste la Transición y que ya en democracia utilizó el terrorismo de Estado, asesinando a españoles sin juicio de por medio; y, por supuesto,  lejos también de la izquierda vendida al nacionalismo, que no defiende la igualdad entre todos los españoles y que, en ciertas autonomías, apuesta porque haya ciudadanos de primera (los nacionalistas) y de segunda.

Portada: El abrazo de Juan Genovés.

Puigdemont menosprecia a los catalanes que no votaron a Junts pel Sí

La tan pronunciada frase de «Quiero ser el alcalde o el Presidente o el Rey de todos» la mayoría de las veces nos suena ya hueca. Ninguno de nosotros nos acabamos de creer a esos políticos que quieren gobernar para todos, para los que les han votado y los que no. Pero eso no quita que ese debiera ser, dentro de lo posible, el propósito de los cargos públicos a los que los ciudadanos les dan su confianza.

Mariano Rajoy ha citado en el Senado a todos los presidentes autonómicos el próximo día 17 de enero, entre otras cosas para hablar de la financiación económica de las diferentes autonomías españolas. Obviamente, la financiación de las comunidades españolas es un caso difícil de resolver.

Sin embargo, en un acto de prepotencia más, ni el President de la Generalitat ni el Lehendakari vasco van a acudir a la cita. Puigdemont lleva meses pidiendo cita a Rajoy, quiere hablar de tú a tú, de presidente nacional a presidente nacional. Es decir, Puigdemont quiere que el Presidente del Gobierno forme parte de ese mundo imaginario que hay en la cabeza de los separatistas.

No entrando a valorar los fines políticos de Puigdemont y los suyos, no asistiendo a la cita de los Presidentes Autonómicos, el President de la Generalitat no falta el respeto a eso que ellos llaman «el Estado Español», sino que a quien lo hace es al resto de autonomías. El nacionalismo es eso, exclusión y supremacismo. En realidad, también es complejo, porque los separatistas catalanes y vascos no se sienten superiores a los españoles en sí, pero sí a la gran mayoría de autonomías y a estas son a las que desprecian no acudiendo a la cita.

Puigdemont también desprecia a los catalanes que no le han votado aunque, en realidad, deberíamos decir que lo hace con los catalanes que no votaron a Junts pel Sí, puesto que a él no lo votó nadie, dado que no era el candidato. Porque los catalanes tienen derecho a que su President esté en esa cita autonómica y que luche por una mejor financiación para su tierra, a lo que no tiene derecho Puigdemont es a menospreciar a los que no le votaron, por más que ya sepamos que, para los separatistas, los catalanes que no lo somos son considerados ciudadanos de segunda, a pesar de que sigamos siendo quienes le pagamos el sueldo para que represente a todos los catalanes. Dejar la silla de Catalunya vacía, que no es la de Puigdemont, ni la de Junts pel Sí, sino la de todos los catalanes, es vergonzoso.

Por último, Puigdemont quiere demostrar a los suyos que Catalunya ya no está en la fase de tratar ser una autonomía mejor, sino que, verdaderamente, va camino de ser un estado independiente, por más que para ello no tenga más plan que volver al día de la marmota, regresar al 9N para realizar un referéndum ilegal en el que solamente acudirán los separatistas y que no tendría más valor que el enfrentar a la gente. Un enfrentamiento que, por cierto, llevó el pasado día 5 de enero al asesinato de un defensor del separatismo a otro que no lo era en Ciutat Vella, cuestión que los medios del régimen han tratado de silenciar, quitar importancia y tergiversar.

El 9N fue, de algún modo, un nuevo episodio de los pactos entre el PP y Convergència, un «tú no me lo prohíbes y yo hago un referéndum light». Esta vez, el Gobierno no debería permitir que el Govern vuelva a saltarse la Ley y, para ello, no debe esperar a que se acerque el momento de la cita. Nada les gustaría más a los separatistas que observar cómo la Policía retira las cajas de cartón y las papeletas de la infamia. Sin embargo, lo que se debería hacer es hacer cumplir la Ley a los funcionarios del Estado que, al fin y al cabo, son quienes deben abrir los colegios electorales.

Además, como siempre digo, por más que parezca difícil, hay que hacer ver a los separatistas que Puigdemont se equivoca, que los que apuestan por el separatismo vuelven a equivocarse una vez más para que, cuando sean las próximas autonómicas catalanas (que no tardará mucho), apuesten por un cambio, que no voten a partidos separatistas creyendo que son los únicos que aman Catalunya, porque a nuestra tierra la amamos todos.

¿Formará Aznar un nuevo partido de derechas?

La neutralidad en política no existe, es inevitable que nuestra ideología, nuestra corriente de pensamiento haga que nuestro enfoque no pueda hacerse de modo neutro. Sin embargo, creo también que es un ejercicio interesante tratar de acercarse a esa tan difícil neutralidad.

