Conversos y renegados. La historia del nacionalismo catalán (VII) El catalanismo político

Tras el fracaso de la I República, liderada, como hemos leído en anteriores entregas (podéis encontrar la última de ellas, titulada «Más se perdió en Cuba«, aquí), por muchos catalanes, la Restauración Borbónica, comandada por Alfonso XII, y la pérdida de las colonias, el nacionalismo catalán comenzó a tomar diversas formas. Como ya hemos dicho, Almirall, uno de los padres del catalanismo, finalizó sus días siendo contrario al separatismo e, incluso, al nacionalismo, aclarando que él era un simple regionalista. El despertar de la conciencia nacional abordaba diferentes formas de nación pues para Víctor Balaguer, por ejemplo, era la herencia de la Corona de Aragón la que renacía.

Sin embargo, volveremos al Almirall de la época (1874) para encontrar uno de los constantes «ticks» del catalanismo, el culpar de todo a Castilla (a Madrid, que se dice ahora). Curiosamente, los esfuerzos políticos de Almirall nunca culminaron en un gran movimiento y serían otros los que recogerían sus esfuerzos. Su testigo fue tomado por unos jóvenes conservadores, entre los que se encontraba Enric Prat de la Riba, quien supo organizarse y forjar el primer nacionalismo político consolidado en Catalunya.

Para observar claramente la evolución del catalanismo, hay que leer tres obras separadas por el tiempo: Lo Catalanisme de Almirall, que supondría sus cimientos; El Regionalismo de Mañé i Flaquer (1887), su construcción y La Nacionalitat Catalana de Prat de la Riba (1906), que sería la culminación del proyecto nacionalista catalán. Innegablemente, la obra de este último es revolucionaria ya que considera que España no es una nación sino un estado y que la nación de los catalanes es Catalunya. «El Estado es como una máquina, inorgánico, inanimado, como un conjunto de bancadas de hierro(…)dentro de esta concepción de Estado, la provincia no tiene substancia propia, no es nada, ni es sólo una parte; es un trozo, es un fragmento».(…)Cataluña no solamente tiene una lengua, un derecho, un espíritu y un carácter nacionales, sino que tiene también un pensamiento nacional”.(…)”Nosotros no dudábamos, no. Nosotros veíamos el espíritu nacional, el carácter nacional, el pensamiento nacional; veíamos el derecho, veíamos la lengua; y de lengua, derecho y organismo, de pensamiento, carácter y espíritu nacionales sacábamos la nación, es decir, una sociedad de gentes que hablan una lengua propia y tienen un mismo espíritu”(…) ”La sociedad que da a los hombres todos estos elementos de cultura, que los liga y forma con todos una unidad superior, un ser colectivo informado por un mismo espíritu, esta sociedad natural es la NACIONALIDAD”.

Para Prat de la Riba, la naturaleza propia hace de Catalunya una nación. Desde este momento, los ciudadanos deben dejar de serlo, dejar de ser personas libres para pensar y actuar de forma nacional y quien no sea nacionalista no es catalán o no un buen catalán. ¿Les suena?

Una Cataluña libre podría ser uniformista, centralizadora, democrática, absolutista, librepensadora, unitaria, federal, individualista, estatista, autonomista, imperialista, sin dejar de ser catalana. Son problemas interiores que se resuelven en la conciencia y en la voluntad del pueblo, como sus equivalentes se resuelven en el alma del hombre, sin que hombre ni pueblo dejen de ser el mismo hombre y el mismo pueblo por el hecho de atravesar esos estados diferentes”.

Es decir, Catalunya debe decidir libremente y ser Catalunya por encima de lo que acontezca después. De hecho, Prat de la Riba, como hemos visto, no descarta una Catalunya absolutista pues no hay que olvidar que era muy de derechas, conservador y colonialista. Para de la Riba, lo importante es ser nacionalista catalán y cuestiones como la libertad y la diversidad son asuntos secundarios que los catalanes decidirán como mejor les convenga.

