Conversos y renegados. La historia del nacionalismo catalán (XXI) El Pujolismo: Hoy paciencia y mañana independencia

En la Transición, el separatismo catalán estaba prácticamente anulado. Dentro de los catalanistas, la idea de la independencia era vista como algo desfasado, antiguo, rancio, no porque los cuarenta años de dictadura hubiesen anulado el sentimiento, pues es obvio que la represión lleva a la insurrección, sino porque en un mundo cada vez más global, al que Europa trataba también de unirse, volver a las luchas regionales parecía una posibilidad poco seria. Eso no quita que las élites catalanistas quisieran mantener el poder, cosa que sabían que sólo se conseguiría creando Estructuras de Estado.

El presidente en el exilio y representante de la Generalitat, la única institución republicana restaurada, Josep Tarradellas, habla de unión y asume que el separatismo es una idea equivocada. En 1980, cuando Jordi Pujol se «coronó» como President de la Generalitat sin que ni la izquierda ni la derecha españolas hiciesen nada por impedirlo, el separatismo no era algo de lo que se hablara, pero sí que ya se comenzó a plantar la semilla de lo que vendría después. «Hoy paciencia y mañana independencia» era el eslogan, por más que para muchos no fuese la independencia de Catalunya lo que buscaban, sino la independencia de las instituciones catalanas.

Jordi Pujol usaría en aquella primera legislatura, y también en las siguientes, para sus propósitos dos estructuras muy importantes, la escuela y la televisión pública. Para ello, aprovecharía en primera instancia la lengua catalana. En aquel momento, castellano y catalanoparlantes estaban de acuerdo en la inmersión lingüística. En la calle y en las casas el castellano era más usado, sobre todo en Barcelona, motivo por el cual todo el mundo entendió que era bueno que en las escuelas se aprendiese el catalán y, si era necesario, que se reforzara. De aquella buena fe se acabaría aprovechando el separatismo. 

Ya en 1981, profesores e intelectuales se percataron de que la lengua catalana era utilizada como medio de adoctrinamiento. El Manifiesto por los Derechos Lingüísticos de Catalunya, más conocido como el Manifiesto de los dos mil trescientos, era la primera respuesta social de una parte del pueblo catalán ante la imposición total de que en Catalunya hubiese una lengua única. La reacción a aquel manifiesto fue terrible, tanto desde la Generalitat como los medios de comunicación, que no se dedicaron a informar sobre el manifiesto sino a tomar partido y a atacar a los firmantes. La asociación «La Crida a la Solidaritat» surge como réplica a esta asociación y logra reunir a 100.000 personas en el Camp Nou. De esta asociación, surgirían Àngel Colom, que sería después candidato de ERC, y Jordi Sànchez, futuro líder de la ANC. La Crida defendería en muchos casos acciones de Terra Lliure y ETA e, incluso, pidió el voto en unas elecciones europeas para Herri Batasuna.  

A los disidentes se les acusa de fascistas, españolistas, y se les trata de situar en la extrema derecha, por más que la mayoría de los que están involucrados en política pertenezca al PSC o formen parte del sindicato de la UGT. Quien peor parado salió de todo aquello fue el firmante Jiménez Losantos, que fue secuestrado por la banda terrorista Terra Lliure, llegando a dispararle en una pierna. ¿Las consecuencias de aquel manifiesto? 14.000 maestros abandonaron Catalunya y, poco a poco, las plazas se van llenando con adeptos al régimen. El movimiento contrario al nacionalismo es aplastado.

Jordi Pujol aprovecharía el Caso Banca Catalana para mostrarlo como un ataque a Catalunya. A partir de ahí, cualquier ataque al gobierno de la Generalitat o a cualquier miembro o asociación cercana a la oligarquía sería mostrado como un ataque español contra Catalunya bajo la excusa de que a los catalanes los odian en el resto del Estado. A raíz de aquello, Pujol y los suyos comenzarían a hablar siempre de «nosotros y ellos» y comenzaría la construcción «mental» de la nación catalana, poco importaba si esa nación no existía, siempre y cuando la gente lo creyera. Desde los medios de comunicación, se empieza a utilizar un idioma desconsiderado de apariencia inocente, el Gobierno pasa a denominarse «Madrid» y  España, «L’Estat Espanyol». Denominar «Estado» a España es para diferenciarlo de los términos «Nación» o «País» que siempre se acuñarán a Catalunya.

La prensa es subvencionada (comprada hasta por 31 millones de Euros al año) por la Generalitat, la televisión de su propiedad y en las escuelas se ponen manos a la obra para que la Catalunya como nación sea parte del estado mental de los catalanes. Se habla de Catalunya y España como dos entidades diferentes y se clasifica, diferencia y penaliza a los que piensan diferente. Se acusa a PSOE y a PP primero, después a Ciudadanos (el PSC se libraría más tarde de las críticas por acercarse al nacionalismo), de no ser parte del pueblo catalán porque no forman parte de la supuesta homogeneidad del pueblo catalán, por más que no haya grupo social humano que sea homogéneo.

