En las tertulias de la calle, de las plazas, de las ciudades de Catalunya, se habla (cómo no) del proceso soberanista, de la llamada desconexión. Los separatistas, como han hecho antes otros movimientos populistas nacionalistas, se acogen a la supuesta voluntad del pueblo. Obviamente, nunca hay un porcentaje suficiente para saltarse la Ley, pero que los independentistas nos quieran hacer creer que se puede declarar la independencia con el apoyo del 47% de los votantes, cuando sólo para cambiar el Estatuto de Catalunya hacen falta dos tercios de la cámara, es irrisorio.
Una de las claves de los estados de derecho es que la soberanía recae en el pueblo y no en los territorios. Eso hace que Catalunya no tenga potestad para decidir si quiere ser independiente o no. Pero para quienes crean que, como en la época feudal, la soberanía debe estar en los territorios, ¿puede entonces una provincia, una comarca, una ciudad, un barrio, una calle o un edificio decidir si quieren independizarse de Catalunya o si quieren seguir en España? Los líderes independentistas siempre responden a esto en tono burlesco, les parece de risa que, por ejemplo, Tarragona pueda dejar de ser Catalunya y es que verdaderamente es gracioso, al menos tan gracioso como creer que hay la más remota posibilidad de que Catalunya pueda dejar de ser España.
Pero para los golpistas de salón de Junts pel Sí y la CUP, no hay orden, juez o tribunal que pueda ejercer ley que evite la desconexión y todo porque los buenos catalanes, ese 47% de los votantes que optó por esos dos partidos, son los verdaderos catalanes y los otros no. Ya dijo Carme Forcadell, Presidenta del Parlament, que los que votaban opciones como Ciudadanos y PP no eran catalanes, como si el ser catalán fuese una suerte de ADN mágico, una religión o una tendencia política. Pues no, señora Forcadell, no, catalanes somos todos los que nacimos, vivimos, trabajamos y amamos Catalunya.
Para estos fanáticos no es así, Catalunya is not Spain porque el pueblo lo quiere. Pero, ¿qué pueblo? ¿Dónde acaban los derechos territoriales? ¿Tiene Viladecans, una ciudad de más de 65.000 habitantes, derecho a rechazar el acuerdo del Parlament de Catalunya que ratificó las conclusiones de la comisión de estudio del proceso constituyente? Imagino que no, imagino que los separatistas estarán poniendo, una vez más, la sonrisa de desprecio para indicar que Viladecans no es una nación milenaria y que los ciudadanos de dicha ciudad no tienen derecho a decidir. Y eso que han sido 20 de 25 concejales, Ciudadanos, PSC, Viladecans Sí se Puede, Ganemos Viladecans y el Partido Popular, es decir, los representantes del 85% de la población.
De modo que Viladecans se desconecta del golpe contra el Estado dirigido por Forcadell, Puigdemont y los suyos.
Viladecans no va a ser ese reducto galo que pelea contra los romanos en Asterix y Obelix, ya llegarán otras ciudades, otros plenos y más localidades se sumarán a ese No a saltarse las leyes, a ese No a saltarse el Estatut, a ese No a saltarse la Constitución. Esta ciudad del Baix Llobregat ha sido la primera pero no la última pues decenas de poblaciones se sumarán al espíritu de Viladecans. Y, ¿entonces qué? ¿Qué pasará con las voluntades de los pueblos?
¿O es que en la Catalunya independiente, además de no haber jueces, de no haber tribunales para, de este modo, poder salvar a Pujol y a su pandilla de cuatreros, tampoco habrá ayuntamientos? ¿Será, como todo régimen totalitario, un país centralizado?
Viladecans ha dicho No a saltarse las leyes, No a hacer de Catalunya un régimen totalitario, pero no se equivoquen, Viladecans no ha dicho No a Catalunya, todo lo contrario, ha dicho Sí a Catalunya, Sí a nuestra tierra, Sí a la Catalunya de todos. Aquí en mi tierra sólo hay unos que han dicho No a Catalunya, los que están sembrando cizaña, los que están envenenando el aire, los pirómanos independentistas, el cáncer de mi tierra.