En estos últimos tiempos, la actualidad política, tanto nacional como internacional, comienza a ser preocupante. Los populismos, esa forma fina de llamar a la extrema izquierda y derecha, comienzan a avanzar y Europa, y en realidad todo el mundo, comienza a hacer un claro retroceso en la mentalidad democrática que, desde el fin de la II Guerra Mundial, había ido siempre en aumento.

Dependiendo de la idiosincrasia del país, están creciendo los extremismos, tanto por el lado derecho como el izquierdo, pero la historia nos dice que estos polos opuestos se atraen y que, muy probablemente, donde hay extrema derecha, como sucede en Austria, por poner un ejemplo, acabará naciendo una extrema izquierda y, del mismo modo, donde hay extrema izquierda, como en el caso de España, nacerá una extrema derecha.

¿Por qué en España no hay extrema derecha fuerte a día de hoy? En mi opinión, por dos grandes cuestiones: una, que el recuerdo del franquismo hace difícil que pueda nacer una extrema derecha de un modo moderno (dentro de lo antiguo que es este pensamiento) y, dos, porque el sitio de la extrema derecha en España lo ocupan los nacionalistas. Bildu, ERC, BNG, CUP, etc. son la extrema derecha española, por más que se coloquen la camiseta de antifascistas ya que, en su perversión del pensamiento, el fascismo sólo es español y, por eso, cuando se dicen antifascistas, en realidad quieren decir antiespañoles.

Sin embargo, por más que desde la muerte de Franco se haya intentado crear una extrema derecha en España, hasta ahora ha sido imposible que esta tenga respaldo, salvo el escaño que consiguió Blas Piñar. Desde el lado más izquierdista, se achaca eso a que el sector de la extrema derecha lo controla el Partido Popular. Sobre este tema ya hemos hablado alguna vez y, repito, a mi entender, lo único a lo que creo que tengo que estar agradecido al PP es en haber centrado sus pensamientos y en haber conseguido que los que estaban en la extrema derecha voten a un partido de centro derecha acabando, de este modo, con ella, cuestión que ojalá hubiese conseguido el PSOE con la extrema izquierda y no tendríamos que lidiar, a día de hoy, con partidos que rozan lo anticonstitucional y lo antidemocrático, como Podemos.

La falta de neutralidad es lo que crea los extremos. Me hace gracia que muchas personas acepten como verdad que el PP sea un partido de extrema derecha, del mismo modo que aceptan que el PSOE no es verdaderamente de izquierda. Ese pensamiento es el que ha conseguido que nazca la extrema izquierda en España y el que, con el tiempo, conseguirá que nazca una extrema derecha real, como está ocurriendo ya en muchos países de Europa. Una extrema derecha que, como en el caso de Alemania, culpa directamente a Merkel de ser la culpable de los atentados de Berlín.

En nuestro país, hay un sector del Partido Popular que está contrario a su partido (José María Aznar, entre ellos) por haber dejado de hacer políticas de derecha. En mi opinión, el gobierno de Rajoy no hace políticas ni de derechas ni de izquierdas, hace políticas de gobierno por encima de las ideologías, algo que molesta al lado democristiano de los azules. ¿Será éste el comienzo de una nueva formación situada a la derecha del Partido Popular? El tiempo lo dirá, pero cuesta trabajo pensar que España vaya a quedar libre de esta corriente de pensamiento que está naciendo en toda Europa y, por supuesto, también en los Estados Unidos.

El hecho de que Aznar haya abandonado la presidencia de honor del PP ha creado la expectativa a muchos de que en España pueda nacer un partido más a la derecha del PP. No sé si a corto plazo esto es posible, pero quizá no estaría mal pues podría ser que esto nos pudiera acercar al estilo de otros países como Dinamarca, en los que hay hasta 9 partidos medianos y donde ninguno de ellos llega al 25% de los votos, lo que obliga a realizar gobiernos de coalición. En este caso, también tengo otra pregunta: ante el paso al extremo centro de Ciudadanos, ¿hay en España sitio para un partido de centro izquierda moderno?

Entre Donald Trump y Belén Esteban

Siempre me han sorprendido esas personas que, cuando van al cine, hablan de una película diciendo que se trata de un filme de Bruce Willis o de Julia Roberts o del actor que sea, por el simple hecho de que las películas no son de los actores, son de los directores. Yo voy a ver películas de Woody Allen o de Danny Boyle, pero nunca he ido a ver una película por un actor porque, como es obvio, el estilo lo pone el director o el guionista y la película la hace todo un equipo, un equipo en el que, nos gusté o no, la mayoría de las veces los actores son lo de menos. Sin embargo, cuando la gente va a ver las películas de Mario Casas o de Adriana Ugarte es porque, probablemente, desde el propio mundillo del cine se vende que el cine es de los actores y no de los directores, por más que, si reflexionamos, es obvio que no es así.