Una sociedad de gentes que hablan una lengua propia y tienen un mismo espíritu que se manifiesta uno y característico”, con estas palabras, obviamente, apuesta porque en esa Catalunya libre sólo serán catalanes los que, no sólo sean catalanistas, sino que también aporten la lengua y la raza catalanas. No es cuestión de buen gobierno ni de administración; no es cuestión de libertad ni de igualdad; no es cuestión de progreso ni de tradición: es cuestión de patria”(…)¿Quién decide en Cataluña? La nación catalana ¿Y quiénes la componen? Los que hablan catalán y comparten el espíritu nacional.(…)”La raza es, pues, otro elemento importantísimo. Ser de una raza quiere decir tanto como tener el cráneo más o menos largo o amplio, alto o achatado, poseer un ángulo encefálico más grande o más pequeño, ser de complexión orgánica fuerte débil, ágil o pesada, delicada o grosera, estar inclinado a tales pasiones o vicios o a tales cualidades o virtudes”.(…)Era menester acabar de una vez y para siempre con esta monstruosa bifurcación de nuestra alma; teníamos que saber que eramos catalanes y sólo catalanes. Esta obra, esta segunda fase del proceso de nacionalización no la hizo el amor, sino el odio».

Prat de la Riba, el mismo Prat de la Riba que tiene hoy calles y plazas en Catalunya, no sólo tenía inclinaciones racistas y xenófobas sino que, como todos los grandes nacionalistas, creía que su pueblo era el elegido y que había un toque mesiánico en todo su proceso. De este modo, asegura que » La transformación de la civilización latina en civilización catalana, es un hecho que por sí solo, sin necesidad de ningún otro, demuestra la existencia del espíritu nacional catalán» Y no hay que olvidar que llegó a decir que:«La religión catalanista tiene por Dios la Patria».

Lo que no consiguió Valentí Almirall, transformar todo el catalanismo en herramienta política (republicana y de izquierdas) lo conseguiría la Lliga Regionalista (burguesa y conservadora). La Lliga se creó de la fusión del Centre Nacional Català y la Unió Regionalista. En sus primeros pasos, el nuevo partido no manifestó ningún tipo de nacionalismo. De hecho, en las primeras reuniones, descartaron los términos nacionalista y catalanista por considerarlos demasiado extremistas. En el partido había intelectuales que aportaban las ideas e industriales que ponían el dinero. Los miembros de la Lliga provenían de herencia monárquica y, aún en aquellos entonces (1904), Ignacio Girona, uno de sus fundadores, cerró un discurso a  Alfonso XIII en una visita a Barcelona con las palabras: «¡Viva Alfonso XIII! ¡Viva el Conde de Barcelona! ¡Viva el Señor Rey de España!»

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Sello Lliga Regionalista

De hecho, los republicanos catalanes acusaban a la Lliga de ser «la sucursal en Catalunya del partido español conservador de centro». Lo cierto es que la ambigüedad del partido era una de sus señas de identidad. Lo que sí consiguió la Lliga y que ha llegado hasta nuestros días es crear el estado de conciencia de que Catalunya era un pueblo oprimido. El catalanismo creaba sentimientos de ofensa a los catalanes que luego servirían para reclamar beneficios políticos en Madrid. Sobre esto, Joaquín Samaruc escribía en su obra Cien años de Catalanismo. La Mancomunitat catalana «Era el aprovechamiento de los acontecimientos, por ellos provocados, para favorecer sus fines partidistas; astutamente, la Lliga Regionalista ha aprovechado siempre todas las coyunturas para hacer creer a los catalanes la fábula de la antipatía que sienten, por Catalunya, los demás españoles(…)Los triunfos que significaban tales concesiones, en vez de obrar como sedativos, producían en los regionalistas el efecto de enérgicos estimulantes».

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Cien años de Catalanismo (Joaquín Samaruc)

La Lliga aprovechó, primero entre 1901 y 1906, cuando era el único partido catalanista, y después, entre 1916 y 1919, cuando su dominio era abrumador, para convertirse en la única voz de Catalunya. Así que, en ese tiempo, hablaban como si ellos y solamente ellos pudieran hablar por y sobre Catalunya con derecho. Aunque tal afirmación no era real, en Catalunya, como en el resto de la nación, los problemas y rivalidades entre derecha e izquierda eran notables. Catalunya, que había sido históricamente muy católica, estaba en vías de desconfesionalización. Había catalanes que soñaban con la unión de los pensamientos catalanistas y otros, sin embargo, creían que era mejor mantener las distancias. De todos modos, la necesidad de unión hacía que las tendencias acostumbraran a ser centristas.

