Cataluña VI (de 1511 a 1640) Lo que el nacionalismo nunca te contará

Tras la última publicación, la Cataluña de 1454 a 1510, proseguimos este viaje por la historia de Cataluña mediante este ciclo denominado «Lo que el nacionalismo nunca te contará«.

Con la muerte del Rey Fernando de Aragón, se dejaron en legado todas sus posesiones a favor de su hija y, en el puesto que ella debía asumir, el gobierno y la regencia de los reinos de Castilla y Aragón. Hasta la llegada de su nieto Carlos, se nombró a su hijo (bastardo) Alonso de Aragón regente de los reinos de la Corona de Aragón y al Cardenal Cisneros, regente de Castilla. De este modo, Carlos I es considerado el primer Rey de la España unida.

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Territorios gobernados por Carlos I

En la época de este monarca, la economía y la población de Catalunya tendrán una gran subida, debido a la no existencia de conflictos bélicos, motivo por el cual desciende la mortalidad, y a la llegada a tierras catalanas de una gran cantidad de franceses (muchos de los descendientes de estos franceses son los que se creen actualmente catalanes «de toda la vida»), dada la bonanza que en ese momento supone que España sea la primera potencia mundial. En 1521 Carlos I nombró Virrey de Catalunya al Arzobispo de Tarragona, Don Pedro Folch de Cardona, uniendo Besalú, Vallespir, Perelada, Osona, Ampurias, Urgel y Cerdanya al resto de condados, siendo gobernados juntos por primera vez como región histórica unificada. Es decir, por primera vez en la historia, se puede hablar de Catalunya como región (y que no se me enfaden los separatistas por el término), de una Catalunya más o menos tal y como la conocemos ahora. En ese 1521 es cuando el Principado de Catalunya y el Reino de Aragón son dos realidades distintas aunque, obviamente, mantienen lazos comunes.

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Carlos I de España

Es en esta época cuando los catalanes ya comienzan a comerciar por toda España, motivo por el cual empieza a crecer su economía. Es en este tiempo también cuando los catalanes comienzan a «castellanizarse» en costumbres y en idioma, pero no por imposición, no porque Castilla dominara a Aragón, sino por algo tan simple como que, para poder negociar con la gran mayoría del país, se había que aprender castellano. La mejora económica de Catalunya en estos tiempos se hace visible en que, mientras en el resto de la nación hay revueltas de comuneros debido a los impuestos, en tierras catalanas reina la paz, en parte por pagar unos impuestos mucho más bajos y por no enviar tropas al ejército.

De esta época procede otro de los grandes mitos del nacionalismo. Se trata de la exclusión de los catalanes de los negocios en América. Ya comentamos hace unos capítulos que, en la repartición de las conquistas y los tratados firmados, América pertenecía en su origen a Castilla y no a Aragón, del mismo modo que Nápoles o Sicilia no pertenecían a Castilla. Sí es cierto que Sevilla y su navegable Guadalquivir tenían el monopolio y que el comercio en el Mediterráneo se había complicado a causa de los piratas turcos, pero no había ninguna ley que prohibiera a los aragoneses y, por ende, a los catalanes comerciar a modo personal en América.

Durante mucho tiempo, en Catalunya se presumió de lo que habían hecho muchos catalanes en América y eran vistos como héroes por ello. Sin embargo, después hay un especial interés en fingir que ni un catalán pisó América. ¿Cuándo y por qué? Cuando la conquista deja de verse como una hazaña y se empieza a sentir como un holocausto al pueblo indígena. Es en ese momento cuando, desde Catalunya, se pone empeño en decir que «nosotros no estuvimos allí».