En el mundo de la política, pasa algo parecido, muchos son de este o aquel actor, es decir, de tal o cual político cuando lo que deberíamos es tratar de ser de unos ideales, de una ideología, mucho más que de un partido o de un político. Así ocurre que son más importantes los actores que, incluso, el personaje; la actuación que el contenido. Los avatares políticos de los últimos tiempos han hecho que, para muchos, la política se haya convertido en una película sencilla, de buenos y malos, de indios y vaqueros. No obstante, no nos damos cuenta de que, en esas películas, que son vistas desde el lado de los vaqueros, nos parece que los vaqueros son los buenos y ni siquiera nos hemos planteado que no pueda ser así. Nunca hemos visto el lado de los indios y, como lo desconocemos, no son los nuestros sino los otros, los de ellos.

Hay un  gran número de personas, unos por edad y otros por desgana, que nunca habían prestado atención a la política y que, sin embargo, ahora parecen ser grandes especialistas. A pesar de ello, si les preguntases qué es la socialdemocracia, el liberalconservadurismo, el socioliberalismo o cualquier otro pensamiento político, no sabrían decirte ni la historia de esos movimientos ni qué significan, ni siquiera qué partidos se asocian a esas corrientes de pensamiento. Todo es una peli de vaqueros, de buenos y malos, una peli enfocada desde un solo punto de vista. Y eso hace que haya miles de personas que, verdaderamente, se crean que el Congreso se divide entre «La Gente» y «Los Fascistas».

Ha cuajado la idea de que, porque no todo haya salido bien, porque haya habido casos de corrupción política y judicial, la democracia no es real y esa irrealidad se achaca a ser una herencia del franquismo, por eso, todos los que piden respeto a la democracia y a la Constitución son fascistas. Pero lo cierto es que es completamente al revés. Primero, y como es obvio, porque los corruptos son los que no han respetado la Constitución y, segundo, porque esa corrupción judicial que todo el mundo achaca a que los jueces, en parte, son elegidos por los partidos políticos, en realidad muestra el desconocimiento de que, en realidad, eso fue un punto exigido por la izquierda para firmar la Constitución y que, precisamente, Alianza Popular y la UCD de Adolfo Suárez estaban en contra de ello.

Sin embargo, ahora leemos el presente como si el partido que está en el Gobierno fuese quien ha redactado esa norma. La creencia de que quien gobierna hace y deshace sin tener que rendir cuentas es muy común en nuestro país cuando, en realidad, no es así, entre otras cosas gracias a la Constitución. De este modo, en esta eterna campaña electoral que hemos vivido y que ha durado más de un año, cada vez que la policía o los medios de comunicación han sacado a la luz un caso de corrupción del PSOE, de Podemos o de un partido nacionalista, se ha achacado a que estos están dirigidos por el partido que gobierna. No obstante, si repasamos la hemeroteca, el 80% de los casos de corrupción que han salido en este tiempo pertenecían al Partido Popular.¿Entonces? ¿Hay un gobierno fascista que controla todo o vivimos en una democracia donde la policía y la prensa tienen su calendario propio y no miran, si hay elecciones o no, para destapar un caso de corrupción?

¿Entonces por qué muchos tienen la sensación de que el Gobierno dirige los jueces, la policía y la prensa? ¿Por qué ven la película sólo desde el lado del vaquero y no del indio? Por qué, sino, los de más a la izquierda y los nacionalistas no protestan cuando hay personas que rodean el Congreso de los Diputados el día en el que, democráticamente, los representantes del pueblo están invistiendo al Presidente del Gobierno, nos guste o no, sea quien sea ese Presidente que, por cierto, a mi tampoco me gusta

A partir de la investidura es cuando comienza la verdadera película. Pero muchos no quieren verla por el director que somos los españoles, los de derecha, los de izquierda, los de centro, los andaluces, los madrileños, los vascos, los conservadores, los socioliberales, los comunistas… sino que quieren ver los actores, a sus actores preferidos, aunque hagan de villanos, como fue el caso de Pablo Iglesias o de Gabriel Rufián. Eso sí, Rufián tiene una excusa, él quiere que la película sea mala, quiere que España fracase, de hecho, está en Madrid y no en el Parlament de Catalunya porque es un político mediocre. Por este motivo no está en el gobierno de Catalunya y está en el Congreso de los Diputados, pues saben que allí puede hacer perfectamente el papel de Tardà, un bufón burlesco e irrespetuoso, con la tranquilidad de que en el Congreso no tiene nada que hacer, no tiene trabajo, no ha de hacer que el país vaya a mejor, sino que solamente debe entorpecer del mismo modo que estos años ha hecho Tardà. Pero al estilo charnego, para que en Madrid vean que los hijos de los que vinieron desde otros puntos de España ya están bajo el abrazo del independentismo.