La unidad de los partidos catalanistas sí fue posible en la coalición que fue llamada Solidaridad Catalana y que barrió en 1907 a los partidos no regionalistas. También hubo unión en casos puntuales, como en la campaña a favor de La Mancomunidad (1911-1914), en la que se apostó por la unión de las Diputaciones de Barcelona, Girona, Lleida y Tarragona en un gobierno regional o autonómico. Lo mismo sucedió en el caso de la campaña pro Estatuto de Autonomía de 1919. Las izquierdas españolas no lucharon contra la hegemonía del catalanismo ya que lo veían como un colaborador para acabar con la monarquía. Sin embargo, el hecho de que muchas fuerzas izquierdistas catalanas no estuvieran del lado de la izquierda española favorecía en las elecciones generales a las fuerzas de derecha, además de que eran incapaces de controlar una cada vez más desbordada conflictividad social que llevó a casos como La Setmana Tràgica, una revuelta de las familias más humildes hacia algunas de las más pudientes de la que ya hablaremos en otras entradas.

La Lliga fue práctica, eran religiosos pero no se hablaba de cristianismo; su catalanismo nada tenía, en principio, nada que ver con la religión sino con la lengua. Eran monárquicos de hecho pero no excesivamente tradicionalistas y aprovecharon las deficiencias de los servicios públicos para tratar de unir en un mensaje las necesidades de Catalunya y el catalanismo en sí. Aspirar a escolarizar a los más humildes significaría también enseñarles la lengua, la cultura y, por qué no decirlo, las historias inventadas catalanas.

El federalismo catalán, popularizado por Rovira i Virgili en 1917 como autonomismo conservador de la Lliga, se distinguía por un proyecto para España adecuado al autogobierno de Catalunya y exigiendo un cambio constitucional. El fracaso de la gran campaña autonomista de finales de 1919, en el contexto de la independencia de muchas nacionalidades europeas, dominadas antes del final de la Primera Guerra Mundial, demostró que era inviable la estrategia de Francesc Cambó. La lucha de clases acentuada entre 1919 y 1923 redujo el reformismo catalanista y dejó a partidos y sindicatos de izquierda, incluida la CNT, fuera del catalanismo.

El peligro que para la Lliga suponían las revueltas de izquierdas, el socialismo proveniente de las ideas de la Revolución Rusa de 1917 y la reciente creación del Partido Comunista Español en 1920 hizo que la burguesía catalana y la Lliga regionalista buscaran un salvador para sus intereses y eligieran para ello al capitán general de Catalunya Miguel Primo de Rivera. «Una sociedad en la cual la avalancha demagógica sindicalista pone en grave peligro ideales e intereses se resignará a todo con tal de sentirse amparada» diría Francesc Cambó. Las clases altas catalanas recibieron el golpe con gran alegría. La Cámara de Comercio e Industria de Catalunya, así como también demás organizaciones patronales, apoyó al Dictador. Josep Puig i Cadafalch,  presidente del gobierno catalán, escribió una nota que saldría en la prensa: «entre un hecho extralegal y la corrupción del sistema, la Lliga opta por lo primero» .

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Miguel Primo de Rivera

La Lliga no fue el único partido catalán que apoyó el golpe de Estado de Primo de Rivera, sino que también lo hizo la Unión Monárquica Nacional, liderada por Alfons Sala i Argemí.

Las primeras medidas que tomó el Directorio Militar estuvieron encaminadas a intentar controlar los Sindicatos Únicos de la CNT. Éste declaró el Estado de Guerra, primero en Catalunya y luego en el resto del país, aprovechando la oportunidad que le brindó el asesinato del verdugo de Barcelona. Los Sindicatos Únicos fueron prohibidos, lo que supuso el hundimiento de la CNT, que estaba muy debilitada por la intransigencia patronal. Sin embargo, Primo de Rivera comenzó a ejecutar medidas anticatalanistas y acabó perdiendo el apoyo de los partidos catalanes.

Un comentario en «Conversos y renegados. La historia del nacionalismo catalán (VII) El catalanismo político»

  1. Estos capítulos son la historia y la verda histórica de catalunya y España pero el problema es que en la democracia después del 1980 asta nuestros días todos los gobiernos que emos tenido an consentido que en las escuelas de.catalunya no se enseñará está historia sino la inventada por los nacionalistas indenpendentistas y asin emos llegado a donde estamos como en el 1934 que o le damos lo que piden o nos motaran un pollo olo que es peor una gerra civil porque los politicos mediocres son los que repiten lo peor de la historiA si todos los cuídanos de España incluidos los de catalunya no lo impedimos pongamos en marcha ya:M.lopez

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