Sin embargo, las tres primeras iglesias en tierras americanas se dedicaron a Montserrat (Patrona de Catalunya), a Santa Tecla (patrona de Tarragona) y a Santa Eulàlia (patrona de Barcelona). ¿De dónde creen ustedes que eran los sacerdotes? ¡Efectivamente! Lo han adivinado. El Padre Boil, aragonés que había recibido los votos en Lleida, y doce monjes de Montserrat fueron los primeros evangelizadores de América. En ese viaje también estaba Pere Margarit, Jefe Militar que acabaría siendo Gobernador de la Española y que, en su honor, reciben el nombre las Islas Margaritas en el Caribe. Por otro lado, encontramos Jaume Ferrer de Blanes, uno de los cosmógrafos más reconocidos y autor del primer mapa mundi en el que se incluyó América. Todos ellos eran catalanes, como también lo eran personas como el tarraconense Miquel de Ballester, al que Cristóbal Colón nombró Alcaide de la Fortaleza de la Concepción en La Española (por cierto, que Colón le llamara en su desembarque «La Española» y no «La Castellana» hace obvio que la conquista era de toda España y no sólo del Reino de Castilla). Durante el siglo XVI, hubo misioneros como Josep Alemany i Cunill que evangelizaron Nevada o Miquel Domènech Veciana que fue misionero en Missouri. Curiosamente, el Decreto de Nueva Planta de 1716, tan odiado por los separatistas, fue quien acabó con las aduanas dentro de las fronteras de España y ya los súbditos de la Corona de Aragón y, por ende, de Catalunya pudieron negociar sin problemas en todos los territorios españoles incluyendo América.

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Detalles del monumento a Colón en Barcelona con las estatuas de los catalanes antes referidos que viajaron a América.

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Realmente, no hay un documente en el que se prohíba a los aragoneses ir a América, lo que sí existe, tal y como ya comentamos en entradas pasadas, es un acuerdo entre Castilla y Aragón para que todas las tierras del Oeste sean para Castilla y las del Este para Aragón, cuestión que la Reina Isabel la Católica recuerda en su testamento y que, originalmente, proviene de un tratado de 1291 entre Sancho IV y Jaime II (cuando se desconocía la existencia de América y, de ese modo, el pacto era favorable a Aragón).

De lo acontecido en América hay mucho que contar, así que retomaremos más adelante el tema, pero ahora volvemos a centrarnos en la historia de Catalunya y su relación con el resto de España. Obviamente, con la ya definitiva unión de la nación y con Carlos I como el primer oficial Rey de España, no iremos repasando rey a rey lo acontecido, sino que nos ceñiremos a los episodios que crearán controversia en el nacionalismo. Sí hemos de decir que Carlos I es un monarca del que se habla bien en Catalunya, más que nada por poner a los Austrias mejor que a los Trastámara y los Borbones, por más que en esa época y durante varias generaciones Catalunya perdiera importancia ante el gran poder de Castilla, además de que las guerras posteriores contra Francia afectaran por claras razones geográficas a Catalunya, que se convertía en frecuente campo de batalla.

El reinado de Felipe II marcaría el inicio de un proceso de deterioro. La crisis económica que comienza en Castilla en 1580 lleva a que en la economía de Catalunya nazca el bandolerismo. Con Felipe III, en 1618 se inicia la Guerra de los Treinta Años. Inicialmente, se trataba de un conflicto político entre estados partidarios de la Reforma y la Contrarreforma dentro del propio Sacro Imperio Romano Germánico. La intervención paulatina de las distintas potencias europeas convirtió gradualmente el conflicto en una guerra general por toda Europa. Francia se convertiría en potencia de primer nivel, rompiendo la hegemonía del Imperio Otomano y el Español. En 1648, al final de la guerra, tras la Paz de Westfalia, se abre un nuevo mundo de equilibrios de poder.

En 1640, ya con Felipe IV como monarca, ocurre otro de los grandes mitos del nacionalismo catalán y que forma parte de la antes referida Guerra de los Treinta Años, la Sublevación de Catalunya, a la que en el siglo XIX durante la Renaixença se rebautizó con el nombre de Guerra dels Segadors (Guerra de los Segadores). La sublevación comienza con el Corpus de Sangre del 7 de junio de 1640, explosión de violencia en Barcelona, cuyo hecho más trascendente es el asesinato del Conde de Santa Coloma, noble catalán y Virrey de Catalunya, protagonizada por campesinos que se sublevaron debido a los abusos cometidos por el ejército real, desplegado en el Principado a causa de la guerra con la monarquía de Francia.