Peor es el caso de Iglesias cuando parafraseó a Primo de Rivera al decir que el Congreso no representaba al pueblo, sino que el pueblo estaba fuera. Aplaudió a Oskar Matute de Bildu y se quedó quieto cuando PP, PSOE, Ciudadanos y PNV aplaudieron a las víctimas de ETA. Eso sí, Pablo Iglesias perdió el protagonismo, no fue el malo de la peli, Rufián le ganó, consiguió dividir el Congreso entre los que para él son la gente y los fascistas, pero que en realidad son constitucionalistas y guerracivilistas. Que Rufián fuese el protagonista es lo de menos, lo peor es el estilo, entre Donald Trump y Belén Esteban, y sobre todo que haya una parte de la población que lo defienda porque ha visto la película desde el lado de los vaqueros.

Lo importante es buscar el bien de España y España no es el Rey, ni el Presidente, ni siquiera el Himno o la bandera; España son los ciudadanos que vivimos en este país y, por mucho que haya quien no le guste España, no se sienta cómodo con su historia, con su presente o con lo que sea, deben dejar de engañarse, no se puede querer el bien de los ciudadanos sin que el país vaya bien. Si a España le va bien, a nosotros nos irá bien y eso solamente se consigue uniendo fuerzas y no poniendo palos en las ruedas, como hacen Iglesias, Rufián y compañía.

Fuente de la fotografía de portada: elperiodico.com

Acabó el bipartidismo

Hace un par de años, todo el mundo parecía que estaba de acuerdo en que tenía que acabar el bipartidismo. Sin embargo, después nos hemos dado cuenta de que muchos de esas personas no sabían qué significaba eso. Acabar con el bipartidismo no significaba que PP o PSOE dejaran de ser la fuerza más votada, sino que, para gobernar, no pudieran hacerlo en mayoría, que España no funcionase de Real Decreto en Real Decreto y que más de una fuerza política fuese determinante para el gobierno de nuestro país.

Quienes querían que Podemos y Ciudadanos ocuparan el lugar de PP y de PSOE no querían un fin del bipartidismo, sino que hubiera otro bipartidismo. Es más, a la vista de las declaraciones, muchos de los que no querían bipartidismo no querían tampoco pactos. Obviamente, esos no saben ni lo que quieren, pues el fin del bipartidismo son los pactos, el fin de este dominio de populares y socialistas se consigue cuando otras fuerzas políticas son protagonistas de las decisiones.

La aparición de Ciudadanos y Podemos debía conseguir eso. Ese iba a ser el cambio de esta época. De hecho, hubo la posibilidad de un gran cambio ya que también hubo la ocasión de que pasáramos de un gobierno conservador en mayoría a la opción de que se diera un pacto de centro izquierda entre socialdemócratas y socioliberales. Pero no pudo ser y todos sabemos que aquello no se consiguió, única y exclusivamente, porque Podemos había hecho las cuentas de la vieja y creía que, sumando los votos de Izquierda Unida, daría el «sorpasso» a los socialistas en unas nuevas elecciones.

Pero Pablo Iglesias y los suyos se equivocaron. En política, 2+2 no siempre son 4 y las nuevas elecciones supusieron una pérdida de 3,6 puntos para Unidos Podemos y, en porcentaje, el PSOE alzó el vuelo. Finalmente, esas segundas elecciones beneficiaron al Partido Popular y dejó a España sin alternativa ninguna a que gobernara Mariano Rajoy.

Cualquiera que esté puesto en política nacional entendía que había que dejar gobernar a los populares porque, de haber unas nuevas elecciones, el partido de Mariano Rajoy aún ganaría por más. El PSOE, sin embargo, pareció no entender eso, al menos Pedro Sánchez no lo entendió y tardó mucho en darse cuenta de que había que permitir que el país arrancara. Esa tardanza y no otra cosa es lo que ha llevado a los socialistas a una crisis interna que ya veremos cómo acaba.

La mayor diferencia en este periodo entre Ciudadanos y Podemos es que Ciudadanos ha llegado a la política nacional a acabar con el bipartidismo, mientras que Podemos ha querido formar parte de él. Podemos ha querido ocupar el lugar del PSOE y eso no es ni bueno ni sano. En países con más tradición demócrata, como es el caso de Dinamarca, rara vez el partido ganador consigue más del 25% de los sufragios y, a menudo, para formar gobierno, tienen que realizar pactos de tres o cuatro partidos. En España estamos lejos de que esto pueda ocurrir pero, aunque no lo parezca, es lo ideal. No obstante, hay una diferencia enorme entre ambos países, pues en España existe el guerracivilismo, votamos a uno para que no gane el otro, mientras que ellos tienen claro que hay que votar a quien te va a representar bien, gane o no.