En 1993, cuando el nacionalismo catalán está en su mejor posición (55% de los votantes), un informe de TV3 (es decir, de la Generalitat), que llega a debatirse en el Parlament, muestra cómo para la televisión, radio y prensa catalanas no sólo se es importante la dicción, sino cómo se utilizan las palabras para diferenciar Catalunya y lo catalán de lo español y, lo más preocupante, la ideología política. A raíz de ahí y en los siguientes años, muchos periodistas son desterrados de Catalunya, tales como Àngels Barceló, Anna Grau, Susanna Griso, Javier Cárdenas o Carles Francino, entre otrospor no ser suficientemente cercanos al régimen, por más que, obviamente, en estas tierras no se venda como un destierro sino que sirve para indicar lo bueno que son los periodistas catalanes que las televisiones y radios españolas se los rifan. La prensa crítica dentro de la propia prensa es también eliminada.

En 1994 la Generalitat elimina el castellano de las escuelas entre los tres y los ochos años. El manifiesto por la tolerancia lingüística, bajo el lema «En Castellá també», protesta por ello y, una vez más, todo movimiento que defiende la igualdad entre las lenguas es acusado de extrema derecha, por más que entre los firmantes haya personas tan claramente de izquierdas como Julio Anguita, líder de Izquierda Unida. Desde el nacionalismo, se vuelve al tópico recurrente de que el catalán es la lengua minoritaria históricamente perseguida. Para entonces, el término «lengua materna», tan utilizado por los nacionalistas en la Transición, ha sido sustituido por «lengua propia» y, bajo la premisa de que el catalán es la lengua propia de los catalanes y el castellano es una «lengua impuesta», se trata de que sea de segunda categoría.

El problema es que el término «lengua propia» es inventado y que, en realidad, solamente existen la lengua materna y la lengua oficial. El castellano es tan oficial como el catalán en esta tierra y, además, es la lengua materna de la mayoría de los catalanes. Finalmente, el Tribunal Constitucional anulará esa ley. Antes de que eso ocurra, la vicepresidenta de Cadeca (Coordinadora de Afectados en Defensa del Castellano), María Asunción García Pérez, es raptada, molida a latigazos y, antes de abandonarla, le queman el coche. «Tú eres la causante de los problemas con el catalán» le dijo el agresor.

En 1996 Foro Babel lanza una iniciativa cívica de intelectuales y artistas catalanes en defensa del bilingüismo. El manifiesto, claramente progresista y que podría servir de ejemplo para cualquier gobierno liderado por la izquierda, es tildado por el Govern y sus medios de comunicación como «reaccionario». Se acusa a los que piden igualdad entre las lenguas de querer provocar confrontación civil. ¿Cómo un derecho puede crear confrontación? En el Parlament, con la izquierda acomplejada por los nacionalistas, como hablamos en el anterior episodio, sólo el líder del PP catalán, Aleix Vidal-Quadras, defiende el bilingüismo en las escuelas. Sin embargo, ese mismo año, el Partido Popular y José María Aznar necesitarán del apoyo de CiU para poder gobernar. Tras las reuniones, Pujol anuncia en TV3 que «Se cumplirá el pacto, lo que está escrito y lo que no» y que «si el PP reemprende la campaña contra la política lingüística, retiraremos el apoyo en Madrid». Poco después, Vidal-Quadras es destituido y Aznar le ofrece su cabeza para contentar a Pujol. La oposición al nacionalismo catalán en el Parlament es eliminada.

Cuando en 2003 la ERC de Carod Rovira prefirió hacer President al socialista Pasqual Maragall antes que al convergent Artur Mas, muchos nacionalistas no entendieron aquella decisión, aunque lo cierto es que fue una jugada maestra para el independentismo. Con una mayoría social no nacionalista y un catalanismo más cercano al «regionalismo» que al «separatismo», Esquerra no quería dividir el Parlament entre Catalanistas y Constitucionalistas y no lo quería por dos motivos:

1) Porque el nacionalismo sería liderado por CiU y, además, en un momento en el que el entorno de CiU (Òmnium) comenzaba a ser más activista. Ejemplo de ello es la campaña que se llevó a cabo en 2002, cuando se llamó al boicot a los productos que no etiquetaran en catalán.

y 2) Porque, de este modo, evitaba que una de las armas del PSC para desgastar al gobierno fuese empatizar con los contrarios al nacionalismo. Así, lo que quedaba del PSOE español es también eliminado en Catalunya.

Con el tripartit de izquierdas PSC-ERC-ICV, se inicia el camino hacia el nuevo Estatuto y se aprovechan las estructuras de Estado de Pujol para hacer ver que es algo que demanda la población, por más que después sólo el 46% de los catalanes fuera a las urnas. El Estatut de 2006 no sólo era claramente nacionalista y situaba a los castellanoparlantes como ciudadanos de segunda, sino que abría también las puertas al movimiento separatista. La segunda gran jugada de Carod-Rovira llegaría cuando, casi al final de las negociaciones, ERC abandona el pacto por el Estatuto y en él entra CiU. ¿Por qué ERC no quiere firmar el Estatuto? No porque no esté de acuerdo con él, ya que en realidad ese Estatuto es más suyo que de nadie, sino porque, al no firmarlo, consigue que no dé la sensación de que ya ha cumplido su objetivo, sino que éste aún está por llegar. Ese objetivo tiene un nombre: Independencia. 

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