Para ponernos en antecedentes, hemos de explicar que Felipe IV nunca fue un rey bien visto en Catalunya, pues tardó cinco años en jurar las Leyes Catalanas y se fue de allí sin que las Cortes de Catalunya hubiesen concluido. Los problemas derivados de la Guerra de los Treinta Años habían llevado a la crisis y eso supuso una subida de impuestos y de soldados en todas las zonas de España, de modo que todos esos gastos no recaían ya únicamente en Castilla, que según algunos estudios pagaba un 400% más de impuestos que los demás reinos, condados o principados de España. La Unión de Armas (1626) obliga a que todos los reinos, estados y señoríos contribuyan en soldados y dinero en proporción a población y hacienda. Con ello, a Catalunya le tocará poner 16.000 soldados. Las instituciones catalanas rechazan la propuesta amparándose en su Constitución y privilegios. Obviamente, no eran privilegios de Catalunya como nación o como pueblo ni nada parecido, lo que defendían eran los privilegios de los señores feudales y de sus campesinos, es decir, no es que las autoridades catalanas no quisieran que su pueblo luchase con España, sino que, mirándolo en el contexto histórico, los señores feudales no querían ceder a los campesinos porque eran suyos (los pageses de remensa eran semiesclavos y la oligarquía catalana no quería entregarlos gratis al ejército de la nación). Les parecen derechos anticuados y retrógrados supongo. Pues esos privilegios medievales y no otros son los que el separatismo reclama como «diferencias históricas» y de ahí proviene la tan demandada por ellos como «Libertad de Catalunya».

Cuando en 1635, y dentro de la Guerra de los Trenta Años, Francia y España entran en guerra, Catalunya vuelve a convertirse en campo de batalla ya que la idea francesa es quedarse con el Rosellón y la Cerdanya. Desde Barcelona, no salen tropas para defender las tierras catalanas de más allá de los Pirineos y, así, son tropas procedentes de Nápoles, de Balonia, alemanes y castellanos las que lo hacen. El ejército se debe alojar entre la población catalana en ese momento y el Conde Duque de Olivares reclama a las instituciones catalanas los soldados para ir a la batalla. Pero la oligarquía, los señores feudales siguen negándose y los campesinos, hartos de alimentar y dar cobijo, se rebelan. El 7 de junio de 1640, fiesta de Corpus, los campesinos entran en Barcelona y estalla la rebelión. Los insurrectos se ensañan contra los funcionarios reales, sacan a los presos de las cárceles y hay motines y un grito que se asocia al nacionalismo catalán, el «Viva la Terra» al que muchos asocian a un «Viva Catalunya», aunque lo cierto es que en todas las revueltas de campesinos, sea en la provincia de España o en el siglo que sea, se utiliza el término «Viva la Tierra» en señal de que se trata de la tierra y no de los gobiernos quienes les dan de comer. Según los historiadores y a pesar de que el nombre del «Corpus de Sangre» parezca que hubo una masacre, solamente murieron alrededor de 12 personas.

La leyenda del Segadors, tal y como la narra el separatismo a día de hoy, es producto de Manel Angelón i Broquetas que durante La Renaixença escribió en 1857 la novela Un Corpus de Sangre o los fueros de Cataluña. De aquí viene mucha parte de la leyenda, dado que los famosos segadores en realidad, según las crónicas, no llevaban hoces sino mosquetones, navajas y pistolas. La historia de las hoces se la debemos, cómo no, a la Renaixença y más concretamente a Antoni de Bofarull i Brocá y a los cuadros que se pintaron a raíz de ahí, llevando la leyenda de los segadores al tétrico y violento himno de Catalunya que proviene de un poema de Milà i Fontanals en su romancerillo catalán. 

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