Lógicamente, en España estamos aprendiendo. Nuestra democracia es joven, pero ya hemos podido ver que Ciudadanos, con 32 diputados, está siendo más importante que Podemos con 71. Los de Pablo Iglesias puede que sean los mejores en Twitter o en propaganda pero, una vez en las instituciones, no saben qué hacer. Podemos ha dedicado todos estos meses a crear un clima que llevara a las terceras elecciones, a esas terceras elecciones que supondrían superar al PSOE. Ese y sólo ese ha sido su objetivo, aunque ni siquiera lo han conseguido.

Los españoles deben comprender que Podemos no quiere lo mejor para España. ¿Cómo va a querer lo mejor para un país quien quiere pactar con quien desea romperlo? ¿Cómo vamos a tomar en serio a un partido de extrema izquierda que quiere pactar con PNV y Convergència, dos partidos de derechas? ¿Cómo vamos a confiar en alguien que va de la mano con Bildu, que dice que Otegi es un hombre de paz y que los empresarios son terroristas?

Cuando el próximo Gobierno eche a rodar, tenemos una gran oportunidad para dar un paso adelante como país. Los partidos de la oposición, PSOE, Ciudadanos y Podemos, tienen la obligación de controlar al Gobierno, de ser constructivos y de hacer país teniendo algo claro: que, aunque el presidente siga siendo Rajoy, ya ha comenzado el cambio y el bipartidismo se ha acabado.

¿Podemistas de Cristo Rey?

De niño, era bastante curioso y me gustaba ver las noticias. Nací en 1979, soy hijo de la Transición, lo que me lleva a no haber vivido el Franquismo pero sí el cambio de la España de la Dictadura a la democrática.

En uno de esos recuerdos infantiles que se quedan grabados en la mente, tengo el de cuando en la televisión hablaron, a principios de los ochenta, de los Guerrilleros de Cristo Rey, un grupo parapolicial de extrema derecha que ya apenas cometía actos vandálicos y terroristas, pero del que aún se hablaba en reportajes y documentales.

Lo cierto es que daba miedo pensar que uno podía estar en cualquier sitio y que estas personas apareciesen para lincharle. No volví a oír a hablar de los Guerrilleros de Cristo Rey hasta años más tarde, cuando estando jugando en el parque, llegaron unas personas a poner un atril y hablar de política. Eran de Iniciativa per Catalunya, nos dieron unos globos y pegatinas y aceptamos acabar el partido de fútbol y dejarles hacer el mitin.

Los mayores que había por ahí decían «estos son los del PSUC». Yo pregunté por qué ponía Iniciativa entonces y me respondieron que eran los mismos que se habían cambiado el nombre. Al PSUC yo no lo conocía tanto por la televisión sino porque había pintadas de ellos hechas a plantilla por todo el barrio.

Entre los que llegaron, había varios vecinos que conocía; uno de ellos dijo que ahora era más fácil dar discursos porque «ya no les llamaban rojos, ya todo el mundo sabía que no tenían cuernos y rabo», y porque «ya sabían que no iban a aparecer los guerrilleros de Cristo Rey».

Cuando volví a casa, pregunté a mi padre sobre todo aquello: Inciativa, el PSUC, los rojos, los cuernos y el rabo y los Guerrilleros de Cristo Rey.

Mi padre me contó que todo eso significaba que la Democracia se hacía grande, que ya todo el mundo entendía que había que oír a todos y que las discusiones se debatían en las urnas votando. No entendí del todo aquello, pero ahora sí que entiendo que mi padre tenía razón, que esas palabras significaban darle normalidad a todo.

A veces he pensado que los que nacimos más o menos en ese tiempo tuvimos la sensación de que lo hicimos en el mejor momento. Siendo pequeños, asfaltaron las calles del barrio, se normalizó la política, ya no había luchas entre fachas y rojos, no había guerra y, como decía mi padre, los problemas se resolvían en las urnas.

A día de hoy, creo que estamos yendo para atrás a marchas forzadas. El adulto que soy hoy no entiende que un grupo de extrema izquierda tratara de coartar un derecho tan fundamental como es la libertad de expresión al Presidente Felipe González y mucho menos que a alguien que estuvo en la cárcel por su lucha contra la Dictadura se le acuse de facha.

España tiene que ser valiente, no puede ser un país timorato ante este auge de la extrema izquierda. Los periódicos no deberían hablar de protestas o actos vandálicos cuando ocurren estas cosas. No es la primera vez que esto sucede pues, en estos últimos años, Rosa Díez, Albert Rivera o Mariano Rajoy, quien llegó a ser agredido, han recibido ataques terroristas por parte de la extrema izquierda. Porque eso es lo que son ataques terroristas, así se debería hablar de ellos cada vez que alguien trata de causar terror a los que asisten a charlas, conferencias o ruedas de prensa de alguien que, ejerciendo la libertad de expresión, trata de convencer a los ciudadanos de que les den su apoyo y ejerzan su libertad de voto.

Ahora debatiremos quiénes eran estos jóvenes que han querido causar terror a Felipe González y a las personas que asistían a oírle en la Universidad. Pero todos sabemos quiénes son, así como también sabemos qué partidos son los que no dan especial interés a condenar estas actuaciones. Podemos, Izquierda Unida, Bildu, CUP, ERC, BNG etc. etc. La extrema izquierda que lucha contra un enemigo imaginario que ellos llaman fascismo.

Decir que en España hay fascismo es de risa, para troncharse y mondarse. Ojalá todos los países de Europa tuvieran un porcentaje tan bajo de personas de ultraderecha como tenemos en España. Sin embargo, la extrema izquierda aprovecha ese amigo imaginario para llevar a un enfrentamiento político que cada vez está más cerca de la calle.

De niño también oí muchas veces el cuento en el que, de tanto avisar que viene el lobo, acaban no creyéndole cuando vino de verdad. Yo no quiero convertirme en ese hombre que decía que viene el lobo, pero yo creo que todos sabemos que algo duro está por llegar. Ya se está hablando de que habrá una huelga general organizada por Podemos para diciembre si Mariano Rajoy es investido Presidente. Me da miedo esa huelga, de verdad lo digo, porque hoy hay algo que hace unos años no había: partidos políticos, como los que nombré antes, que tienen apoyo popular, y estos grupos vandálicos que tiene el apoyo de algunos partidos políticos que todos sabemos.

¿Eran los asaltantes podemistas de Cristo Rey? Respondan ustedes mismos.

El PSC la eterna amenaza fantasma

Cuando veo a miembros del Partido de los Socialistas de Catalunya hablar con cierto orgullo de que estarían barajando la posibilidad de que, en el caso de un nuevo intento de investidura de Mariano Rajoy, no aceptar la posible abstención del PSOE y votar en contra de la misma, me planteo muchas preguntas. La primera es si votarán No a Rajoy o darán libertad de voto a sus miembros dado que, si dan libertad a sus miembros, podrán decir aquello de que han dado libertad también a sus diputados pero si, contrariamente, han de votar NO por obligación, tendremos que recordar cuando lleguen las autonómicas que el PSC y el PSOE no son lo mismo.

Todos tenemos claro que absolutamente nadie en el Partido Socialista quiere que ni Mariano Rajoy ni nadie del Partido Popular sean presidentes del gobierno y que, si llegara el caso de que los socialistas se abstuviesen para permitir la gobernabilidad, no sería por simpatías a los populares sino por considerarlo un mal menor, porque son conscientes de que en unas nuevas Elecciones Generales, probablemente, Rajoy y los suyos rocen la mayoría absoluta. Lógicamente, un socialista debe creer que es mejor un gobierno del PP en minoría que uno en mayoría, de modo que se abstendrían por el bien de España. Entonces, ¿qué ocurre con el PSC? ¿Para ellos no es lo más importante el bien de España?

Los socialistas catalanes viven históricamente dentro de una encrucijada: la bicefalia histórica entre los que son cercanos al PSOE y los que, por el contrario, creen que el PSC es un partido regionalista o nacionalista catalán. Obviamente, los de arriba, los mandatarios del PSC siempre han sido cercanos al nacionalismo catalán pero han tenido que tragar sapos y culebras porque sus votantes no lo son. El PSC ha sido ese apuesto Conde Drácula de las películas que consigue románticamente que sus votantes se dejen morder el cuello, no sabiendo que eso les haría convertirse en nacionalistas. Y eso ha llevado que, en mi tierra, mayoritariamente con el voto de andaluces y extremeños, se aprobaran Estatutos que trataban de colocarles a ellos mismos como ciudadanos de segunda.

Lógicamente, el PSC engaña a pocos ya en Catalunya y todo por no hablar claro. Si son nacionalistas catalanes, pero no al punto de ser independentistas, que lo digan; si verdaderamente son federalistas, que expliquen qué es eso y qué diferencias hay entre eso y las actuales autonomías; si se trata sólo de que los impuestos se queden en Catalunya, que se lean bien los ideales del socialismo donde la generosidad y la solidaridad son aspectos muy importantes.

El PSC sabe que fue mayoría cuando todos los votantes de izquierdas, tanto los constitucionalistas como los nacionalistas, les votaron y ahí sigue tratando de encontrar cómo hacer que eso vuelva a ocurrir. Pero, a día de hoy, eso es imposible pues personas que antes les votaban ahora lo hacen a partidos tan diferentes como ERC y Ciudadanos. De modo que los socialistas catalanes deben dejar de recrearse en el pasado y pensar qué van a ser de mayores porque, como dice el refrán, no se puede estar en el coro y repicando.

La amenaza fantasma de votar contrario al PSOE es eso, fantasma. Primero, porque a la práctica no serviría de nada ya que Mariano Rajoy sería elegido Presidente de igual modo y la crisis dentro de los socialistas se haría aún más grande. Ahora bien, me hubiera gustado a mí saber qué hubieran dicho ciertas personas del socialismo catalán si en la investidura fallida de Rajoy, por poner un ejemplo, los socialistas andaluces se hubieran abstenido dando, así, la gobernabilidad al PP. De hecho, todos sabemos lo que habría ocurrido: que les hubieran puesto de fachas para arriba. Sin embargo, cuando el PSC permite gobernar a Convergència, debemos verlo con normalidad, a pesar de que el partido nacionalista sea de derechas.

1. Reconocimiento de Cataluña como Nación.
2. Carácter Plurinacional del Estado.
3. Nacion de naciones.
4. Constitucio federal del Estado.
5. Ciudadania catalana.
6. Relación de igual bilateralidad de Cataluña con el Estado.
7. Supresión de las cláusulas de prevalencia y supletoriedad.
8. El Tribunal Superior de Justicia de los entes federados agotará los recursos judiciales.
9. Consideración del Estatuto como Constitución de entes federados.
10. Hacienda propia.

Estos son diez puntos que ha presentado Eva Granados Galiano portavoz del Grupo Socialista en el Parlament de Catalunya.

Los últimos de Filipinas

El sitio de Baler fue un asedio al que fue sometido un destacamento español por parte de los insurrectos filipinos en la iglesia del pueblo de Baler, en Luzón (Filipinas), durante 337 días. España y Estados Unidos pusieron fin a la guerra y España cedío la soberanía a los Estados Unidos. Sin embargo, durante los últimos seis meses, los hombres atrincherados en Baler siguieron defendiendo sus posiciones, no creyendo que la guerra ya había acabado. A esta heroica defensa de aquellos hombres se le conoce como «Los últimos de Filipinas».

De ese momento histórico me acordé al ver a Pedro Sánchez y los suyos atrincherados en la sede del PSOE de Ferraz; algo que vi con tristeza y que, junto al años sin gobierno y al intento golpista de los separatistas de Catalunya, hace que sea el momento más frágil de la historia de nuestra joven democracia. No es bueno para el país, más allá de nuestros ideales políticos, lo que está sucediendo en el Partido Socialista.

Lógicamente, los problemas del partido hasta ahora liderado por Pedro Sánchez no vienen de nuevo pues el PSOE tiene un pasado turbio del que, para saber más, recomiendo la lectura del libro de Juan Carlos Girauta La Verdadera Historia del PSOE (Buenas Letras, 2010),  desde el inicio  han tenido que convivir bajo las mismas siglas personas que ideológicamente iban desde el socioliberalismo hasta el socialismo marxista, pasando por la Social Democracia. Para más dificultad, ha de convivir con las 17 identidades diferentes que tiene el PSOE en cada una de las autonomías.

Creo que ese ha sido uno de los grandes problemas del partido socialista, tener tan diferentes discursos y, de hecho, de ahí surgieron los nuevos partidos Ciudadanos y Podemos. Aún recordamos a Pedro Sánchez presentándose a candidato con una gran bandera española tras él, tratando de dar normalidad a que la izquierda no se avergüence de la bandera de la España democrática, mientras que en Valencia Ximo Puig pactaba con un partido pancatalanista como Compromís, en ciudades catalanas se gobierna junto a ERC o la CUP y en Galicia con el BNG, por no hablar de la gran multitud de pactos con Podemos, partido que defiende referéndum ilegales para romper España.

Cierto es que el PSOE ha puesto mucho de su parte para estar como está, pero no es menos cierto que PP y Podemos hayan aprovechado muy bien su debilidad para acabar de romper a los socialistas. El PSOE ha sido tirado de un brazo por Populares y del otro por Podemistas hasta que se han roto por la mitad. Hace unos meses, Pablo Iglesias tuvo en su mano que Sánchez fuera presidente del gobierno y votó, junto al PP y los independentistas, incluido Bildu, contra él, recordando la cal viva. Para Podemos, no era posible aceptar un gobierno de PSOE con C’s pero sí veía viable un gobierno con ellos más sus mareas y los que desean romper España.

En ninguna cabeza (sana) cabe la posibilidad de que se pueda pactar una investidura de gobierno con partidos que quieren romper la unidad nacional que ese gobierno representaría. Sin embargo, tenemos que oír a personajes como Miquel Iceta, que antes de las autonómicas calcaba el discurso de unidad de catalanes que defendía Inés Arrimadas para C’s, proponer ahora un gobierno de Sánchez con el consentimiento de los separatistas en un Parlament Catalán donde Puigdemont está anunciando el intento de dar un golpe de Estado a la soberanía popular.

¿Cuántos PSOE hay? Es muy normal tener varias corrientes dentro de un partido, pero ¿hasta qué punto? Una de las grandes dificultades que tienen los socialistas es la red clientelar que les da votos pero que, a su vez, les hace tener dentro de sus muros personas de tan diferente pensamiento. Me consta que hay personas dentro del PSOE que miran lo mejor por el partido, más allá de lo que sea lo mejor por el país e, incluso, no siendo fiel a sus propios pensamientos, y eso a la larga trae problemas. El PSOE se comporta como una empresa, una sociedad en la que muchos de los que están dentro tratan de hacer lo mejor para progresar, a pesar de sus ideologías.

Veremos qué ocurre en los nuevos episodios pero, de cara a lo que nos preocupa a los que no somos votantes socialistas, tenemos que estar expectantes pues verdaderamente creo que, a día de hoy, lo mejor para España es que el PSOE deje gobernar al PP en minoría y no ir a unas nuevas elecciones en las que todo indica que Mariano Rajoy conseguirá mayoría absoluta.

España es un país de malos hermanos

El mismo día del NO a Mariano Rajoy, vi la película Toro dirigida por Kike Maíllo. La voz peculiar de ese grandísimo actor, José Sacristán, dice en un momento del film «España es un país de malos hermanos» y qué gran día para esa frase cuando ves a las dos (o tres o cuatro) España enfrentarse en el Congreso de los Diputados.

Entre esos malos hermanos españoles, hay algunos que viven indignados porque creen que España debería ser un país más avanzado, con una economía más saneada y con un mayor peso dentro de los países de la Unión Europea. Pero estos mismos no se dan cuenta de que las luchas internas, las peleas entre bandos y hasta las antiguas rencillas son las que nos hacen estar retrasados, algo que, además, siempre fue así.

Ya hemos votado dos veces, el Congreso ha dicho No a Rajoy y también ha dicho No a Sánchez; el pueblo está harto y la mayoría de los políticos piensan más en ellos que en el bien del país. Sin embargo, hay personas que defienden que el PP y el PSOE sigan en el No y lo defienden porque son antagonistas enfrentados desde que el tiempo es tiempo. ¿Y no es momento de que todo cambie ya?

El PP ha gobernado durante 4 años aprovechando su mayoría absoluta de espalda a todos los demás partidos… no vamos a entrar una vez más en los fallos de la Ley Electoral pero sí vamos a recordar que, aunque el PP tenía mayoría absoluta de Diputados, solamente tenía el 44,6% de los votos, de modo que gobernaron sin importarles la opinión de más de la mitad de los españoles.

Sí es cierto que el momento crítico del país puede haber sido motivo para que los populares tuvieran que trazar su plan por encima de todo y no oír a los demás, cosa que no justifico, pero que contemplo como una posibilidad. Lo que tengo claro es que, sea la actitud del PP comprensible o no, son los votantes quienes tienen que decidirlo y en las elecciones de 2015 los populares perdieron más de tres millones y medio de votos. Sin embargo, sin hacer autocrítica, no salieron de la frase de «hemos ganado las elecciones». De hecho, en este mismo blog, cuando he criticado la postura del PP, algunos lectores votantes populares me justificaban en qué han ganado con un no hay más que hablar. Pero sí hay que hablar y la clara demostración es que, pasado un año, Mariano Rajoy aún no ha conseguido formar gobierno.

En mi opinión, Mariano Rajoy no es el Presidente ideal y las políticas del PP no son las más adecuadas para que España vaya hacía adelante. En eso seguro que estoy de acuerdo con la mayoría de votantes de Ciudadanos, PSOE y Podemos, pero antes del No, No y No, hay que tener muy en cuenta que unas terceras elecciones van a beneficiar probablemente al PP. Cuando hablo con alguien sobre qué resultados podrían dar unas terceras elecciones, me doy cuenta de que muchas personas confunden sus deseos con la realidad. Yo espero que no tengamos que ir a votar de nuevo, no sólo por el cansancio o porque sería un fracaso político, saliendo el bipartidismo reforzado, sino porque creo que se puede llegar a un mejor acuerdo ahora que con el panorama que podría quedar después.

El PSOE sabe que, haciendo las cosas «medio bien», unas elecciones nuevas les beneficiarían en número de Diputados, dado que la bajada de Podemos va a ser histórica. Muchos nuevos votantes que apostaron todo a Podemos saben que el voto morado es perdido puesto que, en un panorama de pactos, no tiene sentido votar a un partido con el que, salvo los independentistas y los proetarras, nadie va a pactar. Así, pues, el voto útil para la izquierda es el Partido Socialista. La cuestión es saber si para los socialistas es más importante acabar con Podemos o intentar ser útiles para España en un momento tan delicado como el actual.

Eso sí, Pedro Sánchez no va a cambiar de opinión y sólo un Congreso General del PSOE podría cuestionar si la formación socialista debe cambiar el sí por una abstención para que el PP pueda formar gobierno y, ciertamente, opino que una abstención tanto de Ciudadanos como del PSOE es la mejor de las opciones que tenemos a día de hoy. Unas abstenciones que sirvan para arrancar la investidura y que, desde el día uno, supongan una oposición feroz y valiosa para la salud de la política nacional.

 

Fuente de la fotografía de portada: elpais.com